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Opinión

La grandeza del ser caribeño

La grandeza del ser caribeño, por Alejandro Armas
Alejandro Armas
05/07/2024
Nunca se vuelvan acomplejados por ser caribeños. No se sientan mal porque gente de otros lares denigra de esa identidad

@AAAD25

La hegemonía chavista en Venezuela supone una lista larguísima de pesadillas nacionales. De cosas que nunca imaginamos que nos iban a pasar. Sin duda, el éxodo de más de siete millones de venezolanos es una de ellas. Henos aquí, teniendo que lidiar con todas las implicaciones de ser un país de emigrantes, incluyendo la xenofobia. Creo que no hay tierra con una población nutrida de venezolanos de la que no se sepa sobre al menos un incidente de discriminación prejuiciosa o aversión irracional hacia nuestros conciudadanos. Pero, por alguna razón, donde el rechazo parece ser más extendido y virulento es en Chile.

Los argumentos en defensa de la xenofobia antivenezolana de algunos chilenos son idiotas, como en toda xenofobia. Uno que ha cobrado protagonismo recientemente es la mofa o desprecio al componente caribeño de nuestra identidad cultural. Lo hacen ver como una causa de subdesarrollo. Creo poder intuir el origen de tal sandez. Es una forma de racismo, pues su objetivo es el ingrediente específicamente negro en el Caribe. Estos tristes vástagos de Arthur de Gobineau caracterizan a las personas de ascendencia africana como salvajes, toscas, poco inteligentes y excesivamente sensuales. No importa que el fenotipo esté lejos del de un wolof, un xhosa o un yoruba. Si el mestizaje incorporó un poco de esa sangre, los descendientes están condenados. Esta forma de racismo está especialmente adaptada a las necesidades de un portador chileno, ya que el grueso de los ciudadanos de ese país desciende de una mezcla elementos europeos y amerindios, pero no africanos.

En fin, no me preocupa tanto que estas estupideces pululen en mentes foráneas como que se extiendan a las de nuestros compatriotas. Se sabe que hay venezolanos endofóbicos o vulnerables a desarrollar un complejo de inferioridad porque ellos mismos creen total o parcialmente que las culturas caribeñas son inferiores. En atención a ello, la semana pasada escribí un largo hilo de Twitter en defensa del Caribe y de sus culturas, específicamente en el aspecto estético. ¿Por qué el estético? Pues, porque como señaló Nietzsche, la ética es estética. El desarrollo de una estética por prácticamente todos los pueblos de la humanidad es entonces muestra de su preocupación por lo bello y bueno. De su capacidad para hacer juicios morales, en los que radica la promesa de un posible desarrollo humano para bien en todos los sentidos. Entonces, sin caer en rivalidades infantiles ni denigrar de quienes denigran de nosotros, los habitantes del Caribe tenemos mucho que celebrar. Resulta que el hilo tuvo una buena acogida y un alcance que no esperaba. Así que me pareció pertinente aprovechar este espacio para reiterar sus planteamientos sin las limitaciones de una red social. Vamos, pues.

La ridiculez inculta de la endofobia venezolana

La ridiculez inculta de la endofobia venezolana

Nunca se vuelvan acomplejados por ser caribeños. No se sientan mal porque gente de otros…

Como en cualquier otro caso, nuestra geografía y nuestra historia han influido en nuestras expresiones culturales. Eso no las hace mejores o peores, pero sí únicas. Ofrecemos experiencias que solo acá se dan con autenticidad. Vivimos en el trópico americano, la única zona cercana al Ecuador donde culturas de tres continentes se han estado mezclando por medio milenio. Si algo está en la esencia de las culturas caribeñas es este mestizaje tropical.

No puedo dejar de enfatizar la importancia de las características físicas. Empezando por la luz. El trópico recibe más luz solar y de forma más directa que otras latitudes. La luminosidad es parte de nuestra identidad. Lo supo Carlos Raúl Villanueva en su diseño de la Ciudad Universitaria, como queda patente en las miles de aperturas en las paredes externas de sus edificios, para que entren los rayos del astro rey. Lo supo Armando Reverón en su “período blanco” (la luz natural es blanca, recuérdese). Lo supo Diego Rísquez en sus dos homenajes cinematográficos al pintor, pero sobre todo en el primero, de 1978. Desde entonces, la luz tropical (o “tropikal”, como él la llamaba) fue un tema constante en su filmografía. Tanta luz supone igualmente una presencia marcada de los colores que son sus componentes espectrales. El Caribe es colorido. Solemos asociar lo multicolor y brillante con la alegría. Véanlo en la pintura de las casas de El Saladillo, en Maracaibo; o en las máscaras de los Diablos de Corpus Christi en Naiguatá. De más está decir que Carlos Cruz-Diez y Alejandro Otero, otros estudiosos de la luz y el color, eran plenamente conscientes de ello.

En el Caribe tenemos un rico ‘corpus’ de mitos y leyendas de origen amerindio, europeo y africano que no solo alimenta nuestras narraciones, sino también nuestras artes plásticas. Santos, cemíes y orichás cumplen la misma función que las Venus y Apolos en Europa. He ahí las pinturas y esculturas de artistas como Wifredo Lam, Oswaldo Vigas o Hervé Télémaque. Al tratarse a menudo de personajes vagamente descritos físicamente, son idóneos para los movimientos artísticos del siglo XX que renegaron parcial o totalmente de la figuración.

¿Qué decir de nuestras letras? El exceso. Como el exceso de temperatura y humedad. Está en la diversidad exótica de las palabras en los versos de Rubén Darío y la recarga barroca de metáforas en las novelas de Alejo Carpentier y José Lezama Lima. El Caribe tiene su propia narración épica en el Omeros de Derek Walcott (Nobel de Literatura, 1992). Tiene su propia tradición de poemas de crítica social y denuncia, como en la obra de Aimé Césaire.

Cierro con la que Schopenhauer consideraba el arte supremo y que en el caso del Caribe es sin duda su manifestación cultural más reconocida mundialmente: la música. Una vez más, el mestizaje es básico. Tienes instrumentos de cuerda de ascendencia europea y percusión africana. La música del Caribe es un fenómeno popular urbi et orbi desde hace generaciones. Sea el mambo, la salsa o, sí, también el reguetón, aunque a los puritanos y mojigatos les ofenda. De hecho, lo que escandaliza es el mismo motivo del éxito. A saber, que la música del Caribe tiene una audacia y una sensualidad que no se encuentra en la música de otras áreas. Esto se expresa, por supuesto, en la danza, en la poesía del cuerpo. Bailar es una experiencia liberadora (dicho por alguien con pocas destrezas en eso, pero en fin). Es por eso mismo un acto de resistencia a los discursos del poder disciplinario sobre el cuerpo propio y una reafirmación de la soberanía que, Foucault dixit, tenemos sobre él. Los ritmos del Caribe son exitosos porque son muy liberadores en tal sentido. Liberadores para el cuerpo e incluso para la sexualidad. No en balde todo el mundo los considera muy sexy.

Noten que en este compendio no me he limitado al Caribe venezolano. Ni siquiera al Caribe hispanoparlante. Incluyo el Caribe angloparlante y francoparlante. Hasta Aruba, Curazao y el resto del Caribe holandés entran ahí. Podemos ir más allá. Un tuitero respondió al hilo de la semana pasada señalando que hasta partes del sur de Estados Unidos y el nordeste brasileño pueden ser parte de una suerte de “Gran Caribe” cultural que trasciende el concepto geográfico. Coincido. Nueva Orleans es muy parecida a las urbes del Caribe. ¿No fue Faulkner una gran influencia en García Márquez, el más caribeño de los escritores del boom latinoamericano? Quien lea las novelas de Jorge Amado ambientadas en Salvador de Bahía y otros rincones del Brasil nororiental se sentirá como si leyera a Virgilio Piñera o a Guillermo Meneses.

En conclusión, nunca se vuelvan acomplejados por ser caribeños. No se sientan mal porque gente de otros lares denigra de esa identidad. Ese desdén es expresión de un narcisismo colectivo que, como indica Fromm, sirve para compensar complejos individuales de inferioridad. Nadie está obligado a amar la cultura del lugar donde se crió, pero tampoco tiene por qué avergonzarse de ella. Si les gusta ser caribeños, reivindíquenlo sin temor.

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