DDHH olvidados | 72 días preso en El Helicoide - Runrun
DDHH olvidados | 72 días preso en El Helicoide

@ValeriaPedicini

“¿En qué lío me metí?”, pensó Frank Montaño. Estaba arrodillado, con las manos en la espalda, mirando a una pared. No era el único, había 13 jóvenes más en el patio del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) de Plaza Venezuela. Los funcionarios les revisaban los bolsos y los bolsillos. Los graban y les preguntan por sus nombres, números de cédula, qué estaban haciendo cuando se los llevaron. 

Aunque conserva la calma, toda la situación lo indigna: él no estaba haciendo nada malo cuando lo detuvieron. 

Más temprano ese mismo día, Frank había ido a la Universidad Central de Venezuela, donde estudiaba Ingeniería Mecánica, para saber la nota de su más reciente parcial. Fue en vano porque el profesor les informó por mensaje: había reprobado. Contrariado, decidió visitar a un compañero junto a su amigo Simón. 

Se acercaron hasta el metro de Caracas, pero estaba cerrado: ese día la oposición venezolana había convocado a una manifestación. Decidieron caminar por el bulevar Sabana Grande y Frank se detuvo en una feria de venta de libros para comprarle uno a su hermana por su cumpleaños. 

De repente escucharon un alboroto y vieron gente corriendo. Ambos se asomaron por una transversal y advirtieron enfrentamientos entre efectivos de seguridad y jóvenes lanzando piedras. Antes de que puedan hacer un movimiento, una bomba lacrimógena cayó cerca de donde estaban y, con ojos llorosos y la nariz ardiéndoles, intentaron ponerse a salvo.

Varias unidades de la brigada motorizada de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) los alcanzaron y decidieron correr hasta la avenida Casanova. Se detuvieron y dos motos que los perseguían también. “Mira, tú, el de verde. Yo te vi por allá arriba ‘guarimbeando’”, le dijo uno de los funcionarios y lo jaló por la franela. 

El parrillero trató de montarlo en la moto, pero el joven al principio se resistió. Cambió de decisión cuando vio que su amigo estaba siendo golpeado con el escudo antimotín mientras se encontraba en el piso. Pensó que si se ponía obtuso, la cosa podría ir peor. Decidió subir a la moto. 

En el trayecto le preguntaron en qué andaba. Con la misma tranquilidad que lo caracteriza, contestó que había ido a la universidad y les mostró el contenido de su bolso: una libreta, su teléfono, la billetera, un envase con su almuerzo y una calculadora. 

Lo llevaron a un contingente grande que se encontraba en la Avenida Libertador y le mandaron a taparse la cabeza con su franela. A Frank no le estaba gustando la situación. Pensó que lo llevarían a una comisaría, pero estaba equivocado. Un funcionario preguntó: “¿A este chamo a dónde lo llevamos?”. Otro respondió: “Al Helicoide”.

Lo detuvieron el 4 de abril de 2017.

La cruda realidad del sistema”

Frank Montaño estuvo 72 días en el Sebin de El Helicoide. En un reporte de agosto de 2017, el Foro Penal Venezolano indicó que el número total de arrestos arbitrarios durante las protestas antigubernamentales fue de 5341.

En la época de manifestaciones de 2017, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) documentó la existencia de violaciones generalizadas de los derechos humanos. Constató la existencia de patrones de torturas, malos tratos y violaciones al debido proceso en los casos de detención por parte de las fuerzas de seguridad. 

La institución señaló que los efectivos de seguridad del Estado venezolano utilizaban las “detenciones arbitrarias e ilegales como una de sus principales herramientas para intimidar y reprimir a la oposición política o a cualquier persona que manifieste su disidencia o descontento”. Además, indicaron que las condiciones de detención no cumplían con “las normas internacionales básicas para el trato humano de los detenidos, y que a menudo constituían en sí mismas un trato cruel, inhumano o degradante”. 

El joven estuvo en una celda conocida como “Prevención 1”, un espacio de ocho metros de largo por cuatro de ancho con un baño con ducha. La única salida era una reja metálica, sin ventanas para dejar pasar luz solar. Había una cámara que tenía un letrero: “La cámara no funciona, pero el micrófono sí”.

Al llegar, después de haber hecho el registro formal, empezaron las intimidaciones. “Los detectives te decían cualquier cantidad de cosas: aquí te vas a podrir, no vas a salir de esto, si tienes familia olvídate, si tienes una profesión olvídate, si estás estudiando olvídate de eso, olvídate de tus hijos, tus hijos le dirán papá a otro, aquí estarás mucho tiempo. Nos preguntaban que si nos pagaron, cuánto, en dónde nos depositaron. Yo como estaba muy tranquilo decían: a este como que hay que ponerle corriente para que se active, lo vemos como si estuviera en su casa”. 

La primera noche en El Helicoide fue la peor. Sacaron de su celda a todos los recién detenidos para golpearlos. Les ordenaron ponerse de cuclillas frente a una pared; les pegaban a puño limpio en la espalda, las costillas y la cabeza mientras los amedrentaban con palabras. 

A Frank después lo hicieron llenar una hoja de vida y pasar a una habitación con dos comisarios del Sebin sin identificación en sus uniformes. En un tono agresivo uno de ellos le dijo: “Tú estás sentado muy tranquilo, no estás en tu casa”. Le ordenó poner las manos debajo de la silla y comenzó a golpearlo en el pecho. “Tú estás diciendo mucho embuste, vamos a dejarte con unos amigos”. Mientras todo esto ocurría, una funcionaria grababa. 

Le dan una patada en la cara que le descuadra la mandíbula. Le dan cachetadas y le lanzan más preguntas, pero a él le cuesta hablar. Lo graban en video para que responda las mismas preguntas que le han hecho varias veces. “Me imagino que es para ver si cambias la versión de lo que estabas haciendo. Siempre mantuve la misma historia porque además era la verdad”.

En su tercer día estando en el Sebin, le llevan la hoja de imputado. Lo acusaban de instigación al odio y ultraje violento a funcionario público. Todos tienen que firmar, sí o sí. No tenían muchas opciones, así que lo hicieron. 

Les notificaron que serían trasladados a tribunales para la audiencia. Lo hacen en la noche, pero el tribunal decide no despachar, así que al día siguiente tuvieron que volver al Palacio de Justicia. Frank se encuentra con sus abogados y antes de la sesión se pusieron de acuerdo en aspectos de su defensa. 

La fiscalía presentó sus pruebas: testimonios de funcionarios que aseguraban haber visto a los jóvenes agredirles. Mientras la jueza deliberaba, les hicieron un chequeo médico: Frank tenía una hematoma en la cara, le costaba comer o hablar. 

La jueza anunció su decisión: cautelar sustitutiva de privación de libertad sujeta a la presentación de fiadores. La obtención de fiadores se convirtió en un proceso largo, engorroso y burocrático. Tanto que tuvieron que esperar dos meses para la boleta de excarcelación. 

En ese tiempo nunca le dejaron hacer una llamada. Recibió cartas de sus familiares y algunas cosas personales. Frank dormía en el suelo y como el agua en el baño escaseaba, se ve obligado a defecar en bolsas plásticas. A pesar de los esfuerzos de todos por mantener la higiene, varios detenidos se enfermaron. 

Lo más difícil en ese tiempo, fue la convivencia. Con 29 personas en la celda, el ambiente es tenso y el estrés de todos es una olla a presión. Frank tuvo que intervenir en varias ocasiones para evitar inconvenientes en el sitio. ““Trataba de mantener la mente ocupada, estudiando la situación, viendo a los demás, tratando de evitar conflictos, en estado de alerta, pendiente de qué podría ocurrir”.

Tener las boletas de excarcelación no fue suficiente: en la sede del Sebin ubicada en Plaza Venezuela se negaron a recibir la correspondencia del tribunal. Junto a sus indignados y preocupados compañeros, decidieron hacer un discreto acto de protesta: cantar el himno nacional a todo pulmón desde su celda. Era viernes. Al poco tiempo aparecen dos funcionarios a decirles que iban a salir pronto. Así fue: el lunes salieron del Sebin. 

A Frank se le impuso presentación en tribunales como una medida sustitutiva de privación de libertad. Su caso sigue abierto porque hasta la fecha el Ministerio Público no ha presentado acto conclusivo. 

Piensa todo lo que pasó y el joven siente rencor hacia los cuerpos de seguridad. “La experiencia me sirvió para ver la cruda realidad del sistema que estamos viviendo. Antes estaba como en mi mundo. Tuve que madurar en dos meses y medio como no lo había hecho antes en mi vida”.