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Desde el jardín, en memoria de Chris Baasch

A Chris Baasch

@juliocasagar

Jerzy Kozinsky, sabía de lo que hablaba cuando escribió DESDE EL JARDÍN, su maravillosa novela. Míster Chance, un adorable y pretendidamente distraído personaje, terminó pasando por sabio porque las respuestas sencillas y cándidas que daba a cada pregunta sobre temas complejos y escabrosos, tenían todas que ver con su única experiencia de vida: era jardinero.

Y es que un jardín es, ciertamente, un crisol de todas las sabidurías del mundo. Solo que, como El Principito nos enseña, hay que verlos, más allá de nuestros ojos, es decir, con el corazón.

Los que tenemos la fortuna de tener un jardín, lo entendemos mejor, aunque basta tener un pequeño huerto, algunas macetas con plantas vivas, para saberlo también.

La pandemia ha abierto estos horizontes a dimensiones desconocidas. Ahora tienes más tiempo para caminar entre tus plantas; puedes verlas crecer, desarrollarse, enfermarse y a veces hasta morir. Ahora puedes descubrir que eres capaz de recordar cada brote, cada flor nueva. Te contentas del esfuerzo de la lechosa por sobrevivir, de la gratitud de la guanábana en ofrecerte su regalo; te sorprende la tacañería del caimito y la fragancia del jazmín y los azahares de los naranjos. Te haces igualmente amigo de los pájaros que pueblan tus árboles, aprendes a identificarlos y vuelves a dejarte hipnotizar con el canto de soprano de las paraulatas y a asombrarte de que entiendes lo que dice el cristofué. El tucusito te sigue maravillando con su energía y vuelo peculiar, terminas aceptando a la reinita que te roba tallitos para sus nidos y también y de buen grado el estruendo anarquizado de los loros reales y los pericos que te previenen que la tarde está cayendo.

El gringo Chris, el mejor venezolano

Un jardín es igualmente un maravilloso escenario de entendimiento y de dialogo. Es un tema de conversación con tu pareja, con tu vecino. Quien tiene un jardín es capaz de entender que el viandante pase y se lleve una estaca para sembrarla en su casa: no hay un vecino que te niegue un retoño y todos vemos con sana envidia los éxitos de los otros patios. Qué contundente razón la de Kozynski, que se aventuró a crear un personaje cuya única sabiduría era que había desentrañado los misterios de un jardín, para postularlo como resolvedor de los entuertos de los hombres y las ramas torcidas del mundo.

Ahora bien, si tener un jardín es un privilegio extraordinario, lo es aún más haber tenido un amigo y un vecino como Chris Baasch.

¿Quién era Chris? Un musiú, un gringo jardinero que quería más a Venezuela que muchos de nosotros. Un ser humano extraordinario que jamás quiso irse y que sembró miles de jardines con sus propias manos no solo en muchos terrenos, sino en muchos espíritus de quienes le conocimos.

Chris era mi vecino, vivía a unos cuantos metros de la casa en una parcela a la vera del río que nos surte de agua a todos desde hace más de 40 años. Su jardín nos cautivó siempre a todos. Mis nietos se sentían exploradores de tierras desconocidas en él y, cada vez que llegaban, había que programarles una visita a remontar las piedras de la quebrada y a escuchar de su parte las respuestas de jardinero sobre cada curiosidad de las plantas.

Aplauso póstumo para Chris

Hace unas horas, todos lo perdimos. Mientras colaba el café, el que me tomaba siempre viendo mi montaña mágica y en medio de las plantas amigas (muchas de las cuales fueron su regalo), tuve el reflejo de abrir el teléfono y revisar los mensajes. En ese instante se me heló la sangre. Los vecinos informaban que a eso de las dos de la mañana se escucharon unos gritos y a los perros ladrar. Como siempre, uno de ellos llamó a la policía. No pudieron venir, “no tenían gasolina”. Llegaron a las dos horas, cuando consiguieron dos litros para la patrulla, solo para encontrarlo sin vida.

Corrí a su casa, ya decenas de vecinos se arremolinaban. Esperamos por horas la llegada del CICPC y debimos agenciar otros litros de gasolina para los que habían llegado. No hubo furgoneta y al amigo debieron llevarlo en el cajón de su propia camioneta. Aquella camioneta inconfundible, llenas de plantas y abono en las que, tantas veces, mis hijas y las suyas fueron o regresaron del colegio, pues compartimos por años el transporte escolar.

Espontáneamente, mientas su cuerpo pasaba en medio de sus vecinos, le aplaudimos, como se aplaude a la gente buena.

Allí se iba nuestro amigo, el gringo que logró el milagro de resolvernos el problema del agua consensuando con todas las comunidades con las que compartimos la fuente; el organizador de las parranditas en Navidad; el artífice de los sancochos paras fraternizar con la gente de los barrios, el pueblo de La Entrada y las urbanizaciones; el guardabosque de nuestra montaña mágica; el ciudadano que pateó incansablemente kilómetros de asfalto defendiendo nuestra democracia. El mejor de todos nosotros. Sin duda alguna.

La siembra de la Venezuela buena

Mientras escribimos estas líneas, las autoridades anuncian haber capturado al asesino. Ojalá se haga justicia. Aunque en realidad solo habrán capturado al dueño de las manos que le quitaron la vida, lo que los jueces llamaran el “autor material”. En realidad a Chris se lo llevó una sociedad enferma que se ha acostumbrado a odiar y a desarraigar.

Nuestro mejor homenaje, querido amigo, será seguir sembrando. No solo esas plantas en las que sabemos estarás en espíritu, sino también sembrando tu incansable voluntad de unirnos y de conquistar una mejor Venezuela, esa que amaste tanto y cuya tierra te cubrirá en horas.

Y por favor, síguenos cuidándonos DESDE EL JARDÍN, donde ahora te encuentras.

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