La revolución del 45. Auge y caída
Una sociedad huérfana de redención civilista y ataviada de sable. Todavía no zanjamos ese mar de fondo que trató de sanar el 18 de Octubre de 1945

La Junta Revolucionaria de Gobierno fue derrocada el 24/11/1948. Pérez Jiménez apoyado por Delgado Chalbaud –quien contaba con menos apoyo en las FF. AA. (asesinado en 1950) – disuelve el Congreso y suspende la Constitución de 1947. Continuaba una era de “sable, revólver y peinilla”, divorciada de una civilidad que no volvimos a ver desde los tiempos de Soublette, Vargas y Páez hasta la constitución de 1961 y perdimos con la constituyente irrita de 1998 y la Constitución bolivariana de 1999.
En esta II parte de la Revolución del 18 de Octubre de 1945, veremos cómo una impronta de republicanos –entre adecos y antiadecos [medinistas, copeyanos, uredistas, comunistas]– carean oficiales ambiciosos, todo lo cual aterriza en el decenio de Pérez Jiménez y, más tarde, en el nacimiento [1958] y muerte [1998] de la democracia.
De la Junta Revolucionaria [1945] al derrocamiento de Gallegos [1948]
En sus primeros meses de actividad la Junta Revolucionaria de Gobierno [JRG] creó el Ministerio de Comunicaciones, la Escuela Náutica y un fondo [diez millones de Bs.] para establecer la Marina Mercante Nacional. Estableció la Corporación Venezolana de Fomento (mayo 1946) y la Flota Mercante Gran Colombia, en sociedad con Colombia y Ecuador. Rebajó los alquileres de los inmuebles y de los pasajes aéreos nacionales; decretó la reapertura de la Universidad del Zulia (clausurada desde 1904); reorganizó la policía creando la Seguridad Nacional (agosto 1946) y fijó la fecha del 27/10/1946 para la elección de los representantes a la Asamblea Nacional Constituyente [Constitución de 1947]. Trataba de emerger un Estado moderno, de Estado-hacienda a Estado-democrático.
Nos recuerda Jorge Olavarria [discurso del 5/7/99]: “La Constitución de 1947 fue la primera que consignó lo que puede llamarse la doctrina militar del Estado democrático. Esa doctrina –paradójicamente– fue inspirada y colocada en esa Constitución por los oficiales que derrocaron a Medina Angarita, por especial influencia de la mentalidad del entonces ministro de la Defensa, teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, quien, en 1946, expresó públicamente su convicción de que las FF. AA. venezolanas debían ser obedientes, no deliberantes, apolíticas, institucionales y profesionales”. Todo ello quedaría consolidado por la Constitución de 1961 y liquidado en la Constitución de 1999.
Pertinente mencionar el decreto número 321 de la JRG [1946], acerca de las «Calificaciones, promociones y exámenes en educación primaria, secundaria y normal». Pretendía lograr un mayor control del Estado en materia educativa [Estado-docente], lo que provocó un acalorado enfrentamiento con los defensores de la educación privada, particularmente los colegios religiosos. Manifestaciones y huelgas obligaron a la JRG a suspender la aplicación del «321». Algo así como el decreto 1011 de Hugo Chávez [supervisores itinerantes], que inspiró el movimiento “con mis hijos no te metas”.
A pesar de ello, las elecciones para la Asamblea Constituyente arrojaron una mayoría del 78,43 % de los votos a favor de Acción Democrática [AD], lo cual avivó el temor de una Venezuela encaminada hacia un régimen de partido único a la mexicana. Justo destacar el control férreo de AD sobre el movimiento sindical en detrimento del Partido Comunista.
La Asamblea Constituyente se reunió el 17/12/1946. Ratificó el gobierno de la junta, aprobó su gestión político-administrativa y sancionó una nueva Constitución nacional. Clausura sesiones después de encendidos debates, mientras se abría un nuevo proceso para elegir al presidente de la república, los cuerpos deliberantes y los concejos municipales. El 14/12/1947 resultó electo presidente el novelista Rómulo Gallegos, para entonces presidente de AD, por el 75 % del electorado [AD obtiene más de un millón de votos].
La oposición militar a la JRG se hacía manifiesta. Desde su primer año de gobierno la JRG enfrentó varios alzamientos. El más serio fue el del 2/12/1946, que llegó a dominar Valencia y La Victoria, y capturar hangares y aviones militares en Maracay. Los conjurados eran estimulados –cuando no financiados– desde República Dominicana por Rafael Leónidas Trujillo y según se dijo [no está comprobado] por el Gral. Eleazar López Contreras desde el exilio. Las tensiones cívico-militares no cedían. Pero no fueron esos elementos externos quienes dieron al traste con el régimen de octubre de 1945 y la presidencia de Rómulo Gallegos, el 15/2/1948. Fue un acuerdo de los comandantes de las FF. AA. quienes depusieron a Gallegos el 24/11/1948.
Quiero citar un fragmento del mayor Julio Cesar Vargas [hermano de Mario Vargas, quien integraría la Junta de Gobierno –1945– por sugerencia de Carlos Delgado Chalbaud]:
“A las 7:00 p. m. –ya libre el camino [por la emboscada del Plan de Monte Piedad y del Estanque del Calvario a cargo de Miquelena] nos dirigimos a Miraflores en un camión de los llamados ‘Ingenieros Tren’, y que el pueblo llamaba ‘Ingenieros Plan’. El mayor Pérez Jiménez se negó a acompañarnos [a Julio Cesar Vargas y otros oficiales]. Una vez en Miraflores nos reunimos para formar la Junta de Gobierno. Tomó la palabra Rómulo Betancourt… para que eligiéramos a dos militares de los presentes, conforme lo acordamos. Salieron los militares del salón y después de deliberar eligieron al mayor Julio Cesar Vargas y el mayor Carlos Delgado Chalbaud para la JRG. Entonces se paró Delgado Chalbaud y dijo: ‘Señores yo voy a hacer otra proposición: los que vamos a la Junta de Gobierno somos el capitán Mario Vargas y yo’”.
Escribe Julio Cesar Vargas: “Aceptada por los militares esta proposición, se procedió a elegir a los elementos civiles entre cinco donde solo uno era independiente. Cuatro de AD. Los militares protestaron. Debían ser al menos dos independientes y uno de AD. Betancourt contestó que era imposible. En la Junta de Gobierno quedaron 4 miembros de AD [Betancourt, Leoni, Barrios y Prieto Figueroa], un independiente Edmundo Fernández, y dos militares, Chalbaud y Vargas”. La junta comenzaba con sinsabores.
Nos comenta sobre el episodio, el coronel Edito Ramírez [testigo y protagonista del 18/10/45] en su libro, El 18/10 y la problemática venezolana actual: “A través de estas cortas líneas podrá apreciar el lector el exceso de idealismo y la inexperiencia política que pecaron los militares. Por contraste, esta ‘chivatería’ de Betancourt será parte negativa de la revolución de Octubre […] la prima causa del 24/11/1948 y la caída de Gallegos”. Un amplio sector militar –comenta– no quería generar un quiebre con el partido. Pero militares resentidos del predominio partidista y aseguramiento del poder, fueron seducidos.
Este sentimiento antiadeco de los militares se extendía en profundas divisiones entre AD, COPEI, URD, lopecistas, medinistas, generales chopo e’ piedra [de vieja escuela] y jóvenes legionarios, liderados por Pérez Jiménez. Y llegó el fin del gobierno de don Rómulo Gallegos.
Pérez Jiménez: andinos al poder y civiles a sus casas
Nos cuenta en su obra el coronel Edito José Ramírez, agregado militar en la Embajada de Venezuela en Chile [1948], expulsado a la postre por el Gobierno de Pérez Jiménez al tiempo de su regreso al país, por causa de esta anécdota: “Cuando el teniente coronel Pérez Jiménez tocó Santiago [1948], tuvo a bien hacerme una confidencia: Mira Edito, el Gobierno está cayendo o está caído. Los oficiales se agrupan alrededor mío y necesitamos hacer del ejército una casta, semejante a la que existe en el Perú, con oficiales andinos por base. ¿Qué opinas tú?
–No estoy de acuerdo, contestó Edito.
–¿Y por qué, siendo tu contrario a AD [replica Pérez Jiménez], siendo deseoso de que caiga su gobierno y por añadidura andino y militar?
–Todo eso es verdad, riposta Ramírez. “Pero… no es honorable que habiéndose presentado Uds. al Congreso como representantes del ejército a formularle al Gobierno promesas de lealtad y apoyo a sus gestiones, vengan al día siguiente a tumbarlo. ¿Por qué lo hicieron? ¿Quién los obligó? […] En cuanto a la casta militar, siempre he pensado que esta “casta militar” es lo que tiene ensamblado al Perú, porque ha sido instrumento de esa rosca socio-económica vigente desde la Colonia. Los militares no caemos del cielo ni somos producto del averno. Tenemos el espíritu liberal de nuestro pueblo, respetuoso del poder civil y cumplidora de la ley. Y en cuanto a lo andino, respeto el amor por nuestra patria chica, pero creo que hemos ejercido una hegemonía política por más de medio siglo a punta de peinilla y machete, que ahora debemos tratar de ejercer con cerebro y preparación.
Episodios que revelan un mar de fondo entre civiles y militares, que condujo a Venezuela a un destino de chivateos cívico-militares, violento y oscuro.
Pérez Jiménez se hace del poder básicamente a raíz de la muerte de Carlos Delgado Chalbaud [en noviembre de 1950 en manos de Rafael Simón Urbina]. Germán Suárez Flamerich asume la Presidencia de la Junta de Gobierno del 48. Pero pronto se hizo realidad la profecía de “andinos militares al poder” lanzada por Pérez Jiménez. Hizo de las FF. AA. un componente de castas y de roscas, un régimen de revólver y seguridad nacional. Si bien hubo un desarrollo urbano notable, notables dirigentes como Ruiz Pineda y Pinto Salinas murieron asesinados. Y en la mazmorra de San Juan de los Morros Luis Alberto Carnevali murió de cáncer.
Pérez Jiménez no pudo contener la división entre civiles y militares, y de estos en los cuarteles. Una vocación fragmentaria, tensa y desagregada que subyace desde Páez a la fecha. Brechas que le han costado a Venezuela un doloroso proceso de decantación política y social, que aún no culmina. En medio de esta resaca irresoluta, llegó Chávez y sus “anuncios revolucionarios”.
Así lo plasmó Jorge Olavarría en su alegórico discurso [ob. cit. 1999]: “Los hechos de hoy plantean ante la conciencia moral de los venezolanos de hoy la obligación de hacer algo por lo que hoy amenaza la esperanza de cambiar lo que hay que cambiar […] y van a hacer retroceder a Venezuela a un ayer, cuyos atavismos de violencia están latentes, y solo falta alguien que los despierte. Y alguien los está despertando […] Pero estas no son las amenazas de un reformador de lo que se niega tercamente a ser reformado. Son los anuncios de un destructor”. Fin de la cita.
De la modernización al Pacto de Puntofijo y la muerte de la democracia
El politólogo e historiador Andrés Stambouli ha analizado el proceso político venezolano. Stambouli destaca que la Revolución de octubre de 1945 marcó el fin de la hegemonía andina y el inicio de una etapa de democratización y modernización política. Sin embargo, también resalta las tensiones y desafíos que surgieron en el proceso de consolidación democrática. El historiador Manuel Caballero se refería al movimiento del 18 de octubre de 1945 como el inicio de la verdadera democracia en Venezuela, resaltando su carácter revolucionario. “Se lograron avances significativos en el ‘entendimiento’ de una Venezuela convulsa en el plano cívico-militar”.
El período de Pérez Jiménez, en medio de la represión, genera una era de prosperidad, urbanismo y “orden”. Se acentúa aquella expresión de que “los civiles no están preparados para gobernar este país”, de lo cual es fácil deducir que, para el ala militar, el pueblo tampoco está preparado para elegir a mandatarios civiles. La caída de Pérez Jiménez, en 1958, trae el alumbramiento de la democracia pactada. Una suerte de reactivación de la voluntad civilista y consensuada que sembró la revolución del 45, donde el quiebre de las FF. AA. fue definitorio de la transición hacia la democracia. Sin la intervención de Trejo y Larrazábal, no había 23 de enero. Pero fue el Pacto de Puntofijo el que vino a sellar la consolidación de la civilidad, la secularización de la política y los militares a los cuarteles. Un pacto roto por la pérdida de la capacidad de consenso.
La doctrina militar del Estado democrático quedó consagrada en la Constitución de 1961 [artículo 132], que establece con admirable elocuencia que “las FF. AA. nacionales forman una institución apolítica, obediente y no deliberante, organizada por el Estado para asegurar la defensa nacional, la estabilidad de las instituciones democráticas, y el respeto a la Constitución y las leyes, y la integridad de la República y, en ningún caso, al de una persona o parcialidad política”. Pero la destrucción se hizo ley.
La brecha histórica entre civiles y militares comporta un distanciamiento frágil e inoportuno. Una sociedad que tiene décadas resintiendo los vaivenes entre partidos, militares y sociedad civil. Una sociedad huérfana de redención civilista y ataviada de sable. Todavía no zanjamos ese mar de fondo que trató de sanar el 18 de octubre de 1945. Y esos pantanos destructores llevaron al sepulcro a la democracia pactada de 1958.
¿Estamos a la víspera del auge de una nueva revolución del 45? ¿Un pacto de renovación y transición posible? ¿Existe una reserva política-civilista moralmente sólida? ¿Y militar?
Esta historia continuará. 1989: de la pérdida de la democracia pactada al por ahora…
La revolución del 45. Chopo'e piedra (I)
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