Rufián y el odio - Runrun
Sebastián de la Nuez Jul 30, 2020 | Actualizado hace 1 mes
Rufián y el odio

@sdelanuez 

Para quien no haya visto nunca a Gabriel Rufián en persona: igualito al chico en la caja del Excélsior Gama, el que te mete los productos en las bolsas y luego en el carrito a cambio de una propina. Solo que en España ese oficio no existe (cada quien se las arregla con su compra como bien puede), así que, en vez de ser el chico de la caja, Gabriel es el vocero en el Congreso de los Diputados por Esquerra Republicana de Catalunya, principal fuerza independentista catalana. Su modo de hacer política es una clave. No sabría decir qué categoría de clave.

Hay una ventaja que tienen los políticos venezolanos (o los que se dedican a la política en Venezuela, aun cuando no se les pueda llamar políticos) sobre los de la misma profesión en España: nunca sabrán odiar como saben odiar los españoles. O sea, con las vísceras y hasta el infinito. Esto da como para un tratado comparativo, y este no es el espacio adecuado para ello. Bastará, por ahora, con lo siguiente: los políticos chavistas o maduristas actúan con el odio aprendido de los cubanos que vinieron a enseñarles eso y las herramientas para canalizarlo y explotarlo; eran, originalmente, acaso resentidos huérfanos de una izquierda trasnochada. Pero el resentimiento no es odio, le falta un buen trecho.

Este Gabriel Rufián, promesa de las nuevas generaciones catalanas, es ya, con su cara de chico de los mandados, un aquilatado exponente del odio catalán contra lo español.

Me hizo recordar la primera vez que llegué al terminal de trenes de Barcelona: decía «salida» primero en catalán, luego en inglés y, por último, en español. Ayer grabé completo a Rufián en su refinada alocución en el Congreso de los Diputados, contestándole al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un pleno sobre el rescate financiero del que ha sido objeto España por parte de la Comunidad Europea. Pues eso es, por mucho que lo maquillen, el conjunto de ayudas directas, una parte de ellas a fondo perdido: parte de un Plan Marshall de nuevo cuño. La CE se paga y se da el vuelto, que para eso fue creada, desde luego, y está muy bien que así sea.

Lo curioso es el pedagógico uso de la palabra en el discurso de Rufián, esa estructura retórica con fuerza persuasiva y sentido de la ilación (sin hache) jalonada de preguntas más o menos retóricas para conducir al abismo inminente: hay unos países malucos y derechistas en la UE que han condicionado el préstamo a España. Son el vecino del primero A, ese que siempre pospone la instalación del ascensor que beneficiará a todos en el edificio. Al cribar el discurso de Rufián, al darle machete al gamelote, quedan la teoría conspirativa, la derecha maquiavélica liderada por Alemania-Francia-Holanda y un plan recesivo en el horizonte. Telón. Con eso en Europa, el PSOE no puede pactar nada con los locales de Ciudadanos. ¿Para qué, para abrir bares y cerrar ambulatorios? 

Rufián tiene músculo cerebral, hace fitness para mantener su odio en buena forma. Es su trabajo.

No es un personaje que odie ciegamente, ni siquiera por ser un mala entraña, no. En verdad no parece ser un tipo mala entraña. Solo que odiar es su oficio, el puesto social que tiene se lo debe al odio. La promesa básica de su producto es hacerle una tronera a España de 32.108 kilómetros cuadrados, la extensión de una comunidad que desde hace tiempo ya es autónoma. Lo más divertido que he visto hasta ahora en la televisión española ha sido el encontronazo entre José María Aznar y Gabriel Rufián en una interpelación en el Congreso para que el expresidente respondiera por la espantosa corrupción que hubo durante su mandato. Era como ver a Godzilla contra Alien frente a frente, sin tocarse, rugiendo, mostrándose colmillos y pezuñas.

Pero el partido Ciudadanos no es Aznar, personaje despreciable. El partido Ciudadanos, con todo y sus equivocaciones, trabaja por la unidad de España y su diputado Edmundo Bal pide dos cosas muy simples: moderación y sensatez. Sencillo, ¿no? ¿Podrá Rufián aprender que no todo lo que viene de la derecha es repugnante y digno de su odio? Seguramente ya lo ha aprendido, pero lo disimula con esmero.

Un detalle adicional sobre el pleno de ayer en la capital del Reino, pues se repite un esquema: ¿por qué el PSOE, siendo un partido tan feminista, utiliza a la señora Adriana Lastra como un perro de presa, una fiera rabiosa con rango de «señoría» para que se le tire a la yugular a Pablo Casado, el del Partido Popular, el principal de oposición? En eso, el PSOE también se parece al chavismo: ponen a las mujeres en los roles más sucios, sin miramientos. Y algunas parecen encantadas de ejercer ese papelón, tristemente.

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