¿Cuál oposición? - Runrun
Armando Martini Pietri Nov 10, 2022 | Actualizado hace 2 meses
¿Cuál oposición?
Veintitrés años después, la frustrada oposición permanece, se mantiene sobre sus errores y falsedades

 

La tragedia de la oposición debe ser de profunda y reflexiva investigación. ¿Por qué no se ha podido desafiar el sistema castro-comunista que domina con fiereza a la mayoría en Venezuela? En diciembre 2015 se obtuvo una victoria aplastante, obteniendo dos tercios de los escaños de la Asamblea Nacional. Este capital político luego se malversó sin explicación, respeto ni rendición de cuentas, defraudando a una nación que confió y abrigó esperanzas.

Desde entonces, la opinión pública positiva a favor del oficialismo, rara vez alcanza el 30 %. Ya la creciente pobreza afecta al 90 % de la población. La falta de medicinas, tratamiento de enfermedades, desnutrición y hambre aqueja a los más vulnerables. El país se ahoga en una crisis aterradora y el régimen ha incumplido sus deudas internacionales.

Hablar de una primaria presidencial controlada, supervisada por el socialismo del siglo XXI, es una tontería. Forma parte de la tramoya. Elegir bajo el control del ciudadano y legitimar una nueva dirección política es lo correcto para los venezolanos

¿Votar cuando lo decida el castrismo? Es una pregunta cuya respuesta política suele generar más confusión. ¿Quién y qué es la oposición actual? Una camada ilegítima de políticos de oficio, politiqueros espurios que, aparte de lucir fracasos, no han logrado innovar. Veintitrés años después, la frustrada oposición permanece, se mantiene sobre sus errores y falsedades. Dirigentes que han envejecido en posiciones cupulares formando jóvenes que han aprendido truculencias e hipocresías, es decir, el poder como beneficio en vez de como misión.

Venezuela entrampada

La posición de la Venezuela del siglo XXI es terrible, víctima de dos tramperos. El de la corrupción e incompetencia oficialista con exiliados y presos políticos, y el de la descomposición e impericia opositora. El ciudadano está en el medio, angustiado y con pocas salidas. El heredero promete maravillas que no aplicará, quedarán en palabras. Se disfraza de militar, como si casaca y gorra bastaran para guiar la institución que abandonó el prestigio y respeto por ser guardián cómplice de represión y corruptelas.  

Aunque solo sea por querer permanecer, el tirano mantiene una ilusión de mejoría. Sin importar lo que piensen, está allí, y se propone seguir con la ayuda del partido, armas y una oposición que ha arruinado lo grande, mediano, pequeño y retorcido que se ha propuesto. Desde la decadencia torpe del bipartidismo que llevaron al castrochavismo al poder, junto a políticos, empresarios y medios de comunicación que estultos se confiaron en que cogobernarían. Sin embargo, Chávez, mal gobernante lleno de ignorancia, ambiciones y resentimientos, se obnubiló ante el veterano seductor, ávido de petróleo y dólares para paliar las miserias insulares.

Los que fracasaron en aquellos tiempos, excepto los fallecidos, continúan obstinados, ofreciendo democracia solo con su triunfo electoral. Charlatanes que no han innovado porque no han aprendido. El vacío les brota, la necedad fluye por sus palabras. No hay quien pueda explicar, con sinceridad y pruebas, de qué vive, con qué paga las arepas del desayuno, mientras las masas a quienes piden votos y fe, mueren de hambre.

Infelicidad e indigencia es muestra palpable de que nada se ha hecho excepto enriquecer a los vagabundos oficialistas, y a una oposición verdulera que subsiste y pulula por los alrededores, evidenciando que si acaso llegaran a conquistar el poder -por soñar algo- el país seguirá igual.

El régimen y la oposición son dos caras del mismo hundimiento y la misma desesperanza.

Alguien especuló sobre, no solo contar el número de votos, sino también el peso y valor de cada uno. Los reflexivos e informados deberían contarse más que los frívolos e instintivos. De esa manera, el comunismo asesino, el politiquero populista y el socialismo empobrecedor nunca habrían ganado.

Lo ideal en cualquier proceso electoral ciudadano es la honorabilidad de que los votos se emitan solo después de pensarlo mucho y reflexionar lo suficiente. No es pecaminoso desear que la calidad de cada voto sea alta, pero cada vez se escucha «¡vota!» o “si no votas eres traidor, apátrida” y esas pendejadas manipuladoras que indican coacción e imposición. Se invoca orondo que sufragar es un derecho y deber; ciertamente lo es, está consagrado en la Constitución, pero también es deber interesarnos con seriedad y mesura en nuestro país, ser parte de una ciudadanía conocedora y pensativa, para luego ejercer el sufragio.

El deber ciudadano como votante es ser responsable y tener compromiso. A quien no le importe, que sea honesto y lo admita, trate de convertirse en un mejor ciudadano y vote la próxima vez.

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