Desastres naturales, la culpa no es de la naturaleza - Runrun
Desastres naturales, la culpa no es de la naturaleza
Los últimos desastres naturales soportados por venezolanos tiene que ver más con la falta de planificación que con la furia de al naturaleza

 

@ajmonagas

Una buena parte de la historia de la humanidad está perfilada por los desastres naturales. Estos no solo afectan lo material, sino también el desarrollo humano. Thomas Sowell, economista y teórico social norteamericano, refiere que en los últimos tiempos el mundo ha estado empeñado en reemplazar “(…) lo que funciona con lo que suena bien”. Por supuesto, a los oídos de los políticos, quienes escurren la responsabilidad de los efectos de los desastres con ejercicios de populismo.

Lo asombroso de todo es que esos desastres no han dejado de producirse. En realidad, ha empeorado con el cambio climático y pese a la implantación de nuevas teorías sobre sistemática, optimización y economía de riesgos. Una larga historia de catástrofes que no ha desanimado a quienes, azuzados por conveniencias políticas, se arrogan el papel de planificadores urbanos sin la menor asesoría técnica sobre morfologías de ríos, cálculos de la sedimentación posible, prevención de riesgos, etc. En Venezuela, ni siquiera se planifica.

Por tanto, la causa que explica su incidencia ha de recaer en razones como la incultura, la improvisación, el inmediatismo, la desorganización urbanística, la desobediencia a pautas formuladas por consideraciones y recomendaciones provenientes del ordenamiento del territorio.

Desde luego, el conjunto de estos problemas deriva de apremios, pesadumbres y carencias, particularmente. Aunque los mismos tienen su origen en las mediocridades que comprometen una oferta política engañosa, frívola, impensada e improvisada.

Una causalidad oculta en el populismo

Los últimos reveses soportados por venezolanos con viviendas ubicadas en zonas de alto riesgo tienen como escenario un paisaje natural reactivo a los abusos y excesos cometidos por los asentamientos por el uso de territorios inadecuados en términos de la perspectiva de un desarrollo habitacional, industrial y comercial que sobrepasa y satura capacidades físicas de todo orden y magnitud.

Por las razones arriba aludidas y otras que implican el nivel educativo y de información sobre riesgos latentes, puede inferirse lo siguiente: el venezolano promedio ha demostrado una conducta de indiferencia ante distintos peligros anunciados como de riesgo inmanente. A pesar del esfuerzo por hacer que sean identificados como tales, no son entendidos, concienciados o internalizados. La vivacidad del venezolano, o la presunción de “saberlo todo”, ha sido una causa que lo ha llevado a desafiar situaciones para las cuales no dispone del conocimiento sistemático mediante el cual podría evitarlas.

Su conducta cotidiana, deja ver trazas de inconsciencia frente a situaciones azarosas. De esa forma, tiende a buscar pretextos que consigue justificar en la pobreza que caracteriza su entorno de vida. Se sirve de cualquier argumento para sobrevivir. Aun cuando en el fondo reconoce que omitir tales peligros representa una mentira “piadosa”.

Construir una vivienda, una urbanización o cualquier edificación en lo que fue una cañada, aunque seca por el tiempo, o al borde de una viva quebrada o cauce, significa no medir el peligro que en todo momento acecha. Ese venezolano que así procede, desconoce que algún día la naturaleza buscará recobrar sus cursos de agua. Aunque tarde años. Y ahí, precisamente, sobrevendrá una tragedia. Quizás, de impredecible respuesta.

Indiscutiblemente, esto evidencia un absurdo desafío en el que la gente las lleva todas a perder. Esto implica un desastre. Ojalá, estas líneas inciten a deducir la razón de muchos de los desastres que han acontecido recientemente.

Especialmente, en lugares donde la intemperancia de las aguas somete la orografía del paisaje a su poderosa fuerza. Situaciones así llevan implícito el desastre. Así que cuando se tienen realidades que lucen excedidas por el factor humano, cabe decir que ante alguna calamidad que intempestivamente surja alrededor de ocupaciones improvisadas, la culpa no es de la naturaleza.

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