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La hipócrita persecución de Bandera Roja

¿Qué amenaza para la elite chavista puede representar una organización tan minoritaria y débil como Bandera Roja, que luce como una reliquia anacrónica?

 

@AAAD25

Desde mi adultez más temprana, he tenido un alto interés en la historia de las organizaciones de extrema izquierda en Venezuela. Sobre todo, durante los cuarenta años de democracia. En parte por un deseo de conocer de manera autónoma aquellos hechos del pasado que el chavismo usa para su propaganda y en parte también por la necesidad de entender los orígenes del mismo chavismo.

Así, me familiaricé con una retahíla de nombres y siglas: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), el Partido de la Revolución Venezolana (PRV), etc. Varios de estos entes desaparecieron y la mera mención de su nombre evoca un pasado distante, un Zeitgeist de colores psicodélicos y las voces de Memo Morales y Cheo García. Unas pocas, sin embargo, se las ingeniaron para prolongar su existencia hasta nuestros días. Bandera Roja es una de ellas.

No es precisamente el más relevante de los actores políticos contemporáneos venezolanos. Ni siquiera en el mar de partidos de la impotente oposición. Muy rara vez da de qué hablar. Por eso es tan espeluznante la oleada de detenciones de varios de sus militantes en las últimas semanas, y su subsiguiente criminalización en juicios característicamente turbios. ¿Qué amenaza para la elite chavista puede representar una organización tan minoritaria y débil, que luce más como una reliquia anacrónica que como un agente político de impacto en la Venezuela del siglo XXI?

La sensación que genera este atropello es un recordatorio de que todos somos vulnerables a abusos caprichosos, de que a todos nos puede salir un día “nuestro numerito” en este bingo macabro.

Pero los sucesos nos dicen mucho más. Nos muestran, por enésima vez, cuán ancha es la zanja que separa la propaganda chavista de la realidad. Porque básicamente lo que esa propaganda hace en cuanto a la historia, entre otras cosas por supuesto, es comparar al chavismo con la democracia que lo antecedió para presentarlo a aquel como infinitamente superior, tanto en términos de efectividad como de moral. En tal sentido, uno de los temas favoritos es el trato que los gobiernos de entonces dieron a las organizaciones clandestinas de izquierda, a las cuales glorifica por considerarlas precursoras de Hugo Chávez y sus herederos.

El chavismo no oculta de ninguna manera que muchas de ellas estaban alzadas en armas contra un orden democrático. Al contrario, lo admite y ensalza esa causa violenta. Paradójicamente, al mismo tiempo condena los esfuerzos de la democracia por defenderse, aunque es natural que todo Estado combata a quienes le declaran una guerra existencial. 

Así de retorcida es la lógica revolucionaria según la cual solo los militantes del movimiento pueden legítimamente recurrir a la violencia. Si ellos lo hacen, es virtuoso; si otros lo hacen, es condenable. Pero como eso no suena bien excepto para un fanático, al chavismo no le quedado más remedio que buscarse una alternativa para justificar su denuncia furibunda de los gobiernos de AD y Copei. Esa alternativa consiste en tachar de nauseabundamente excesiva la supresión de la izquierda insurrecta, al punto de ser igual o peor que la de las dictaduras del Cono Sur, y en identificar al emisor de la propaganda (i.e. el chavismo) como una dirección nacional mucho más tolerante y humana, incluso hacia sus adversarios “violentos”.

Como dije, esta narrativa tan burdamente maniquea fue una de las razones que me alentaron a investigar qué pasó en aquellos años. Me costaba creer, por lo que había aprendido hasta entonces sobre historia, que realmente los gobiernos del Pacto de Puntofijo hubieran sido tan desalmados (y claro, la nula credibilidad del chavismo no ayudaba). Efectivamente, lo que encontré fue algo muy distinto a la propaganda oficial. Uno de los nombres que aparecían con más frecuencia era el de Bandera Roja. Hagamos un breve repaso de sus andanzas.

Bandera Roja nació como una de las dos escisiones del MIR cuando este movimiento decidió volver a la política civil a finales de los 60. La otra fue la Liga Socialista, primera escuela de formación política para Nicolás Maduro, a propósito. Lo que marcó la ruptura fue la voluntad terca de varios miembros del MIR de proseguir con la lucha armada, a pesar de su muy evidente fracaso. A partir de entonces, Bandera Roja protagonizó varios hechos violentos en las décadas de los 70 y 80. Empezando por secuestros de empresarios prominentes, como el del banquero Enrique Dao en 1971 y el del industrial Carlos Domínguez en 1972. A Tito González Heredia, uno de sus cabecillas, se le vinculó con el rapto de William Niehous en 1976. Durante el intento de las autoridades de capturar a los responsables de esta cause célèbre, cayó abaleado.

A estas alturas del recuento, ya debería ser evidente que no hablamos de unos beatos humanistas con un complejo inocuo de rebeldía. La insistencia de sus militantes en la revolución socialista era tal, que ni la cárcel los frenaba. En 1975, Gabriel Puerta Aponte, uno de los fundadores y líder histórico de Bandera Roja, se fugó del Cuartel San Carlos junto con varios compañeros. Un segundo escape de dicha prisión que por alguna razón es menos recordado que el de Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez y Guillermo García Ponce en 1967.

En 1982, un grupo de guerrilleros del llamado Frente Américo Silva de Bandera Roja, llamado así por uno de los fundadores de la organización caído en combate diez años antes, fue atacado a mansalva por militares. El saldo fue de 23 muertos. Este hecho, conocido como la Masacre de Cantaura, es, de tantos que involucran a Bandera Roja, el que el chavismo más invoca en su propaganda, prometiendo hacer justicia. Pero su verdadera disposición a cumplir con el juramento siempre ha sido bastante dudosa, y hay un nombre que siempre nos lo recordará: Roger Cordero Lara.

Hay más. Si leyeron la edición de esta columna la semana pasada, recordarán que en ella sostuve que el Caracazo no fue planificado por logias clandestinas de extrema izquierda, pero que sí hubo militantes de entes subversivos que trataron sin éxito de convertir aquel pandemonium acéfalo en una revolución marxista. Entre ellos, miembros de Bandera Roja. Por último, el grupo estuvo involucrado en la planificación del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. Algo de verdad hay cuando el chavismo se refiere a este episodio gris como “cívico-militar”. Pudiera decirse que el componente civil, aunque subversivo, lo puso Bandera Roja.

El mito de CAP y la justicia

Justo después de este nuevo fracaso, finalmente Bandera Roja desistió de sus aspiraciones armadas y se integró a la política regular (Puerta Aponte, bajo una fachada legal llamada “Movimiento por la Democracia Popular”, fue candidato a la presidencia en 1993, quedando de décimo lugar con 0,07 % del voto). Irónicamente, cuando el chavismo llegó al poder en 1998, Bandera Roja no lo acompañó, a diferencia de otras viejas organizaciones de izquierda radical como el Partido Comunista de Venezuela. Bandera Roja nunca apoyó al chavismo como clase gobernante, llegando incluso a aliarse con los partidos de la “derecha” opositora. Todo esto sin dejar su ideología.

Imagino que ya se habrán dado cuenta de que no simpatizo con Bandera Roja, ni por su doctrina ni por su trayectoria histórica. Eso no implica que vaya a dejar de cuestionar lo que le están haciendo ahora a sus militantes.

En conclusión, el chavismo en su propaganda condena el combate a Bandera Roja cuando era una organización alzada en armas contra gobiernos electos democráticamente, y al mismo tiempo persigue a esa misma organización cuando es un partido político pacífico opuesto a un régimen no democrático.

Ya que hemos hablado bastante de la izquierda subversiva, permítaseme cerrar en esa misma atmósfera con una de las citas más repetidas de Marx, parafraseando a Hegel, la cual debe tanta reiteración a su validez sorprendentemente perdurable: la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa. En el caso de Bandera Roja, su tragedia original fue tomar la vía de la revolución armada, con sus consecuencias. La farsa es que, como Puerta Aponte en el Cuartel San Carlos, sus militantes una vez más están tras las rejas, pero por decisión de un régimen cuyo discurso oficial de izquierda revolucionaria no dista mucho de las propias tesis de Bandera Roja. Por esa disociación tan grande entre propaganda y realidad, la Venezuela actual es una fábrica hiperproductiva de ironías crueles. Nunca me canso de repetirlo.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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