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No se trata de política sino de las personas

No hay que reparar tanto para los actos cotidianos y aparentemente insignificantes de la vida. Beber agua es algo que cualquiera hace en automático, sin pensarlo tanto. Roffson Varela, comerciante de 36 años, habitante de Santa Ana del Táchira, abría el grifo y tomaba agua. Siempre lo hacía. Era una costumbre que jamás había tenido motivos para abandonar.

Hasta el 1ro de mayo de 2024, ese día que recuerda bien.

Tomó agua y se acostó a dormir, como lo hacía todas las noches. Pero al rato despertó con un dolor abdominal insoportable. Al principio pensó que era algo pasajero, tal vez una comida que no le había caído bien. Pero la molestia no cedía. Al contrario, se intensificaba con cada hora que pasaba, hasta que un par de días después ya no podía mantenerse en pie. Su esposa, alarmada, lo llevó al Hospital Central. Aunque sabían que allí las cosas no eran fáciles por la falta de insumos y el colapso del sistema de salud, mantenían la esperanza de encontrar una respuesta ante el dolor punzante que Roffson sentía en el estómago.

En el hospital, los médicos no sabían con exactitud a qué se enfrentaban, pero tras varios exámenes confirmaron lo que temían: una infección gastrointestinal severa, provocada por la bacteria Helicobacter pylori, presente en el agua contaminada que consumía habitualmente. Lo dejaron hospitalizado. Durante ocho días, permaneció en cama, con suero y sometido a tratamientos que su cuerpo no siempre toleraba. Los episodios de escalofríos y las reacciones alérgicas al tratamiento complicaron aún más su recuperación, pero lo peor no era el dolor físico, sino la incertidumbre.

¿Qué pasaría si no mejoraba? 

Su familia lo visitaba todos los días, aunque las restricciones del hospital no siempre lo permitían. Ellos también habían consumido de esa agua que lo había dejado en ese estado, pero hasta ahora no habían mostrado síntomas. Aun así, el miedo se seguía alimentado a lo largo de esa semana en la que Roffson no se encontraba estable.

Cuando fue dado de alta, pensó que lo peor había pasado. Pero estaba equivocado. Durante los siguientes 10 días tuvo que regresar al hospital en varias ocasiones, puesto que el tratamiento no había sido suficiente: seguía con la infección. Las visitas médicas se convirtieron en una rutina agotadora, tanto física como emocionalmente, y los costos comenzaron a acumularse. Aunque lograron cubrir los gastos —que rondaron entre 350 y 400 dólares—, Roffson sabía que muchas otras familias en su comunidad no corrían con la misma suerte.

En verdad, esta experiencia no era nueva para él. A lo largo de sus años viviendo en Santa Ana, había enfrentado problemas de salud similares en diferentes ocasiones. Sus familiares cercanos también habían sufrido infecciones gastrointestinales, todas relacionadas con el consumo de agua no potable. Pero esta vez fue diferente. Esta vez, Roffson decidió que no podía quedarse callado.

Roffson siempre dice de sí mismo que es un “revoltoso”. En su juventud, durante sus años escolares, tenía el impulso de buscar y encontrar soluciones a los problemas que había en su institución educativa. Fue vocero estudiantil y lideró iniciativas para mejorar las condiciones de su escuela. Ese impulso por buscar soluciones y defender los derechos colectivos se convirtió en una parte fundamental de su identidad, porque a pesar de que nunca asumió cargos políticos, siempre se consideró un activista social. “Mi lucha es social”, suele decir, “no se trata de política, se trata de las personas”. Cuando ve que alguien está necesitado con alguna urgencia, no duda en ayudarlo. Así es él, alguien que se preocupa y vela por los intereses de su comunidad.

Guiado por este mismo espíritu, Roffson decidió denunciar públicamente la contaminación y el abandono del acueducto rural que abastece a Santa Ana y otras comunidades del municipio Córdoba, bajo la responsabilidad de la empresa Hidrosuroeste C.A., desde el año 2013.

Su historia, y su denuncia, la presentó el día martes 18 de febrero de 2025 en el Concejo Legislativo del estado Táchira. “La denuncia se realizó el mismo día que se me dio un derecho de palabra por petición hecha al diputado Miguel Reyes. En ese momento me entrevistaron la Televisora Regional del Táchira, Televen y La Nación”, recuerda.  

Roffson relató de primera mano cómo el consumo de esta agua turbia que sale de los grifos lo había expuesto a una situación de riesgo, y así como era su caso, sabía de otros dentro de la comunidad. Si bien es cierto que después de ese 1ro de mayo había obligado a su familia a comprar agua embotellada y hervirla antes de consumirla para evitar las afecciones, estaba consciente de que estas soluciones temporales no eran suficientes, pues el problema de fondo seguía ahí, afectando a cientos de familias en el municipio.

En esa oportunidad no solo expuso su experiencia personal, sino que también abogó por soluciones concretas para la crisis sanitaria que enfrentaba el municipio, ante la ausencia del servicio además de la contaminación del mismo. Cuestionó la manera en la que era tratada el agua, y finalmente solicitó, junto con unos 900 miembros de la comunidad, un cabildo abierto sobre este problema y el cobro de un servicio básico que, en muchos hogares, no llegaba durante más de 15 días, a pesar de que las tarifas sí eran cobradas puntualmente, y a pesar de que, como él lo sabía bien, no es apta para el consumo humano. 

La denuncia no tardó en generar repercusiones. Roffson se convirtió en blanco de represalias.

Luego del derecho de palabra, acordaron por mayoría iniciar las investigaciones referentes al tema por la Comisión de Servicios del Concejo Legislativo. Una semana después se inició una Mesa de Trabajo a la cual asistió. Fue el día jueves 27 de febrero de 2025, pero luego no supo más nada de ello. A principios de mayo de 2025 llamó al diputado Miguel Reyes, para preguntarle si sabía algo, y su respuesta fue que estaban esperando la entrega del informe por parte de la Comisión. 

“Al principio se generó una fuerte atención pública al problema, pero después no hemos notado cambio alguno —dice Roffson—. Esperaré un tiempo prudente y, de no ver cambios, o por lo menos que se inicien los trabajos para que comiencen los cambios, pienso que hay que retomar nuestro planteamiento a las autoridades. Pero sí soy optimista, porque al hacer eco en redes sociales y medios públicos algún impacto positivo se genera”.

En todo caso, Roffson siente que actuó en atención a lo que consideraba correcto, y eso es algo que siempre guiará sus decisiones.

Programa contar fronteras
Roffson Varela siempre se ha preocupado por el bien común. Un día bebió agua contaminada y, luego de días hospitalizado para erradicar la infección de su cuerpo, decidió denunciar el descuido del acueducto rural que abastece a su pueblo, Santa Ana, y otras comunidades del municipio Córdoba del estado Táchira
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No hay que reparar tanto para los actos cotidianos y aparentemente insignificantes de la vida. Beber agua es algo que cualquiera hace en automático, sin pensarlo tanto. Roffson Varela, comerciante de 36 años, habitante de Santa Ana del Táchira, abría el grifo y tomaba agua. Siempre lo hacía. Era una costumbre que jamás había tenido motivos para abandonar.

Hasta el 1ro de mayo de 2024, ese día que recuerda bien.

Tomó agua y se acostó a dormir, como lo hacía todas las noches. Pero al rato despertó con un dolor abdominal insoportable. Al principio pensó que era algo pasajero, tal vez una comida que no le había caído bien. Pero la molestia no cedía. Al contrario, se intensificaba con cada hora que pasaba, hasta que un par de días después ya no podía mantenerse en pie. Su esposa, alarmada, lo llevó al Hospital Central. Aunque sabían que allí las cosas no eran fáciles por la falta de insumos y el colapso del sistema de salud, mantenían la esperanza de encontrar una respuesta ante el dolor punzante que Roffson sentía en el estómago.

En el hospital, los médicos no sabían con exactitud a qué se enfrentaban, pero tras varios exámenes confirmaron lo que temían: una infección gastrointestinal severa, provocada por la bacteria Helicobacter pylori, presente en el agua contaminada que consumía habitualmente. Lo dejaron hospitalizado. Durante ocho días, permaneció en cama, con suero y sometido a tratamientos que su cuerpo no siempre toleraba. Los episodios de escalofríos y las reacciones alérgicas al tratamiento complicaron aún más su recuperación, pero lo peor no era el dolor físico, sino la incertidumbre.

¿Qué pasaría si no mejoraba? 

Su familia lo visitaba todos los días, aunque las restricciones del hospital no siempre lo permitían. Ellos también habían consumido de esa agua que lo había dejado en ese estado, pero hasta ahora no habían mostrado síntomas. Aun así, el miedo se seguía alimentado a lo largo de esa semana en la que Roffson no se encontraba estable.

Cuando fue dado de alta, pensó que lo peor había pasado. Pero estaba equivocado. Durante los siguientes 10 días tuvo que regresar al hospital en varias ocasiones, puesto que el tratamiento no había sido suficiente: seguía con la infección. Las visitas médicas se convirtieron en una rutina agotadora, tanto física como emocionalmente, y los costos comenzaron a acumularse. Aunque lograron cubrir los gastos —que rondaron entre 350 y 400 dólares—, Roffson sabía que muchas otras familias en su comunidad no corrían con la misma suerte.

En verdad, esta experiencia no era nueva para él. A lo largo de sus años viviendo en Santa Ana, había enfrentado problemas de salud similares en diferentes ocasiones. Sus familiares cercanos también habían sufrido infecciones gastrointestinales, todas relacionadas con el consumo de agua no potable. Pero esta vez fue diferente. Esta vez, Roffson decidió que no podía quedarse callado.

Roffson siempre dice de sí mismo que es un “revoltoso”. En su juventud, durante sus años escolares, tenía el impulso de buscar y encontrar soluciones a los problemas que había en su institución educativa. Fue vocero estudiantil y lideró iniciativas para mejorar las condiciones de su escuela. Ese impulso por buscar soluciones y defender los derechos colectivos se convirtió en una parte fundamental de su identidad, porque a pesar de que nunca asumió cargos políticos, siempre se consideró un activista social. “Mi lucha es social”, suele decir, “no se trata de política, se trata de las personas”. Cuando ve que alguien está necesitado con alguna urgencia, no duda en ayudarlo. Así es él, alguien que se preocupa y vela por los intereses de su comunidad.

Guiado por este mismo espíritu, Roffson decidió denunciar públicamente la contaminación y el abandono del acueducto rural que abastece a Santa Ana y otras comunidades del municipio Córdoba, bajo la responsabilidad de la empresa Hidrosuroeste C.A., desde el año 2013.

Su historia, y su denuncia, la presentó el día martes 18 de febrero de 2025 en el Concejo Legislativo del estado Táchira. “La denuncia se realizó el mismo día que se me dio un derecho de palabra por petición hecha al diputado Miguel Reyes. En ese momento me entrevistaron la Televisora Regional del Táchira, Televen y La Nación”, recuerda.  

Roffson relató de primera mano cómo el consumo de esta agua turbia que sale de los grifos lo había expuesto a una situación de riesgo, y así como era su caso, sabía de otros dentro de la comunidad. Si bien es cierto que después de ese 1ro de mayo había obligado a su familia a comprar agua embotellada y hervirla antes de consumirla para evitar las afecciones, estaba consciente de que estas soluciones temporales no eran suficientes, pues el problema de fondo seguía ahí, afectando a cientos de familias en el municipio.

En esa oportunidad no solo expuso su experiencia personal, sino que también abogó por soluciones concretas para la crisis sanitaria que enfrentaba el municipio, ante la ausencia del servicio además de la contaminación del mismo. Cuestionó la manera en la que era tratada el agua, y finalmente solicitó, junto con unos 900 miembros de la comunidad, un cabildo abierto sobre este problema y el cobro de un servicio básico que, en muchos hogares, no llegaba durante más de 15 días, a pesar de que las tarifas sí eran cobradas puntualmente, y a pesar de que, como él lo sabía bien, no es apta para el consumo humano. 

La denuncia no tardó en generar repercusiones. Roffson se convirtió en blanco de represalias.

Luego del derecho de palabra, acordaron por mayoría iniciar las investigaciones referentes al tema por la Comisión de Servicios del Concejo Legislativo. Una semana después se inició una Mesa de Trabajo a la cual asistió. Fue el día jueves 27 de febrero de 2025, pero luego no supo más nada de ello. A principios de mayo de 2025 llamó al diputado Miguel Reyes, para preguntarle si sabía algo, y su respuesta fue que estaban esperando la entrega del informe por parte de la Comisión. 

“Al principio se generó una fuerte atención pública al problema, pero después no hemos notado cambio alguno —dice Roffson—. Esperaré un tiempo prudente y, de no ver cambios, o por lo menos que se inicien los trabajos para que comiencen los cambios, pienso que hay que retomar nuestro planteamiento a las autoridades. Pero sí soy optimista, porque al hacer eco en redes sociales y medios públicos algún impacto positivo se genera”.

En todo caso, Roffson siente que actuó en atención a lo que consideraba correcto, y eso es algo que siempre guiará sus decisiones.

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