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#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | ¿Cuándo los venezolanos nos volvimos socialistas? (IX)

En el libro Experiencias de un candidato (1978), Héctor Mujica recuenta al país que vio. Un país que sigue siendo y explica mucho del tiempo actual

 

@YsaacLpez

«Cuanto más precisamente describas y comprendas el pasado, menos probable es que malinterpretes, vulgarices y tergiverses el presente. El narcisismo del presente es que quiere que el pasado se ajuste a sus demandas actuales. No puedes aprender las lecciones del pasado si lo reescribes a conveniencia.» Zadie Smith. (Entrevista con Andrés Seoane. El Cultural, 26 de enero 2021)

Históricamente el comunismo no tuvo gran acogida entre los venezolanos. El Partido Comunista fundado en el país en 1931 participó en sus dos primeras elecciones en 1947 y 1958.

Señala Ricardo Robledo Limón que en la primera su candidato Gustavo Machado obtuvo 40.000 votos, siendo derrotado por Rómulo Gallegos. Logró colocar a un senador y dos diputados en el Congreso. Para 1958, apoyando la candidatura no comunista de Wolfgan Larrazábal, llevó a la legislatura a 7 diputados y 2 senadores. El prestigio del exmilitar haría mayor peso que un trabajo destacado en las masas (Ricardo Robledo Limón. El movimiento estudiantil de Venezuela. De su integración a la vida política a la lucha armada, El Colegio de México, 1970).

En un destacado trabajo de investigación reciente, Gustavo Salcedo Ávila señala que el Partido Comunista emergió en 1958 como una de las organizaciones de su signo más fuertes de América Latina, con alrededor de diez a veinte mil afiliados. Sin embargo, su influencia era marginal y no tenía la presencia en los sectores populares de AD, URD o COPEI (Venezuela, campo de batalla de la Guerra Fría, Academia Nacional de la Historia-Fundación Bancaribe, 2017). 

Luego, en 1968 −después de la apuesta por la lucha armada− se daría la fachada de la Unión para Avanzar (UPA), sumando escasos votos a la propuesta del Movimiento Electoral del Pueblo y su candidato, Luis Beltrán Prieto, quien arribó cuarto en los escrutinios de aquel año. Parecería entonces una historia de minorías.

Parto de varias preguntas para entender. ¿Cuándo los venezolanos asumimos, con el mismo fervor de ser adecos y de ser copeyanos, el ser marxistas o socialistas para votar abrumadoramente por su propuesta el 6 de diciembre de 1998? ¿Cuándo se arraigaron en nosotros tales doctrinas como remedio a los males del país y mediante qué mecanismos? ¿La consecuente prédica de la izquierda nacional, el trabajo en las masas de los partidos de esa tendencia, las canciones de Alí Primera?

Para responder reviso dos libros: La izquierda venezolana y las elecciones del 73 (Un análisis político y polémico) (Caracas, Síntesis 2000, 1974), compilación de trabajos de Federico Álvarez, Manuel Caballero, Américo Martín, Demetrio Boersner, Domingo Alberto Rangel y Miguel Acosta Saignes. Un elenco destacado, diría don Elías Pino. Y El país, la izquierda y las elecciones de 1978 (Caracas, Miguel Ángel García e hijo, 1977), de Guillermo García Ponce; el “jefe de la Guerra», «Paladín de la lucha armada», «El comandante» (Agustín Blanco Muñoz, 1980, 311), quien con el tiempo trocaría en exitoso empresario de medios en la Revolución bolivariana.

Constato entonces que todas mis preguntas están erradas, pues parten de un mal supuesto: nunca hubo tal fervor por las propuestas de la izquierda vernácula en los sectores populares del país, en las masas nacionales. Nunca antes del 2002, cuando comenzó «el romance» del nuevo régimen con Cuba. Y desde 2006, cuando la dirigencia chavista se proclama ferviente creyente del socialismo del siglo XXI  .

La propuesta de 1998 de los exmilitares que habían encabezado el golpe de Estado de 1992 no era socialista.

Eso fue un revestimiento posterior. Y el país se enfundó de rojito y comenzó a tenerle cierto aprecio a los afiches del Che Guevara a partir de una hábil estrategia de engaño y autoengaño, de banalización de ideas y símbolos, desarrollada desde el nuevo poder instituido. Todo a través de la «hegemonía comunicacional». 

Así, ante la arrolladora presencia de los nuevos discursos, hasta los que fueron amamantados por sus madres con el himno de AD, o los que crecieron en una casa donde en la sala había una foto del joven Rafael Caldera, de pronto comenzaron a idolatrar a Fidel Castro, entonar las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, en fin, a proclamar el socialismo como la vía para una vida mejor. ¡Vivan las misiones, y abajo las élites!! ¡Viva la revolución, que todos somos iguales!!!

Valga tal introducción para comentar un libro simpático: Experiencias de un candidato, del periodista y narrador Héctor Mujica (Caracas, Industrias Sorocaima, 1980). Testimonio de un político perdedor, de un candidato que ha recorrido el país para patentizar sus problemas y proclamar un cambio. Pero que no fue atendido, que sus formulaciones no llegaron al pueblo elector. Es el cuento de un derrotado de siempre.

Libro de tres presentaciones, firmadas por los otros tres candidatos a las mismas elecciones, los hombres de una izquierda eternamente desunida: José Vicente Rangel, Américo Martín y Luis Beltrán Prieto Figueroa.

Rangel señala: «Héctor Mujica exalta dos cuestiones esenciales; la actividad en el seno de las masas, el diálogo permanente con los trabajadores, con los campesinos, con las amas de casa, un diálogo sostenido, de promoción del socialismo.»

Américo Martín expresa: «Y es que no es tarea fácil el socialismo. Pero Héctor, buen competidor añade: el socialismo mío es el comunista, la sociedad sin autoridades, sin burocracia, la libertad en el sentido más pleno.» Seguro. Como en la URSS, en China y en Cuba.

Por su parte, el maestro Prieto indica a Mujica: «Tus observaciones sobre los discursos de los candidatos que todo el mundo aplaude, pero no siguen, es acertada, pero conduce a serias reflexiones sobre la oratoria política: mucho programa, cifras, ejemplos que la gente no tiene interés en oír o por el contrario mucha palabra vacía que no mueve interés de nadie. Estamos en una época de eslóganes de 30 segundos en radio y en televisión, pero ni tú ni yo, que creemos en el valor educativo de la palabra, podemos renunciar a ella… Mientras los medios de comunicación sean empleados por la clase dominante para embrutecer y corromper al pueblo, verás a los marginados votando por los responsables de su situación… Por otra parte, aportamos un comportamiento y dejamos un mensaje que debe trabajar en el subconsciente del pueblo. Hay que insistir.»

La siembra del socialismo era entonces un idealismo, tarea de quijotes. 

Nadie me va a convencer de que el régimen que se hace llamar socialismo en Venezuela tiene algo que ver con gente honesta como Héctor Mujica, Gustavo Machado, Jesús Faría, Luis Beltrán Prieto Figueroa… Me dirán de Guillermo García Ponce, José Vicente Rangel, Aristóbulo Istúriz, Alí Rodríguez Araque… También pudiera nombrar yo a muchos adecos y copeyanos que han formado parte del negocio. Lo de socialismo es aquí simple retórica, adorno.  

En este libro, Experiencias de un candidato, Héctor Mujica cuenta su prueba recorriendo el país, postulado por el Partido Comunista de Venezuela a las elecciones presidenciales de 1978. Relación de concentraciones y mítines, conversaciones con gentes disimiles −del campesino del páramo merideño a la muchacha de los barrios de Caracas; de los trabajadores del campo en los llanos a los obreros de Guayana−, encuentro con el hondo pueblo venezolano.

Mujica cuenta los pormenores de su campaña. Él es un intelectual −poeta, articulista, narrador− que sabe debe recorrer el país siguiendo una fórmula consagrada que no comparte, pero que es el mecanismo para captar los votos requeridos. Sabe de antemano que su prédica va hacía un país que no puede escucharla. Mujica es un candidato anormal. Un hombre que puede verse con ironía, pero no con amargura. Aquí no hay un político resentido ante una derrota que siempre supo. Este hombre recuenta al país que vio. Entorno que quiere comprender. Un país que sigue siendo y explica mucho del tiempo actual.

Ese pueblo que en 1978 votaba por AD o COPEI es el mismo que votó en 1998 por Chávez, y lo siguió apoyando mucho más allá. El mismo ahogado en un mar de calamidades en este oscuro hoy, el que se conforma con las menudas dádivas e inventa mil resuelves.

De las muchas anécdotas que componen el libro y que vale la pena leer escojo una.

«Después de un largo recorrido por el barrio José Félix Ribas, en Petare, nos despedíamos de los vecinos en la colina más alta. Se congregaron a la puerta de un rancho de 3 por 4 metros unas treinta personas. Miré hacia el interior de la vivienda. Estaba la madre, 28 años con apariencia de medio siglo, prácticamente sin dentadura. Estaban los hijos, ocho en total, desnudos y descalzos. Y el padre y concubino, impertérrito en la lectura de una revista. Cuando hablábamos del déficit de un millón de viviendas, de 850.000 casas sin agua potable y de las 900.000 sin cloacas, el hombre −padre y concubino− se incorporó sobre el camastro, y me espetó:

–Todo eso que usted propone es muy bonito, pero a mí no me gusta el comunismo.

Y yo: ¿y por qué no te gusta el comunismo?

Y él: porque me quitan lo mío.

Yo: ¿y qué es lo tuyo? ¿Tu mujer? ¿Los muchachos? ¿El rancho y ese camastro?

Y él: bueno, ahora no tengo nada, pero ¿y si le pego a este? Y me mostró el caballo número 2 de la segunda válida del 5 y 6 de la semana siguiente.»

* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida

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