A Valentina, mi primera nieta - Runrun
Orlando Viera-Blanco Sep 20, 2022 | Actualizado hace 4 semanas
A Valentina, mi primera nieta
Y volví al futuro. Brota de mi cabeza una imagen como pompa de jabón. Es Valentina hecha mujer; consagrada y feliz, pisando por primera vez sobre la misma tierra, el país que a su madre vio nacer

 

@ovierablanco

Ha nacido Valentina, mi primera nieta. Escribiendo estas líneas aún no consigo descifrar lo que siento ni conciliar el llanto con la alegría. “Es reír de felicidad” me comenta mi escudero… Espero entonces con este texto -de bienvenida y augurio- saber qué es lo que invade profundamente mi alma y mi corazón.

Un salto a la eternidad…

Los abuelos -comenzando por mamá y papá- dicen que ser abuelo es otro nivel de querencia. Aún no lo dimensiono. Pero comienzo a sospecharlo. La llegada al mundo de un ser de tu misma raíz -pero con piso de por medio- es una sensación gloriosa. Es continuidad, es permanencia […] Tenía 25 años que no lo sentía, desde la venida al mundo de mis benjamines, los morochos.

Cada alumbramiento de un hijo es una renovación de votos de vida, una oda a la existencia. Pero ser abuelo es un salto a la eternidad. Es luz perpetua. Súbitamente desaparece el miedo a marcharse, por dejar a tus hijos indefensos. Ya sabes que, por ellos procrear, ampararán con gozo y tutela a sus críos, por lo que no necesitan un cid campeador. Le hemos cedido la armadura…

Vente que ya casi está aquí. Tocar el cielo…

[…] Quise tocarla y abrazarla, pero no me atrevía. Nunca he sido de cargar recién nacidos. Fragilidad tan grande y poderosa como el milagro de la existencia. Ahora pienso que la cargaré tanto como se descuiden sus padres. Ha venido al mundo una nueva chinita como Valeria, su mamá. Todo sucedió muy rápido. Desde la madrugada comenzaron las noticias sobre temas que no congenio: ‘contracciones, dilataciones, inducciones’ en fin. Por ser un cobarde de lo ‘clínico’ debí conciliar la belleza del alumbramiento con la ansiedad de la espera.

De pronto el mensaje: “vente ya a la clínica, porque Valentina casi está aquí. ¡Ya asomó su cabeza!”. Me quedé paralizado. ¿Podrá salir? ¿Tendrá fuerza para hacerlo? ¿Se resbalará? Siento que no sé nada de nada…En mis tiempos nadie reportaba lo que ocurría desde “pabellón” en vivo […] “Ya están los hombros…”

Y ¡otra llamada más…! Es mi hija mayor: “Valentina está aquí. Todo salió bien, papi. ¡Felicidades abuelito!”. En ese momento, me desplomo. Me detengo, me siento, suelto el teléfono, bajo la cabeza y la mirada. Impresionado e indefenso. Valeria acaba de traer al mundo a Valentina. Qué cosas tiene la vida. Lo hizo en tierra lejana y diferente a la que le vio nacer. Comenzó un leve suplicio, una sentida reflexión muy personal…

La primera imagen que vino a mi mente fue la de mi padre cuando salió del quirófano al nacer Constanza, mi primera hija. Con su autoridad característica, con lábaro de cirujano, escucho su taconeo venir. Lo veo y sonríe, lo cual fue un alivio: “Es una morenaza. Todo bien, sanita, buen tamaño y mejor pulmón. Llora como su padre” […]. Pero hoy papá no está para felicitarme, para disipar mis ansiedades. Para decirme, “hijo ya eres abuelo de otra hermosa chinita. Ahora sabrás lo que es tocar el cielo”.

Otra película

Como tela pasan por mi mente cada uno de mis hijos en el retén. Más inquietudes. Tendré que esperar distinguir a lo lejos -entre diez a lo menos -quién es Valentina. Pero me dicen que los recién nacidos ya no van a “vitrina”, que van directo a los brazos y al pecho de la madre. Sentado, solo en mi soledad, caigo en cuenta de que el tiempo pasó. No solo los minutos que ahora pierdo entre risas y llanto, sino la vida toda. Y vuelvo a mi niñez de mis abuelos: Alda, Pacho y Francisco. Pensaba de niño que jamás sería abuelo. Demasiado lejos, demasiado tiempo, demasiada espera.  

Pero el tiempo derrotó al tiempo. El lienzo sigue. Veo en ella mis propias canas, las marcas de un cuerpo más lento y ojos más gachos. Cuánto me parezco a papá y a mi abuelo. ¡Habrá sacado Valentina algo de ellos, algo de mí!… Me levanto. Miro al cielo, río, rezo y lloro. Doy gracias a los que se han ido, por enviar a este angelito, pedacito de cada uno de ellos a este mundo. Y ya no temo partir cuando lo decida Dios. He tocado el cielo. Ella está aquí…

Seré un buen abuelo. Lo prometo

Prometo ser con Valentina tan bueno, dulce y generoso como lo fueron mis abuelos conmigo y nuestros padres con mis hijos. Pero quizás como le sucedió a mi padre o a mi suegro, tampoco conoceré a mis bisnietos. No pasa nada… La alegría retorna cuando visualizo a Valentina adolescente, hermosa, radiante, cómica como su mamá, hablando perfectamente español, porque de eso nos ocuparemos los abuelos.

Me repongo de inmediato. No puedo perder un segundo. Debo ir a verla, bendecirla, contemplarla, intentar abrazarla, complacerla, mimarla, cantarle aún con mi desentonada voz… Al fin llegué. La vi de cerca. Es lo más hermoso que he visto en mi vida. Pero ¡es idéntica a mi yerno! No importa. Mi yerno es atleta. Veo detalladamente sus manitos, pies, ojos, boca y nariz. No encuentro parecido. Pero atención, sacó mi tipo de sangre (que solo la tenemos ella y yo), y ahora podrá también apellidarse Viera…

Al regresar a casa mi corazón latía compungido y emocionado. Comprendí mi deleite invadido de nostalgia. Valentina nació en un país bueno y generoso, pero también corre sangre por sus venas de pueblos muy nobles y maravillosos. Y me ocuparé que sienta a su tierra, para que bien la ame, la valore y la defienda.

Volver al futuro

De pronto otra imagen. He regresado del futuro, a otro universo. Quise revivir el momento en que nació una gran mujer, Valentina. Llegó a ser cosas muy importantes para el mundo por lo que el mundo la reconoce, le ha premiado y grabado su nombre en un nobel. Se convirtió en una gran luchadora por la paz y logró la felicidad para muchos, para Venezuela.

Quise regresar del futuro para volver a verle nacer y darle la bienvenida con prosa y melodía. Tenerla en mis brazos y recitarle coplas de amor viajero de Andrés Eloy. “Ansiosos se han emboscado en mis ojos, mis antojos, y tú también me has besado veinte veces con tus ojos”, al tiempo de cantarle un trozo de “mi vaca mariposa”, con sollozo.  

Y volví al futuro. Brota de mi cabeza una imagen como pompa de jabón. Es Valentina hecha mujer; consagrada y feliz, pisando por primera vez sobre la misma tierra, el país que a su madre vio nacer. Aún sin bisnieto lo que sí puede ver -emocionadamente- fue sonreír y llorar a la vez [a Valentina] como lo hice al nacer ella. Estas fueron tus palabras:

“Doy gracias a Dios y al destino por dejarme volver a la casa de mis abuelos. El hogar donde creció mi madre, de donde son mis tíos y bisabuelos, donde comenzó mi historia, mi amor, mi pasión, mi verdad, mi incansable lucha por la felicidad de Venezuela. Gracias, papá por haber domesticado a mamá como te lo pidió el abuelo, y por el amor con el que he crecido. Sin la pasión de un principito en su planeta, nunca este viaje “de antojos en mis ojos” hubiese sido realidad”

Al oírle hablar -con sus ojos achinados y vidriosos- le dije viéndole fijamente: “Dios te bendiga hija y gracias por albergar en tu alforja tu prosapia”.

Al rompe me respondió: “Pues extiende tus bendiciones abuelo, ¡porque serás bisabuelo! Tu bisnieta viene en camino…».

*Embajador de Venezuela en Canadá

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