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Crónica │ El último escape del poeta McKey
48 horas signaron la tragedia del escritor y cronista venezolano que se quitó la vida en Buenos Aires tras admitir, en pleno movimiento del Yo te creo, el Me Too venezolano, que había cometido abuso sexual contra una adolescente. Este es el retrato de un hombre que no supo escamondar la maleza que le crecía por dentro
A cuatro meses del estallido del #YoTeCreo, recordamos esta crónica publicada originalmente en la edición 231 de la revista literaria colombiana El Malpensante de Bogotá en agosto de 2021

 

Por Lisseth Boon

Fotos: Vasco Szinetar / Abel Naim

 

Willy Mckey contó hasta tres antes de saltar al vacío. Cuando la Policía de Buenos Aires confirmó que el escritor venezolano se había suicidado tras las denuncias de abuso sexual a una menor de edad, ya había colgado en su cuenta de Instagram un trío de comunicados personales en un intento por atajar todo el escándalo que desató la revelación de un delito cometido contra una adolescente seis años atrás.

Apenas 48 horas transcurrieron entre las primeras denuncias en Twitter y el desenlace fatal que tuvo lugar en el barrio de La Recoleta en la capital argentina. McKey aún se mostraba desentendido del tsunami virtual de acusaciones por abuso, acoso, violación y estupro que a mediados de abril de 2021 desencadenó el movimiento feminista #YoTeCreo, el #MeToo venezolano. En aquellos días revueltos, el poeta y cronista cultural de 40 años se dedicó más bien a pedir a sus seguidores testimonios de migración para una entrega final de posgrado y a escribir la semblanza de un legendario cantante pop venezolano recién fallecido.

Dos días antes de lanzarse de un noveno piso, Willy Mckey continuaba siendo el reconocido poeta y escritor criado en la populosa zona de Catia, al oeste de Caracas, así como el editor y cronista del portal Prodavinci formado en la escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Mantenía su fama de locutor, animador, tallerista, “semiólogo político” y “agitador cultural”, como le gustaba autodefinirse. Hasta ese momento, la inconfundible figura de lentes opacos (aseguraba que le tenía fobia a la luz), barba, bigote y peso de oso, corte de pelo ladeado, y brazos tatuados con frases de presunción literaria todavía era apreciada como la de un comunicador premiado, admirado, multi seguido y elogiado que formaba parte de la dudosa categoría de los influencer venezolanos.

Pero el martes 27 de abril, el avatar de Mckey recibió un primer martillazo: una periodista de Maracaibo reveló en un hilo de Twitter que el editor le había propuesto escribir en Prodavinci a cambio de que le enviara fotos suyas. La acusación de inmediato fue secundada por otras mujeres a las que también pidió nudes, todo en pleno deslave de señalamientos contra acosadores y abusadores sexuales del mundo de la música, la farándula y el teatro en Venezuela.

El mismo martes, más de 70 artistas y creadoras de distintas disciplinas formalizaron el clamor y lanzaron “Yo te creo Venezuela”, una plataforma de apoyo a las víctimas. “Los testimonios de abuso y violencia sexual por parte de músicos y miembros del gremio del entretenimiento venezolano a mujeres y niñas se multiplican con impunidad, sacando a la luz el trago amargo que las víctimas han pasado en silencio durante años. Para muchas de nosotras escuchar y leerlos en las redes sociales significa dos cosas; dolor e impotencia”, dijeron en un comunicado en el que advirtieron que el modus operandi de los perpetradores “fue y sigue siendo usar la fama y la posición de poder para ejercerlo con mujeres que los seguían y admiraban por su trabajo artístico”.

A muchos tomó por sorpresa el primer post de IG que lanzó Willy Mckey la mañana del miércoles 28 de abril, un escrito que revelaba no estar del todo ausente del estallido #YoTeCreo. Con fondo violeta, el color del feminismo aunque también de la penitencia adelantó: “Quizás he cometido abuso”. Allí reconocía que el movimiento #MeToo existía porque las mujeres dejaron de normalizar cosas y ahora los hombres también debían hacerlo. “Tras los sucesos denunciados en Venezuela, he leído testimonios en los que alguien en algún momento sintió que me comporté como un abusador. Y este no es momento para desmentirlos”, agregó al mismo tiempo que deslizaba que era probable que hubiera sido un “victimario inconsciente”. Pidió perdón a las mujeres que en algún momento pudo afectar y subrayó su “apoyo a todas las que han sido víctimas de los abusos”.

Lo cierto es que el fin de semana anterior, McKey le confesó a un amigo cercano que la víctima le advirtió que lo denunciaría en público, por lo que debía entrompar la situación. Su imagen de intelectual con jeans y franela prestado a las pantallas comenzaba a resquebrajarse.

Willy McKey en las V Jornadas Estudiantiles de Creación Literaria de la Universidad de Los Andes. Mérida, 9 de junio 2010. Presentó la revista de poesía El Salmón, de la cual era fundador y editor junto con Santiago Acosta. FOTO: Vasco Szinetar

Willy Mckey en realidad no era Willy Mckey. El origen de su nombre era todo un juego de escapismo. Una amiga de la infancia en Catia recuerda que le decían Willy Manzanilla. En la tarjeta de graduación de bachiller en Ciencias del Instituto Cecilio Acosta de Propatria, fechada el 21 de julio de 1997, aparece con el nombre de Willy Joseph Patiño Lira. Entre los círculos literarios de Caracas pensaban que era Carlos Lira, con el apellido de su madre y su abuelo linotipista, conocido como “El Cojo” José Lira, cofundador del partido obrerista Causa R. Otros decían que en su cédula se registraba Willy Madrid, es decir, con el apellido de su papá de crianza, Alfredo Madrid, operador del Metro de Caracas en los años 80 que llegó a la familia cuando Willy tenía tres años. Su ficha del Seguro Social IVSS indica que cotizaba en Prodavinci Digital C.A con el nombre Willy Joseph y apellidos Madrid Lira. En una entrevista 2014 afirmó que por motivos personales “no podía ni quería desvelar su verdadera identidad” y confesó que había variado cientos de veces las versiones del seudónimo. Una de ellas fue la que tomó el mote de Jose “MacKey” Moreno, estrella del béisbol dominicano que era un bateador ambidiestro.

A diferencia de cierta tradición literaria, Willy McKey no adoptó un nombre falso para escribir libros como han hecho tantos autores, sino que ocultó su identidad original bajo un alias anglosajón para interpretar el performance continuo de su inquieta vida.

McKey no tenía ningún empacho en asumir oficios inverosímiles, siempre ligados a la palabra, escrita y hablada, que dominaba con formidable soltura. Yo creo que en la literatura hay que chambear”, dijo en una entrevista a Ficción Breve en 2013. Como ganador del premio de poesía joven Rafael Cadenas en 2016 fundó la revista literaria El Salmón junto a Santiago Acosta (galardonada con el Premio Nacional del Libro 2010) y la cooperativa editorial Lugar Común con Luis Yslas. También fue asesor de comunicaciones políticas del candidato presidencial Henrique Capriles y del presidente interino Juan Guaidó. Trabajó como productor del efímero concurso de belleza que comandó Osmel Sousa luego que dejara la presidencia del Miss Venezuela tras un escándalo por proxenetismo dentro de la organización. Dictó charlas motivadoras como TED speaker (2018) y en la Pechakucha Nights CCS. Dio clases de historia de la comedia en la Escuela del Humor y produjo costosos banquetes organizados en sitios clandestinos de Caracas. Fue autor de tres poemarios y una obra de teatro. Se presentaba como propagandista, conceptualizador creativo, editor de no-ficción, escritor persuasivo. Era amigo de chefs, actores, actrices, músicos, escritores, poetas, políticos y politólogos, locutores, periodistas, humoristas con sus correspondientes cuentas de Instagram.

Su compulsión por vivir tantas vidas se la relató al periodista Humberto Sánchez Amaya para el libro Nuevo país de las letras del Fondo Editorial Banesco (2016) en donde fue catalogado entre los 34 mejores escritores venezolanos de la generación nacida en los años ochenta: “Cuando me preguntaron en el colegio qué quería ser cuando fuese grande, respondí que Pedro Infante. Veía que en una película era carpintero, en otra boxeador, en otra más cantante, y así hasta el infinito. Y además, siempre se quedaba con la muchacha. ¿No era una buena elección? Lamentablemente, esa opción no aparecía en las carreras de la universidad”.

Portada de la crónica “El último escape del poeta McKey”, publicada en la revista colombiana El Malpensante, edición No. 231 (julio 2021)

La caída

Aquel comunicado en morado fue el vaticinio de la precipitada caída de Willy Mckey. A las 2:11 de la tarde del 28 de abril, la cuenta de Twitter @mckeyabusador, creada apenas dos horas antes, publicó un largo hilo que abría: “He decidido finalmente hablar de mi experiencia de abuso con el escritor venezolano Willy McKey. Estaba firmado por ‘Pía, una víctima anónima de abuso infantil por parte del escritor venezolano Willy McKey’”.

A lo largo de 25 tuits, Pía relata los pormenores de su encuentro con McKey y muestra capturas de algunas conversaciones virtuales que mantuvieron entre 2015 y 2016 cuando ella usaba ortodoncia y la chemise beige del colegio (el uniforme de los bachilleres en Venezuela). Apenas estaba aprendiendo a usar el Metro de Caracas y había celebrado su fiesta de quince años no hacía mucho. Lo conoció en el microteatro en Caracas, cuando él tenía 36 y ella era una quinceañera con unas ganas inmensas de involucrarse en la escena cultural caraqueña. En aquel momento, Pía no detectó la dinámica de control que McKey ejercía sobre ella: la deslumbraba diciendo que había trabajado con gente talentosa e influyente a la que mostraría su trabajo y lograría grandes proyectos. Pero nunca hacía nada para mantenerla cerca, analizó un lustro después.

Los diálogos (casi monólogos) entre McKey y Pía revelan el estado de conciencia del escritor: procuraba un pacto de cómplices “con el silencio a su servicio” mientras admitía la parafilia que le despertaba la adolescente. Encubría su identidad llamándose “Partner in crime”. La joven relató que se consumaron dos encuentros sexuales que recuerda como traumáticos. Su caso no fue el único: cuando la quinceañera entró en el Teatro Nueva Era, del cual era fundadora y directora Jennifer Gasperi, novia de McKey, recuerda que el escritor también comenzó a seducir en vano a una amiga y pedirle nudes. Con otras jóvenes del grupo sí logró tener relaciones.

Un poco más de una hora después del explosivo hilo de Pía, McKey publicó en respuesta un segundo post de tapiz negro con la sentencia: “Cometí estupro”. Allí admitió el delito de tener relaciones sexuales con una menor de edad en 2015 y pidió perdón no solo a la víctima por el abuso infligido sino también a la que hasta ese momento había sido su pareja estable. Resaltando la necesidad de revisar su visión de la masculinidad, también afirmó que sabría hacerse cargo de las consecuencias por este hecho, empezando por separarse de todos los proyectos a los cuales pertenecía para no afectar personas, intereses y reputaciones.

McKey no había terminado de anunciar que dejaría todos los proyectos en los cuales estaba involucrado cuando el portal Prodavinci donde había trabajado como editor desde 2012 y para el que conducía un espacio radial en Éxitos FM, publicó un comunicado en el que formalizaba su decisión de romper inmediatamente la relación laboral. 

Organizaciones feministas protestan en Caracas en rechazo a la violencia contra la mujer (25/11/2020). Foto: Bárbara Rodríguez/ El Pitazo

A la reacción en cadena de repudio se le sumó la Fundación La Poeteca junto al Team Poetero y la iniciativa Autores Venezolanos. Mediante un comunicado, afirmaron que a partir de las denuncias de estupro cometido por McKey, establecerían una cláusula en las bases del Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas por la que se retiraría el reconocimiento a los próximos concursantes que incurran en esas acciones. “Estamos a favor de las víctimas”, subrayaron. También, someterían a evaluación la posibilidad legal de desconocer el premio otorgado a McKey, ganador de la primera convocatoria del evento.

Le siguió su salida del popular podcast de humor negro Que se vayan todos transmitido en la emisora FM La Mega, decisión que fue anunciada por su compañero en este espacio sonoro, José Rafael Briceño, locutor, humorista y experto en oratoria conocido como el “profesor Briceño”, quien también fue arrastrado por la ola de denuncias del #YoTeCreo. El Ministerio Público lo citó como parte de una investigación iniciada por haber presuntamente cometido los delitos de ofensa por razones de género e instigación pública a partir de sus “reiteradas ofensas a la mujer venezolana” a través de su programa.

El mundo, su construido mundo, se abrió bajo sus pies aquella tarde de abril. La zanja incluso siguió agrietándose después de su muerte. El 3 de mayo, la organización de derechos humanos Provea decidió eliminar las referencias a Willy McKey en el libro “Poesía contra la opresión (1920-2018)”, antología elaborada por Diajanida Hernández y Ricardo Ramírez Requena, alegando ser coherente con sus principios porque “parte de la dominación es el machismo”.

McKey tituló un tercer y último comunicado de IG en color púrpura “Denuncia de abuso: Decisiones y consecuencias” en el que ratificó su apoyo a Pía en los procesos de recuperación de las secuelas que “pudieran haberse generado” con su “actuar impropio”. Anunció por igual que se sometería a la atención de especialistas que le permitieran entender y asumir las consecuencias de su comportamiento. Dijo que pretendía dedicar su testimonio a visibilizar una situación normalizada con el objetivo de que los hombres “lastimen menos” a las mujeres que hayan creído y confiado en ellos.

El último post de IG fue interpretado por usuarios de Twitter y expertas venezolanas en comunicación digital como una muestra de cinismo y prepotencia con velada intención persuasiva. “Sin duda eres un estratega, pero este no es el momento para demostrarlo. La manipulación en tu comunicación es evidente. En tu última publicación hablas de ‘convertirte en un vocero’ cuando esto pase. ¿Te das cuenta del nivel de narcisismo que demuestra esa frase?… mi tweet es solo una forma de decirte públicamente que te ahorres los intentos de continuar creando una narrativa” le cuestionó la especialista en estrategia digital Verónica Ruiz del Viso, joven líder del Foro Económico Mundial.

Aquel último comunicado solo avivó la bilis colectiva.

Sádico, depredador, narcisista, sociópata, manipulador, enfermo, despreciable, monstruo, aberrado, sucio, cobarde, basura, asqueroso, vomitivo, maquiavélico, violador, Jeffrey Epstein. Toda la furia y el asco fueron escupidos sin mascarilla alguna en las redes sociales de un país con medios de comunicación amordazados y sin canales regulares para hacer valer la justicia ni garantizar la reparación a las víctimas de violencia sexual.

Un tuit del Ministerio Público venezolano aceleró el vértigo. Entrada la noche del 28 de abril, el fiscal general de Nicolás Maduro, Tarek William Saab, sancionado por Estados Unidos por “debilitar la democracia y los derechos humanos”, anunció que abriría una investigación penal contra el escritor Willy McKey así como también a Alejandro Sojo, excantante de la banda Los Colores y Tony Maestracci, baterista de los Tomates Fritos, por los presuntos delitos de abuso sexual a menores de edad y violencia sexual. En un inusitado interés por cumplir sus deberes, el funcionario también hizo un llamado a las víctimas a que acudieran a la sede del organismo para formalizar las denuncias que se estaban ventilando sin tregua en las últimas dos semanas de abril. Tres semanas después del aviso oficial, la fiscalía venezolana ordenó la detención de los músicos por presuntos delitos de abuso sexual.

El proceso judicial contra McKey no quedó allí. También Venezuela habría emitido una orden de captura internacional contra el escritor por la cual podría ser detenido y deportado por las autoridades argentinas a su país natal, según confirmó el corresponsal en Argentina del canal VPITv. Una amiga del venezolano atestiguó ante la policía bonaerense que el escritor estaba pasando por un fuerte cuadro depresivo debido a problemas familiares. Su pareja, el último asidero, también se había separado de él tras el escándalo.

Cual epitafio digital, el jueves 29 abril, Mckey publicó en Twitter un haiku: “No sean esto / Crece adentro y te mata / Perdón”. Solo tres líneas breves que distaban de su acostumbrada incontinencia escritural. El estado de WhatsApp marca que las 3:36 de la tarde del 29 de abril fue la última vez que estuvo conectado. Minutos después, se desenchufó de la vida reivindicando la frase que llevaba tatuada en el brazo izquierdo: “Leer no te salva de nada”.

Willy McKey retratado por el fotógrafo Abel Naim para el libro «Nuevo País de las Letras»(Banesco, 2016)

En contraposición a su estruendosa muerte, el silencio ha dominado en los predios literarios. Pocos escritores han publicado sobre las implicaciones del dramático destino del colega. Martín Caparrós encontró que “la sociedad lo condenó al vacío… por esas canalladas enfermas, se perdieron también tantos poemas, tantas risas, algún amor más cierto, las posibilidades de una vida. No digo que nada de eso justifique al agresor ni lo libre de culpa; digo que habría que encontrar la manera de no aniquilarlo, de darle la posibilidad de pagar por lo que hizo y recuperar alguna forma de su vida”.

Mientras, la escritora venezolana Gisela Kozak escribió para Literal Magazine que “es doloroso que un hombre, que no había llegado a los cuarenta años, se haya suicidado y no haya sido capaz de enfrentar las consecuencias de actos que evidentemente eran incorrectos; prefirió la muerte a la justicia venezolana, lo cual no es de extrañar conociendo el sistema carcelario de mi país y la saña contra la oposición, pero con él muere la posibilidad de reparación de las víctimas y la superación de sus propias fallas”.

La tragedia de Willy Mckey se escenificó en buena medida en las redes, esos no-lugares que el propio escritor frecuentaba como parte del oficio. Produjo el desconcierto entre los amigos que creían conocerlo, la decepción de mujeres que cayeron en el mismo patrón de seducción, la desilusión de los seguidores que lo tildaban de genio, el asombro de los conocidos que sabían que sí, que era un picaflor pero que usaba su poder para abusar contra adolescentes o extorsionar a periodistas a cambio de escribir en el portal web donde era editor. También dejó perplejos a los que recién se enteraban que tener relaciones sexuales con menores de edad es un delito penado en Venezuela y enmudeció a ciertos círculos literarios. El suicidio de McKey también interpeló a una sociedad de machismo arraigado, que ha normalizado la violencia contra las mujeres como parte de su paquete cultural.

En una entrevista de 2013, aclaró a su colega Héctor Torres que “no todos somos Kafka”. En efecto, el escritor caraqueño no quemó sus escritos tal como lo pidió el novelista checo antes de morir, pero sí logró borrar con un click el registro de su historia reciente antes de quitarse la vida. Solo dejó colgados los tres post IG con los que pretendió aplacar la tormenta. En 2016, cuando aún vivía, escribía y discurseaba en Caracas, un año después de haber cometido estupro, afirmó que “le gustaría ser recordado como un sujeto con suerte”. La buena estrella le acompañó hasta que dejó de ser Willy McKey.

Lisseth Boon. Periodista con estudios de posgrado de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Por sus investigaciones sobre corrupción, extractivismo, crimen organizado y violación de derechos humanos ha sido galardonada con reconocidos premios de periodismo nacionales e internacionales.

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