La tiranía se equivoca
La sociedad clama libertad, democracia, educación, salud y respeto a los derechos humanos contra un absolutismo envejecido en el deshonor
En el libro El arte de la guerra se señala que distracción, engaño y confusión son herramientas para vencer al enemigo sin librar batalla. La verdad y picardía dan miedo en momentos confusos. Sin embargo, todo indica –aunque se empeñen en negarlo– que el régimen opresor castrista, y los recogelatas políticos que le acompañan, implosiona, van en estampida desesperada, confusos y aturdidos; dan palos de ciego, manotazos de quien se ahoga sin esperanza ni posibilidad.
El oficialismo está en decadencia, en vías de extinción, mientras el continuismo engorda con la subordinación castrista. La guerra interna, silenciosa, comenzó a exteriorizarse. Detener a plena luz del día, cerrar locales de comida y posadas –que recuerdan a los nazis–, poner alcabalas para obstaculizar el paso, etcétera, es tan tonto, necio y torpe, como acusar a la decencia del desmedido crecimiento y audacia de la delincuencia organizada, ya no solo en los cinturones populares, sino en amplias zonas del país.
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Venezuela saturada de iniquidad, acorralada de vergüenza, asediada por el hambre y enfermedad, sitiada por la inseguridad y delincuencia, harta de corrupción, cansada de represión e incompetencia; y el oficialismo mostrenco, lerdo, en vez de solventar dificultades, las aviva, exacerba e intensifica.
Han disipado la legitimidad, no solo de origen sino en el desempeño. Los ciudadanos, a cara descubierta y furia empuñada, defendieron a quien de la irrelevancia vuelve a ser figura de importancia, gracias a la torpeza oficialista, la ciudadanía.
Sociedad contra tiranía
La sociedad clama independencia, reclama libertad, democracia, educación, salud y respeto a los derechos humanos contra un absolutismo envejecido en el deshonor, la injusticia e ignominia. Una ciudadanía fortalecida en el empeño y la firmeza, tanto como la persistencia de sus demandas, enriquece la voluntad de los que exigen república y emancipación. Un trabajo de filigrana, etéreo y casi imperceptible.
Embestir a la fuerza en plena vía pública, confiscar vehículos, curiaras, motores fuera de borda, equipos de sonido, motos y pancartas. No conforme con ello, secuestrar a inocentes y, encima, hacerlo en las narices del mundo internacional y sus invitados que evalúan la realidad electoral que, por cierto, está basada en la violencia, coerción, represión y fraude. En un tiempo unificado instantáneamente por las redes sociales es mucho más que un error, es una demostración evidente de que a la ciudadanía le asiste la razón cuando denuncia al castro-comunismo como tiranía injusta, espuria y embustera.
¿Con qué argumentos siquiera reducidamente creíbles van a imputar traición a la patria? Hasta un excelso y egregio colaboracionista nacido en Puebla de Segur (provincia de Lérida), tendrá que tragarse sus alegatos en defensa del castrismo. Difícil, muy poco probable que los europeos, celosos de la ley, demócratas y defensores a carta cabal de los derechos humanos, toleren semejante aspereza.
Distorsionar para desviarnos del sendero de la comprensión y el libre pensamiento es un ardid, artimaña que busca servidumbre y desesperanza. ¿Qué se puede dialogar, que no sea el cese de abusos, corrupción y violaciones de los derechos humanos?
Cuando una sociedad seria concientice con claridad el inevitable compromiso por liberar una nación tiranizada, los ciudadanos serán mucho más cuidadosos en elegir a quién otorgarán su voto, porque las consecuencias, y lo que permitan, tendrán que revertirlas ellos mismos.
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