Admisión selectiva de fracasos - Runrun
Alejandro Armas Ago 12, 2022 | Actualizado hace 2 meses
Admisión selectiva de fracasos
¿Por qué una parte de la opinión pública está tan presta a señalar que el plan antisistema fracasó, pero no hace el mismo juicio con el fetichismo electoral ramplón?

 

@AAAD25

No me gusta comenzar un artículo con lugares comunes. Menos aun si son lugares comunes apócrifos. Pero a menudo, la reiteración de un enunciado, que lo hace un lugar común, se debe a que precisamente es algo de sentido común. Invoco pues, la siguiente sentencia atribuida erróneamente a Albert Einstein: Locura es hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados distintos. ¿Quién se la habrá atribuido al genio de Ulm y para qué? Si fue para legitimarla mediante una falacia ad verecundiam alusiva a un hombre que se ha vuelto sinónimo de inteligencia, pues vaya necedad innecesaria. Porque, repito, este es uno de esos aforismos que son de sentido común.

No obstante, en política venezolana hay un desconocimiento del carácter casi apodíctico de la expresión. Digo “casi” porque se me ocurre que, desde una perspectiva escéptica, en la venia de Pirrón o David Hume, hasta el planteamiento en cuestión pudiera ser puesto en duda. Pero siendo Hume un escéptico pragmático, creo que no aprobaría la repetición ad nauseam de una acción que no está produciendo el resultado deseado, solo porque en su lógica existe la posibilidad de que alguna iteración sí cumpla con su propósito. Esto es especialmente válido en la política, ámbito de la vida humana en el cual el pragmatismo es clave.

Entonces, ¿por qué en nuestra estancada política nacional se insiste tanto en recurrir una y otra vez a fórmulas fracasadas?

Es atípico el reconocimiento de que algo no funcionó en la causa por la restauración de la democracia, cuestión fundamental para cualquier progreso público. Atípico a nivel tanto de elites como de masas adversas al régimen chavista.

Hay excepciones, claro. Ilustremos con algo reciente. A estas alturas de la partida de un aburrido ajedrez (ya quisiéramos que fuera algo como Capablanca vs Anand), nadie cree que la estrategia antisistema de la dirigencia opositora, lanzada en 2018 y cuyo cenit fue la creación del “interinato”, haya sido un éxito. Fue una iniciativa en la que muchísimos venezolanos depositaron su fe, y que quizá partió en buena fe, pero que lamentablemente no cumplió su cometido. Quedó reducido a una gestión de algunos activos venezolanos en el exterior (sobre el cual hay denuncias de malos manejos que no han sido del todo esclarecidas) y, dentro de Venezuela, a un intento de mantener la moral en alta de los millones de decepcionados con la política, a la espera de otra oportunidad.

Guste o disguste, no se ve ninguna otra oportunidad en el horizonte aparte de las elecciones presidenciales de 2024, lo cual me lleva a la siguiente pregunta, medular para el artículo de hoy: ¿por qué una parte de la opinión pública está tan presta a señalar que el plan antisistema fracasó y no se debe repetir, pero no hace el mismo juicio con el fetichismo electoral ramplón? ¿Es que acaso ese proceder sí ha llegado a la meta deseada, que es la referida restauración de la democracia venezolana?

Cuando hablo de fetichismo electoral, no me refiero a toda participación en elecciones bajo las reglas del juego autoritarias actuales, cuya única alternativa lógicamente sería la abstención constante. A lo que aludo más bien es al clamor de participación sin importar las condiciones injustas y sin un plan para lidiar con ellas, como si estuviéramos en democracia o en un autoritarismo competitivo, bajo el tonto mantra de “Si votamos, ganamos”, en cualquiera de sus formas.

Estrategia mata dilema

Estrategia mata dilema

Semejante selectividad a la hora de señalar fracasos me preocupa, porque si ese va a ser el marco referencial de la alternativa al chavismo de cara a 2024, pues bien podemos dar por perdida esa nueva oportunidad. Obviando un deus ex machina el día del voto, un candidato ajeno al PSUV y sus aliados no puede esperar salir airoso solo con obtener un mayor porcentaje del sufragio y esperar que la elite chavista reconozca el resultado, así sin más.

Sobra evidencia de por qué esto es así. Del rechazo, por parte del chavismo, de sus infortunios comiciales. De una forma u otra. Sea la imposición de las leyes del “poder popular” (consejos comunales, comunas, etc.), vía una Asamblea Nacional controlada por el PSUV, pese a que la ciudadanía rechazó, en 2007, alterar la Constitución para darles cabida. Sea la confiscación de competencias y recursos de gobernaciones y alcaldías que caen en manos de la oposición y su traspaso a Miraflores o entes paralelos cuyo titular designa el presidente sin consultar con nadie. Sea la invención de una “Asamblea Nacional Constituyente” que nunca redactó ninguna Constitución pero que sí emitió legislación en reemplazo impuesto de la AN que los venezolanos entregaron a la oposición en 2015.

Nada de esto es tenido en cuenta por los fetichistas electorales. Para ellos, el “abstencionismo” no es una consecuencia natural de que la gente vea su voto desechado una y otra vez, sino una irresponsable apuesta “maximalista” de sectores radicales de la oposición que esperan que el cambio se haga por la fuerza bruta. Todo eso gracias al ruido que dicho sector hace en redes sociales, sobre todo Twitter (¡aunque ni el 10 % de la población venezolana usa Twitter!). Según ellos, se debe dar la espalda a Guaidó y su entorno, pero sí hay que seguir premiando con apoyos a los eternos candidatos que llaman a votar, aunque tampoco hayan honrado sus compromisos de lograr el cambio político en Venezuela. Aunque ni siquiera sepan cómo hacer que el voto que tanto piden valga.

He visto todo tipo de malabares retóricos para justificar tamaña incoherencia. Por ejemplo, la tesis de que no hace falta que la oposición se prepare con un plan de defensa del voto (cosa que, dicen, sería además insensato por la represión), porque bastaría con derrotar al chavismo en las urnas con un margen tan grande, que aquel no se atrevería a cuestionar el resultado (no se rían). Como si la pérdida de la AN en 2015 no la hubieran desconocido de facto, aunque la MUD dio una paliza con diferencia de más de 15 puntos porcentuales con respecto al PSUV y compañía.

Si bien este razonamiento es risible, al menos es un esfuerzo por imaginar un factor que haría que la elite gobernante se vea a sí misma sin opciones. Peor es el supuesto de que el voto sin plan para su defensa sigue siendo lo preferible porque “puede pasar algo”. Así, entregándonos a un hado sobre el que no tenemos ningún control. Me van a perdonar, pero esa propuesta es chapucera y mediocre. No se debería permitir a quienes aspiran a liderar a la sociedad en su causa democrática ser tan flojos. Así como se le reclama a la oposición por no haber concretado gran cosa con su estrategia antisistema, igualmente se le debe exigir que, si va a elecciones, no caiga en el fetichismo electoral ni conduzca a los votantes a otra calle ciega persiguiendo una urna.

Tienen en teoría dos años para ponerse las pilas con un plan apropiado para nuestro horrendo contexto, si es que el chavismo no se pone a inventar con las fechas, como ha hecho antes. Esos dos años en política pasan volando. El reloj corre.

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