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Opinión

La ilusión que desilusiona

La ilusión que desilusiona, por Armando Martini
Armando Martini Pietri
15/05/2024
Cuando la línea entre ilusión y realidad se difumina, el riesgo de tropezar con el desencanto es inevitable.

@ArmandoMartini

La ilusión, es una fuerza poderosa que impulsa sueños, anhelos y esperanzas, pero es una espada de doble filo que, al clavarse en la realidad, nos deja con un sabor amargo de desilusión. En su afán por alcanzar lo anhelado, el ser humano idealiza escenarios y expectativas, creando una burbuja que, al estallar, conduce a un profundo desengaño. En este bailoteo reside la complejidad de la experiencia humana.

La interpretación errónea del estímulo externo es un componente esencial de la vida que permite ver más allá de lo inmediato, soñar con un mañana mejor, motiva a perseguir metas ambiciosas, encontrar la estimulación para seguir adelante y energía contagiosa que impulsa actuar. Sin ella, la existencia se tornaría gris y monótona, carente de esa propulsión que hace levantarnos cada día con la frente en alto.

Cuando las expectativas no se ajustan al contexto, alimentadas por un espejismo desmedido, chocan con la cruda realidad, se estrellan contra el muro de la crudeza y el desencanto invade. Como un castillo de naipes que se derrumba, dejando tras de sí un rastro de tristeza, frustración y, en ocasiones, hasta cinismo. Experiencia, si bien dolorosa, es un aprendizaje invaluable si se sabe afrontar con madurez.

La clave para evitar que la ilusión se convierta en desilusión es diferenciar entre los sueños posibles y aquellos que solo existen en la imaginación. Es necesario ser realistas, estar conscientes que la vía hacia el éxito está plagada de obstáculos y no siempre se alcanza lo deseado. Cuando la línea entre ilusión y realidad se difumina, el riesgo de tropezar con el desencanto es inevitable.

No obstante, la desilusión no es el final del camino, ni significa renunciar a la ilusión.  Al contrario, se trata de transformarla en potencia impulsora, oportunidad para crecer y aprender. Cada tropiezo enseña algo nuevo sobre nosotros y el mundo que nos rodea. Lo importante es no rendirse, no dejar que el miedo al fracaso nos paralice y seguir adelante, debe ser la luz que nos guía, no la bruma que nos desvía del camino.

En definitiva, ilusión y desilusión son dos caras de la misma moneda. Ambas forman parte del hábito y vivencia que enseñan lecciones valiosas; un regalo preciado que permite fantasear y aspirar a grandes cosas. La clave es manejarla con sabiduría y proporción entre ambas.

Idealizar con entusiasmo, pero con los pies en la tierra, perseguir metas con determinación y pasión, pero reflexivos de las dificultades que entrañan, para no convertirla en fuente de desaliento. Cultivando una relación saludable con la ilusión, podemos evolucionar en un impulso vigoroso hacia el éxito, sin perder de vista la realidad del entorno y el camino que recorremos. Es solo, así como disfrutaremos de la vida en toda su plenitud, aceptando tanto los momentos de alegría como los de tristeza, y aprendiendo de cada uno de ellos.

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