De los errores de 2017 al futuro de la calle

Laura Helena Castillo | @lhcastillo

“Yo no estaba preparado para ver a alguien morir. Yo soy otro después de ese proceso, tengo un sentido más profundo de la responsabilidad de mi palabra. La mamá de uno de los muchachos que murió en las protestas me dijo en el cementerio: ‘¿Usted es Pizarro? Mi hijo siempre tenía sus discurso en el teléfono’. No pude ni responderle. Le agradezco mucho a esa madre que me agarró la mano y me dijo: “No llore, usted hace lo correcto”, recuerda el diputado de Primero Justicia, Miguel Pizarro.

De cuatro meses de protestas diarias pocos quedaron intactos. La intensidad de la calle durante abril y julio de 2017 y la deformidad de la represión del Estado cambiaron vidas que, a pesar de la contundencia de sus acciones, no lograron cambiar el gobierno ni hacer respetar las funciones constitucionales de la Asamblea Nacional. ¿Qué faltó para conseguir los objetivos? ¿Se llevó la ola a la dirigencia opositora que estuvo al frente? ¿Cuáles aciertos no fueron suficientes?

“Durante el tiempo de calle hizo falta un ejercicio permanente de pedagogía. Construir disciplina no violenta, poder garantizar el objeto de la calle de debilitar los pilares que sostienen al régimen, poder producir puntos de contradicción a lo interno de las filas que lo apoyan, generar una opinión internacional de desnudar al régimen en su capa más autoritaria, fueron objetivos que con el tiempo se fueron desdibujando en la medida en que se dejó en manos de la espontaneidad el esfuerzo político y no se marcaron todas las rayas de la cancha”, explica Pizarro.

Protesta pacífica organizada por Dale Letra

Juan Andrés Mejías, diputado de Voluntad Popular y de la misma generación de estudiantes que Pizarro, también hace revisión de daños tácticos: “Cometimos el error de poner una temporalidad a las cosas, de decir que la elección de la asamblea nacional constituyente, el 30 de julio, no iba a ocurrir y terminó ocurriendo. Eso generó gran frustración. También hubo problemas de comunicación, muchas veces la agenda estuvo concebida desde Caracas y no se adaptaba a las realidades de los estados”. Y, finalmente, el error más irreversible: “Otro desacierto fue no encontrar la forma de minimizar las víctimas”.

En mayo de 2017, cuando ya las manifestaciones de calle llevaban un mes y las imágenes de la violencia de los funcionarios del Estado eran un asfixiante desayuno, nació un grupo de reflexión ciudadana para debatir sobre el valor de la protesta no violenta. La iniciativa trascendió, sumó participantes y ahora se llama Laboratorio Ciudadano de No Violencia Activa.

Uno de sus fundadores es Ángel Zambrano, quien cree que hubo claras fallas de método. “El desacierto principal fue la falta de innovación táctica. Se repitieron y se repitieron las manifestaciones masivas y los trancazos. La consecuencia más grave que esto tuvo fue que  para el gobierno fue muy fácil responder e incitar a la violencia”.

Pero, es posible que el desatino más duradero y que condicionó la comprensión del proceso de protestas haya sido la omisión de fondo de no incorporar a la sociedad civil –ni esta lograra incorporarse– en la toma de decisiones del liderazgo durante las manifestaciones.

“No hubo, en mi opinión, un liderazgo estratégico lúcido. Esto lleva a otro error: la sociedad civil dejó todo en manos de la MUD. No hubo incidencia desde la sociedad civil en la estrategia”, dice Zambrano. Es lo que Mejías relaciona con la incapacidad de haberse conectado con otras peticiones sociales: “Fallamos en no haber sido capaces de sumar a otros sectores que estaban protestando por otros factores, como los servicios básicos”.

Zambrano agrega que las teorías de la no violencia distinguen que los movimientos sociales deben operar en tres niveles: el táctico, el estratégico y la visión compartida de futuro. “Me parece que el ciclo de protestas del año pasado no trascendió el nivel táctico. No operamos a nivel estratégico ni mucho menos se construyó una visión de futuro compartida”.

Pizarro sí cree que, durante algún momento del proceso, los venezolanos lograron soñar –antes de despertar en la realidad del desconcierto– con el país posible: “Hay un acierto que no valoramos y que es que logramos  hacer que, durante un buen tiempo, la gente soñara y pensara con el país posible, el del cambio. La desesperanza y el miedo, esas dos fuerzas paralizantes, fueron derrotadas”.

Los aciertos y la ola

“Poderosas”, así definiría Zambrano en una sola palabra las protestas de 2017. “Todo era muy real. Se sentía y lo era. Era un vértigo, una compañía y un amparo muy fuerte. Y un sentido colectivo muy bello”, añade. “Heroicas”, las considera Mejías. “Policlasistas y multifactoriales”, las llama Pizarro. Hubo y hay aciertos para construir a partir de ellos, dicen.

La masiva pluralidad de los participantes, el carácter no violento de las manifestaciones y el interés despertado por la comunidad internacional ante las violaciones de Derechos Humanos del gobierno de Nicolás Maduro, son logros en los que concuerdan. “Las protestas tuvieron una extensión temporal que no tiene precedentes en Venezuela y no tiene precedentes en América Latina. Fue una tenacidad pacífica en su grandísima mayoría. Pero esto, ante los desaciertos, lució un poco pequeño”, dice Zambrano.

Pizarro suma un acierto acerca del ajedrez opositor: “Se inició un proceso de decantación del liderazgo político. Fue un proceso para liderar con el ejemplo. Obligó a tener que estar en cuerpo presente y eso permitió que haya unos liderazgos rebarajeados”. Para Mejías, el hecho de que la dirigencia de la oposición estuviera al frente de las protestas fue un punto a favor.

A esa dirigencia, en algún momento, la calle y sus dinámicas parecieron haberla rebasado: las actividades del día siguiente no siempre estaban claras ni se comunicaban de manera efectiva, comenzaron a verse contradicciones y el gobierno, aprovechando las rendijas, se encargó de resembrar el pánico con balas.  

“Cuando vas a una protesta, pasas 8 horas y el balance es que hay un muchacho muerto y 40 heridos, emocionalmente uno termina revolcado por la ola. En las protestas conocí en una parte de la oposición una faceta que confieso que me asustó: algunos entendían la vida de otros como una transacción”, dice Pizarro, uno de los líderes más expuesto en las calles de esos meses.

“Algunos dirigentes se sintieron revolcados por la ola de las protestas, no supieron encauzarla y manejar las expectativas. A la vez, siento –no me consta– que había un sector de la dirigencia que estaba jugando a eso, a que la ola nos revolcara a todos. Que fuese como caos y una violencia desatada que depusiera a la dictadura y creo que el gobierno fue muy hábil en saber jugar esa carta para sembrar desesperanza y desmovilización”, dice Zambrano. Mejías cree que  el esfuerzo de la dirigencia fue amplio: “Se hizo todo lo que se pudo en el marco de la Constitución para tratar de hacerla respetar: plebiscito, plantones, marchas”.

¿De nuevo a la calle?

El diputado Juan Andrés Mejías no lo recuerda. “Pasaron muchas cosas es día”, dice. Casi un año después de que la Policía Nacional Bolivariana lo rociara con gas pimienta, Mejías no lo recuerda. Fue en la primera de todas las marchas convocada por los diputados: el 1° de abril de 2017. Lo que comenzó como una concentración en la plaza Brión se convirtió en un recorrido hasta la Defensoría del Pueblo, que jamás llegó hasta la sede de la institución en el municipio Libertador. Ninguna marcha llegaría.

Pasaron muchas cosas ese día y los 120 días siguientes. Unas se mezclan con otras y los muertos, heridos y encarcelados son las cicatrices más visibles de las violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos que han sido documentadas y presentadas en organismos internacionales.  

A partir de esa memoria del horror, volver a las calles es una invitación a evaluar. “El rol de uno implica exponerse. Sin duda alguna me aterroriza pensar en la persecución, en la detención o la muerte por razones políticas, pero más miedo me da calarme esto toda la vida y en 40 años tener que decirles a mi hijo o a  mi nieto que les tocará vivir el 9no Plan de la Patria porque por miedo me terminé quedando quieto”, dice Pizarro.

“La protesta sigue siendo legítima y necesaria. Pensar que porque no se logró el objetivo final, que era el rescate de la democracia, no se vuelve a protestar es un error y es hacerle el juego al gobierno”, asegura Mejías. A pesar de la voluntad colectiva, hay tuercas por ajustar: “La protesta es una herramienta a la que no se debe renunciar, pero no todo es protesta. La presión externa sin presión interna solo nos lleva a convertirnos en Cuba. Toca recuperar la protesta útil, pertinente, de absoluta disciplina no violenta que no dé ningún margen para la represión ni para el asesinato. La promesa de cambio no puede ser un ejercicio para buscar retuits”, señala Pizarro.

“No creo que la sociedad civil esté dispuesta a salir a la calle de la misma forma porque la estrategia siempre fue opaca. Se manejó ‘todo o nada’. Creo que la sociedad civil está dispuesta a movilizarse porque todas las condiciones están ahí, pero tendrían que pasar muchas cosas para que se vuelva  manifestar”, dice Zambrano.

Para él, de estar rotos o desconectados, algunos sectores de la sociedad se han reencontrado a partir de los meses de manifestaciones: “Uno de los principios que más mencionaba Martin Luther King es que el fin de la no violencia no es derrotar a nadie ni deponer una dictadura, sino hacer comunidad. Creo que eso ha ocurrido en la sociedad venezolana a raíz del ciclo de protestas del año pasado. Se ha creado tejido social que antes de 2017 no existía y el que estaba roto se  ha reparado. Ha ocurrido también en la diáspora, me parece. Y eso es importante”.

Y ofrece una opción con futuro: “Creo que sí se puede enseñar a protestar pero no impartiendo lecciones. La protesta debe invitar a formar parte de algo y no únicamente a oponerse a algo”.

Share This