Caracas, desde el puño y letra de sus protagonistas - Runrun
Caracas, desde el puño y letra de sus protagonistas
Caracas arriba a 453 años de fundada, en medio de una pandemia que permite a quienes la habitan y recorren sus calles, experimentar una suerte de re-descubrimiento de la denominada selva de concreto
Locales y foráneos de todas las profesiones y carreras quienes han hecho de ella su casa, le dedican unas palabras y la recuerdan desde una óptica muy personal e intima en este aniversario lleno de nostalgia y en cuarentena

@ldmiquilena

Composición gráfica @gatobotz

 

Caracas está de fiesta, pero sin poder celebrar con mucha pompa. La mayoría de sus habitantes se encuentran bajo resguardo, producto de la pandemia de coronavirus que ha hecho de la cuarentena, un nuevo estilo de vida. En sus autopistas, avenidas y calles ya no se observa al trafico caótico que una vez marcó la agenda de los caraqueños.

Ahora se puede ver unas cuantas motocicletas atravesando la ciudad, llevando y trayendo todo lo que se necesite, en una reinvención que demuestra justamente su mejor cualidad, la de renacer, resurgir, cambiar y moldearse a los tiempos modernos, sin perder su magia, su encanto y tormento. Una ciudad que ha sobrevivido por 453 años y trascenderá incluso a quienes hoy la gobiernan con desprecio.

En Runrun.es quisimos hacerle un homenaje desde la visión de algunos de sus  protagonistas y  testigos que se enfrentan a ella a diario, la cuidan, la disfrutan y han echado raíces . 

 

Nelson Bocaranda Sardi

Mi Caracas es el Ávila, la montaña, el Hotel Humboldt y la cafetería del Centro Médico de San Bernardino. El cerro por su verde majestuosidad, sus caminos para las excursiones y los chorros de agua y pozos donde nos bañábamos. El Humboldt por su pista de hielo donde todos los miércoles subíamos a patinar con los compañeros de La Salle de La Colina en el flamante teleférico al que llegábamos a pie desde el colegio. Ese camino fue luego la Cota Mil. La fuente de soda del Centro Médico, primer drive-in de la ciudad, con sus merengadas, el Hot Fudge, el Banana Split y el Club Sandwich. Eran los novedosos sabores de una ciudad que fue punto focal de la modernidad, la actualidad, los espectáculos y lugar de visita de maestros de la cultura mundial. La Universidad Central con su Aula Magna y sus obras de arte. Desde arquitectos hasta sabios. Desde escritores hasta artistas de Nueva York, Londres y Paris. Maiquetía fue Aeropuerto del Concorde al mismo tiempo que Paris, NY, Washington y Rio de Janeiro. Pujante y siempre en desarrollo. Comentario obligado en la gran prensa global. Ese es el país que recuerdo, añoro y tengo presente. Estos 20 años de atraso me impulsan a mantenerla asi: viva, alegre y pujante.

Michael Zerpa

Para mi Caracas es una ciudad mutante que a cada momento cambia de piel. Con tantos contrastes que a veces nos cuesta agarrarle el ritmo. Un patio de juegos gigante con tantas ofertas como amenazas en cada esquina. Esta (la portada de esta nota) es mi versión del sector El Silencio, Caracas. Un sitio que siempre ha estado presente en cotidianidad pero que a la vez se suele sentir muy hostil. En la realidad paralela de mi trabajo de #Ccs_surreal somos los ciudadanos los que tomamos el control y recomponemos la ciudad, como si estuviésemos jugando con bloques de legos.

Elías Pino Iturrieta

La ciudad de las promesas. La urbe ha resistido todos los embates, los del pasado y los de la actualidad. Renació de los terremotos y las pestes, de las guerras civiles, de la invasión de chafarotes que pretendieron domeñarla, de la recurrencia de las algaradas. Señalada por el Himno Nacional como paradigma, ganó el lugar de vanguardia y se mantiene allí sin variaciones. Su tejido es resistente, sus hijos y sus vecinos le han labrado una coraza capaz de superar el desafío de los tiempos y la osadía de los villanos. Una maña para la sobrevivencia y para la superación de los obstáculo en la cual se encuentra la clave de su ubicación en la médula de la escena nacional. No hay manera de conquistar a la urbe por las malas, no hay fórmulas certeras para derrotarla porque tiene recursos de sobra para salir del atolladero, para dar la cara ante la arbitrariedad y la tragedia. Por eso vivimos confiados en Caracas, en los recursos que nos ofrece, en las habilidades con las cuales nos dota, precavidos pero libres, preocupados pero incentivados por proyectos pendientes y por lo que se revuelve en la cabeza, seguros en el seno de sus inesperados y sutiles argumentos, confiados en las respuestas con las cuales nos reta la capital en las batallas por la dignidad y la ciudadanía que ha sabido ganar a través del tiempo. Aquí sigue la ciudad centro, pues, la congregación brújula, mirando hacia el futuro desde sus insólitas luces.

María J. Maya 

Caracas es la mezcla perfecta entre caos y felicidad. Es la ciudad que me ha enseñado a manejar situaciones difíciles y saber cómo darle la vuelta. Es la ciudad más caótica que conozco hasta el momento, pero en la que más disfruto estar. Aquí he creado los mejores recuerdos junto a mi familia y amigos. ¡Feliz cumpleaños Caracas!

Diego Arroyo Gil

A Caracas le camina un animal por la mirada, y la fascinación que nos causa obedece a que nos pasamos la vida entera procurando precisar de qué animal se trata. Es un lugar común decir que el Ávila parece el lomo de una bestia echada, pero ese no es el animal al que me refiero. El Ávila ha resistido, súbito y tranquilo, tanto desvarío humano, que no puede ser una bestia. En cambio, es una suerte de don que alivia los males de la historia. El animal que yo presiento –y que no llego, aunque lo intente, como todos, jamás a descifrar– de hecho recorre con nosotros la montaña cuando la vemos, sea que estemos bajo los cielos limpios de enero, en medio del polvo trasatlántico del Sahara, asediados por la canícula o inundados por la lluvia. En días felices, ese animal está allí. En días de infortunio, ese animal está allí. Pero, pase lo que pase, no se ríe con nosotros así como tampoco llora con nosotros: es sereno. Y esa serenidad, además de ser toda belleza y toda misterio, es la garantía de que nada ni nadie podrá acabar con Caracas sean cuales sean, o sigan siendo, los tropiezos de nuestro destino.

Martha Rodríguez Miranda

Caracas es mi refugio, donde estoy cómoda y es la ciudad que más me gusta en el mundo. Soy de sitios cosmopolitas y en Caracas lo he encontrado todo, es mi respiración a través del Ávila, es la arquitectura de los 50, la de los edificios altos, la de los pájaros de todos los colores, de las ardillas y perezas, es donde llegaban los grandes espectáculos, donde se disfrutaba del teatro, de las galerías de arte, donde se comía divino… Caracas es mi lugar favorito y donde desde hace muchos años, tiene lugar un sueño: el de ser y hacer buena ciudadanía.

Ronna Rísquez

Hoy justamente amanecí pensando en Caracas. En los sitios donde he vivido. Caracas es mi ciudad. Es como el estadio donde he jugado 90 % de todas las temporadas de mi vida.  Caracas es mi infancia en la vieja casa de La Pastora, junto a mis primos y mi abuela, donde eché mis primeros pasos de salsa, y aprendí de béisbol y boxeo, con el Ávila al lado y el centro a unas pocas cuadras. También es el inicio de mi juventud en El Paraíso, a unos metros del Parque Naciones Unidas, con los recorridos en el autobús San Ruperto hasta la UCV, y los paseos a las playas de La Guaira en camionetica con salsa erótica de fondo. Fue la época en que despertó mi interés por el cine, algunas lecturas y la pasión por el periodismo. También es el escenario de mi independencia desde un pequeño apartamento en Los Símbolos, cerquita del metro, de las hamburguesas de El Cubanito y del estadio Universitario. En Caracas fue el comienzo de mi vida en pareja en Sebucán, casi frente al Parque Miranda, donde jugaba mi equipo de basquet favorito: Panteras. Recurso los recorridos por la Cota Mil hasta la Cadena Capriles, en la avenida Panteón. Luego, vino la vida en Chacao con el matrimonio y la maternidad. También mi consolidación profesional como experta en violencia y seguridad ciudadana. El paso por El Nacional y los trayectos por la autopista Francisco Fajardo hasta Los Cortijos; la experiencia maravillosa del periodismo de investigación en Runrun.es, cerquita en Los Palos Grandes, frente a la Av. Francisco de Miranda. Y claro, las visitas constantes a la Candelaria y El Marqués para ver a mis padres y a mi madrina. Caracas es mi comida, mi gente, mi vida. Soy yo.

Andrea González

¡Caracas! Es una ciudad con muchas cualidades, una ciudad diversa y aunque es tan pequeña, alberga un sinfín de experiencias que a lo largo de su historia la ha transformado. Caracas está dentro de mi ser, pero definitivamente ahora no es lo que muchos queremos. Soy joven y no he visto mucho de los cambios que ha tenido el precioso valle capitalino. Sin embargo, extraño cuando usar el sistema Metro era una aventura, cuando podías ‘gordear’ en la calle el hambre o había eventos musicales en Altamira. Esa era la Caracas que podía ser una gran ciudad, avanzada y llena de personas dispuestas a trabajar en su desarrollo. Aunque ahora no es la mejor y está tan golpeada, es la ciudad que me ha visto crecer, donde me formé como profesional y donde he conocido a la mayoría de las personas que me rodean. Amo a mi Caracas, pero quiero verla florecer en un futuro y poder vivirla, poder sentir que mi ciudad se convirtió en un lugar que muchos quieren visitar y de la que nadie se quiere ir.

Valentina Quintero

Desde 1994 jamás me había pasado ni siquiera un mes completo en Caracas. Este encierro me enamoró desbarrancada. Caminarla ha sido sorprendente porque supe que la podemos pasear. A los árboles les dio por florear desatados para aliviar nuestra ansiedad. Las latas de agua le dieron una limpieza profunda al cielo que se puso como de diciembre. Los caraqueños tomamos las calles, las aceras, los senderos y admiramos la luz de la tarde y la frescura de las mañanas. Contemplamos por primera vez las cascadas de vegetación que cuelgan de los balcones. El empeño en los muros vegetales. La modernidad de la arquitectura. Nunca se me alborotó tanto la caraqueñidad. Entendí por primera vez en mi vida que soy dichosa en Caracas y que agarrar carretera no es una urgencia. Es solo una dicha. Un modo de vida.

Lorena Meléndez

En Caracas aprendí a ver la belleza del caos. Quizá no valoro tanto el azul de sus cielos en diciembre, pero sí disfruto ver al sol transformar el verde del Ávila cada hora. No añoro sus épocas doradas, pero me fascina encontrar los vestigios de aquellos años esparcidos en sus historias. No hubiese querido vivir en la ciudad de techos rojos, pero sí me gusta admirar esta urbe de hoy, con un puñado de edificios afrancesados, el brutalismo de su concreto y el aire cinético que le imprimieron Cruz-Diez, Soto y Otero. A Caracas le debo el haberme enseñado a «patear calle» para contar y escribir, empujarme hacia la independencia y hallar el amor sin haberlo buscado. Es la ciudad fallida que espero seguir descubriendo, donde nacerá mi hijo y a la que quiero ver despojarse de las sombras, la desidia y el silencio.

Luis Ernesto Blanco

Caracas me cae bien. No es por su buen clima, buenas vistas, lugares para visitar, el Ávila o las guacamayas. Caracas me gusta porque tiene historia; es un amigo que conoce mí historia. Nunca he vivido en otra ciudad así que la mayoría de mis recuerdos, tanto los buenos como los malos, tienen a la ciudad como testigo excepcional. Cada vez que un cuento comienza con «te acuerdas cuando estuvimos en…», es muy probable que sea una locación caraqueña: bonita o lúgubre; confiable o insegura; lujosa o modesta. Discreta o irritante. Pero siempre confiable, como los viejos amigos. Feliz cumpleaños, Caracas.

Cristina Weber 

Mi Caracas, ciudad que me recibió desde muy pequeña y quien me acompaña cada día hasta ahora. Cuando te pienso lo primero que me viene a la mente es tu Ávila generoso, tu verdor y tus asombrosos
contrastes que te hacen única. Recorrerte permite apreciar tan variadas situaciones, paisajes, historias. ¡Qué diversidad maravillosa la que ofreces! Una Plaza Bolívar, la Cota Mil, Altamira, un mirador o un barrio. En menos de quince minutos podríamos encontrarnos con todo aquello. Recuerdo cuando, no hace tantos años, te recorría de Este a Oeste sin ningún tipo de preocupación, cuando se salía de noche y se disfrutaba con seguridad, cuando te caminaba rodeada de un ambiente amable, seguro y pujante, cuando tuve la oportunidad de participar en la ejecución de obras que mejoraran la calidad de vida de la gente. Hoy en día que me ha tocado vivir entre “burbujas” me aferro al recuerdo de esa Caracas llena de vida, espléndida y acogedora. Espero con optimismo que por encima de todas las adversidades, se logre alcanzar una gestión eficiente y creativa centrada en intereses comunes que te devuelva cada uno de los espacios que has ido perdiendo. Espero verte progresar y sonreír de nuevo.

Sarai Coscojuela

Dos veces he vivido fuera de Caracas y las dos veces he querido volver. El último regreso fue hace un año y uno de mis mayores deseos -después de dos años de ausencia- era sentir su clima tan perfecto. Cuando eso sucedió y la brisa caraqueña me abrazó, me sentí bienvenida y querida, como si el tiempo no hubiera pasado. Caracas es mi sentido de pertenencia.

Inés Quintero

Nostalgia de Quinta Crespo. En mi infancia, una de mis mayores dichas y placeres fue acompañar a mi papa para el mercado de Quinta Crespo, bien tempranito en la mañana. El recorrido era super completo: carnes, charcutería, quesos, verduras, legumbres y frutas para el consumo de la casa. Allí aprendí a distinguir la calidad y los cortes de la carne, a combinar la carne molida con un trocito de cochino; a seleccionar las mejores chuletas y costillitas; a disfrutar las delicias del jamón de verdad, como le seguimos diciendo al jamón tender con hueso. La selección de las frutas era uno de los mejores momentos: siempre salía premiada con un durazno o una ciruela. Tengo un tiempazo que no visito el mercado, pero sus olores, el colorido, el gentío, el bullicio siguen siendo un recuerdo imborrable de mi infancia. En una oportunidad, para un reportaje sobre la ciudad, me preguntaron dónde quería que hiciéramos la foto y sin dudarlo propuse que el lugar fuese el mercado de Quinta Crespo. Allí me encontré con Efrén Hernández quien se encargó de hacer el registro del momento. Años despuès, cuando tuve el fabuloso privilegio de elaborar el libro Imágenes de Santiago de León de Caracas, editado y diseñado impecablemente por Ekaré, esta foto la incorporamos como parte de mis vivencias de la ciudad.

Nilda Silva

Me vine de Maracaibo a Caracas el domingo 2 de julio del 2000. El lunes 3 debía asumir la dirección de Dominical, la revista del hoy malogrado diario Últimas Noticias, punta de lanza de la entrañable Cadena Capriles. Caracas me fue curando poco a poco el duelo del desarraigo, como quien se acerca sin querer molestar. Dejé atrás aquel sol feroz, vos no podéis caminar 5 cuadras en Maracaibo sin riesgo de caer fulminado por tabardillo, para toparme con este caraqueño bien criado por el Ávila. El sol de Caracas es un espléndido anfitrión que muestra con discreta calidez los colores más brillantes de su casa. Por eso este sol y su Ávila me explican los ríos de gentes que inicialmente abrumaron mi paso por la avenida Urdaneta y el paseo del Panteón hacia la Torre de la Prensa. Y aún faltaba lo mejor: los afectos con los que Caracas me ancló aquí por 20 años y dele. Como un huésped agradecido, la celebro y sigo en ella pese a los monstruos que hoy la ensombrecen –como a todo el país- desde sus espacios capitales. Que no crea que mi acento maracucho intacto es desdén hacia el “vale”, el “pana” o el “burda” que pronuncia a cada rato. Con esas palabras no podría decirle, en mis propios términos, lo vergataria que es.

Mayerlin Perdomo

Caracas, hace un tiempo te abandoné porque te creí culpable de mis penurias. Descubrí que no eras tú y te busqué, sin éxito, por distintas ciudades del sur. Pero en esas calles modernas vivía a destiempo, porque solo en las tuyas los días van al compás del pasodoble. Volví y me consolaste con tus persianas azules y una bocanada de aire fresco. Eres mi ejemplo de resistencia. Eres furia y adrenalina, pero también eres melodía mestiza producida por el sonido de los techos de zinc, concreto y voz dicharachera.  Quizás es masoquismo, pero soy quien soy gracias a ti. Así que me disculpo por acusar de cursi a Sadel por aquello de “Si de ti estoy lejos, llora el corazón”…

Bolivia Bocaranda

La Caracas que recuerdo es la de mi infancia, en la urbanización La Florida, donde vivíamos cerquita todos los de la familia. La Florida, con sus matas de mangos en los jardines, con ese olor tan rico y que formaba parte de nuestra merienda diaria. Lo machucábamos contra la pared, le abrías un huequito y te lo chupabas hasta la última gota, luego lo pelabas y te chupabas la pepa hasta dejarla sin hilachas. ¡Que rico! En La Florida, había una quincalla que me fascinaba ir. La quincalla de Padrón, que estaba justo frente al supermercado CADA, donde conseguías todos los jugueticos que te pudieras imaginar. No sé cuál sería su tamaño, pero para mi era inmensa, una divinidad y solo ir a ver ya era una distracción. Las idas al colegio que eran en la mañana y en la tarde. Almorzábamos en la casa y de vuelta al colegio. Allí teníamos las matas de javillo, en el patio del colegio, con sus cachitos, que nos pasábamos horas interminables puliéndoles en el uniforme para luego convertirlos en llaveros. Las salidas con mi abuelo a pasear por Sabana Grande los sábados, parada segura en la zapatería «Pepito» y luego a merendar las quesadillas en la Panadería Novescienos. Otros paseos eran ir a la panadería de Sebucan que vendía los golfeados con queso de mano más ricos de la ciudad. Los domingos solíamos arreglarnos para función de matinée en el Teatro Río presentaban unas obras teatrales infantiles de Lili Álvarez Sierra, impelables, con sus dos brujas y lo mejor, las rifas al final de función con cajas de chucherías SAVOY. El repartidor de pan, que iba en moto en las tardes y todos los de la cuadra nos reuníamos a comer pan dulce. Primero pasando la lengua hasta quitarle toda la azúcar antes de darle un buen bocado. Mi abuela me llevaba a muchas actividades culturales y le encantaban las visitas y conferencias en la Quinta Anauco, los cursos para niños en el Planetario y siempre esperábamos la época de las zarzuelas en el Teatro Municipal de Caracas. 

Yolanda Ojeda

Ese sol inmenso en El Ávila y un clima frío para alguien que venía del estado Aragua fueron las dos cosas que me atraparon cuando conocí Caracas. De joven había venido a una corrida de toro en el Nuevo Circo y ese ambiente de El Silencio me impactó mucho. Luego la viví y la conocí con más profundidad cuando comencé a estudiar en la UCV, desde donde podía disfrutar de ese sol posado en la montaña. Aquí conocí a mi esposo y le regalamos dos hijos a Caracas.

Ingrid Serrano Duque

Caracas es mi ciudad por derecho. Aquí nací, mis abuelos paternos y mi padre también. Mi abuelo Pedro Manuel iba todos los días a misa a la Catedral y conversaba con los edecanes del Libertador. Me levanto con olor al Ávila, con las guacharacas de la mañana y las guacamayas en las tardes. Sueño con mis hijas jugando, tirando maíz a las palomas en la Plaza Bolívar y corriendo en libertad. Lamento los dolores y el abandono del ahora. Sé que de este silencio, en encierro, un día saldremos fortalecidos a recuperarte como el azul del cielo infinito que cada día nos das.

Yeannaly Fermín

“Iluminada y eterna, enfurecida y tranquila”, es la frase de una canción del cantautor venezolano Ricardo Montaner que, a mi juicio, define perfectamente a Caracas. Su caos, desorden, gentío; pero también el Ávila, su clima, sus paisajes y espectaculares edificaciones; hacen que la ames sin importar que sea catalogada como una de las más violentas del mundo. Para mí, Caracas es mi casa, es mi mundo y aunque conozco casi todos los estados del país porque desde pequeña viajaba mucho con mis padres, siempre he pensado que “Caracas es Caracas” y que no podría vivir en otro lugar por muy bonito y pacífico que sea. A diario, desde mi balcón la contemplo, la admiro, la aprecio, la considero y le agradezco todos los amaneceres y atardeceres que generosamente me regala. En simples palabras, en Caracas nací y en ella me gustaría morir.

Laura Helena Castillo

Caracas “y lo lejos que nos queda”

A Caracas no, dijo mi mamá. Yo, de 17 años, tenía las exactas certezas de esa edad: ninguna. Vivía en Valencia, Carabobo, y todo iba bien. Mi mamá ascendiendo en el departamento de Bioquímica de la Universidad de Carabobo (iba a dar clases con la elegancia de las moléculas: conjuntos de lino, tacones y un maletín de cuero); mi papá, con una carrera política emocionante (Salas Römer era gobernador y el estado iba convirtiéndose en referencia de una vistosa gestión pública) y yo acababa de graduarme de bachiller en un colegio que amaba, con unos amigos que sigo amando. Era 1993.
Voy a probar en Caracas, dije yo. Había sacado buen puntaje en la prueba de admisión de la UCAB y la universidad me había mandado una carta. Esa hoja membreteada fue mi baza, el secreto de mi propia voluntad ante la duda, que en realidad eran dudas y me hacían llorar. Me vine a casa de unos tíos valerosos que recibieron a una sobrina adolescente y universitaria; mi primo pequeño, menos convencido, me mordía los dedos de los pies mientras yo dormía en la cama que, antes de mi llegada, era de él. Pero una tarde fresca y con el cielo limpio de diciembre estás como un fiambre, en un carro lleno de gente que acabas de conocer (y que serán tus nuevos mejores amigos), recorriendo una ciudad también adolescente, sudorosa, turgente, en la que el norte siempre es verde, las fachadas de los edificios tienen la memoria de los músculos y hay sinagogas, mezquitas, monasterios maronitas, museos para niños y caraqueños, esa raza que diseñaron con los brazos abiertos. Tenía clases todos los días a las 7:30am, atravesaba la ciudad en metro –primero– y en cola con mi vecino –después– y pasaba las tardes descubriendo Los Palos Grandes, donde vivía. Así, descubriendo la brisa que solo es de aquí, han pasado 27 años.  Un día sacas la cuenta y llevas más tiempo habitando el lugar vetado, que iba a ser solo una prueba, que ese donde naciste. Un día te convences –te reprochas- que tus ciudades –las que te habitan – queden tan lejos aunque estén cerca. Un día entiendes que, como en la Islandia de Montejo, has pasado la vida plegando una autopista para acercarlas.