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Opinión

El “atajo” de la desesperación

El “atajo” de la desesperación, por Antonio José Monagas
Antonio José Monagas
07/09/2024
En su desesperación, provocada por las crisis que genera y ante las cuales se ve perdido, el autócrata busca justificar el caos

@ajmonagas

No siempre la desesperación se mide con la regla de la incertidumbre. Hay momentos en que se calibra con otras medidas. Por ejemplo, la que determina el valor. Entre ambas situaciones, no solo pueden apreciarse diferencias, sino también causas comunes que hacen entrever en la desesperación emociones que se desbordan. A menudo son reacciones impulsivas, otras veces son reflexivas.

Lo que sí es absolutamente cierto y demostrable, es que la desesperación apuesta a encarar retos, los cuales pueden intentar resolver un conflicto de mayúsculo tamaño. Es decir, un problema cuya envergadura puede arrasar u obstruir un proyecto personal o colectivo. Incluso, una esperanza cultivada alrededor de la necesidad legítima de resolver alguna complicación, de superar alguna insuficiencia advertida o contrariedad exteriorizada.

En el estruendo de la política

No hay duda de que la desesperación se manifiesta de distintas maneras. Pero en el ámbito del ejercicio de la política, es otra cosa. De hecho, el problema es diferente del que caracteriza la vida personal, por cuanto en la praxis política la desesperación no siempre arremete de igual forma. La historia política contemporánea describe tantos testimonios como realidades dan cuenta de la infinitud de casos que configuran sus distintas reacciones.

En los confines de la política, la desesperación actúa con entera inmunidad. Particularmente, cuando la desesperanza cierra las posibilidades de recuperar el arsenal de respuestas que depara el poder de cuanto gobernante envalentonado se ve embestido y aprehendido por la desesperación.

Es por tan cruda causa que, en los discursos o declaratorias de gobernantes en las autocracias, autoritarismos y totalitarismos, cuando en sus paroxismos cunde la desesperación, sus arengas se plagan de alusiones al hundimiento de las formalidades que animan la funcionalidad política. Asimismo, de las posturas que adversan las tendencias dictatoriales o tiránicas de esos gobernantes.

Justo en torno a las insinuaciones proferidas, casi siempre cargadas con frases de irrespeto y crecidas intimidaciones que rayan en inventados delitos políticos, además vacíos de toda razón jurídica, la desesperación se convierte en mecanismo de incriminación o acusación. Exactamente, a quienes se han atrevido a exponer alguna opinión que ponga al descubierto algún acto de corrupción o delito de lesa humanidad que implique a gobernantes y personajes comprometidos con el gobierno. Los gobernantes, embutidos en la desesperación, inculpan a sus adversarios del sufrimiento que padece la mayoría.

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A quienes por su condición de opositores han expresado opiniones en contrario, son señalados y responsabilizados de los desastres sufridos. En su desesperación, provocada por las crisis que generan y ante las cuales se ven perdidos, estos gobernantes buscan justificar el caos con excusas que van desde una guerra económica-cultural-política, hasta tramar cualquier artificio o evento insensato que, a juicio propio, acomode las realidades a exigencias y patrañas que puedan lucir “convincentes” ante la población.

La ruta del “atajo”

En el contexto de toda praxis política que sobrevenga en caos, la desesperación, como toda desesperanza, encuentra rutas de escape. Pero, generalmente, terminan sin la coartada necesaria para excusarse o para hallar el refugio necesario o de salvamento. Aunque, casi siempre, resulta imposible verificar dichas coartadas, dado los errores cometidos en el curso de las tantas mentiras argüidas.

Así acontecen tales crisis, Y peor aún, dado que en el fragor que incita la desesperación se fomenta el odio y la cizaña, sentimientos estos que complican las situaciones en curso por la desesperación que domina a los gobernantes salpicados por los aludidos problemas.

Es lo que popularmente, se denomina “atajo”. O sea, la senda por cuyo tránsito se acorta, abrevia o disminuye el tiempo de recorrido. Es así como en política llega a hablarse de “atajo”. Un tanto para significar la posibilidad de apresurar la confabulación o intriga que busca maquinarse para aligerar los planes urdidos.

En conclusión

En la praxis política, cuando se trata de ganar “una guerra”, se hace uso de todos los recursos posibles que garanticen los resultados calculados. Y la desesperación, por la intensidad de las crisis que envuelven las pretensiones del gobernante, se dispone a surcar los atajos que, en la “urgencia” de la situación, aproximen al gobernante a sitiales donde el poder intente perseverar.

Es ahí cuando los discursos políticos, avivados por la desesperación, niegan la complejidad de la realidad. Por eso, presumen enfrentar retos que el camino detenta en virtud de los difíciles nudos que las verdades forjan. Por supuesto, ello con el fin de despejar los desbarajustes que va dejando la desesperación en su travesía. Más aun, cuando decide tomar la ruta del atajo previsto. Específicamente, el que califican como el “atajo” de la desesperación.

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