Samuel González-Seijas, autor en Runrun

Samuel González-Seijas

Samuel González-Seijas Jul 06, 2023 | Actualizado hace 9 meses
Una lápida sobre el 5 de julio
La lápida que puso Bolívar sobre todo aquello, un personaje que en las primeras horas de esos eventos era uno de los tantos importantes pero no el único, fue la de considerar a aquel magnífico legado del primer congreso de Venezuela como de ‘república aérea’

 

En cuanto al 5 de julio, habría que decir un par de cosas, como lector y ciudadano: pesa sobre el 5 de julio la lápida que le puso encima el propio Simón Bolívar apenas comenzar esa extraordinaria creación que fue la ‘primera República’.

Me explico. Luego de leer la investigación de la profesora, Carole Leal ‘La primera revolución de Caracas 1808-1811’, comprendo que el alcance de la fecha de hoy, 5 Jul, no es el que ha debido ser en sus 212 años de existencia .

¿Por qué?

El evento no solo declaró y luego dejó en acta la separación absoluta de la monarquía española (entregada momentáneamente a Napoleón) sino que produjo algo también de mucho valor político: la representatividad y el debate de ideas en la obtención de consensos. Porque para llegar a esa fecha que hoy se recuerda, hubo que pasar por niveles de creatividad, modernización y decisión políticas y jurídicas como jamás hubo en el territorio de la Capitanía General antes de ese momento.

No solo aquellos diputados lograron la independencia sino que sobre la marcha, a velocidad impensable, dinámica además motivada por la realidad de la época y por la propia situación de la corona de España, esos diputados lograron pensar y construir una estructura conceptual que diera legitimidad a la emancipación que pretendían, crearon instrumentos de elección y adjudicación, debatieron y acordaron, organizaron y propusieron a través del acuerdo parlamentario no solo un congreso que los reuniera colegiadamente, sino una constitución que sentara las bases de una nación, republicana según la entendían.

No fue poco el haber logrado aquello, además con ese nivel de pensamiento y creatividad que mostraron los protagonistas de la hora. El objetivo no solo era emanciparse sino también fundar de la nada el modo democrático de entender el poder y de contenerlo y administrarlo.

La lápida que puso Bolívar sobre todo aquello, un personaje que en las primeras horas de esos eventos era uno de los tantos importantes pero no el único, fue la de considerar a aquel magnífico legado del primer congreso de Venezuela como de ‘república aérea’ y a sus propulsores de ser llevados por ‘excesos liberales’ por la carta magna de corte federal que emanó de aquellos constituyentistas.

Esos calificativos por parte de Bolívar condenaron políticamente a aquel proyecto y fueron parte del origen de su fracaso.

Pero además, y esto lo señala con énfasis la profesora Leal, es inexcusable que la historiografía, que con los años vendrían a estudiar este hecho histórico, haya obliterado o escamoteado la valoración del trabajo de negociación política que aquellos hombres del primer congreso lograron y llevaron a término.

No es justificable que la historiografía haya tardado tanto en recomponer el asunto, tampoco que toda una nación, llevada de la mano de sus políticos y líderes, haya acompañado esa errada lectura, esa falta, esa disminución en la consideración de los hechos solo por el peso del ‘grande hombre’ en el que se convirtiera Simón Bolívar los años subsiguientes de la independencia y de Colombia.

Así que si vamos a conmemorar este 5-j deberíamos aprovechar de hacerlo con el espíritu de amplitud de miras y el de valoración sincera.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Samuel González-Seijas May 26, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Homenaje a Tina Turner
Será estrella / o algodón de luna / en Alabama / quizás

 

@lectordepaso

Hay una mujer

que vino a lomo

sobre sí misma

 

Alazana de ijares

y cuartos tensos

para el salto brioso

y el paso regio

 

Una mujer de crin

tornasolada

que esponja y crece

 

Su voz

es una raspadura de sol

una serpiente

en el chamizal

 

Pero ahora

se ha ido con su río

con la luz

de sus ancestros

 

Corre hacia Memphis

hacia tierras de Arkansas

o más allá

 

Será estrella

o algodón de luna

en Alabama

quizás

 

Con su moneda

ganada

al viejo llanto

la música de la tierra.

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Samuel González-Seijas Mar 11, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Anuario 2023 | Febrero
Febrero es nuestro ritmo particular, nuestra sístole colectiva. El resto de los meses por venir parecen depender de ese impulso, de esa contracción cardíaca que febrero tiene de suyo

 

@lectordepaso

*****

Tu cuerpo tendido allí, Victoria. Subo las escaleras que dan al segundo nivel de tu casa, camino sin detallar el verde de la pared, sin siquiera rozar el pasamanos blanco. Llego hasta tu cuarto, que está abierto de par en par y tu cuerpo tendido, sereno como si ya alguien te hubiese preparado para el viaje. Apenas tú sola hasta que he llegado a acompañarte. Las manos cruzadas sobre el vientre, sin rigidez alguna, como si de verdad durmieras.

¿Quién eres ahora, quien fuiste? Pálida la quijada, hundidos los carrillos, la boca con dulzura cerrada, te ves como siempre, la misma, sosegada y diáfana. Aun así, acostada, rezumas la sencillez y la austera elegancia de toda la vida. Una vida en la que solo pude cubrir un mínimo fragmento, como de seguro les tocó a tantos otros; un pedazo que probablemente movió un mínimo la tuya, si acaso, pero que cambió, marcó la mía hasta, estoy seguro, que le llegue su cierre.

Estás ahí, blanquísima, vestida como si vinieras de una clase de yoga. La gran señora te tomó dormida, supiste obligarla incluso a ser delicada contigo, considerada y discreta, como pocas veces suele hacerlo.

Tendida estás allí, sí, volviéndote porcelana apacible, recibiendo de tu propia habitación el aliento amable con que la ocupabas.

Y yo, perpendicular a tu cuerpo, veo cómo el sol comienza a inundarte los pies, esa luz amarilla que se posa sin estridencias, sin temperatura aunque no fría, una luz de enero que lo mulle todo, que suaviza filos y bordes, salientes. Esa luz comienza a subir por tus pies, largos y sanos, estatutarios, de amazona, de atleta núbil.

Te observo tendida, como ya alguna vez vi a mi padre horizontal sobre una rústica camilla de morgue. Ojalá hubiese muerto como tú, quizás, en su habitación mañanera, recién puesta la taza de café en la mesita contigua, acabado de posar, tal vez, la cabeza en la almohada para leer.

Tu cuerpo y el de mi padre, puedo verlo, se funden en uno solo; el tuyo desciende sobre el otro, ambos se encuentran y se mezclan de a poco, no importa que miembro a miembro no calcen, pero en el conjunto terminan siendo uno solo, lado a lado, de arriba a abajo. Algo los iguala en mi recuerdo de él y en tu presencia de hoy. La piel blanquísima, fresca, sin mácula, de la que todo calor se ha retirado.

*****

Semana a semana avanza el año. Ya se ha hecho costumbre el cambio de percepción en el transcurso de los eventos, cualesquiera que sean. Una mayor velocidad empuja todo hacia adelante y deja esa certeza de que apenas podemos registrar pocas cosas. Quizá por ello se haga deseable detenerse, trazar unas líneas, poner marcas a lo que ocurre allí donde haya dejado o movido nuestra interioridad. Si no ponemos esas boyas, esas señalizaciones flotantes sobre la marea incesante de los acontecimientos, podríamos perdernos, podríamos errar la ruta. Y no porque haya que obligar a regresar sobre lo andado, no porque sea un mandato impuesto desde afuera por nosotros, por una cabeza que fantasea sobre sí misma esforzándose por generar un modelo infalible, claro y preciso de una vida, no por eso, aunque también ocurre. Sería además por no sentir que lo vivido se disuelve tan burdamente en el acaecer infinito de la rusticidad y la circularidad de lo cotidiano, para, como siempre, intentar darle un sentido a la existencia. ¿No es eso también lo que nos define? «Insistimos, insistimos, nadie sabe por qué», dijo el poeta Cadenas, refiriéndose a otro asunto pero que aquí viene al dedo.

Sin la búsqueda de sentido somos poca cosa, parece. Recordemos al profesor Viktor Frankl. Pero ese sentido lo construimos hacia atrás, y requiere de atención y lentitud, trabajo de copista, quizá de notario. Levantar el mapa de nuestros anodinos e insignificantes hitos vitales, para la ruta propia, para el álbum íntimo que nos llevaremos a lo hondo de la tierra o al cielo de nuestras cenizas que el fuego elevará. Para nada más.

*****

El asunto es, Victoria, que Clarice es tan apacible, liviana, discreta y observadora como tú.

La primera vez que estuve en tu casa no dudé de que había una ventana idéntica a la que describes en tu novela Lluvia. No más me abriste la puerta en aquella primera visita, la reconocí al instante. Toda la luz que dejaba pasar, el sofá en el que te sientas debajo, esa parte de la sala contigua a la entrada de la cocina; la mesa de comedor al fondo, simple, sencillo todo como luego entendí era tu vida o tu manera de llevarla.

Recuerdo que lo primero que hice fue preguntarte si esa ventana era la que aparecía en la historia y por la cual se asomaba Clarice a ver la lluvia, sus volúmenes, la materia que iba empujando calle abajo por la urbanización. Me respondiste que sí, sin titubear. Yo me sentí partícipe de un secreto, de estar dentro de una intimidad, de una ficción tan real por necesaria y honesta. E intenté ver a través, como creía yo que vio la protagonista. No llovía ese día, esa tarde, no había movimiento en la calle, todo en silencio. Pero disfruté esos segundos de intromisión en tu mundo y además frente a ti. Mi primer encuentro contigo me llevó, voluntariamente, a convertirme en fábula novelesca, a aceptar todas tus estrategias de escritora, sin poner resistencia alguna. Así fue y así seguirá siendo en mi recuerdo.

*****

He conocido a una de las historiadoras venezolanas recientes más interesantes. He leído, para nuestro diplomado, uno de sus trabajos, escrito para la conferencia dedicada a la época de la Independencia. Carole Leal, la profesora que nos ha tocado escuchar en una sesión decembrina, nos mete de lleno en el asunto del período coyuntural que llevó, a los que luego pudieron llamarse venezolanos, a romper con la metrópoli española. La conferencia se tituló «La primera revolución de Caracas. Juntismo, elecciones e independencia absoluta», escrita y dada para la Fundación Rómulo Betancourt, a finales del pasado 2022.

Esto que consigo es un apretado resumen de ese trabajo, que a su vez es un compendio de un libro completo, editado recientemente por la UCAB.

«Como lo manifiesta la propia historiadora Carole Leal, de lo que se trata es de examinar con pulso crítico algunas “cosas dadas por ciertas” en la comprensión del período 1808-12, sobre todo desde presupuestos que la propia historiografía patria y nacional ha venido repitiendo a lo largo de los años de su ejercicio disciplinar.

El trabajo contempla un recorrido exhaustivo que estudia el ambiente político de la España de 1808 hasta el 5 de julio de 1811 en la Capitanía General de Venezuela. En ese recorrido intenta penetrar en las motivaciones que llevaron a la futura ruptura con la metrópoli española y a la casi inmediata organización de un congreso constituyente que pudiese dar cuerpo a las aspiraciones derivadas de los grupos e ideas en pugna en esa crisis.

Pero antes de entrar de lleno en el examen de todo el “terremoto político” que sacudió aquellos años fundacionales, la profesora Leal deja por señalado algunas lecturas, que hoy demandan ser superadas por la propia investigación histórica; en ellas se ha sostenido una posición errada sobre varios –para no decir todos– acontecimientos y dinámicas del tramo investigado. Este breve ensayo tratará de resumir esos aspectos sin pasar al desarrollo del cuerpo entero de todo el texto estudiado en la conferencia.

El primer yerro estaría en lo que la historiadora llama “una visión finalista” del proceso proto-independentista. En este sentido, expresa que esa visión supuso que el punto de llegada de aquella dinámica era igual al de partida, esto es, que la aspiración a la independencia absoluta fue la motivación de origen en aquellos días. En esta línea, la historiadora reconoce que hay dos creencias subyacentes: una, que el anhelo de independencia siempre estuvo allí, en las aspiraciones colectivas de la sociedad; y otra, la idea de que existía de manera sólida una nación venezolana. De esta forma y sobre todo por lo último, ha quedado el 19 de abril de 1810 y la escena de la renuncia del Capitán General Vicente Emparan desde un balcón del cabildo caraqueño, como el acto único que fundó nuestra independencia de la corona española.

El segundo desacierto es el que consiste en creer que fue Caracas la que “dio el ejemplo” a las demás provincias de la capitanía general, tal como reza el verso de nuestro himno nacional. Es lo que ella denomina “la tesis de la imitación”. En este sentido, mirar desde ese supuesto apenas una parte de todo el proceso es ignorar abiertamente las particularidades de lo que en realidad fue resultado de una larga y dificultosa negociación política.

El tercer elemento a desmontar, y quizá uno de los más delicados de abordar por el protagonismo del principal actor implicado, es la creencia de que la presión ejercida sobre aquel primer congreso por la Sociedad Patriótica, cuya figura descollante era Bolívar, fue la que indujo y encauzó en todos los implicados a dar la declaratoria definitiva en julio de 1811. Es lo que la profesora considera como una “lectura bolivariana” del proceso, hecha y enquistada en la memoria de estos acontecimientos iniciales.

Y la última, pero no menos clave, es la condena dada por el propio Bolívar al sistema federal de organización política de aquella primerísima constitución de Venezuela. Desde el criterio bolivariano, el haber adoptado esa forma de gobierno fue la causa principal del fracaso del primer ensayo republicano que emanaba del texto fundacional. “Esto acarreó, dice la profesora Leal, un silencio historiográfico inexcusable sobre los primeros años en los cuales se sentaron las bases teóricas, jurídicas y políticas de la república…”.

Habría que tener a la mano, para el recuerdo certero y la justa comprensión, que fue el propio Bolívar quien sepultó para la posteridad de la reconstrucción histórica aquel evento al calificarlo de “república aérea y filantrópica”, y al sistema federal como susceptible de “excesos liberales” que no podían llegar a consolidar una efectiva ruptura y la construcción de una nación. Creo asimismo que es de especial atención hacer foco en ese “silencio historiográfico” señalado por la investigadora y poder entender qué lo causó y por qué se ha sostenido a lo largo de los años, más allá de la evidente impronta dejada por el Libertador. Ya en ese sentido, un trabajo señero dio la primera campanada hace cinco décadas. Me refiero al trabajo El culto a Bolívar del historiador Germán Carrera Damas, trabajo que en su momento y hasta hoy sigue siendo una suerte de ariete que abrió las puertas de un cambio en la investigación de nuestro pasado.  

Luego de planteadas todas estas aclaratorias, entramos de lleno en el objetivo del texto. Este no es otro que desentrañar el contenido del acta del 19 de abril; la junta conformada ese mismo día como acto de legitimación de lo que estaba decidiéndose, es lo que la historiadora llama “juntismo”. En segundo término, ese primer y peculiar evento electoral de los venezolanos de 1810, cuando plantean elegir diputaciones para el primer congreso constituyente de nuestra historia. Por último, el examen a fondo de la declaración de independencia como resultado de los intensos debates ideológicos que se dieron como ejercicio deliberativo y que permitió llegar a la fecha del 5 de julio de 1811, en la que se declara la libertad absoluta y de la que emana una primera carta magna como pacto social de los primeros venezolanos.»

*****

(Pequeño bosque). Una vez por semana me veía con Marina. Salía de mis clases en la universidad, a eso de medio día, me echaba esos kilómetros hasta su casa. Yo trabajaba en Sartenejas, una zona bastante alejada de la ciudad, pero muy transitada y poblada, no solo por estudiantes sino por gente de todo tipo, trabajadores de servicio, por ejemplo. Era un pueblo antaño, ahora una extensión más de la ciudad. Lo cercan urbanizaciones y centros comerciales. Tiene dos vías de acceso, una, la antigua, por el viejo pueblo aledaño de Baruta; la otra, que es la que uso para escaparme hasta los predios de la mujer que visito semanalmente, es una vía que conecta directamente con la autopista central del país.

Al terminar mi turno, el de los jueves, salgo por allí y desciendo hacia la zona de El Valle para tomar la otra sección de autopista que me dejará en la entrada de la vía Panamericana. Luego, subo hasta Agua Blanca y allí, hasta la urbanización Las Nutrias. Toda una vía de montaña, verde y de clima más que agradable. Desde Sartenejas hasta Agua Blanca se extiende una larga cadena de colinas y montañas que uno presume están interconectadas. Las autopistas no hacen sino bordearlas, puede uno intuir. Lo cierto es que esa condición de vía entre colinas otorga la sensación de estar entrando, circulando, penetrando, en lo agreste. A mí me despierta la fantasía de detener el vehículo a la orilla del camino y andar ladera arriba, entre esos abetos, pinos, eucaliptos, que abundan y cierran y le dan límite a la pista.

Marina me espera desnuda (también vestida, aunque no es lo usual). No es que estemos urgentes de sexo, pero a ella le gusta recibirme ligera y sin demoras, a pesar de que muchas veces el clima obliga a vestirse más. Su lugar es tibio, debo decirlo. Es como ella. Me recibe en la puerta, sin abrirla completa, por supuesto. Entro diciendo un hola casi susurrado y voy despojándome de lo que traigo encima. Nos vamos a la habitación antes de comer. No creo que lo hayamos hablado antes, pero esta manera de recibirnos a mí me mantiene conectado con aquellos años veinteañeros en los que todo era posible. Los años de la libertad. Ahora bien pasados los cuarenta, tener un amor con el que puedas llevar ese viejo hilo de confidencia, intimidad e intensidad, me parece una enorme ganancia. Algo que abona más a la relación.

Marina es blanca, delgada, de buenos senos, rosados y tersos. Lleva el cabello corto y en la frente le suele caer un mechoncito que la hace ver muy atractiva. Los ojos son amarillos, casi color miel, y cuando les da la luz se transparentan más. Curiosamente, acostada no se ve tan hermosa como cuando camina o está de pie. Pero eso es apenas un detalle. La conocí, nos conocimos, en la entrada de la biblioteca de mi universidad.

*****

Este mes de febrero es uno de los más cargados de conmemoraciones de nuestra historia. Todo o casi todo, ha ocurrido en febrero, social y políticamente hablando. Esa condición de ser el mes quizás más agitado del calendario tenga que ver con el hecho de que está abriendo el año. Enero está aún demasiado cerca del receso decembrino y muchas instituciones, actividades y personas no han tomado el impulso completo en sus dinámicas propias. En cambio, el segundo mes ya ha puesto la musculatura a tono para transitar los siguientes. Es costumbre entre nosotros está condición. Es nuestro ritmo particular, nuestra sístole colectiva. El resto de los meses por venir parecen depender de ese impulso, de esa contracción cardíaca que febrero tiene de suyo. De él dependerá el pulso que dominará el año, en buena medida.

Este año, entonces, en este febrero febril de siempre, se cumplen cuarenta años del llamado Viernes Negro. Una fecha que marcó o quizá sea mejor decir «partió» la vida socioeconómica del venezolano en dos partes, cuyo segundo pedazo a partir de entonces ha quedado a la deriva hasta hoy. Cuatro décadas y el país no ha levantado cabeza, gracias en buena medida a los sacudimientos políticos, la inveterada mala administración de la riqueza y la corrupción eterna de la dirigencia y los liderazgos. La nación como botín, nada que no se haya dicho incluso antes de aquel 1983.

Lo curioso de esta fecha es que las conmemoraciones o el simple recuerdo han estado muy tímidos para no decir escasos. De los que he podido hacer seguimiento, solo tres espacios en la web han ido más allá de la simple reseña y del titular descafeinado. Uno de ellos, especializado en documentales y de factura propia, de buena calidad en general en cuanto a imágenes, edición y guion, ha sido de los que más a fondo ha llegado en el género al que se dedica. Verlo es un viaje al pasado reciente, es repasar aquellos rostros protagonistas, secundarios o circunstanciales que gravitaron alrededor de aquellos acontecimientos. Los otros dos fueron hechos por entrevistas a especialistas e incluso a algunos que construyeron testimonio en su momento desde la economía o el periodismo.

Era muy niño en ese febrero del 83, once años de edad apenas, y desde luego que en la memoria quedaron las imprecaciones hechas en casa, algunas discusiones escuchadas a distancia en reuniones familiares y los reiterados titulares que machacaban sin tregua aquel desastre a lo largo de toda la década. Dos términos reservé en el recuerdo de la época: corrupción y malversación. Hubo otros, pero estos dos fueron los que más tiempo mantuvieron su influjo sobre lo que yo podía tímidamente ir armando interiormente acerca de qué era el país. Fueron como molestas etiquetas sonoras que lo acompañaban a uno a casi todos lados. Y desde luego estaba la vivencia de una precariedad económica que en casa trataron de amortiguar como fuese posible.

Lo cierto es que ya nada fue igual para el venezolano de clase media o en ascenso. Al día de hoy, son largas las historias de padecimiento y muchas de ellas complicadas de recuperar.

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Samuel González-Seijas Feb 17, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Anuario 2023 | Enero
Caído en desgracia el período democrático, el 23 de enero debe darle paso a otra fecha, nueva, diferente, que lleve su espíritu propio, cuando caiga o desaparezca el estado de cosas actual, y volvamos a ser libres

 

@lectordepaso

UNO

(Pequeño bosque). No sé qué me hizo detener en ese borde del camino cuando iba, como acostumbraba hacerlo en esa época del año, al pueblito de Agua Blanca, situado a medio camino entre el valle y una ladera de buena altitud, a lo largo de toda esta zona algo fría de la región.

La vía estaba excelentemente asfaltada, con dos canales, uno de ida, otro de vuelta, con defensas a los lados, que la separaban del precipicio por uno de sus bordes; de la montaña, por el otro. Cuando se iba camino al poblado, el recorrido se hacía por la margen derecha, bordeando siempre el bosque de abetos, pinos, cipreses, eucaliptos, muchos de ellos enormes, que llenaban el terreno inclinado de la montaña que subía siempre.

Una línea doble y muy blanca, nítida contra el oscuro color plomo del asfalto, dividía las vías y le daba al camino una sensación de infinitud, de recorrido sin término, que al menos yo no había sentido en otras ocasiones u otras carreteras del país. No es que yo fuese un correcaminos, un conductor impenitente, de esos que se tragan kilómetros enteros de camino sin cansancio aparente, sin pánico ni rechazo a la soledad prolongada a la que obliga viajar conduciendo, acompañados apenas por la música del radio o el sonido de la brisa a alta velocidad.

Era la cuarta vez que hacía ese recorrido, pero la primera en la que me había fijado en mi alrededor. No entiendo por qué nunca antes había observado toda esa ruta no como una vía de paso hacia un punto equis al que iba una vez al año. No me había detenido a ver aquello como un todo inmenso, hecho de pocos elementos, pero nítidos todos a mi impresión, reunidos además en una composición visual en la que los elementos parecían estar ocupando un lugar inmejorable, como si no pudieran estar en otros ni juntarse o separarse de otra manera.

Durante el recorrido, fui dándome cuenta de que aquello era en verdad un paisaje, algo plástico y vivo en el que penetraba del modo más casual e inconsciente.

Sin embargo, vi. Comencé a pasear la vista de un modo que reunía lo observado en una sola tela, por así decir, como si observara un enorme cuadro, un fresco monumental que alguien haya pintado alguna vez.

DOS

Ha muerto Victoria de Stefano. Me entero por un mensaje de un amigo en común que está en España de vacaciones decembrinas, lo cual es para mí doblemente sorpresivo, o extraño, venirme a enterar de esa pérdida por alguien que está a miles de kilómetros de aquí. Él se enteró también de manera indirecta: vía redes sociales. Alguien tuvo que saber de esa muerte y lo hizo público difundiéndose rápidamente como suele ocurrir en esas plataformas digitales. Yo también acudí a ellas para cerciorarme, o quizá para corroborar algo a lo que no quería darle crédito alguno. Sin embargo, estaba allí. Victoria se había ido.

Le escribí a una amiga muy querida, poeta y periodista, que fue muy cercana a la escritora. Fue la que me reveló que había muerto mientras dormía, en su casa de Sebucán, sitio al que yo había ido en algunas oportunidades gracias a las amables, dulces y cariñosas invitaciones y atenciones de la propia Victoria. Recordar esas visitas, las imágenes que atesoré de ellas, me vinieron todas de golpe, acompañadas de una sensación larga de tristeza y abandono.

Fui y soy uno de los tantos afortunados en haber recibido su bellísima amistad, su cariño casi corporal que tenía conmigo, su manera de hablar, su belleza de mujer inteligente y sensible en extremo.

Una pérdida de ese tamaño no iba a durar mucho tiempo en silencio, por más que la propia Victoria siempre haya sido una maestra de la discreción. Todos sus conocidos salimos a llorar su partida, a recordar momentos, a elogiar su maravillosa escritura. Muchos nos vimos reunidos de pronto en la aflicción, en la plaza pública que la virtualidad digital permite. Al menos eso pudimos lograr como modo de consuelo inmediato a lo que ya se había consumado. Nos vimos y nos oímos llorarla. Aún lo hacemos y me parece que así continuará por un buen tiempo, hasta que el duelo cambie de grado y de intensidad.

TRES

Termina enero y hace frío. Un frío como solo puede hacer aquí, con sol y mucha luz. Como estoy casi refugiado en un apartamento en lo alto de un piso siete, por las ventanas se cuela la brisa a más baja temperatura de lo habitual durante el año.

Se me enfrían los pies mayormente y eso indispone todo mi cuerpo. Me voy sintiendo incómodo, fastidiado sin darme mucha cuenta al principio. Llega un punto en que ya no aguanto y debo ir a cubrirme con más ropa de la que suelo llevar en casa.

Más allá de este pequeño incordio, enero me gusta por su azul despejado y la luz que lo sitúa, suave y confiado sobre la ciudad. Una ciudad que demanda, para poder llevarla mejor, levantar muchas veces la mirada.

CUATRO

Ya desde el año pasado, a finales de octubre, participo en un diplomado en historia contemporánea de Venezuela. Diseñado y avalado por la Fundación Rómulo Betancourt y la Universidad Experimental Libertador (antiguo pedagógico) todos los sábados de 9 a 1 de la tarde nos encontramos con extraordinarios profesores e investigadores de la disciplina.

Ya llevado medio camino recorrido, puedo decir que mi satisfacción es completa. Grandes figuras de la historiografía, como Germán Carrera Damas, o jóvenes como Luis Perrone o Lorena Parra, hacen que el pensar, debatir, mascullar sobre momentos o hitos históricos, criticar posiciones, restablecer lecturas incorrectas pero sostenidas por la tradición y también por el sesgo interesado de grupos o gente de poder, esto y más, hacen que sea quizá la actividad de mayor calado que he podido vivir desde el nefasto paréntesis de la pandemia y del largo tiempo de destrucción de la nación que ya lleva a cuestas la dictadura venezolana.

Un fantasma que no descansa

Un fantasma que no descansa

Estudiar con ellos es una inmersión seria en los nudos gordianos de nuestro pasado, por un lado, pero también de nuestra psique empobrecida por los atavismos culturales y por la muy venezolana crueldad. A todo eso nos acerca estas sesiones. A esos hilos subterráneos donde está tejida toda la trama de nuestro acontecer político y social, desde la que parece cumplirse una circularidad aterradora cuando puede mirarse en conjunto lo acaecido en doscientos años. Cuántas cosas por decir, por digerir, por reordenar. Habrá que esperar a que se dé término al curso para quizá comenzar a asimilar todo aquello. No es fácil perder la sensación de vértigo luego de haberse asomado al borde del abismo. Y suena dramático, sin duda, porque los es.

Nos han pedido, como primer ejercicio, dos cuartillas de reflexión sobre la primera conferencia del profesor Carrera Damas, titulada «Dialéctica continuidad y ruptura en la historia contemporánea de Venezuela». He escogido, por atracción inicial, ese asunto de la ‘dialectica’ trabajada por el historiador y he querido tratar de entender cómo procede sobre el estudio del pasado y qué agrega o suprime de lo ya conocido. Esta ha sido mi respuesta:

*¿De qué modo entender y por consiguiente asimilar la díada «continuidad-ruptura» propuesta por el historiador Cartera Damas como instrumento de análisis de fenómenos históricos en Venezuela?

Lo primero que quizá habría que decir tendría que ver con el propio hecho epistémico de la reunión dos términos contrapuestos, pero entrelazados dialécticamente, como base para examinar acontecimientos y dinámicas sociopolíticas en el seno de un proyecto nacional, como en el caso que nos invita, el nacido de la formulación de independencia de 1811. ¿Qué permite y hasta dónde lo consigue?

Parece evidente que, ante la insuficiencia de lo que el propio Carrera Damas denomina ‘historia patria y nacional’ respecto del estudio de nuestro devenir, cifradas aquellas en un insistente e insuficiente método que asumió la historiografía como un mero registro testimonial y cronológico, apalancado ideológicamente desde la visión puramente político-heroica de la gesta independentista, incorporar una perspectiva dialéctica permitiría afrontar el estudio desde posiciones de mayor asertividad científica y, por ello, crítica, aspecto que ha sido el horizonte de trabajo del historiador a lo largo de sus más de sesenta años de investigación sostenida.

En efecto, la incorporación del método dialéctico al estudio de la historia permite abordar sus objetivos, sus fenómenos, considerándola un ente conceptual dinámico y nunca del todo cerrado. La dialéctica encara los conceptos como entidades o constructos que guardan en su seno una raigal tensión de opuestos. Quedaría así derogado el conocimiento, en cualquier campo de la investigación, desde postulados esencialistas, en los que la tarea de intentar definir, discriminar, perfilar un sentido (¿una verdad?) sea consecuencia de entender esa actitud de no asumir la posible definición de la cosa en cuestión como algo prefijado, y sobre todo, inmutable, no susceptible a cambio alguno, de acuerdo a como el mismo pensamiento científico intentó trabajar, al menos hasta los inicios del gran cambio epistemológico del llamado racionalismo.

De acuerdo a lo anterior, para el filósofo Theodor Adorno, en una de sus lecciones de 1958, recientemente reunidas en una edición con el título «Introducción a la dialéctica» (Buenos Aires, 2014). En esas lecciones, Adorno vuelve sobre los postulados de Hegel para desentrañar en qué consistía su propuesta dialéctica, y en ellas destaca aquello que se hace aquí clave para nosotros en el examen crítico de la historia.

En un pasaje, nos dice: «Lo que en realidad se requiere de la dialéctica según su ideal… Es más bien que utilice de tal modo los conceptos mismos, perseguir de tal modo su cosa, ante todo ir confrontando el concepto con aquello a lo que se refiere tanto como para que se muestre que entre semejante concepto y la cosa referida se producen ciertas dificultades que luego obligan… a modificar el concepto en cierto modo, pero sin tener permitido renunciar a las determinaciones que el concepto tenía originalmente. (…) esta modificación se realiza precisamente a través del concepto original –es decir, mostrando que el concepto original no concuerda con su propia cosa, no importa cuán bien definida parezca estar–… (p. 32).

De modo que, en el tuétano mismo de la propuesta historiográfica de Carrera Damas, la diada “continuidad-ruptura” viene a erigirse como andamiaje sobre el cual la exploración histórica levanta sus asertos. En este sentido, la investigación ha identificado, desde un punto de origen situado en la declaración de 1811 y su respectivo congreso, el inicio de un movimiento pendular, luego extendido a lo largo de todo el siglo XIX y parte del siguiente, cuyo vaivén va de aquel punto a una oclusión o suspensión de distinta duración cuya característica principal fue imponer exactamente lo contrario a esa aspiración democrática del origen.

Así, en Venezuela, a lo largo de su devenir sociopolítico, las dinámicas autoritarias, personalistas o abiertamente dictatoriales, han detenido el proceso y han obligado a sus propulsores a plantearse nuevos comienzos en una marcha tortuosa pero indetenible en pos de lograr los principios democráticos pensados y manifestados desde los eventos que desembocaron en la separación definitiva de la monarquía española.

CINCO

Un año más, sesenta y cinco, del 23 de enero de 1958. Fecha que se recuerda hoy tratando de reavivar el espíritu original de aquel año, sobre todo porque estamos en dictadura y no hemos podido salir de ella. ¿Saldremos? Esta de ahora lleva más de 20 años, tiempo que hubiese querido tener a favor aquel militar dictador tachirense que terminó sus días en Madrid. El dictador de esta hora cuenta con otras ventajas de las cuales podría decirse que están la de haber aprendido las lecciones de cómo no dejarse sacar del poder, cómo mantenerlo a toda costa. A toda costa es asesinar, encarcelar, perseguir, torturar, por ejemplo. Mientras digo estas cosas hay más de doscientos presos políticos y quién sabe cuántos más en la mira.

El dictador de aquellos años cincuenta también aplicaba el método infalible contra la disidencia, pero llegó el momento en el que la correlación de fuerzas a su favor se desbalanceó. Siendo militar no pudo continuar con el apoyo de su propia corporación y la crisis generada por la presión de calle sumada a aquel desvalimiento lo llevaron a huir definitivamente. No ocurre lo mismo hoy. La corporación militar del país sostiene en buena medida la tiranía, y si hay fracturas internas en ella, no parecen ser significativas al punto de mover la balanza hacia la recuperación de la institucionalidad y luego de la democracia.

Lo cierto es que este 23 de enero llega en un año que abrió con protestas en casi todo el territorio; manifestaciones de todo tipo, pero sobre todo del gremio de maestros y profesores, quienes han salido a vocear su indignación y su hartazgo. En su protesta, no solo están las reivindicaciones laborales sino la denuncia de haber perdido una educación mal que bien sostenida y estructurada durante años, tanto como una carrera profesional del docente, establecida y sostenida en el periodo democrático anterior a esta tiranía.

Parece ahora, este 23 de enero, un plato recalentado de viejas sobras que quieren volver a servirse. Habría que preguntarse si ya la fecha no ha perdido definitivamente su largo prestigio, su halo encantado de reivindicación política y civil. Y la pregunta quizá no sea impertinente, una fecha como esa tenía sentido en un sistema de libertades públicas y en una estructura legal e institucional que le daba piso simbólico y sentido de logro colectivo. Caído en desgracia el período democrático, aquella fecha debe darle paso a otra, nueva, diferente, que lleve su espíritu propio, cuando caiga o desaparezca el estado de cosas actual, y volvamos a ser libres, si es que es eso lo que el venezolano quiere recuperar.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad.Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Samuel González-Seijas Jul 19, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Cuba y mis penas
Escuchar ‘Sueño con serpientes’ me dejaba embobado, suspendido. ¿Por qué no supe ver lo que tenía en frente? ¿Por qué fui instrumento de ideas que no eran mías?

 

@lectordepaso

Uso la palabra pena en su sentido de ‘dolor’, ‘tristeza honda’, pero también como la usamos en nuestro país, es decir, como ‘vergüenza’, ‘bochorno’.

Desde ambas recordaré qué es Cuba para mí. Tierra que jamás he pisado pero que me concierne siempre.

Aunque entonces no podía saberlo, mi primer acercamiento a lo cubano vergonzante fue a los siete años, cuando en casa se escuchaba la nueva trova. Mi padre ponía a Silvio y a Pablo de tanto en tanto, en una grabadora de esas que se usaban para los interrogatorios, alargada y con un asa para llevarla. Tampoco podía darme cuenta de lo que son capaces los objetos de revelar en sus usos y funciones. Era incapaz de ver ese sarcasmo artístico y político en mi querida grabadora de entonces.

Lo cierto es que la música de Silvio me quedó como una marca imborrable. De todo lo que allí se escuchaba, era a él a quien volvía siempre, fascinado por las imágenes que sus canciones me daban y que ya a esa edad podía ‘ver’ en mi mente.

La más repetida por mí era Sueño con serpientes. Escucharla me dejaba embobado, suspendido. Sus imágenes me metían en estado de trance. Me fascinaba viajar por dentro de aquella serpiente, como dice la letra, entrar por su boca, y dejarme caer en su entraña como un viajero privilegiado. Era prodigioso sentirlo.

‘La mato y aparece una mayor’ dice la letra. También: ‘con mucho más infierno en digestión’… increíble era cómo yo podía ir viendo, como si fuese proyectado en una pantalla de cine, todos los detalles que la canción me hacía agregar a sus imágenes iniciales.

Y ahí me quedaba horas, rumiando imaginaciones felices.

Eso fue por el año 78, más o menos. Nunca mi padre habló de política, ni de izquierda ni derecha, ni de revolución. Nunca escuché en casa mencionar a Fidel, a menos que ese nombre saliera de algún noticiero.

Ni siquiera hablaba de Cuba: ese nombre lo vine a escuchar asociado al béisbol y a otro tipo de música tiempo después, gracias a mis tíos siempre salvadores.

Pero para sentir pena por aquello, es decir por Silvio, la trova y eso, tuve que llegar a la universidad.

Entre ese año y mi llegada a la Escuela de Letras muchas cosas ocurrieron, como era de esperarse.

Silvio se borró de mis intereses adolescentes, desplazado por el rock y la salsa, el deporte, las caídas familiares, los primos y las vacaciones escolares, las novias que no tuve.

Y sin embargo, lo cubano seguía presente. No eso que más arriba llamé ‘vergonzante’ sino un lado distinto de una cultura que de a poco iba conociendo, aunque mi padre, sin explicar nada, seguía conectado a ‘eso’ de un modo que jamás llegué a conocer, ni siquiera cuando lo verdaderamente nefasto cubano era en nuestro país un asunto notorio.

Recuerdo que a mi padre, fotógrafo periodista del famoso Diario de Caracas, le fue asignado el trabajo de hacer un reportaje por los 25 años de la revolución. Recuerdo los preparativos, la ida y la vuelta. Luego, el trabajo publicado en páginas centrales. Las fotos, el malecón, las vistas, quizá la garita de un viejo fortín colonial. Todo en blanco y negro.

El texto no puedo traerlo de vuelta. No sé qué decía, si elogiaba o si condenaba. O si era un balance más o menos objetivo. Como se ve, Cuba venía por la acera de mi padre, o de algún modo, asociado a él.

Pero sin él, la Cuba mía, que yo consideraba feliz, me llegaba en los nombres de sus deportistas, Juan Torena, Sotomayor, Casablanca, Tany Pérez, Teófilo Stevens. Grandes nombres todos.

Jamás estuve politizado en esos años, tal vez porque la edad no me lo permitía, pero además porque el país tampoco. Venezuela no me llevaba por ahí, me hacía ignorar hasta su propia historia, sus reveses, sus disputas, sus aciertos. Eso que llamaban democracia.

Pero llegué a la universidad y eso lo cambió todo o casi todo. Entre otras cosas, allí, a la vuelta de cualquier pasillo, en los jardines, frente a los mesones de libros, sonreído y con un cigarrillo en la mano me esperaba Silvio Rodríguez.

Fue la locura.

Era como estar rodeado de agua por todas partes. Era como estar a punto de ahogarme sin saberlo y, además, feliz. No solo volví a escuchar aquellas canciones sino que ‘milité’ en su música. No encuentro otro verbo que lo exprese mejor. Y es de esperarse.

¿Qué otra cosa puede venir de un ambiente como ese, universitario de mis veinte años, en el que todo era una invitación a militar en algo?

Claro, estoy refiriéndome a la UCV, no a otras. Y la Nueva Trova era allí un clima, una estación.

¿Cómo podía sustraerme a su influjo?

Me aprendí todas las canciones, y escuché todos los discos, caminé tarareando, silbando, esos pasillos de mi felicidad, que no eran muertos porque, al contrario de lo que decía el propio Rodríguez en otra canción, nunca necesité la muerte de otro para ser feliz. Ni la muerte ideológica ni menos la física.

Y los años 90 me pasaron así, como en un sueño agradable del que, ajá, iba a despertar de golpe.

¿Por qué fui tan ciego, tan tonto? Y ¿por qué no supe ver lo que tenía en frente? ¿Por qué fui instrumento de ideas que no eran mías?

¿Qué me llevó a militar en una felicidad espuria?

Con esa ingenuidad ignorante leí, escuché, bailé de Cuba lo que pude. Me costó muchísimo separar el grano de la paja. Me costó matizar mi fascinación por Carpentier, Marruz, Vitier, Guillén, Diego, y otros que no menciono… Salieron al rescate: Cabrera Infante, Lezama, Piñera, Gutiérrez, Loynaz, Arenas, Octavio Armand, Vocal Sampling, Paquito D’ Rivera, Sandoval, Ibrahim Ferrer, Albita, la India. Y Celia que reina desde el cielo.

Dos largas décadas me ha tomado poner en orden lo cubano en mí, de encontrar sitio para la enorme marca que con el transcurrir y con lo que mi propio país o una parte de él quiso importar de allá; de saber dónde o con qué morirme de vergüenza y de qué no; de entender que Cuba puede cantarme otra música.

Otra letra también, que puedan sacarme de la honda pena que se lleva al pensar en la isla buena y maltratada; que me ayude a salir finalmente del estómago de aquella serpiente silvana, ahora entiendo que muy feroz y cruel porque me tragaba a mí y a sus hijos.

La gran lección de Cuba

La gran lección de Cuba

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Dolor, género y conciliación

@lectordepaso

Los eventos de la última semana, semana horrenda, indecible, atroz, en la que una denuncia de abuso sexual desde una cuenta anónima desató quizá la más grande cayapa moral que se haya visto en la vida pública del país, terminaron, como se sabe, con la muerte del agresor por mano propia y, luego, por un silencio parecido al que se siente minutos después de un naufragio.

Toda la situación, que para mí es la de un cuerpo enfermo hecho de dos cabezas, la de las víctimas y los victimarios, me llevan a tener que decir algunas cosas que quieren apuntar a la discusión que espero esté por darse a partir de lo ocurrido.

Con algunos amigos conversaba el asombro que me producían los llamados crecientes de algunas mujeres indignadas por la denuncia a sumarse a la protesta y luego a la acusación y el escarnizamiento del agresor o agresores que habían sido denunciados, con nombre y apellido, en la red social Twitter. Veía lo que me pareció algo semejante a un tsunami: una enorme ola que se nos venía encima y de la cual no íbamos a escapar. Nunca había sentido, ni siquiera en las refriegas políticas y ciudadanas de los últimos seis años, una masa crítica de indignación como la que vi durante esta última semana de abril. Si cerraba los ojos, era como oír un torbellino de voces, manos que se alzan, llantos, salivazos, puños en una mesa, imploraciones, mentadas de madre, suspiros, carraspeos, gritos.

Presenciar de qué modo el dolor toma forma, se hace monstruo, era algo que me dejaba de una pieza.

Recibir aquella andanada de dolor, en lo personal, no me hizo sumarme a ella sino más bien querer protegerme o huir. Tal es la potencia del miedo desatado en todas direcciones. Entendía como entiendo ahorita, qué había originado toda la vorágine. Entendía como lo hago ahorita, la rabia de víctimas que no tuvieron otra opción que buscar apoyos a sus miedos en los miedos de otras víctimas que tampoco habían dicho nada. Pero las voces del coro, de un coro creciente y desbordado, le dieron a los testimonios de abuso una dirección y una amplificación semejante a un estallido nuclear que seguramente dejará sus secuelas radioactivas. Creo que ya las estamos viendo.

Con esos amigos también hablamos de asuntos que se visibilizaron durante la protesta, como la realidad del machismo, el abuso de poder, la relación poder-sexualidad, la empatía con el otro, la solidaridad, la vergüenza, el perdón. Intentar entender todo, tratar de reflexionar esos temas al calor de lo que iba dándose, era lo más difícil. Aún lo es. 

En ese marco de cosas, vino a colación un tema que ha sido ignorado de forma tan rampante como lo ha sido el del abuso sexual contra las jóvenes y mujeres que allí se manifestaron. 

Son cosas de hombres, pero creo que hay que decirlas. Al menos, hay que plantear la pregunta para que el aire no quede marcado con un solo color. La pregunta podría ser esta: ¿cuándo visilizaremos los abusos y tratos violentos que los hombres y mujeres han ejercido sobre nosotros, los hombres? ¿O es que de eso no se habla? ¿O es que son cosas de hombres y los hombres que vean cómo lo resuelven?

Si como alguien muy querido dijo, que nuestro problema es un machismo estructural, anidado también en una cultura militarista y varonil, habría que preguntarse, a partir de ese argumento, si ese machismo, si esa condición casi ontológica del varón venezolano no está también incluida en las capas de todos los que vivimos en este malhadado país.

¿Estoy afirmando que las mujeres son machistas estructurales también? No lo digo pero me hago la pregunta. Y responderla, pienso que debería pasar por traer a la plaza pública, en un gesto acorde con la propia valoración de género que hoy se manifiesta, las realidades que también los hombres sufren y han sufrido desde niños, sea por la violencia a secas, sea por la depredación sexual. Que la hay, mucha, variada y continua. Estas preguntas, estas reflexiones no pretenden minimizar ni hacer escurrir el bulto de lo que ya no puede ocultarse: lo que se ha puesto en marcha no va a parar o no debería parar.

Que esta ola femenina de protesta y de reivindicación que se ha mostrado no desaparezca dependerá, me parece, de que adquiera otro registro y otra tonalidad, parecidas a las que buscan cierta armonía sin consentimiento, buena racionalidad con empatía verdadera, la empatía que no se impone, que no se decreta sino la que sale de la propia realidad consciente, de ese «darse cuenta» trágico que nos enseñan los dramaturgos griegos. Porque ese darse cuenta y la empatía que de eso deriva se llama compasión, es decir, una mirada totalizante que abarca el mayor espectro del dolor humano, en el que estamos incluidos los que agredimos y los que no.

Los hombres también sufren, quién lo pensaría. Tal vez un paso en el camino al cambio, al desmantelamiento del núcleo estructural de la depredación asociada a lo sexual, entre otras, pase por la inclusión de todos los errores, todas las imágenes, todos los desamparos que viven ambos géneros. Es la humana condición. Sincerarnos ahí donde tenemos pérdidas en común, hombres con mujeres, mujeres con hombres, es la tarea que nos increpa en esta hora indecible de nuestra Venezuela.

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Samuel González-Seijas Abr 18, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Que siga sonando
Este artículo se publicó en El Nacional a raíz de la trágica muerte de Cheo Feliciano, acaecida el 17 de abril de 2014. Se reproduce hoy para conmemorar la vida de esta leyenda de la salsa

 

@lectordepaso

Murió Cheo Feliciano. De acuerdo con palabras de su mujer, regresaba de una pasada por el casino, adonde había ido aun ignorando la petición que ella le había hecho: “no vayas». Murió mientras regresaba a casa, en su automóvil, por una vía de San Juan de Puerto Rico. Tenía 78 años. Muere en el choque contra un objeto fijo, un poste, al parecer. De este modo, desaparece alguien que tuvo que sortear no pocas adversidades en la vida y que, a pulso de trabajo y de talento artístico, pudo ir esquivando cuanto le fue posible esquivar. Quizá lo que hizo fue aplazarlas. Ellas lo seguían esperando, literalmente, en una curva del camino.

Quien conoce algo de su vida sabe que fue hombre que probó casi todo: el amor, la gracia, el éxito, los paraísos artificiales, la debacle, el presidio. Y, luego, el salir de la caverna y volver a cantar.

Su gusto enorme podía sentírsele en la hondura, en la cadencia y el dejo de negro elegante que tenía, criado para el goce interminablemente triste del Caribe. ¿No ha sido su voz, para gran parte de los latinoamericanos, un sonido natural como el de algún pájaro selvático, un sonido de la manigua colada en el jazz de las ciudades? Es el sonido de la infancia en el barrio, el que salía de un radio cantabile y que hacía de coro en las horas lentas pero también sobresaltadas del cuerpo. Cuánta vida interpretada para acompañar la desesperanza pobre, esas mañanas y tardes de ollas, de patios mojados, de chorro que golpea el suelo del baño; de días de otras músicas y otros radios, algunos discretos, otros dando alaridos en las ventanas del vecindario, como cables enmarañados que chocan sus descargas.

En la voz de Cheo puede recobrarse una infancia. Fue tantas veces el arrullo de un padre bonachón, que habla con vozarrón de dios de las tormentas y sonrisa de octava de piano. Un dios que juega y acaricia. Yo tuve una casa en la que su canto disolvía los silencios y los espacios largamente entumecidos. Esa virilidad que tenía para cantar esparcía en el ambiente bríos como de caballo joven que sabe recibir el polen vaginal de la noche. Era un dios de aceite para la piel de las hembras. Ellas lo adoraban.

Cheo Feliciano despertaba todo eso. Era constatable en las rumbas que improvisaban mis tíos. Hoy las evoco como fotografías de mi álbum de familia. En la sala de aquella casa había un picó de madera, largo y algo imponente, como un mayordomo de hotel venido a menos. En él escuché casi todos mis discos infantiles. Hasta que en un golpe de suerte, el abuelo llegó a la casa con un equipo japonés, plato, deck, amplificador y cornetas tres vías. Entonces el viejo mayordomo salió con la misma discreción con la que había permanecido en la sala. Nunca supe cómo ni cuándo marchó a su exilio definitivo. Allí escuché por primera vez la voz de Cheo, aunque mis platos principales variaban desde Simón Díaz hasta las canciones del Chavo del Ocho. En ocasiones algún Gardel para consolar al abuelo. Desde ellos, El Cheo era lanzado al ruedo de la sala por mis tíos bailadores y escanciadores de ron. Eran fiestas de viernes o sábados, jamás de los domingos. Escuché sus canciones de juerga, sus improvisaciones, su montuno bien sembrado y arborescente, sus lamentos de negro borinqueño.

Él fue nuestra fiesta, así como de igual modo lo fueron sus acompañantes permanentes: Blades, el Pete Conde, Celia, Richie y Bobby, Willie, Harlow y el otro dios: Ismael Rivera. Ellos hacían nuestra celebración relámpago de los incansables fines de semana, en las que se barría la telaraña oficinesca y el aburrimiento de los mojigatos años setenta. Años de petróleo bonchón, de grandeza con pata de palo, en los que yo nací.

Mi madre lo ama. Yo heredé de ella, por ese apéndice umbilical que nos une, el respeto y la intimidad hacia su música. ¡Qué siga sonando!

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Samuel González-Seijas Abr 09, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Nobleza que asiste

@lectordepaso

En el nuevo encierro, lo que le queda es salir a comprar al kiosco improvisado de la esquina. Aunque era en principio casi un tugurio de ventas rápidas (harina, refrescos, cigarrillos, enlatados) ya hoy muestra una estructura más sólida, con más forma. Entonces, va allí por algo que lo saque unos minutos de los resabidos metros cuadrados donde vive.

Para acercarse debe cruzar la avenida principal y bordear una estación de gasolina. Como sale de noche, siempre está cerrada, como todo lo demás. La excepción es la bodeguita.

Aún pasan vehículos, pocos. Lo distrae verlos porque le hacen volver a sentir la frecuencia de un ritmo. Pasan y siguen los carros, moviendo el aire y dejando ese sonido de lejanía que suelen hacer. Le gusta esa paradoja de sonido y silencio en un solo movimiento.

Una vez en la ventana del local, que es una adaptación típica de los que montan un negocio donde pueden, pasea la mirada por las pocas cosas que hay, siempre como si no las hubiera visto. Entonces vuelve a preguntar por esto o por lo otro. Le gusta la iluminación discreta.

Hay unos cachorros de perro debajo de una mesa, al fondo, cerca de una nevera.

La muchacha que atiende o su padre, que trabaja con ella, se levantan y ya entienden qué va a pedir porque en verdad no hay mucho qué escoger. Lo sirven con amabilidad, con una confianza que se ha tejido sola, al acaso de las visitas y las charlas de ocasión.

Lleva una bolsa grande, sobre todo para regresar más cómodo. Pero esta vez no pide nada de lo usual y se permite repasar los rústicos anaqueles a ver si el azar le susurra otra cosa.

Entonces recuerda que fumaba. No cigarrillos sino tabacos. Le vuelve el sabor como una experiencia cercana. Pregunta si tienen, porque antes ha llevado.

La muchacha le da la espalda y levanta ambos brazos para coger un par de cajas de una repisa alta.

La chica es esbelta aunque no bella especialmente. Tiene hombros redondos y una piel propia de su edad. Viste de franela y leggins. Una vestimenta cómoda y barata. Usa lentes y parece inteligente. No se distrae con ella más allá de eso.

Ya tiene las cajas en frente. Compra al detalle. Paga y trata de prolongar el gesto de girar para regresar a su edificio.

En el lobby de entrada, y aprovechando la luz, decide mirar los tabacos a ver cuál marca le han vendido. No reconoce la vitola pero se fija que lleva estampada la efigie de un caballero, ataviado con elegancia, como un señor renacentista, tal vez un Sforza o un Pazzi o un Medici. Sí, aunque la estampa no es de calidad, se puede ver la categoría noble del personaje.

Debajo, en letras rojizas, dice «El duque», y eso le alegra la salida porque sabe que vivirá una aventura imaginaria mientras el fuego consuma las apretadas hojas, mientras el humo se extienda por el apartamento. Viajará, verá lugares no vistos y escuchará voces en otros idiomas.

Tal vez, toda esa nimiedad le haga merecedor de una vida más alta, invisible pero concreta… Y dormirá tranquilo.

Kiosko de medianoche

Kiosko de medianoche

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