¿Venezuela odia a sus académicos? - Runrun
Alejandro Armas Dic 09, 2022 | Actualizado hace 2 meses
¿Venezuela odia a sus académicos?
Algunos académicos subestiman la naturaleza autoritaria de la elite gobernante e identifican el diálogo con el chavismo como un fin en sí mismo, el típico cúmulo de posturas del buenismo opositor

 

@AAAD25

El desprecio al trabajo intelectual no es nada nuevo bajo el sol. Desde los albores de la vida civilizada, el poder institucionalizado ha perseguido a quienes se dedican a la reflexión y al estudio. Sócrates y Galileo son ejemplos que vienen con facilidad a la mente. En la Camboya tiranizada por los jemeres rojos, solo usar lentes, parte del estereotipo físico del intelectual, hacía a alguien sospechoso de “pensar demasiado” y de ser, por lo tanto, un “contrarrevolucionario” del que hay que deshacerse.

Pero mientras que otros idearios reaccionaron específicamente en contra del pensamiento adverso y cosecharon el favorable (sea el de Pedro Manuel Arcaya y José Gil Fortoul en la Venezuela gomecista o el de György Lukács en la Hungría estalinista), el fascismo hizo del mismísimo hábito intelectual un blanco expreso de su furia. Ello muy a pesar de que, como toda ideología política, el fascismo tiene sus raíces en postulados filosóficos: los de Giovanni Gentile y autores similares (“quien rechaza la filosofía, profesa también una filosofía, pero sin ser consciente de ella”, sentenció Karl Jaspers). Así pues, para el fascismo, el intelectual es un ser prescindible, inútil y no apto para contribuir con los objetivos del Estado-nación. En su lugar exalta la acción física y de consecuencias materiales, tanto constructivas como destructivas. El ciudadano ideal fascista es un trabajador manual o un soldado. De ahí la exaltación de la maquinaria industrial y de la violencia bélica, así como el llamado a eliminar bibliotecas, en los escritos panfletarios de Filippo Tommaso Marinetti que tanto influyeron en el fascismo.

Hoy, este repudio inherente a los intelectuales tiene una manifestación en movimientos no necesariamente fascistas, pero sí alineados con el conservadurismo populista que encarnan personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Giorgia Meloni. Es una especie de demagogia epistemológica que rechaza la formación y la experticia académicas, a las que aspira a reemplazar por una pretendida sabiduría popular disfrazada de sentido común. Lo vimos claramente en la reacción contra las medidas de prevención del covid-19. Y, en una suerte de proyección freudiana, los feligreses de esta iglesia sostienen que todo el conocimiento emanado de las elites académicas está contaminado por una ideología “progre”. Razón no les falta en cuanto a algunos casos de investigación científica marcada por el activismo y la militancia. Pero en general, el antiintelectualismo contemporáneo sigue siendo una tendencia irracional.

¿A qué viene todo esto? Bueno, he notado que algunos académicos venezolanos se quejan de estar padeciendo algo similar. Politólogos, sociólogos, etc. denuncian que personas sin luces en estas disciplinas pretenden no solo refutarlos sin fundamento alguno en la respectiva materia, sino además denigrar de ellos y caracterizarlos como ineptos. Todo esto en redes sociales, el espacio donde todo el mundo puede interactuar sin las barreras de la distancia física o la jerarquía profesional. La cuita a veces viene aliñada con señalamientos de que la sociedad venezolana, por una reacción maniquea a la izquierda chavista, se ha movido hacia la derecha ultraconservadora. Entonces, la consecuencia sería que incontables venezolanos están en contra de la excelencia académica y ven a quienes la alcanzaron como seres indignos de confianza y estima. Como usuario de Twitter muy activo, puedo dar fe de que el hostigamiento es real y, por lo tanto, condenable por cualquier persona decente. Lo que no creo es que la explicación del fenómeno sea la correcta.

Para empezar, no veo indicios del supuesto giro a la derecha en la sociedad. No veo razones para asumir que el venezolano promedio ahora es como el votante de Vox en España o el del ala trumpista del Partido Republicano en Estados Unidos. La despolitización de las masas más bien arroja un ciudadano desinteresado en diatribas políticas, concentrado más bien en sobrevivir o, si cuenta con los recursos, prosperar en sus actividades privadas.

Las redes sociales son lugares donde los pocos que siguen interesados en la política venezolana se encuentran e interactúan. Twitter, sobre todo. Una plataforma que ni 10 % de la población usa, y cuya representatividad de la opinión pública en pleno se ve deformada por miles de bots. De manera que lo que se ve en ella a duras penas es un reflejo de cómo piensa la sociedad en general.

Tampoco creo que ahora una mayoría de venezolanos les tenga tirria a los académicos. No en un país donde, con la masificación de los estudios universitarios en los años 60 del siglo pasado, el diploma se volvió un vehículo para la obtención de empleos con buena paga y, ergo, el ascenso social. Eso ya no es así, claro. La crisis económica desatada por el chavismo pulverizó los salarios de la clase media profesional. Pero me atrevería a decir que queda mucho de la cultura de respeto, e incluso de reverencia, a la formación académica. Venezuela sigue siendo un país donde “doctor” es una forma respetuosa de llamar a alguien tenido por muy educado.

¿Qué sucede realmente, entonces? Lo que yo sí veo es que algunos académicos venezolanos en ciencias sociales y humanidades, a pesar de su innegable mérito en sus respectivas cátedras, tienden a insistir en planteamientos sobre la tragedia política venezolana que, si alguna vez fue razonable ponerlos a prueba, hoy son inequívocamente caducos. Planteamientos que suelen apuntar hacia la subestimación de la naturaleza autoritaria de la elite gobernante (aunque sin desconocerla del todo), a incurrir en el fetichismo electoral, a identificar el diálogo con el chavismo como un fin en sí mismo en vez de un posible medio para alcanzar los cambios que al país le urgen y a rechazar las medidas que visiblemente más perturban al régimen, como las protestas de calle y las sanciones internacionales. En resumen, el típico cúmulo de posturas del buenismo opositor.

A veces, cuando se les cuestiona sobre la viabilidad de sus propuestas, remiten a bibliografía especializada que según ellos les da la razón. Y si se les dice a su vez que, al menos en este caso, aquellas teorías no están en sintonía con una realidad empírica que todos pueden apreciar, se ofenden y desechan la observación alegando que viene de personas que no deberían opinar al respecto por falta de experticia. He llegado incluso a ver el siguiente razonamiento absurdo para desestimar críticas: “Los académicos solo pueden ser juzgados por sus pares en revistas arbitradas”.

Como si Twitter fuera una publicación para consumo exclusivo de personal de decanato. Como si unos tuits cuyo propósito obvio es influir en la opinión pública fueran lo mismo que un paper. Soy el primero en defender la noción de que, en la política, como en todo, hay opiniones mejor fundamentadas que otras. Pero si, fuera de las aulas y de los pasillos de facultad, no hay igualdad de oportunidades para influir en la opinión pública, pues entonces se empobrece la calidad democrática de la sociedad. Si los académicos en ciencias sociales pueden dictar acciones políticas que potencialmente nos afectan a todos, sin que los demás tengan derecho a cuestionarlos, pues nos estaríamos yendo hacia algo parecido a la aristocracia filosófica de la república platónica.

¿Realmente debería extrañarnos que la gente encuentre soberbia semejante actitud de algunos académicos? Más allá de la crítica libre de ofensas, el acoso dentro y fuera de redes sociales es injustificable. Pero la prepotencia y la falta de disposición a reconocer errores, o hasta la mera posibilidad de cometerlos, no ayuda en absoluto. Tiene además consecuencias indeseables.

Si la gente ve que las elites intelectuales chocan con la misma piedra una y otra vez, pues se buscan otros referentes.

A veces los encuentran en mediocres, farsantes e impostores que les venden soluciones fantásticas e irrealizables… Pero partiendo de una premisa que sí es correcta. A saber, que el chavismo no aceptará ceder ni un ápice del poder, y seguirá haciendo lo que le da la gana con el país y su gente, si no se le presiona con acciones que dificulten el ejercicio de ese poder y el goce de los beneficios asociados. De manera que una oposición que se limita a votar en elecciones injustas y a dialogar sin ejercer al mismo tiempo presión sobre la elite gobernante jamás cumplirá sus objetivos.

Siempre habrá chiflados y charlatanes queriendo pontificar sus necedades y llevarse por delante a quien les lleve la contraria, aunque sea con argumentos irrebatibles. Las redes sociales están llenas de ellos. Pero si las personas que sí han estudiado los fenómenos de interés público se olvidan de su falibilidad humana y pretenden erigirse en jueces inapelables en la materia, incluso cuando hay una evidencia contraria que no requiere altos estudios para ser vista, pues eso solo da aliento a los profetas improvisados.

El fracaso de la estrategia antisistema de la dirigencia opositora hoy actúa como estímulo al regreso del buenismo. Pero ese es un razonamiento tramposo. Un fracaso no reivindica otro fracaso. Espero entonces que todos los que quieran el bien de Venezuela acepten que no es momento de volver a lo que no sirve, sino de ser creativos con los próximos pasos que podemos dar. En eso vaya que el intelecto y la formación académica pueden hacer aportes.

El límite del rebote

El límite del rebote

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