El coronavirus de telonero - Runrun
Armando Martini Pietri Ago 13, 2020 | Actualizado hace 1 mes
El coronavirus de telonero

@ArmandoMartini

Telonero es un artista o banda que actúa antes de la atracción principal de un concierto o actuación, ​​con el propósito de preparar a la audiencia para ser más receptiva al artista importante. También se refiere a la persona que sube y baja el telón en un escenario.

En los teatros tradicionales hay un encargado de subir, bajar o correr el telón, sean los pesados y enormes cortinajes de anticuados escenarios, o los más pequeños de los recientes y modernos. A veces no hay cortinas sino luces, que el responsable apaga justo cuando la obra llega a su final. El comisionado está pendiente especialmente desde que se llega a la mitad del acto final o determinada frase de uno de los personajes, tomada como signo de que falta poco y hay que estar preparado para hacer descender rápidamente el telón o se apaguen las luminarias de la escena.

Después el mismo director de escena levanta o abre nuevamente el cortinón. Y enciende las luces para que actores y coristas reciban aplausos -y de vez en cuando algún abucheo.

Pero la reapertura no es indicativa de que la obra continúa, sino que llegó a su final. Y los histriones deberán borrarse maquillajes que los han ayudado a caracterizarse y el público abandonará la fantasía para regresar a sus respectivas realidades, a ese todos los días que podrá ser cómodo o incómodo, pero que siempre anochece con temores y amanece con esperanzas.

Como le está pasando al país con el coronavirus. Anunciado, desperdigado mundialmente desde el primer trimestre de este año, reconocido por el oficialismo tiempo después. Toman medidas diferentes cada día, que conducen a lo mismo; nadie les cree las cifras de contagios o de muertes, tampoco la seriedad y efectividad de las precauciones.

La covid-19 es para la Venezuela hambrienta, violada en sus derechos humanos básicos, castrista y socialista el acto final, después de que los chinos dejaron escapar el virus. Una pandemia que el usurpador intentó vana e infructuosamente hacer ver como perversión estadounidense y estímulo para que los países integrantes de ese inútil y caribeño invento chavista, se unieran para crear su propia vacuna revolucionaria y popular. Ni siquiera lo han intentado, bastante tienen con perder la ineficiente batalla contra la miseria, sostener el sueño que se les deshace entre las manos, manteniéndose entre los pueblos más empobrecidos y desolados del mundo. Lo que absurdamente los enorgullece.

Salimos a la calle con tapaboca ajustado a pesar de su incomodidad, para encontrarnos día tras día con el mismo escenario de teatro abandonado, con telaraña y en ruinas.

Vehículos viejos -excepto los de militares, enchufados cómplices y funcionarios oficiales, rostros ceñudos, malhumorados, a los cuales tampoco puede vérseles la sonrisa por las mascarillas. Pero basta observar las miradas secas, hartas, desesperanzadas. Hasta policías y guardias que más vigilar entorpecen, muestran expresiones de fastidio, de hasta cuándo, de aquella frase, “ya está bueno ya”.

El coronavirus crece como la certeza de que la función llegó a su final. Aunque se escuchen aplausos de compromiso, la tragedia está bajando el telón. El ciudadano que cede a la coacción, que no critica por temor de ser acusado de antipolítico, o porque “tenemos que estar unidos” (chantaje característico), les presta un servicio invaluable a los mercenarios políticos: les permite continuar en paz con sus corruptelas, componendas y latrocinios.

Los traidores

Los traidores

Como se observa, la falacia teatral y manipulación de luces es de gran utilidad, tanto para ciertos políticos como sus lacayos intelectuales.

Lo malo es que en la sátira de al lado, la llamada “oposición”, algunos actores siguen confundiendo sus papeles. Son contradictorios, sin firmeza en el mensaje, no tienen estrategia ni dirección creíble y confiable. Los cambios se consiguen diciendo la verdad, demostrando valor, coraje, practicando la constancia y perseverancia.

La pregunta al final de la función socarrona, irónicamente hipócrita que debe hacerse el público asistente y en general cualquier ciudadano, es si van a permitir ser manipulados en un teatro vetusto y anacrónico, o van asumir su individualidad, unicidad y capacidad de raciocinio para defender sus derechos, protegerse de esos enemigos que quieren mantener el monopolio del poder en nombre de la sagrada política, como si se tratara de una caprichosa deidad que revela sus secretos solo a los iniciados.

 

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