.
LO MAS RECIENTE

Estados Unidos: Acuerdos de Barbados son la vía para «restaurar la democracia» en Venezuela

Noticias Hace 6 horas

Nuestra decadente introspección colectiva

Opinión Hace 13 horas

Migración, sanciones y democratización en Venezuela

Opinión Hace 20 horas

Ley contra el fascismo

Opinión Hace 21 horas

El derecho y la política wok

Opinión Hace 23 horas

Ley contra el fascismo y el odio se dan la mano

Noticias Hace 24 horas

Reconocer al otro

Opinión Hace 2 días

Sobre las declaraciones de Manuel Rosales

Opinión Hace 2 días

Rehabilitación de MCM en el CNE: ¿punto de honor para prorrogar las licencias?

Opinión Hace 2 días

¿Hay que eliminar el actual modelo de prestaciones sociales?

Opinión Hace 2 días

#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | El Comandante Américo (V)

Américo Martín asumió su responsabilidad de muchos equívocos y despropósitos, improvisaciones y temeridades, terquedades y delirios de la lucha armada de los 60

 

@YsaacLpez

Cuentan versiones que el propio Fidel Castro supervisó y orientó al comando que debió desembarcar en las cercanías de Machurucuto en mayo de 1967. Un año antes, Luben Petkoff había dirigido otra incursión desde Cuba a las costas de Tucacas-Chichiriviche. Al despedir a los combatientes guerrilleros del MIR venezolano, Castro les obsequió un reloj y le envío uno a Américo Martín, por quien sentía especial simpatía.

Fueron Fabricio Ojeda, Américo Martín y Douglas Bravo, sucesivamente, las figuras que Castro concibió como sus homónimos, como Comandante Máximo de la Revolución venezolana.

Muchos son los análisis, testimonios y reflexiones sobre la insurgencia de izquierda de la década de los sesenta. Una cuestión parece quedar establecida desde los primeros intentos serios de explicación: la permanente indecisión interna de los partidos sobre la viabilidad de la lucha armada. La constante discusión sobre la pertinencia de la violencia signó todo el proceso.

Para los participantes más radicales, y aquellos que continuaron en rebeldía más allá de la “Política de Pacificación” desarrollada a partir de 1969, esa situación fue determinante en el resultado de la insurrección. 

Fue en Venezuela donde por primera vez en América Latina se utilizó el recurso de la guerrilla, asumida como norma de acción por los partidos políticos de izquierda. Así lo señala Luigi Valsalice en su obra pionera sobre el proceso de la lucha armada venezolana, publicada en el país con el título La guerrilla castrista en Venezuela y sus protagonistas 1962-1969 (Caracas, Centauro, 1979).

Uno de esos protagonistas, dirigente fundamental del MIR -ícono de la juventud rebelde venezolana de la época y uno de los partidos que asumieron la guerrilla como norma de acción-, fue Américo Martín (Caracas, 1938-2022) quien publicó hace una década dos tomos con sus memorias.

Señalado por los sectores radicales de su partido y fuera de él de capitular prontamente en el esfuerzo insurreccional, de cometer acciones indignas del liderazgo revolucionario, falsear la verdad de los hechos en el empeño de deslastrar su imagen de las responsabilidades en la violencia y adoptar posiciones contrarias al ideario marxista-leninista, Martín vuelve sobre esos y otros tópicos.

Revisión y arreglo de cuentas, despedida de la militancia política y social, el primero de los tomos de Américo Martín trata esencialmente de su participación en la resistencia a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), y el segundo sobre su protagonismo en principales hechos de la política venezolana en la década siguiente, entre otros: la división del partido Acción Democrática y el surgimiento del MIR (1960-1961), el planteamiento de la lucha armada contra los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni a través de la guerra de guerrillas (1962-1968) y el proceso de pacificación que reintegró al grueso de los sectores alzados al debate democrático (1969).

Marcado por la justificación y la enmienda, por la necesidad de ubicación en la crítica a la izquierda nacional y a la Revolución cubana, por el presentismo y el rechazo al proyecto chavista en el poder en Venezuela, el libro presenta de entrada una valoración fundamental para entenderlo: la lucha armada fue “la aventura más valiente, sí, pero también más demencial emprendida por tantos jóvenes venezolanos.” El autor uno de ellos. Pero, nos dice: “Yo tenía 21 años y una sed infinita de grandeza” (p. 11).

Ya en 1978 con Alfredo Peña (Caracas, Ateneo de Caracas) y en 1982 con Agustín Blanco Muñoz (Caracas, UCV), Américo Martín había señalado a la lucha armada como un disparate, una trágica equivocación, uno de los errores más graves de la izquierda nacional. Tal valoración le valió desde entonces el rechazo y estigmatización por parte de los sectores radicales derivados del MIR y el PCV, quienes lo calificaron de traidor, reformista, integrado, revisionista, electoralista…

Blanco Muñoz refiere al presentar el testimonio de Martín: “el “libro abierto” de la vida de Américo: un permanente generar de polémica que le ha facilitado grandes elogios y acusaciones.” (Hablan 3 comandantes de la izquierda revolucionaria. 1982, p. 304). Una muestra en sus memorias de 2013: “La temperatura política venezolana llegó al clímax entre los años que van de 1962 a 1966. En ese período se sintió la insurrección armada que no llegó a serlo, pero sí parecerlo.” (83).

Y más adelante: “En ese espacio de tiempo que va de enero a julio estuve afectado o directamente envuelto en hechos que forman ya parte de la historia del país. Los principales fueron los alzamientos militares revolucionarios de las bases navales de Carúpano y Puerto Cabello y la prolongada huelga de hambre que protagonizamos en el penal, todo sobre una base tan alocada o ligera como ocurrió con buena parte de las decisiones que tomamos en esos años” (p. 84).

En La terrible década de los 60. Memorias II. 1960-1970, Martín repasa hechos como: el Pacto de Punto Fijo y la exclusión de los comunistas, la emergencia juvenil y universitaria, la división de AD, las relaciones entre el MIR y el PCV, la cercanía con líderes cubanos como Fidel Castro, Carlos Rafael Rodríguez, Blas Roca o Raúl Roa; el incidente con el embajador Moscoso en 1961 en la Universidad Central de Venezuela, la violencia venezolana de los años 1962-66, la influencia castrista en la insurrección, la represión gubernamental, los tiempos de encarcelamiento y la conmutación de pena otorgada por el gobierno de Rafael Caldera.

Américo Martín presenta su relación con líderes políticos venezolanos como Jóvito Villaba, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Jorge Dáger. Domingo Alberto Rangel, Moisés Moleiro y Simón Sáez Mérida, entre otros, de los cuales deja semblanzas, crónicas de hechos, recuento afectivo, anécdotas o explicaciones de separaciones y desavenencias. Dos nombres fundamentales de esta historia se extrañan en las valoraciones, nombres que habían merecido esclarecedoras referencias en otras revelaciones del memorialista: Gumersindo Rodríguez y José Vicente Rangel. Ahora apenas se les menciona.

Si en 1978 señalaba Martín: “El MIR fue un gran impacto nacional, empezamos a ganar elecciones sindicales. Se produjo la reacción del Gobierno y de A.D. Asaltaron sindicatos (se conoce el caso de Lagunillas), nos reprimieron brutalmente procurando detener los avances que teníamos en el movimiento obrero y estudiantil…” (Peña, Conversaciones con Américo Martín, 1978: 39); o “Mientras tanto, la izquierda ha visto cómo le destruyeron todas las organizaciones que había creado en los tiempos iniciales, después de la caída de Pérez Jiménez, y a las cuales me referí antes. Ha visto cómo le destruyen su influencia parlamentaria, cómo se liquidan sus vanguardias sindicales y de barrio, cómo le desvanecen su influencia en el campo. Rompen toda su estructura y encima de eso la ilegalizan.” (Blanco Muñoz…, 310).

Es decir, hay un enemigo político que no da tregua, que utiliza su poder para destruir, reprimir, asaltar, liquidar, desvanecer, ilegalizar, romper las nuevas estructuras partidistas. Se llama Acción Democrática, la misma de la cual su compañero de luchas Moisés Moleiro hará largo prontuario en El partido del pueblo (Crónica de un fraude) (Vadell Hermanos, 1978).

En cambio, en estas memorias de 2013 el mismo Américo Martín señala: “La explosiva lucha librada en los dos primeros años del gobierno de Betancourt ha despertado en los venezolanos un mayoritario sentimiento de paz y de rechazo a la violencia. El país exige la pacificación. Los medios, en su totalidad, le prestan tribuna a ese sentimiento. Y ahora el gobierno le ha tendido la mano a la oposición en todas sus tendencias. El ala moderada asiente inmediatamente y se une al deseo general de paz. Nos toca decidir a nosotros. ¿Responderemos con soberbia? ¿Perseveraremos en la fuerte confrontación en la que hemos estado envueltos? Doy fe de la solvencia y densidad de nuestro debate, pero un gusanillo de soberbia nos impidió llegar hasta las últimas consecuencias” (pp. 62-63). Y también: “…cuando ordenaron estas operaciones el MIR y el PCV no estaban jugando; estaban poniendo en marcha una guerra revolucionaria frente a la cual la otra parte reaccionó con fuerza equivalente a la desplegada por nosotros” (p. 108).

Alejado del discurso contundente de sus comparecencias con Peña y con Blanco Muñoz, de narración poco atractiva y con problemas en la exposición cronológica de los hechos, este tomo de memorias de Américo Martín se torna muchas veces superficial e insulso, con desviaciones del tema central e intentos de mostrarnos conocimientos literarios, con marcada intención reivindicadora de los aportes del sistema democrático a la vida nacional, y un afán por exaltar a figuras como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera o Jóvito Villalba, en un todo de acuerdo a los discursos de la oposición al régimen en el poder en Venezuela.

Cambios y trasvueltas que no siempre lucen elegantes. Un tono conciliador y melancólico marca este escrito, en muchos de sus pasajes francamente insustancial. Es también comprensible, en aquellas entrevistas se tenía cuarenta y cuatro años, ahora se tienen setenta y cinco. El tiempo nos cobra a todos, la palabra no siempre vence frente a esa guadaña. Estandarizados como testigos perfectos, como las principales fuentes de aquella historia, es un imperativo para la comprensión de ese proceso político-social-cultural, es decir histórico, romper con la primacía de esos testimonios ampliando la revisión de materiales.

No sé si otras generaciones de políticos venezolanos han hablado tanto al país como la de los años sesenta. Un gran corpus biblio-hemerográfico existe de ellos y del proceso que los llevó desde enfrentar a la última dictadura de viejo tipo de la Venezuela contemporánea hasta intentar derrocar el proyecto reformista democrático que la reemplazó. Han dado su recuento durante tantos años al país que ya el mismo constituye un interesante motivo de investigación, parcial y precariamente aprovechado desde los estudios históricos o la reflexión política.

A la misma intención de estas memorias de Américo Martín pertenecen otras obras de militantes de izquierda como La invasión de Cuba a Venezuela. De Machurucuto a la Revolución Bolivariana, de Antonio Sánchez García y Héctor Pérez Marcano (2007), Sangre, locura y fantasía. La guerrilla de los 60 de Antonio García Ponce (2009), Conversaciones secretas. Los primeros intentos de Cuba por acabar con la democracia en Venezuela de Rafael Elino Martínez (2013) y Una vida en la izquierda. Memorias políticas de Víctor Hugo D´Paola (2014), entre otras. Todas critican el proceso de la lucha armada venezolana −en la que los autores participaron− evidentemente reaccionando a la apropiación que el proyecto chavista hizo de esa gesta. Posición absurda, de ningún aporte para la comprensión del proceso histórico y la madurez política de este país.

Los actores políticos de ayer recomponen su historia y ven el devenir continuo, aun rechazándolo, entre aquel proceso y este. Alberto Garrido, Pedro Pablo Linárez, Pastor Heydra o Antonio Sánchez García desde la investigación militante, pero también Héctor Pérez Marcano, Rafael Elino Martínez o Domingo Alberto Rangel desde el recuento nostalgioso coinciden en señalar como punto de unión a Fidel Castro. Falta hacen los historiadores que apliquen la crítica de testimonios.

Autor de una cantidad importante de libros que vale la pena leer cronológicamente para acercarnos a la reflexión de uno de los políticos más significativos de la izquierda venezolana, entre otros: Los peces gordos (1975); El Estado soy yo (1977), América y Fidel Castro (2001), o Socialismo en el siglo XXI ¿huida en el laberinto? (2007), es lamentable que esta despedida de Américo Martín sea también la firma del acta de defunción de aquel impetuoso, contestatario y revolucionario MIR que él contribuyó a fundar y también a disolver, asunto que estas memorias no tocan.

Sin embargo, algo fundamental y altamente estimable hay que reconocer en el antiguo líder mirico: nunca eludió su responsabilidad frente a los hechos de la guerrilla venezolana. Asumió su responsabilidad -como parte de la dirigencia insurreccional- de muchos equívocos y despropósitos, improvisaciones y temeridades, terquedades y delirios. Todo eso que también fue la lucha armada de los años sesenta.

Américo Martín. La terrible década de los 60. Memorias II 1960-1970. Caracas, Editorial Libros Marcados, 2013.

17 febrero 2022.

* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Esta web usa cookies.