Pandemia y ciudadanía - Runrun
Antonio José Monagas Ene 30, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Pandemia y ciudadanía

@ajmonagas

Es imposible dudar que la pandemia de covid-19, ocasionada por el surgimiento y propagación del coronavirus, ha actuado como la razón de crudos y enormes problemas que han atascado el desarrollo del planeta en casi toda su extensión.

La pandemia visibilizó, amplificó y agudizó dinámicas económicas, políticas y sociales destructoras de ciudadanía.

Con la llegada de la pandemia los conflictos preexistentes no marcaron mayores diferencias con las controvertidas situaciones causadas por la incidencia del virus. Las convulsiones generadas desde la irrupción de la covid-19, en todas las instancias de la sociedad, indistintamente del tamaño de los países afectados, alcanzaron abrumadoras proporciones. Aun cuando uno de los espacios donde mayor daño indujo tuvo que ver con el tejido de la ciudadanía y su ejercicio.

COVID-19 y derechos humanos

Las medidas de aislamiento impuestas a la población, a manera de prevención sanitaria, provocaron el resurgimiento de uno de los problemas que con más fuerza ha deshilachado las vestiduras de las libertades y de los derechos humanos. Incluso, hasta desnudarla de los principios que configuran sus consideraciones. Aquellas que escudriñan los resquicios donde se ocultan las desigualdades sociales.

Precisamente, es el tejido en el que se articulan las realidades que suscriben la ciudadanía, entendida como ejercicio de la política, fundamento de la convivencia, aliciente de la pluralidad y ancla de valores morales. Y por razones que explica la teoría de la democracia, es el contexto del cual, en contraste con la igualdad o valor sobre el que se construye el Estado democrático y social de Justicia y de Derecho, brotan las desigualdades sociales.

En el fragor de tan aberrantes contradicciones, el campo político ha sido bastión de crisis, fluctuaciones y movilizaciones que han puesto en entredicho conceptos que fundamentan la teoría de la democracia. Las limitaciones suscitadas del forzado confinamiento forman parte de la retahíla de torpezas que, en el marco de la democracia, han constreñido libertades y derechos.

Muchas realidades se han visto incitadas a rebatir estas limitaciones que impiden el alcance de objetivos libertarios trazados a manera individual o colectiva. De hecho, la economía se vio profundamente arrollada por las excesivas imposiciones. Asimismo, las sociedades han reducido sus necesidades casi que obligadamente. Sin embargo, esto no ha sido óbice para que el ejercicio de la política se aproveche de las debilidades expuestas para radicalizar ejecutorias que rayan con el abuso que finalmente ha permitido todo tipo de revancha, improvisaciones y decisiones acusadas de intemperancia.  

Ciudadanía limitada

Las condiciones que impuso la pandemia bajo el argumento del cuidado individual, con sus manipuladas medidas “preventivas”, terminaron frustrando importantes esfuerzos encaminados en la dirección de ampliar libertades y derechos del ciudadano. Es decir, esfuerzos dirigidos a validar potencialidades como personas autónomas frente al poder político. Más, cuando este pretende mantener al ciudadano  recluido en ámbitos cerrados.

La oquedad del ideario político bajo la cual los Estados intentan ordenar criterios y postulados constitucionales, salvo escasas excepciones, no se corresponde con las necesidades que clama la resolución de problemas del ciudadano.

El ejercicio de la política, en tales casos, contrario a lo que describen sus discursos, insufla vacíos e imprecisiones jurídicas que desvirtúan la construcción de ciudadanía.

En el fondo, estos ha sido el “caldo de cultivo” de todo lo que evidencia una ciudadanía escasa de estructura, identidad y pertinencia. Y es el terreno proclive en donde las carencias y ausencias han adquirido la fuerza necesaria para que la concepción de ciudadanía haya sucumbido ante convencionalismos y formalismos sectarios y arbitrarios.

Es ahí de donde emergen hechos que por, obstinados y ampulosos de mediocridad, se convierten en causales de problemas que asfixian la ciudadanía en su esencia. Sobre todo, al horadar lo que envuelve la convivencia. Particularmente, promoviendo acciones de violencia, regresivas y de la peor calaña en cuanto a sus estamentos de valores morales.

La pandemia, al concebir el confinamiento de las poblaciones de modo reactivo, sobre todo, en países con tendencias autoritarias y totalitarias, implicó el arraigo de las crisis humanitarias y de salud que ya venían haciendo estragos en importantes grupos de población. De ahí derivaron conflictos ocasionados por la polarización entre facciones políticas, la estigmatización de comportamientos sociales, el surgimiento de mecanismos sociales de violencia, los desplazamientos y migraciones de grupos humanos, entre otros.

No hubo el apoyo necesario de esos regímenes para contrarrestar con efectividad el susodicho abanico de problemas. El impacto de la pandemia desnaturalizó el ejercicio de la política. Tanto así, que se afectaron aquellos esfuerzos que dieron a la tarea de apalancar el desarrollo sobre lo que podía apuntalar la construcción del tejido social. Así ha sido esta realidad. Como la versión más afinada de la disconforme relación pronunciada entre pandemia y ciudadanía.

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