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Autoritarismo político y cromático
La dinámica social que un régimen político autoritario puede desarrollar, no tiene más límites. Ahora les ha dado por hacer un colorinche de los iconos de Mérida

 

@ajmonagas

La dinámica social que un régimen político autoritario puede desarrollar, no tiene más límites que los definidos por las tropelías y petulancias de gobernantes encaprichados por imponer criterios al gusto de antojos que ordenen la ignorancia y las finanzas públicas a su cargo. Todo lo cual es decidido a desdén de criterios artísticos, culturales e idiosincráticos.

El autoritarismo, según la escritora y teórica política alemana Hannah Arendt, persigue la transformación de la naturaleza humana mediante la combinación de una estructura absolutamente totalitaria “de ideología y terror” (Orígenes del totalitarismo, 1951, Madrid, Taurus).

No obstante, la dinámica del llamado “socialismo del siglo XXI” fractura el sentido y contenido de la historia política contemporánea. Se sirve de una narrativa que distorsiona la histórica y hasta los hechos empíricos. Así se permite construir un mundo ficticio el cual provee la ilación de acontecimientos necesaria para argumentar un desarrollo histórico a conveniencia. Y busca legitimarlo mediante acciones conformes hechos seleccionados a instancia de sus intereses políticos.

Bajo tan deformada “lógica”, el autoritarismo se desarticula de realidades irrebatibles a toda vista. Esa situación le vale la arrogancia suficiente para actuar según criterios impuestos a la fuerza con el propósito de construir supuestos teóricos utilizados para validar la arbitraria toma de decisiones.

Es el caso que caracteriza al autoritarismo hegemónico venezolano. Esto hace que sus ejecutorias de gobierno se subordinen a la arbitrariedad de los actores políticos.

Un caso de patéticas consecuencias

La ciudad de Mérida es patético ejemplo de todo cuanto el mundo ficticio de la ideología socialista persigue para afianzarse tanto en su contenido, como en su “lógica” (de absurda naturaleza). Es así como el gobierno citadino, tanto regional como municipal, lesionó no solo conceptos históricos que exaltan la valentía de los próceres merideños de la independencia de Venezuela. De igual forma, abofeteó el gentilicio con la excusa de imponer lo que más inmediatamente le viene en gana a estos gobernantes chavistas. Aunque se dicen socialistas, exhiben groseras e inmoderadas apetencias de corte capitalista.

Resulta que convirtieron la ciudad de Mérida en un laboratorio de “forjamiento cromático” cuyas prácticas optaron por ensayar el cambio de imágenes de edificaciones de uso público. Dicho ejercicio burló la historia de la ciudad, sus tradiciones, el gentilicio e idiosincrasia que se corresponden con el sentimiento de merideñidad.

El régimen político regional, en confabulación con el régimen municipal, asumió la decisión de cambiar el patrón visual de la ciudad. Cuestión que hizo sin medir consecuencias, ni mediar juicios que habrían llegado a un punto de equilibrio entre apreciaciones y expectativas de distinta facturación.

Tal decisión, tomada sin consultar la opinión de investigadores universitarios, expertos académicos y la voz popular, consistió en afectar mediante un vulgar juego colorimétrico la fachada de edificios tan emblemáticos y concurridos como el Mercado Principal y la Terminal de Pasajeros de Mérida.

El impacto visual de estos cambios, con base en un repugnante juego de colores, ha sido contraproducente. Tanto a nivel de la relación cromática utilizada, como por el castigo que ello ha significado para una ciudad cuya historia habla de una urbe regida por visuales que se articulan con la geografía que domina la Sierra La Culata y la Sierra Nevada. La naturaleza coronada por el blanco de las nieves. Y el azul, color contrastante marcado por el techado celeste que irriga su calor a la ciudad de frías ventiscas.

Estos hechos, que dañan la ciudad, no reflejan otra cosa que la trastornada “lógica” revolucionaria de cultivar su fanatismo; convencidos de conseguir en la ideología del autoritarismo socialista hasta la “politización del color”. Lo que lleva a inferir que el autoritarismo no es solo político. También es cromático.

Mérida, ¿ciudad de retos?

Mérida, ¿ciudad de retos?

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