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#CrónicasDeMilitares | El ejército puede ser muy peligroso, afirma el general Soublette
«El soldado, a quien se dan todos los medios de ofender, debe sentir un freno más pesado para no hacerse nocivo a la comunidad que le arma en su defensa”, advierte Carlos Soublette en 1827

 

@eliaspino

Como secretario de Guerra y Marina de Colombia, el general Carlos Soublette presenta ante el Congreso la Memoria de su despacho, el 16 de febrero de 1827. Es una noticia pormenorizada de los asuntos de su incumbencia, después de que se ha fortalecido la república debido a los éxitos en el campo de batalla. Estamos ante suculento menú de informaciones, pero ahora solo nos ocuparemos del análisis que hace sobre la naturaleza del ejército y de sus vínculos con la sociedad. La descripción de la trascendencia del cuerpo armado, y de cómo puede determinar la vida de las personas comunes, es un asunto que no solo refiere a los problemas de su tiempo sino también a los que se presentarán en el futuro. De allí que convenga enterarnos de un punto de vista que seguramente ignora la mayoría de los lectores.

Veamos cómo describe Soublette, desde su autorizada atalaya, a un cuerpo que ha logrado el triunfo sobre los realistas y del cual depende la estabilidad de Colombia. Dice ante los representantes del pueblo:

Los individuos que componen el ejército permanente han perdido el goce de sus derechos naturales, ya sea por el tiempo que la nación les exige servicio personal en las filas, o ya por el que quieren comprometerse voluntariamente más allá de aquel término. Si se me pregunta en qué se funda esa aserción, responderé que en la naturaleza de las cosas; pues así como el hombre sacrifica una parte de su libertad en beneficio del buen orden social, y en aumento de su propia seguridad, así el soldado, a quien se dan todos los medios de ofender, debe sentir un freno más pesado para no hacerse nocivo a la comunidad que le arma en su defensa.

Como se ha visto, establece una distinción entre los miembros del ejército y los integrantes de la comunidad civil, sin dejar de señalar la preeminencia de la segunda sobre el primero debido a que le concede autoridad para que la proteja, debido a que le entrega armas para su conservación. Pero, a la vez, llama la atención sobre la pesada carga de los soldados, si se compara con las obligaciones del resto de la ciudadanía. Ya asoma una distancia de entidad entre las dos partes del todo colombiano, que se hace mayor cuando se detiene en el punto crucial de la posesión de fuerza para un predominio que puede ser peligroso. Es ahora cuando aborda el asunto que debe conducir a mayor preocupación. Veamos:

(…) Las leyes penales, la suma de autoridad y los medios de coacción que bastan para gobernar y contener a cien mil personas diseminadas en una provincia, distribuidas por familias y entregadas a las pacíficas ocupaciones de la vida civil y campestre, serían nulos para conducir a mil hombres reunidos en un cuartel y dedicados por el oficio a estudiar el uso de sus fuerzas individual y colectivamente. Diferencias esenciales distinguen, pues, el ejército de la sociedad; esta se halla habitualmente inerme, y aquel constantemente armado; los miembros de la segunda aislados para ofender y defenderse, y el militar reconoce una bandera, y forma una masa organizada con todos los compañeros que le rodean; el ciudadano que no pertenece a las filas, jamás recibe órdenes que le comprometan a hartas penalidades, o que pongan en inminente riesgo su existencia, y al soldado se le previene arrostrar todas las miserias y presentarse diariamente a la muerte; el contacto del particular con el magistrado, es las más veces buscado por el primero, de modo que la autoridad apenas se deja sentir, al paso que el deber de la obediencia ha de ejercitarse en la milicia sin intermisión y sin excepción. Así no hay duda en que el ejército con una pesada carga de obligaciones incomparablemente mayor que la que gravita sobre el pueblo, tiene en su mano medios mil veces más eficaces para rehusarla o sacudirla.

La descripción lo lleva  a una conclusión contundente que no puede pasar inadvertida para los destinatarios del mensaje, pero también por quienes la conocemos en la posteridad. Agrega, desde su cargo de ministro y oficial del más alto grado, de héroe en numerosos combates:

No tengo escrúpulo en asegurar que vale más carecer de ejército que tener uno en el que se haya perdido el espíritu de subordinación por parte de los que obedecen, y (como un resultado necesario) la firmeza y la confianza por parte de los jefes. Es una verdad confirmada por muchos ejemplos que la tropa en que se relaja la disciplina y se olvida la obediencia, es tan cobarde en el campo de batalla como osada en las plazas públicas, y que cambiando el deseo de combatir por la armonía de resolver de hecho sobre los intereses nacionales, se hace ominosa a su propio país, y despreciable a los enemigos externos. Un ejército en tal estado es peor que inútil y gravoso; es una sedición armada permanente.

Soublette se conforma ahora con reafirmar la importancia de la disciplina en los cuerpos armados, de fortalecer una “aureola de mando” inapelable, sin ofrecer otros pormenores sobre el crucial negocio. Debe tratar numerosos temas sobre el trabajo de su despacho durante un agitado 1826, cuando comienzan movimientos secesionistas que debe manejar con cuidado. Tal vez por esas agitaciones, y por las que puede pronosticar desde su oficina de Bogotá, se atreva a plantear en la principal tribuna pública de la época sus preocupaciones sobre la conducta de los hombres de armas, es decir, sobre los peligros que pueden conducir al descalabro del republicanismo en ciernes.

El contraste que establece entre unos contingentes habituados a la acción y expuestos a la muerte, y un conglomerado cuyos vínculos con la autoridad son más flexibles -o más cómodos, tal vez quiso decir- y la alternativa que sugiere de la imposición de la soldadesca sobre la fuente de su poder, nos introducen en un fenómeno que traspasa los límites del tiempo  en el cual se perfilaba. Que los haya planteado un prócer de su talla, vanguardia en numerosos hechos de guerra, futuro jefe de Estado en Venezuela y promotor de una administración morigerada, hace de su Memoria de 1827 un documento excepcional.