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Comparación aventurada con el siglo XIX

Gráficas izq.: fachada del Palacio de las Academias (antigua sede de la UCV), reformada en 1873 (f. en IAM Venezuela); retrato de Antonio Leocadio Guzmán (M. Tovar y Tovar) y estampa caraqueña del siglo XIX. Gráficas der.: obra La educación (Medicina Experimental-UCV); escuela de Biología (f. @VivaLaUCV) y techo de un pasillo de la UCV, patrimonio mundial, desplomado en 2020.

 

@eliaspino

Generalmente nos avergonzamos del siglo XIX, porque pensamos que en su seno reinaron la vulgaridad y la mediocridad para que Venezuela renegara de las altas metas que había propuesto Bolívar. Absurda y lampiña pretensión. Hoy debemos valorar lo que sucedió entonces para que ocupe el lugar que merece en nuestra memoria, especialmente ante las peripecias bochornosas que hemos presenciado desde la llegada del chavismo. Jamás nada tan rudimentario, vulgar y desfachatado en el terreno de los negocios públicos sucedió después de la Independencia, entre los años 1830 y 1899, pese a la mala prensa que los ha zarandeado.

Veamos algunos asuntos relativos a ese lapso fundacional, con el ánimo de sugerir analogías con la oscuridad a la que hemos llegado en el siglo XXI dominado por la barbarie.

Tal vez todo parezca demasiado subjetivo, pero se trata de una propuesta de escribidor sin las ataduras estrictas del oficio de historiar, que puede ser de utilidad. Para lo cual es preciso detenerse en la lucidez de los venezolanos que provocaron el desmantelamiento de Colombia y el desconocimiento de la autoridad del Libertador.

La brocha gorda del patrioterismo, usada por los oradores de turno y por los cagatintas de la oficialidad, que llegaron a la más alta tribuna en el siglo XX cuando el pueblo tuvo la ocurrencia de votar por Hugo Chávez, consideran que entonces floreció una traición debido a la cual el país torció su ascendente rumbo. Han llegado al disparate de hablar de un parricidio colectivo, es decir, de un pecado cometido contra el padre por toda la sociedad que solo se puede lavar después de cruenta penitencia, o gracias al ejemplo y a la doctrina de un iluminado como el “comandante eterno”.

Pero, por fortuna, los pasos de la fundación de la autonomía fueron guiados por la primera generación crítica que pensaba con cabeza propia en Venezuela, hasta el extremo de diagnosticar los males producidos por la guerra contra España y de plantearse una urgente rectificación que obligaba al alejamiento del autoritarismo militar y de quien lo representaba desde Bogotá. De tal atrevimiento nace un dinámico movimiento intelectual, pocas veces repetido en el porvenir, y la siembra de un civismo de cuño liberal que no solo se convierte en la guía del momento, sino también en desafío del futuro.

Un inicio que se baña en esas aguas lustrales para hacer un país, no puede rodar hacia el precipicio de las oscuranas que ven quienes lo miran desde la altura del hombro, o desde el vacío de un desconocimiento generalizado.

Bolívar pronosticó la llegada de una serie de tiranuelos, de lamentables caporales ignorantes, pero la profecía no cristalizó. Ciertamente desfilaron por la casa de gobierno unos mandones en cuyo desempeño resulta difícil encontrar cualidades dignas de encomio, como los hermanos Monagas, Julián Castro y Joaquín Crespo; pero nadie puede descubrir un oprobio como el anunciado por el mayor de nuestros profetas.

Tal vez solo en el predicamento de Crespo, un campesino temeroso ante la letra de imprenta, manipulador del sufragio, respetuoso de las supersticiones, aficionado a la brujería y al derramamiento de sangre, puedan descubrirse pasos sombríos del todo; anécdotas que conviene esconder para que no alienten a quienes nos juzgan como bárbaros antes de la llegada de la barbarie, pero una sola golondrina no hace verano. Gobernaron entonces los que podían gobernar, nacidos de las circunstancias, con pocas letras y muchas aventuras bélicas, sin pupitre elemental ni tradiciones académicas, pero no pudieron liquidar las esperanzas de la sociedad por un futuro mejor.

En los pasos destacables de Páez como estadista, en la sobria prudencia de Soublette, en la afición del mariscal Falcón por las letras, aún en la petulancia de Guzmán y en las administraciones sin eco de Rojas Paúl y Andueza Palacio, pueden encontrarse actos de gobierno y conductas que no solo impiden el naufragio de la república, sino que también conducen a procesos de modernización debido a los cuales Venezuela no es entonces segunda de nadie en el ámbito continental.

La época está dominada por la violencia, ciertamente; las diferencias se resuelven en una cadena de guerras civiles que causan gran mortandad, pero no existe entonces otra manera de buscar el poder, o de mantenerlo. Sin universidades después de la sangría de la Independencia, sin comunicación entre las regiones, desaparecidos o en franco menoscabo los entendimientos de la época colonial, sin partidos realmente establecidos en toda la geografía, sin una pedagogía de republicanismo con raíz asentada, sin recursos materiales para la administración del territorio desde un centro indiscutible, o para la divulgación de la legalidad, las espadas y una clientela de desarrapados son herramientas familiares y accesibles.

Se ha hecho este vistazo para que dejemos de mirar el siglo fundacional con miopía e ignorancia. En realidad se ha redactado para que lo comparen con el tiempo venezolano que presiden Chávez y su opaco heredero, a ver cómo pueden quedar de maltrechos en la analogía.

Les sugiero, amigos lectores, que partan de cualquiera de las conductas inciviles del chavismo, escogida al azar, para ver si es posible que topen con unas peripecias tan bajas en la centuria injustamente subestimada; con actos tan viles y bárbaros como los que desfilan en la actualidad frente a nuestros ojos, con un basurero semejante, con algo tan alejado de la civilización que se fue formando cuando nos convertimos en estado autónomo.

Pueden escoger cualquier pormenor que salte a la vista, cualquiera de las declaraciones de la dirigencia roja-rojita, cualquier evidencia de corrupción o de ineficacia, y terminarán admirando las peripecias de una época desconocida e injustamente despreciada. Es probable que la ignorancia en torno a lo que hicimos después de separarnos de Colombia, en torno al edificio levantado con descomunal esfuerzo en tiempos de modestia que no nos encandilan, haya conducido a los horrores que ahora nos avergüenzan.

¿De peores hemos salido?

¿De peores hemos salido?

Debe recordarse que no había petróleo en el siglo XIX, ni se habían construido eficientes tramos de carreteras, ni era frecuentes los vínculos con el exterior, ni existía una prensa de alcance masivo, ni estudios a los que tenía acceso la mayoría de la sociedad. Son elementos que conspiran contra una analogía como la que ahora se intenta, pero, a la vez, con una buena dosis de atrevimiento, dan idea del vergonzoso retroceso de la actualidad.

¿Por qué se propone este viaje a un universo casi desconocido, hacia una época ignorada y subestimada? ¿Por qué la necesidad de unos parangones atrevidos? ¿Por qué una incitación al anacronismo? Debido a que pocas veces se hacen, pese a su utilidad, y a que nadie puede manejarse con propiedad y con seguridad si no ubica el espejo retrovisor en el lugar adecuado para correr con intrepidez el sendero. Se trata ahora de usarlo un rato, con las prevenciones del caso.

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