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Se le acaba el oxígeno a la política en Venezuela

Siendo tan palpable en las calles el anhelo de cambio político, antes y después de la celebración de las elecciones, el gobierno de Nicolás Maduro ofrece evidencias de tener un total control de la situación

Oxígeno
/ Runrun.es
Alonso Moleiro
Hace 2 semanas

¿Favorece el tiempo a Nicolás Maduro en el contexto actual? A primera vista, parece que el paso de los días tiende a estabilizarlo. Miraflores impone su ley usando la fuerza, castigando a los inconformes y promoviendo el asedio ciudadano. Las protestas populares cuestionando los resultados anunciados por el CNE son reprimidas. Las calles retornan a la tranquilidad. La cotidianidad se impone. El chavismo trata de pasar la página. La gente se retira a sus dominios personales.

Sin embargo, aquel que se anime a ampliar el lente y trate de figurarse sobre cómo será el desarrollo de la vida institucional venezolana en el mediano plazo, quizás pueda terminar concluyendo que la circunstancia actual no es sostenible. Bajo esa óptica, el tiempo favorecería entonces a María Corina Machado. Esa falla de origen que el chavismo considera un detalle, podría terminar generando nuevos problemas de gobernabilidad.

Es complejo figurarse por cuánto tiempo puedan durar los efectos institucionales y un status quo producto de un resultado electoral tan discutible, tan precariamente expuesto y explicado, que ha dejado a tanta gente insatisfecha dentro y fuera de Venezuela.

Si nos atenemos a la pulsión de la vida nacional en las últimas décadas, tendríamos que convenir en que se trata de una situación contranatura. Se acaba de celebrar una elección que lo decretó ganador, pero lo cierto es que el de Maduro es un gobierno rodeado por una sociedad descontenta.  

Tal circunstancia aumenta el riesgo de que, para hacerse respetar, la censura aumente, se penalicen más derechos constitucionales, se naturalicen más vejaciones cotidianas y se endurezcan selectivamente los procedimientos penales y policiales. Si la situación es tan inusual, y el tiempo de las masas y las mayorías ha terminado, el gobierno necesitaría infundir más miedo para hacer valer su autoridad.

Esta llegada a la zona “Nicaragua” no tendría que ser, por cierto, un punto definitivo y sin retorno, o una circunstancia estática. El modelo chavista seguirá siendo el mismo; puede que la oposición siga ganando alcaldías como la de Baruta o Lechería. Tal y como ha hecho en el pasado, el gobierno revolucionario podría posteriormente abrir un compás de apertura o ensayar un repliegue para descomprimir, con jornadas de solidaridad e invitados extranjeros, como ya lo ha hecho otras veces, una vez concluida la tarea de extirpar aquellas zonas de la oposición que le están estorbando.

Desde hace mucho, incluso en los tiempos de Hugo Chávez, el ciudadano promedio se había acostumbrado a que en la presidencia mandara el candidato más votado. La soberanía nacional y el fundamento del voto eran garantías que la población ejercía desprevenidamente, y que se daban por descontadas en el país.

El propio ejercicio del voto entraría a partir de este momento, si todo sigue como va, en una dimensión de suspenso con reservado pronóstico. Si termina de consolidarse el panorama político impuesto de 28-J, es muy probable que amplísimas capas de la población se desvinculen de las citas electorales que organiza el chavismo, y la militancia revolucionaria, en total minoría, se apropie totalmente del mapa nacional del poder.

Siendo tan palpable en las calles el anhelo de cambio político, antes y después de la celebración de las elecciones, el gobierno de Nicolás Maduro ofrece evidencias de tener un total control de la situación. La dureza de sus procedimientos represivos, y la naturalidad con los cuales han sido aplicados, han ahogado hasta el silencio la furia ciudadana e inhibido por completo cualquier asomo de disidencia interna.

Después de todo, en eso, precisamente, consisten las dictaduras: en algún momento del desarrollo de su hegemonía, el cuerpo del estado se divorcia de los intereses de la sociedad, porque tiene otros, e impone las cosas por la fuerza con niveles variables de intensidad y dureza. El régimen chavista sabe imitar los modelos liberales, pero se mostrará despótico y arbitrario cuando sienta amenazada su presencia en el poder, como acaba de suceder en las elecciones.

María Corina Machado tiene la popularidad y el capital político intactos, y  sigue estando dentro del juego, evaluando pasos a seguir y tomando decisiones. Sería un error subestimarla, o suponer que va de salida. La marcha de Edmundo González Urrutia, sin embargo, duplica sus niveles de exposición y le hacen más empinada la cuesta.

En este marco, el oxígeno para hacer política parece que se agota.

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