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Del Dr. Pangloss a Sir Winston Churchill

Me quedo con el «No nos rendiremos nunca», de Sir Winston Churchill. Foto Yousuf Karash (1941) / Wikimedia Commons.

@juliocasagar

Pesimismos hay muchos. Están a la orden día, sobre todo cuando las cosas se ponen complicadas. Hay pesimistas de nacimiento y aquellos que abrazan la causa porque es una manera de amargarse y de amargar a quienes les rodean. Con estos, no vale la pena perder el tiempo. Están aquí para jorobar como aquel español que decía “Si muero en Sevilla que me entierren en Madrid y si muero en Madrid que me entierren en Sevilla”. Pero, como todo en la vida, no todos los pesimismos son malos. Es cuestión de saber administrarlo. Tampoco, hay que decirlo, no todos los optimismos son buenos.

Hubo un pesimismo que salvó la vida a miles de judíos cuando huyeron de la Europa de Hitler y vieron que no era posible detenerlo. Esos se salvaron. Hubo un optimismo también como el de los judíos del gueto de Varsovia, que no se fueron y que enfrentaron a alemanes y rusos. Muchos de ellos se salvaron y salvaron otras vidas con un heroísmo que la historia nunca podrá olvidar.

Hay optimistas como el doctor Pangloss, el tutor de Cándido, el famoso personaje de Voltaire, que piensan que “tout est au mieux” (que se puede traducir como que todo lo que pasa es lo mejor) y que decía a quienes le escuchaban que vivía “en el mejor de todos los mundos”. De esa manera, quería expresar que no valía la pena empeñarse en ninguna empresa ya que nada de lo que había se podía cambiar y lo mejor era, como diría un chamo hoy, “vacilarse la vida”. Con esa manera de pensar convenció a Cándido de que no se lanzara a salvar a su amigo Martín que había caído por la borda en medio de una tormenta en las costas de Portugal, con el argumento de que Dios había hecho la bahía de Lisboa, justamente, para que Martin muriera ahogado en ella.

Ese optimismo panglossiano es tan paralizante como el pesimismo de quien piensa que todo está perdido. Es una nueva muestra de que los extremos se tocan en muchos aspectos de la vida. Ambos nos llevan a concluir en el fatalismo determinista de que hay que dejarse llevar y de que no vale la pena tratar de cambiar las cosas.

De entre todos los optimismos, nos quedamos con el de Sir Winston Churchill que decía: “Soy optimista, no veo muy útil ser otra cosa”.

Esta frase fue dicha en los peores momentos del sufrimiento de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Luftwaffe arrasaba a Londres; Hitler había ocupado París; miles de soldados británicos estaban sitiados en Dunkerque y los primos norteamericanos miraban para otro lado, se hacían los locos y no se enteraban de la tragedia europea porque “habían salido a comprar querosén”.

Fue ese optimismo en la voluntad de vencer lo que inspiró su célebre discurso del 4 de junio de 1940 en la Cámara de Los Comunes. Entonces Sir Winston Churchill le dijo al mundo: “Lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos casa por casa, lucharemos en las colinas, pero NO NOS RENDIREMOS NUNCA”.

Otro ejemplo de ese optimismo efectivo y eficiente, ese que interpela a la voluntad, está representado en la conversación de Bolívar con don Joaquín Mosquera, plenipotenciario de Colombia, en Pativilca, cuando consumido por unas fiebres tifoideas, al borde de la muerte y exhausto, logra reclinarse en un madero y a la pregunta de Mosquera “¿Y ahora que va a hacer general?”, responde: ¡Triunfar! Aquel gesto hizo que su estado mayor, que ya le había desahuciado, renovara las esperanzas y la confianza; y, no más ocurrió su recuperación, se aprestó a preparar la campaña tal y como su jefe lo ordenaba en sus noches de delirio.

Cómo hace falta hoy en Venezuela sacudirse el pesimismo que ha producido no haber tenido una victoria rápida contra la dictadura. Efectivamente, cuando frenéticos llenábamos las calles repitiendo el mantra de Guaidó, todos teníamos caras de optimista y demostrábamos una fe capaz de mover montañas. Mientras la cuesta se fue poniendo más pronunciada, cada vez que volteábamos a nuestros lados veíamos que había menos gente.

Cansarse es obviamente comprensible. Cansarse en un país donde activarse para salir de la pesadilla es además peligroso. De manera que hacer juicios sobre las conductas de quienes han decidido retirarse a los cuarteles de invierno no ayuda de nada.

Lo que sí ayudaría es poder hacer comprender a nuestros ciudadanos que las causas como las que peleamos no son carreras de velocidad, sino de fondo; que nos enfrentamos a adversarios poderosos, sin escrúpulos y que han tomado la decisión de prescindir de la democracia para dilucidar el destino del país.

Hoy, cuando la AN y el presidente interino han planteado la realización de una consulta popular para que los venezolanos nos expresemos sobre las vías a tomar, deberíamos hacer causa común alrededor de ella. Esta consulta venía siendo trabajada por sectores de la sociedad civil y tiene como objeto preguntar a los venezolanos sobre el desconocimiento a la farsa electoral convocada para el 6D y para pedirle a la comunidad internacional, que arbitre los medios necesarios para ayudarnos a salir de esta pesadilla.

Hay muchos que plantean que esta consulta es inoficiosa; otros que será muy difícil realizarla; otros que no se debe consultar de nuevo a la gente. Posiciones, como estas, hay para todos los gustos y, sobre todo, para todos los intereses.

Convengamos en que no estamos en el mejor momento para embarcarnos en tareas como esta. Pero en la política hay que apostarle a la fuerza de las ideas y a la capacidad de movilizar que tienen las iniciativas que se abrazan con fuerza.

Esta misma semana nos han sorprendido vecinos de muchas ciudades y pueblos que han concurrido al llamado de dirigentes sociales y diputados, para escuchar la propuesta. Hace menos de 10 días, nos sorprendieron igualmente las decenas de movilizaciones lideradas por los educadores en todo el país. Desafiando la represión, y los peligros que entraña el contagio del coronavirus, salieron a la calle por miles.

Imaginémonos que miles de dirigentes, acompañando a la gente de carne y hueso, creen un clima de movilización y resistencia que haga masa crítica para que la lucha por la democracia dé un salto inesperado. ¿Es muy difícil apostar a ello? ¿Es mejor quedarnos de brazos cruzados esperando que el martillo de Thor descargue un rayo sobre nuestros adversarios? ¿Que las murallas de Jericó caigan ante el resonar de las trompetas de nuestros aliados?

Qué bien sería para la salud del debate democrático que quienes aún piensan que no vale la pena realizar la consulta, propongan una vía alterna. ABSTENERSE NO BASTA, nos recordaron los obispos hace unas semanas y, esta última, nos lo acaban de recordar.

La abstención no basta

La abstención no basta

En esta lucha, no hay fórmulas mágicas para implementar. Sin embargo sí existe una sobre la mesa. La apuesta por la capacidad de lucha de los venezolanos, puesta de manifiesto, una y mil veces en nuestra historia, es lo único que no podemos abandonar.

No importa si todas las preguntas no tienen todas las respuestas hoy; lo importante es repetir con Sir Winston Churchill: NO NOS RENDIREMOS NUNCA.

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