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Opinión

¿Capitular es inmoral?

¿Capitular es inmoral?, por Armando Martini P.
Armando Martini Pietri
26/09/2024
No es la rendición en sí lo que se juzga, sino lo que se abandona y por qué

@ArmandoMartini

La capitulación, entendida como rendición o sometimiento en un conflicto, ha sido tema recurrente en la historia, desde los enfrentamientos bélicos hasta las disputas personales o políticas. La pregunta sobre su moralidad exige un análisis riguroso que combina consideraciones prácticas, éticas, jurídicas, y lleva a reflexionar más allá del derecho, adentrándose en la filosofía. En su esencia, entregarse implica conceder ante una fuerza superior o situación inevitable.

En el ámbito jurídico, rendirse no es, en principio, inmoral. El derecho internacional –Convención de Ginebra y otros tratados– admite y permite el convenio, cese de hostilidades o aceptación de un acuerdo desfavorable, para evitar sufrimientos mayores, proteger vidas y prevenir desastres como genocidios o destrucciones innecesarias. En estos casos, la rendición no se considera una derrota indecorosa, sino una decisión prudente, legal, que antepone el bienestar humano al orgullo y la honra militar.

¿Es entonces capitular éticamente censurable? No existe respuesta única, sencilla ni universal. Depende del contexto, razones que la motiven y consecuencias que se deriven. La rectitud y bondad de una acción no se mide solo por su legalidad, sino por intenciones y derivaciones. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, destaca la virtud como justo medio entre extremos, sugiriendo que doblegarse, en ocasiones, refleja sabiduría y templanza. Persistir en una lucha fútil, cuando la derrota es inevitable, no solo prolonga el sufrimiento, pone en riesgo la vida de los involucrados y perpetúa la ruina causando mayores perjuicios. En tales circunstancias, someterse es un acto de responsabilidad ética, no de debilidad.

Sin embargo, no todas las formas de rendición son justificables. Existe una diferencia sutil entre claudicar por prudencia y hacerlo por cobardía o falta de integridad. Cuando la capitulación sacrifica principios fundamentales por conveniencia política o personal, paz momentánea o comodidad temporal, se considera un acto indecente. Si un líder se somete ante la presión de poderes externos, comprometiendo los derechos de su pueblo y las libertades ciudadanas que juró proteger, su acción es una traición a la justicia y deshonesta al bien común. Asimismo, entregar ante la opresión o injusticia sin luchar por lo legítimo puede considerarse una falta sórdida, mezquina. Sin duda, impúdica, obscena, ofrendando lo correcto por lo conveniente.

En la esfera personal, transigir en asuntos que tocan la dignidad –como ceder ante la vejación, subyugación, discriminación o violencia– puede ser visto como una falta si se renuncia a luchar por lo legal y razonable. La resistencia no solo es un derecho, también un deber ético. No obstante, ante una situación fuera de control, puede ser el primer paso hacia el crecimiento y aceptación. Capitular no sería una derrota moral, sino una decisión basada en la compasión y la razón.

Capitular no siempre es señal de raquitismo temeroso. A veces, reconocer la derrota o la imposibilidad de continuar luchando es un acto de humildad y autoconsciencia. La historia ofrece numerosos ejemplos de figuras que, al retirarse a tiempo, evitaron catástrofes y conservaron su honor. John Stuart Mill, defensor del utilitarismo, sostiene que, si la rendición beneficia al mayor número de personas, no solo es hombría de bien y entereza permisible, sino de rectitud deseable. Un ejercicio virtuoso de honestidad y consciencia de sí mismo.

La inmoralidad de convenir depende del contexto y motivo detrás de la decisión. Puede ser un acto de cobardía o una acción prudente, ética y legalmente justificada. No es la rendición en sí lo que se juzga, sino lo que se abandona y por qué. A veces, replegarse es un acto de valor; en otras, concesión inmoral. La clave está en discernir cuándo acatar es lo correcto. Por lo tanto, más que una respuesta definitiva, no ignoremos la complejidad de la pregunta.

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