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El miedo en Venezuela: en las dictaduras, hasta el tirano teme que la gente pierda el pavor

Luego de las elecciones presidenciales de julio, buena parte de los venezolanos vive en una especie de estado de pánico. El miedo aparece cuando hombres armados se llevan a tu vecino, cuando tu papá –que es dirigente político– se siente hostigado, cuando te subes al transporte público y la policía hace una revisión sorpresa, cuando te paran en un punto de control de algún cuerpo de seguridad del Estado, cuando te anulan el pasaporte. La principal preocupación de la autoridad es que esa sensación de pavor se supere. A través de cinco testimonios y el análisis de una experta, revisamos el terror que producen en los ciudadanos las acciones ejecutadas desde el Estado

Venezolanos protestan contra las detenciones arbitrarias y las torturas pese al clima de miedo
La Hora de Venezuela
Hace 3 semanas

Lo primero que escuchó fueron los gritos que mezclaban la indignación y el miedo. Era más de media mañana y el escándalo la llevó al borde de su ventana. Ahí los vio: cuatro hombres de negro, con pasamontañas y armas largas, sacaban a la fuerza a otros dos que estaban en un vehículo atravesado en la vía para meterlos en una camioneta que ni siquiera tenía placas (matrículas automovilísticas) a la vista. 

En medio de la impotencia, *Valeria se unió a aquel coro de voces desgañitadas que se había convertido en la banda sonora de la escena. “¡Asesinos!”, dijo varias veces, mientras sentía que el corazón se le salía por la garganta. Sus vecinos lanzaban otros insultos e improperios y clamaban para que no se los llevaran. Todos sabían que aquello no era un secuestro del hampa común, sino el que cometían funcionarios de seguridad del Estado. Habían transcurrido pocos días después de la elección presidencial y a cientos los atraparon de la misma manera.

“Tú ves eso y, por supuesto, lo que sientes es un gran temor, porque uno se da cuenta del grado de vulnerabilidad en el que uno se encuentra y se pregunta quién será el próximo”, contó Valeria al recordar el episodio.

Pero ese miedo no la detuvo. Cuando la camioneta arrancó con los cautivos, bajó de su edificio a preguntar a quiénes se habían llevado. Así supo que las víctimas trabajaron en el comando de campaña de Edmundo González Urrutia, el candidato presidencial opositor que asegura haber ganado con 67% de los votos a Nicolás Maduro. Minutos antes, los ahora secuestrados habían llamado a un pariente en el edificio vecino para avisar que los perseguían. Al regresar al apartamento, las piernas de Valeria temblaban.

Los chats de los vecinos se activaron para comentar lo que había pasado. En esas conversaciones comenzó una ola de acusaciones que llegó a apuntar como delator a un hombre que vivía en el mismo edificio de Valeria. “¡Imagínate! Una locura”, sentenció. En medio de esos comentarios supo que a un joven que trotaba por sus mismas calles había intentado llevárselo una patrulla policial, pero los transeúntes lo impidieron. 

En los días siguientes, Valeria se mantuvo en alerta. Si salía, siempre miraba a todas partes. Evitaba andar en la calle cuando oscurecía. Sin embargo, el reto más importante fue manejar la situación frente a “una adolescente con miedo”: su hija quinceañera que aquella mañana se despertó en medio del griterío.

Para Valeria es importante que su hija sepa lo que pasa sin que el pánico la paralice, pero también que pueda salir a protestar cuando haya una convocatoria para denunciar el fraude electoral. Así lo han hecho desde el secuestro de su vecino. “Cada vez que voy a salir me pide que tenga cuidado (…) Pero se puso más activa políticamente”, aclaró con un dejo de orgullo.

“Después de eso, a veces me siento como en ‘Estefanía’”, comentó Valeria mientras sonreía. Se refiere a la telenovela venezolana cuya trama está centrada en los últimos años de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, cuando el principal cuerpo represor, la Seguridad Nacional, perseguía, secuestraba, torturaba y mataba a cientos de venezolanos. “Yo jugaba a eso cuando era chiquita”. La reciente visita de unos amigos a su casa le reafirmó esa sensación: de repente se dio cuenta de que todo lo comentaban en voz baja, como en la telenovela protagonizada por Pierina España, José Luis Rodríguez “El Puma” y Gustavo Rodríguez.

Un par de semanas después del secuestro del que fue testigo, Valeria acudió a una manifestación. Cerca de ella estaban varios dirigentes de oposición que reconoció de inmediato. A la salida, una amiga que vivía a pocas cuadras del punto de encuentro de la protesta, le pidió que la llevara a su casa porque no se atrevía a andar sola en la calle. Al dejarla, se enteró. A uno de los políticos que estaba frente a ella, se lo habían llevado a la fuerza poco después de la concentración. 

Cómo se alimenta el pánico

Cuando el poder llega directo a las casas de las víctimas para llevárselas, como pasó en el caso de Valeria, la represión alcanza otro nivel. 

“El momento en que el Gobierno empieza a ir a las casas de los opositores lo que te indica es que ya no te salva el no ir a las protestas. Entonces crea muchísimo más miedo en muchísima más gente inmediatamente. Y también te indica que están detrás de tratar de neutralizar a organizaciones, en vez de a ciertas acciones”, explicó Consuelo Amat, quien es profesora asistente de Ciencias Políticas en el SNF Agora Institute de la Universidad Johns Hopkins, de Estados Unidos, y durante años ha estudiado la represión, la resistencia no-violenta y armada, y el desarrollo de la sociedad civil en regímenes autoritarios.

Esa búsqueda en las viviendas, sentenció, dice varias cosas: por un lado, que no solo se reprimen las acciones de disidencia, como protestar, sino que persigue a las personas por ser quienes son, desde líderes comunitarios hasta dirigentes políticos. 

Esa represión, siguió, también puede alcanzar a los familiares, porque pueden tomar o secuestrar a los hijos, esposas o madres si no se encuentra a la víctima objetivo, una práctica que al menos desde 2017 ha aplicado el gobierno de Nicolás Maduro y que se define como sippenhaft, una táctica de castigo de origen nazi. “Ese tipo de represión es muchísimo más personal”, aclaró la experta.

Los estudios de la académica venezolana se han enfocado, sobre todo, en el régimen de Augusto Pinochet en Chile, en donde observó cómo el miedo se alimentaba de la represión y la delación que se forzaba por medio de la tortura.

“Uno más o menos se protege cuando uno tiene cierta certeza de qué cosas uno puede hacer para protegerse, pero aquí no se puede saber exactamente qué hacer para protegerse”, señaló Amat. Esa incertidumbre produce que muchos se retraigan y se encierren. Otros, como Valeria, salen pese al miedo. 

Otro aspecto importante de la historia de Valeria es la duda que se sembró dentro del vecindario. “Ahora tienes desconfianza de los que te rodean, y eso también le favorece muchísimo al gobierno. Los lazos de confianza de la población y de la comunidad son los que la hacen fuerte. Esa confianza que tiene la gente entre sí, en la organización, en las conversaciones, el ayudarse, los grupos de solidaridad, de ayuda, todo ese tipo de cosas se destruye cuando hay un nivel de miedo alto”, advirtió. 

El miedo y el poder

Durante décadas, académicos alrededor del mundo han estudiado el fenómeno del miedo en los gobiernos autoritarios. “El miedo es la emoción más común construida por el régimen. A veces, su generación es un efecto secundario incidental y no planificado de las políticas del régimen, pero la mayoría de las veces, el régimen utiliza deliberadamente la violencia estratégica y simbólica para generar desgarro y terror”, escribió la antropóloga médica y política Monique Skidmore en su artículo “Más oscuro que la medianoche: miedo, vulnerabilidad y terror en las zonas urbanas de Birmania (Myanmar)” de 2002, cuando estaba en el Instituto Kroc para Estudios Internacionales de la Paz de la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos).

La misma autora señaló en su estudio que el régimen militar –el país asiático ha sido gobernado por militares desde los años 60, y acusado de corrupción, tráfico de drogas y violaciones a los derechos humanos– usaba su propaganda y sus “espectáculos” de forma estratégica para hacer creer sus pretensiones de autoridad absoluta ante el pueblo. De esa manera, se perpetuaba el miedo en la población y este, a su vez, ayudaba a incapacitar a 50 millones de birmanos ante una pequeña élite militar. “Los birmanos no hablan del miedo, una estrategia que les permite no pensar en ello, y no pensar en el miedo es crucial para el funcionamiento exitoso en el día a día”, reflexionó.

Linda Green, antropóloga médica y socio cultural de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), también escribió sobre el miedo pero en el contexto del conflicto armado interno guatemalteco –que enfrentó al Estado contra la guerrilla y la sociedad entre 1954 y 1996– y cómo este incidía en las viudas mayas de las zonas rurales. “La rutina del terror es lo que alimenta su poder. Esta ‘rutinización’ permite a las personas vivir en un estado crónico de miedo con una fachada de normalidad, mientras que el terror, al mismo tiempo, permite y destroza el tejido social”, señaló en “El miedo como forma de vida”, en 1999.

“Cualquier dictador teme que la gente pierda el miedo”, aseguró Amat, quien advirtió que los recursos de los regímenes autoritarios para controlar a la población son limitados. 

“Yo creo que (el gobierno de Maduro) sí tiene capacidad, pero no una capacidad extrema, más bien lo que trata es de reflejar que tiene una capacidad alta para que la gente le tema más a eso”, explicó.

Para la experta, el régimen venezolano tiene una “capacidad de inteligencia burocrática” capaz de mapear dónde están los dirigentes de la oposición, pero no todo un país. Por eso no pueden actuar, reprimir y asustar en todas partes y en todo momento.

“Lo que hace el gobierno es tener muy público ciertos actos de represión que asusten y que generen mucho miedo a la gente, porque son como ejemplos. Si a mi vecino lo arrestaron frente a mí, imagínate, puedo ser yo la próxima, y eso, entonces, esa persona se lo cuenta a uno y el otro se lo cuenta al otro y el otro se lo cuenta al otro, y obviamente también lo cuentan los noticieros y el Twitter y todo eso se multiplica millones de veces. Entonces, no necesita el gobierno tener tantos de esos ejemplos, porque el efecto del miedo ocurre con ciertos ejemplos claves.

En agosto, la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos se pronunció sobre el tema al señalar que desde el gobierno se habían reportado más de 2.400 detenciones y que había un uso desproporcionado de la fuerza. Todo alimentaba el miedo en los venezolanos.

“Hay un clima de miedo en el país este momento y estamos urgiendo al gobierno a que todas las acciones se tomen en línea con los tratados internacionales de derechos humanos, con transparencia, y que se cumplan todos los pasos para resolver este conflicto pacíficamente”, afirmó en rueda de prensa la portavoz de la Oficina, Ravina Shamdasani.

A través de alocuciones y mensajes en redes sociales, personeros del Estado amplifican las amenazas. Tras la convocatoria a la marcha opositora del pasado 17 de agosto, el hoy ministro de Interior y Justicia, Diosdado Cabello, lanzó una amenaza: “la oposición también convocó a una manifestación para este sábado, pero no podrá con el chavismo. Búsquennos que los vamos a joder, interprétenlo como ustedes quieran, pero aquí se acabó la mamadera de gallo”, dijo en su programa de televisión, la misma tribuna desde donde también advirtió que los periodistas provenientes de Estados Unidos eran agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés). “Cuiden bien a sus agentes, no los manden así, solos por ahí, por la calle”, aseveró.

En ese mismo mes, el jefe de la Dirección General de Contra Inteligencia Militar, Alexander Granko Arteaga, posteó en sus redes sociales videos sobre la operación Tun-Tun, donde las fuerzas de seguridad del Estado arrestan de forma masiva a opositores dentro de sus propias casa. Uno de estos, sobre la detención y traslado de la dirigente del partido Vente Venezuela de Portuguesa, María Oropeza, fue musicalizado con uno de los temas de la banda sonora de la película “Freddy Krueger: pesadilla en la calle Elm”.

 
 
 
 
 
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El caso de Valeria es solo una de las tantas muestras de cómo, desde el poder, ese terror se expande para que la población se paralice. Las siguientes cuatro historias revisan esa emoción, pero también dan pistas de cómo el temor puede convertirse en un motor para actuar:

El miedo en Venezuela: “enconcharse” como forma de resistir

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Lo primero que escuchó fueron los gritos que mezclaban la indignación y el miedo. Era…

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*Los nombres fueron cambiados en esta historia para proteger la identidad de las víctimas.

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