El Caracazo y el luto estancado - Runrun
Alejandro Armas Mar 17, 2023 | Actualizado hace 4 semanas
El Caracazo y el luto estancado
¿A qué se debe la popularidad del revisionismo sobre el Caracazo? A mi juicio, esas narrativas responden a una necesidad colectiva de evasión

 

@AAAD25

Cuando comencé esta columna, hace más de siete años, era apenas un periodista recién graduado (y con meses de espera por su certificado debido a la ineficiencia gubernamental en la materia). ¿Por qué alguien iba a querer leer la opinión de un periodista recién graduado? Necesitaba algo distintivo para llamar la atención en medio de un mar de autores escribiendo sobre asuntos de interés público, con más trayectoria y méritos que yo. Se me ocurrió entonces que en cada artículo hubiera una comparación entre un hecho histórico y el presente. Ese formato lo mantuve por años y, aunque no me arrepiento, decidí prescindir de él cuando me pareció que cumplió su cometido, ya pues tenía suficiente recepción como para escribir con mayor libertad.

A veces, sin embargo, vuelvo a abordar temas del pasado. Sobre todo, en ocasiones propicias, como una efeméride. Fue lo que hice la semana pasada, con un artículo a propósito de la muerte de Hugo Chávez y los diez años de gobierno de Nicolás Maduro.

Con el perdón de quienes no gustan de esta modalidad, lo volveré a hacer hoy. Porque hace menos de un mes se cumplió otro aniversario de los disturbios que sacudieron a varias ciudades de Venezuela pero que, en parte por razones de centralismo político y mediático, pasaron a la historia con el nombre del “Caracazo”. Siempre que aquel episodio está de cumpleaños surgen reflexiones al respecto. A veces, para recordar a las víctimas fatales y clamar por una justicia aún pendiente. A veces, para cuestionar que comercios saqueados hayan pagado los platos rotos del descontento masivo. A veces, para hacer revisionismo histórico sobre los hechos.

Es en este último elemento en el que quiero detenerme. De más está decir que, como en toda ciencia, el estudio de la historia mejora sobre la marcha. Se añade conocimiento sobre fenómenos de los que ya se tenía noticia e incluso se refuta lo que por mucho tiempo fue considerado como veraz. Pero a veces el revisionismo histórico no tiene un interés académico, sino político. Cuestionar narrativas convencionales, por lo general con fundamentos sólidos, a favor de algún mensaje político contemporáneo. Otrora cosa de ideólogos radicales y marginales, en estos tiempos de polarización y politización excesiva como zeitgeist de muchas sociedades, se ha vuelto tristemente más común.

En Venezuela, el revisionismo histórico sobre el Caracazo se ha vuelto algo particularmente extendido. Nuestro país no está polarizado a nivel de masas ahora, pero lo estuvo durante el gobierno de Chávez y principios del de Maduro. Es entonces cuando surgieron las narrativas alternativas. No diré que quienes creen en ellas son siempre fanáticos ideológicos. Me consta en varios casos, de contactos personales, que no lo son de ninguna manera. Pero, como veremos a continuación, el estímulo a este revisionismo ha sido muy tentador.

Básicamente, la nueva versión de los hechos sostiene que el Caracazo fue una conspiración planificada por factores de la extrema izquierda, predecesores del chavismo o que ya estaban confabulados con el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 que se daría a conocer públicamente tres años más tarde en sangrienta asonada golpista. Algunos hasta afirman que la mano peluda de Fidel Castro movió los hilos, ya que no puede ser casualidad que el caos se desatara pocos días después de su visita al país, la primera en treinta años.

Nunca he visto a un historiador, ni a algún otro profesional de las ciencias sociales, convalidando este relato. Más que hechos documentados, la supuesta evidencia a favor consta de interpretaciones de los sucesos por algunos de los actores de primer orden que los experimentaron. Juntas, arman una historia más o menos verosímil, pero no por eso verdadera. Y aunque no estemos en un tribunal, conviene recordar un principio básico del Derecho aplicable a otros contextos de denuncia: quien acusa tiene la carga de la prueba. Me parece que los promotores de la tesis del Caracazo como conjura no alcanzan tal objetivo.

Sin evidencia incontestable, el revisionismo histórico sobre el Caracazo es francamente endeble… Siempre y cuando no caigamos en un sesgo de confirmación, lo que en realidad ocurre con una frecuencia lamentable, como veremos a continuación.

Si aplicamos la Navaja de Ockham y nos inclinamos por aquella hipótesis en la que debemos hacer menos conjeturas, tiene mucho más sentido quedarnos con la narrativa tradicional, aunque sea aburrida, no tenga las emociones de un thriller policial y nos obligue a enfrentar realidades incómodas. A saber, que el Caracazo fue un estallido espontáneo de furia masiva por una economía que llevaba años deteriorándose, con el consiguiente deterioro de la calidad de vida, sobre todo entre los pobres que fueron los que protagonizaron las protestas y saqueos.

Añádase a ese trasfondo la expectativa de un regreso a la “Venezuela saudita”, encarnada en la elección de Carlos Andrés Pérez, cuyo gobierno, luego de la campaña, rápidamente se encargó de desvanecer ilusiones con un programa de reformas económicas necesario, pero cuya pertinencia fue mal comunicada y no acompañada por medidas que aliviaran la carga a los más necesitados. Sin justificar la violencia de los saqueadores, ¿es tan difícil de notar el caldo de cultivo para el descontento popular? ¿Es que acaso nunca se han visto explosiones de ira colectiva, acaso insensata, caótica y precisamente por eso de difícil planificación y control? ¿No hubo antes del Caracazo un Bogotazo y otros “-azos” de índole similar?

En cuanto a los supuestos conspiradores, pues su identidad deja de tener sentido una vez que se les deja de ver anacrónicamente tras el lente del siglo XXI. De forma comprobada y hasta admitida por involucrados, una vez que se desató el pandemónium, militantes de Bandera Roja y otros agentes de la izquierda radical trataron de encauzarlo de acuerdo con sus propósitos revolucionarios, en lo cual fracasaron. Pero ellos no lo planearon. En cambio, no hay evidencia de que los cabecillas del MBR-200 hayan desempeñado un papel, excepto por Felipe Acosta Carlez, uno de los oficiales fundadores del movimiento. Ese papel fue morir baleado durante la represión de protestas en la parroquia caraqueña de El Valle.

¿Y Castro? Pues Cuba estaba en pleno “Período especial”, desprovista de pronto del sostén económico que le brindaba una Unión Soviética entonces empezando a desmoronarse. Ante la peor crisis desde su triunfo revolucionario treinta años antes, Castro necesitaba amigos. Entre los pocos que le quedaban estaba justamente CAP. Fue CAP quien reanudó relaciones diplomáticas con Cuba en su primer gobierno, muy a pesar del recuerdo aún fresco de la injerencia habanera apoyando a esos guerrilleros que el mismo Pérez enfrentó como ministro del Interior de Rómulo Betancourt una década antes.

De ahí que Castro fuera invitado a la segunda toma de posesión de CAP. ¿Por qué iba a arriesgarse orquestando el reemplazo de uno de esos pocos amigos con algo de tan dudosa probabilidad de éxito y de consecuencias impredecibles, como una insurrección popular?

Ahora bien, ¿a qué se debe la popularidad de este revisionismo? A mi juicio, esas narrativas responden a una necesidad colectiva de evasión. A la creencia tonta de que admitir el descontento de entonces es avalar la propaganda chavista que pinta el Caracazo como una suerte de despertar colectivo precursor del ascenso del propio chavismo.

Es como un luto no concluido por nuestro pasado democrático. Como si la gente se hubiera quedado en la etapa de negación en la secuencia de Kübler-Ross.

Para ellos, es inaceptable que aquella etapa de nuestra historia quedó enterrada y que, aunque logremos despertar de esta pesadilla autoritaria, no va a volver. Como si aquella democracia que, con todos sus defectos, fue la cúspide de nuestro desarrollo cívico como nación, hubiera sido más bien puesta en un coma inducido por actores maliciosos luego de estar en perfecta salud. Y no, pues. Comenzamos bien esa fase, pero luego, por desgracia, perdimos el rumbo. Hubo vicios políticos, económicos y sociales que produjeron un inmenso malestar colectivo. Entender todo esto no es justificar la terrible decisión nacional de 1998. Al contrario, es tomar nota de cómo se llegó a eso, para que, si logramos pasar a una nueva experiencia democrática, tratemos de evitar las mismas pifias.

23 de enero: 1958 y 2023

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Si nos cerramos a la idea de que en un sistema político que está fallando es concebible que la gente pierda la paciencia e intente sacudir las cosas, solo porque esa realidad puede ser aprovechada por quienes quieren llevarnos a un camino peor, tendremos que darle la razón a… ¡Fidel Castro! Porque resulta que la gerontocracia comunista antillana también tiene un “-azo” en su haber. Me refiero al “Maleconazo” de 1994, cuando miles de cubanos, hartos de la miseria que trajo el Período especial, tomaron las calles en protesta contra el régimen. Aunque fueron reprimidos rápido, esa fue la mayor muestra de repudio masivo al castrismo desde que los barbudos se hicieran con el control de La Habana. Pero, claro, ellos no lo podían reconocer. Así que recurrieron a su comodín: alegar que todo fue una conspiración imperialista, ajena al sentir genuino del pueblo. ¿Se ven en ese espejo? No lo recomiendo.

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