El caudillo es un arquetipo tan asociado con América Latina que la palabra ha sido asimilada por varios idiomas en el castellano original. No hay género literario más latinoamericano que la novela de dictador. Sin embargo, al contrario de lo que muchos asumen, los latinoamericanos no estamos culturalmente predispuestos a salivar por un tirano carismático. Es más bien una cuestión de entorno material. Dado que el populismo tiende a distinguir entre un “pueblo noble” y una “elite corrupta”, las desigualdades socioeconómicas que alientan el resentimiento de las masas empobrecidas son una gran ayuda. Por lo tanto, América Latina, con sus desigualdades muy marcadas y a menudo injustas, ha sido siempre tierra fértil para el populista.
Pese a su juventud, el populismo caudillesco de Bukele es más bien vetusto. Marca todas o casi todas las casillas en el viejo manual del populista: triunfó en medio del hastÃo con la clase polÃtica bipartidista que habÃa dominado su paÃs por generaciones, es intolerante a la crÃtica, tiene un ego desmedido y plantea resolver los problemas de su nación (que no son pocos ni fáciles, ciertamente) mediante acciones de mano dura con poca o nula consideración hacia los afectados. Seguramente varias de estas caracterÃsticas les recordarán a otros polÃticos, como Hugo Chávez o Donald Trump. No en balde pareciera que entre venezolanos opositores, huérfanos de liderazgo ante el estancamiento de nuestra dirigencia disidente, se repite con el peculiar centroamericano la atracción lograda por el exmandatario de Estados Unidos, aunque en menor escala, hay que decir.
¿Qué significa el término populismo, que se usa tanto para describir a Donald Trump como al fallecido Hugo Chávez?
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Y bueno… Qué deprimente. Se confirma una vez más que muchos de nuestros conciudadanos no han aprendido gran cosa de la experiencia chavista. Que todo el tiempo están necesitados de un “taita”, de un ser que haga del pater familias de la sociedad, ordenándola en todos los aspectos como si de un conjunto de niñitos tontos e indefensos se tratara. El embrujo de los mandamases abusivos perdura. Es una maldición que arrastramos al menos desde José Tomás Boves. Es tan fuerte que si nadie en Venezuela satisface la necesidad, lo buscamos afuera.
De los extranjeros, nadie ha llenado el vacÃo tanto como Trump. Pero ahora él está en una especie de vida ermitaña postpresidencial, con pocas apariciones en público. Sigue ejerciendo una influencia considerable sobre la polÃtica de su paÃs y sobre todo en el seno de su partido. Pero, sin el micrófono de la Casa Blanca y con su presencia en redes sociales altamente restringida, para los venezolanos Trump bien pudiera estar encerrado en un monasterio budista en el Tibet. Entonces, la “trumpmanÃa” venezolana se ha desinflado poco a poco. En cambio, la sed de liderazgos autoritarios sigue haciendo lo suyo. Y Nayib Bukele, con sus prendas hipster y gorra echada hacia atrás, se aparece a esos menesterosos con una cava llena de cervezas bien frÃas.
El año pasado ordenó a militares ocupar la Asamblea Legislativa, en una jugada brutal de presión para que sus diputados aprobaran un préstamo solicitado por el ejecutivo y objetado por la cámara. Ya entonces, de cara al hecho sensacional que dio la vuelta al mundo, se pudo ver a venezolanos aplaudiendo a rabiar. Ahora, los partidarios de Bukele son mayorÃa en la asamblea, tras unas elecciones parlamentarias, y su primera acción al instalarse en sus curules la semana pasada fue destituir a varios magistrados de la Corte Suprema de Justicia.
¿Por qué? Pues resulta que los jueces habÃan intentado reducir los poderes que Bukele ha estado acumulando con la pandemia de covid-19 como excusa. Asà que el presidente que se toma selfis en la ONU ya demostró de lo que es capaz cuando la legislatura se le opone. Tan pronto eso dejó de ser un problema para él, apuntó su cañón al poder Judicial. Someter todo al ejecutivo es la meta.
La división de poderes es uno de los fundamentos más sacrosantos de la república, y de la democracia moderna, que necesariamente es constitucional y republicana. Es ella la garantÃa de que el poder del Estado no podrá ser aplicado por un solo ente, que pudiera verse fácilmente tentado a ejercerlo de manera arbitraria y corrupta. Locke fue el primer pensador relevante en darse cuenta y plantear que el Estado debÃa estar dividido en dos poderes. Uno para redactar leyes y otro para ejecutarlas. Esto ocurrió en el contexto del triunfo del parlamentarismo y la monarquÃa constitucional en Inglaterra a finales del siglo XVII y supuso una ruptura radical con el paradigma absolutista predominante entonces en Europa, formulado antes por Bodin y Hobbes, y que se mantuvo vigente en el continente hasta la Revolución francesa y las rebeliones burguesas de la centuria siguiente. Montesquieu agregó al dúo de Locke un tercer poder, el judicial, encargado de interpretar las leyes. La trilogÃa resultante fue encarnada en la Constitución de Estados Unidos, la más antigua de las repúblicas aún en pie e inspiración de buena parte de las repúblicas subsiguientes.
En el extremo de la filosofÃa polÃtica opuesto a Locke, Montesquieu y la tradición de la democracia liberal se halla Carl Schmitt, el jurista infamemente asociado con el Tercer Reich. A Schmitt le irritaban la separación de poderes y, sobre todo, los procesos lentos y comprometedores de negociación entre facciones, propio de entes colegiados como los parlamentos. En su lugar, exaltó las virtudes de un régimen dictatorial capaz de actuar sin restricciones de ningún tipo cuandoquiera que lo juzgue necesario. Las asambleas legislativas en este esquema solo son válidas si están en perfecta concordancia con el lÃder que encabeza el gobierno, y con el pueblo del que se supone que dicho lÃder es un reflejo, muy en el sentido de la “voluntad general” rousseauniana. De más está decir que ello reduce las legislaturas a apéndices inútiles.
Los postulados de Schmitt influyeron considerablemente en entusiastas del populismo contemporáneos, como Chantal Mouffe, quienes han tratado de purgarlos de sus elementos totalitarios y adaptarlos a la democracia (a mi juicio, sin éxito). En cambio, teóricos como Nadia Urbinati reconocen el populismo como el peligro para la democracia que realmente es. En Democracia desfigurada, esta última teórica señala que los lÃderes populistas, una vez que se montan en la locomotora del gobierno, buscan concentrar poder en manos del ejecutivo, en detrimento de los demás poderes. El resultado puede ser el debilitamiento o destrucción del orden constitucional.
En Venezuela, Hugo Chávez se estrenó en la presidencia alardeando de sus supuestos dotes de estadista democrático, con el aumento de los tradicionales tres poderes a cinco en la Constitución que encargó a sus partidarios como un traje a la medida. Pero su verdadera intención quedó pronto expuesta, cuando su movimiento polÃtico empezó a llenar los tres poderes no electos (el judicial, el ciudadano y el electoral) con militantes de su causa.
TALITA CUMI
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En cuanto a la Asamblea Nacional, mientras estuvo bajo control chavista, abandonó sus funciones de legislar y hacer contralorÃa con independencia de los intereses de Miraflores. La exmagistrada Luisa Estela Morales, en un triste intento por dar sustento filosófico a esta concentración de fuerza en el ejecutivo, desestimó la separación de poderes, alegando que entorpece el buen funcionamiento del Estado. Un comentario que echó por tierra 300 años de teorÃa polÃtica republicana y democrática.
Nayib Bukele claramente está de acuerdo con la juez retirada. Los restos mortales de Schmitt podrán estar enterrados en algún lugar de la Renania, pero su espÃritu vive y ahora ha brotado de las lavas del volcán Izalco para hacer estragos en la América Central. Asà como en la pelÃcula de Frank Capra Mr. Smith fue a Washington, herr Schmitt fue a San Salvador a asesorar a su presidente. No deben sorprender a nadie las coincidencias entre Bukele y el chavismo.
Por retruque, terminan dándole la razón a Luisa Estela Morales. Queda claro nuevamente que en el seno de la oposición hay personas que no quieren que el chavismo siga mandando, pero tampoco quieren la restauración de la democracia. Habrá que lidiar con eso cuando llegue el momento de una transición. No quiero ver al fantasma de Schmitt otra vez por acá.
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