Estar afuera - Runrun
Sebastián de la Nuez Jul 17, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Estar afuera

Bill Viola, Walking on the edge, 2012 @ Bill Viola Studio

@sdelanuez 

Las calles de Alcalá y Gran Vía aparecen en estos días de julio como en jornada de absoluto asueto o puente vacacional, sin actividad cultural ni social ni comercial ni nada. Pero es un día laboral y, al caminar seis o siete cuadras, podrías encontrarte apenas con una pareja de alemanes con su pequeña hija que han llegado de turistas. Eso es todo. Y el turismo, ya se sabe, es para España lo que el petróleo para Venezuela.

El rey emérito se hunde, esta vez ha tropezado de verdad y no está en capacidad de mandar a callar a nadie. La crispación en el Congreso de los Diputados crece con insultos, acusaciones mutuas, un ambiente enrarecido: por mucho que aparezca en TV una ilusión de unidad (aunque sin VOX, parte fundamental de la España de hoy) en una ceremonia en memoria por los caídos debido a la COVID-19, no hay perspectiva alguna de armonía entre izquierdas y derechas. No habrá cuartel. Esta España debe de parecerse a la que dio origen a la Segunda República, y a lo demás.

Tampoco se le va a dar a España, desde la Comunidad Europea, el apoyo financiero requerido para reactivar su economía, que este año caerá en más de 14 puntos porcentuales, si hay rebrote del coronavirus… pero hay tantos brotes aislados de la pandemia, en diferentes puntos, que ya se puede hablar propiamente de rebrote, y falta mucho para otoño, donde se darán las peores condiciones.

La OCDE u Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico ha anunciado, mediante voceros, que esto, el rebrote,  supondría la mayor caída este año para España entre los casi 50 países que analiza el organismo que, además, ha advertido sobre los niveles «extremadamente altos» de la deuda española.

Sucede que en España, bajo el lema de no dejar a nadie atrás, el actual gobierno ha puesto en funcionamiento las ERTE, una figura mediante la cual miles de empleados de la empresa privada siguen cobrando, gracias al Estado, aun sin trabajar, ya que muchas empresas se hallan en un limbo existencial por no haber actividad económica. A finales de 2021, España todavía tendrá un PIB 8,4 % inferior a su nivel precrisis.

Esta es la idea entonces: ¿cuál país está peor actualmente, España o Venezuela? La duda cabe pero al final resulta imposible que ninguna tragedia supere a la de Venezuela.

Uno, que se siente exiliado, revisa lo que ha pasado a ver si encuentra alguna respuesta. En los libros de Historia y en los diarios viejos siempre hay respuestas, pero en su tiempo no fueron leídas como advertencias sino como hechos noticiosos, es decir, inevitables, consumados, irreversibles. Vistos por el espejo retrovisor, uno lamenta que no se les haya enfrentado con rigor, con unidad, con decisión y método por un liderazgo consciente de su compromiso. Uno lamenta muchas cosas al leer las imbecilidades que decía Chávez, o las tropelías que cometía, y que se haya perpetuado su huella por mano y gestos de un individuo capaz de estigmatizar al contingente de venezolanos que pugna, en estos momentos, por retornar a su país. Los convierte en chivos expiatorios, los tilda de «bioterroristas» o cosa semejante.

Gente que se las ha visto peores en el exterior y ahora lo que quiere es regresar a su país. Hay unos cuarenta venezolanos regados por el aeropuerto de Barajas, de Madrid. No son bioterroristas, solo se han quedado varados por culpa del virus: es responsabilidad del gobierno venezolano buscarles una solución, no condenarlos al odio o denigrar de ellos.

España, con todos sus problemas, es un país respaldado por la comunidad de naciones europeas. Los problemas que afronta son los del presente, aunque es asediada por fantasmas del pasado.

No es el mismo caso de Venezuela, donde se suman las equivocaciones del pasado a los errores del presente en una sola orgía del disparate.

Solo basta recordar. El autoproclamado «candidato de la patria» para la gestión 2013-2019 propuso el Plan Patria al momento de postularse. La palabra patria la escupía a cada momento, el golpista. Sería su segunda reelección, quería el punto de no-retorno para su modelo de socialismo. Eso era lo que buscaba, teóricamente. Lo que en verdad se estaba edificando era un Estado paralelo, un país en que todos los intersticios sociales estuvieran supervisados o intervenidos por la burocracia estatal; una plataforma normativa, organizacional y de actores al servicio de la cooptación y diseñada para la dominación. A eso se redujo en la realidad el Plan Patria, nada más y nada menos que una profunda red de vigilancia y chantaje al barrio, a la esquina, al rancho, al pueblo. Hasta el día de hoy. Un entramado partido-gobierno-comuna (o lo que sea que ello signifique en la práctica: un aparato cívico-militar, un colectivo armado, un centro de reparto de drogas) amarrando voluntades, una densidad de intereses cruzados. Al final de todo, una elección cualquiera habría de ser absolutamente cosmética, finta de toreo, pantomima del CNE.

El entramado sigue vigente aun cuando la cúpula no tenga el músculo financiero de antes. Con todo y eso, habrá que ir a las elecciones que salgan, aun cuando, como ha dicho Andrés Caleca, el organismo que organiza las elecciones sea tan solo un descampado sin herramientas para hacer nada en el periodo previsto para las legislativas. En todo caso, que cada votante se convierta en testigo. Debe documentarse la pantomima. Grabarse, anotarse con nombres y fechas. Esta gente algún día será enjuiciada. Habrá un Núremberg para el chavismo y sus secuaces.

Estar afuera, en una gran ciudad europea demudada por la pandemia, ayer risueña y pletórica, conlleva un doble sentimiento para el venezolano extrañado de su país secuestrado: angustia y esperanza al mismo tiempo. La esperanza está, esta vez, reducida a una planta de Fundación Telefónica, en Gran Vía con Fuencarral. Es la propuesta impactante de un  genio de las nuevas tecnologías, Bill Viola, uno de los grandes pioneros del videoarte cuya muestra, en espacios oscuros, conmueve, revela y coloca un espejo frente al visitante. En ese espejo, cristalino, lúcido y nítido, encuentra el exiliado aturdido a sus semejantes. Se puede estar exiliado de muchas maneras, por cierto. Por ejemplo, había un grupo de adolescentes hace dos días mirando esos espejos. Ellos también son exiliados. De su rutina escolar (por suerte para ellos, probablemente).

Algunas de las obras de Viola son como cuadros del Renacimiento en movimiento, cobran vida lentamente mientras el espectador queda subyugado por sus actores o modelos. Cada uno cobra vida. Cada uno contribuye con expresiones y lentos movimientos a hacerle saber al visitante la posibilidad de estar en el mundo o volver a él sin prisas, sin móvil, sin televisión: a otra velocidad.

Viola sintoniza con mucha gente hambrienta de ralentizar sus vidas, aquella a la que aludía Mafalda cuando decía «paren el mundo que me quiero bajar».

Ya basta de tanto apuro, parecen querer decirle al público los retratos animados de Viola. Cálmense, esperen un rato, piensen en lo que pueda estar pasando por la cabeza de su semejante, del varado en Barajas o en Miami, del que se quedó o está por convertirse en prófugo, en perseguido, en víctima. Observen sus manos. Las manos de la gente son muy importantes.

El mundo debe empaparse cotidianamente más de la materia con que están hechas las metáforas de Viola en vídeo. Empaparse de lentitud para ver si deja correr el agua fresca. ¿De qué han servido las velocidades de los megabytes y todo lo demás si el mundo no puede parar a un microbio?

El mundo tiene que ser más arte y menos política. Más espiritualidad y humanismo, menos mediocridad y redes sociales. Más universalidad, menos ombliguismo. Más mundo, menos populismo. Más lentitud, menos equivocaciones al votar. Más parsimonia, o sea, más empatía.

(Para saber más de esta exposición de Viola: Exposicion / Bill Viola. Espejo de lo invisible).

 

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