Leonardo Padrón: “Siempre es muy sabroso que te echen un buen cuento, y si está condimentado con amores de alta intensidad más lo disfrutamos” - Runrun
Leonardo Padrón: “Siempre es muy sabroso que te echen un buen cuento, y si está condimentado con amores de alta intensidad más lo disfrutamos”
Residenciado en Miami desde 2017, el escritor y guionista venezolano estrena este miércoles 20 de abril una serie para Netflix. Se llama Pálpito. Aquí nos habla de ella, de su mundo como autor de telenovelas, de la poesía, del país y del exilio

@diegoarroyogil

 

Miembro de una pléyade que goza en Venezuela de una inmensa popularidad –aunque no todos sus colegas disfruten de una tan extendida como la suya–, Leonardo Padrón (Caracas, 1959) ha construido una carrera ascendente y sólida en la televisión. Poeta y cronista, oficios que igualmente le han merecido reconocimiento público, como autor de telenovelas ha cosechado récords de audiencia a lo largo de los años… Sobre todo a lo largo de los años en los cuales la televisión nacional contaba con la suficiente solvencia como para llevar a las pantallas, con gran éxito, tramas que a él se le ocurrían y que enganchaban, noche a noche, en horario estelar, a millones de personas. 

Desde Gardenia o Amores de fin de siglo hasta La mujer perfecta, pasando por El país de las mujeres, Cosita rica o Ciudad bendita, Padrón cautivó al pueblo venezolano. Luego, en 2017, pasó lo que pasó: el exilio, del que en esta entrevista rinde cuentas. Pero, incluso con ese exilio a cuestas, Padrón ha sabido mantenerse en lo suyo hasta el punto de que, desde entonces, ha hecho tres telenovelas para las empresas internacionales Televisa y Univisión: Si nos dejan, Amar a muerte y Rubí, y hoy está a punto de estrenar una serie para Netflix.

Titulador con buena puntería, la serie en cuestión lleva por nombre Pálpito, y trata, ni más ni menos, de dos parejas atadas por un corazón perdido. Persistente exponente de las urdimbres del amor, Padrón sale de nuevo al ruedo de la tele, ahora en streaming.

Pálpito es una historia de amor en clave de thriller –explica–. Así la defino, en una frase. Pero es también la historia de un crimen que alcanza ribetes de tragedia griega, por la fatalidad que irradia a los personajes involucrados.

–¿Cuál es el argumento? ¿Se puede saber?

–Sí. Camila Duarte necesita un trasplante de corazón urgente. Su esposo, Zacarías Cienfuegos, recurre a una banda de traficantes de órganos para salvarle la vida. La víctima es la esposa de Simón Duque, un hombre que, arrasado de dolor, jura vengar su muerte y se sumerge en el submundo de la banda criminal. Un giro del destino hará que termine enamorándose de la mujer que lleva el corazón de su esposa. El clímax dramático ocurre cuando ambos descubran la verdad. Y entonces se activan varias preguntas cruciales. 

–¿Cómo cuáles?

–Por ejemplo: ¿eres capaz de convertirte en asesino para salvar al amor de tu vida? ¿En qué momento se quebrantan los límites morales de un ser humano? ¿Recibir un corazón donado significa también recibir las emociones y sentimientos que tenía ese corazón? ¿Cómo se lidia con la fatalidad y con el afán de venganza?

–Mientras te escucho recuerdo que, cuando cerraron RCTV, un amigo me contó que oyó en la televisión a una señora que se lamentaba de lo que ese cierre significaba para ella. Un reportero la abordó en la calle y la señora comentó, simplemente: “Yo solo sé que me quitaron mi pobre novela…”. ¿Qué es lo que hay en uno que necesita que le cuenten desde siempre los enredos del amor?

–Creo que todos necesitamos una dosis diaria de ficción. Sustraernos de nuestra propia realidad momentáneamente. Habitar otro mundo, otro universo sensorial, asomarnos a otros conflictos que no sean los nuestros y, en ese sentido, resulta muy gratificante conectarnos con la épica de los amores imposibles, esos que nos resultan tan heroicos como calamitosos y que nos hacen volver a nuestras modestas o terribles realidades con la sensación de no estar tan solos. Necesitamos psicológicamente conmovernos con una mentira que quizás se parezca a nuestra verdad, o que la supere abrumadoramente y nos arroje a la potencia onírica de lo espectacular. Necesitamos identificación, catarsis y ensoñación. Siempre es muy sabroso que te echen un buen cuento, y si está condimentado con amores de alta intensidad, equívocos y obsesiones, más lo disfrutamos.

–¿Cuál consideras tú que ha sido, hasta ahora, tu mejor novela y por qué?

–Pregunta arriesgada. Porque uno suele ser un pésimo espectador de su propio trabajo, por exceso de cercanía. Hay unas que me gustan por la cantidad de riesgo que asumí. Pienso, por ejemplo, en Amores de fin de siglo. O por lo redondo que quedó el cuento, en términos de estructura narrativa: Contra viento y marea. Por la exploración de tantos arquetipos femeninos: El país de las mujeres. Por su conexión con un país entero: Cosita rica. Por ser la más coral de mis historias corales: Ciudad bendita. Por la singularidad del personaje protagónico y la complejidad del tema: La mujer perfecta, que tenía que ver con el síndrome de Asperger. O por la posibilidad de especular sobre los derroteros del alma humana: Amar a muerte. Como ves, me las ingenio para no darte una sola respuesta.

–Volviendo a Pálpito, ¿cómo llegaste a Netflix, o fueron ellos quienes te buscaron? 

–Hace ya casi dos años que recibí la sorpresiva llamada de un ejecutivo de Netflix. Querían reunirse conmigo y nos vimos en Miami. Me dijeron que querían una historia mía para su plataforma. Todavía sin salir del asombro, les pedí tiempo para diseñar un argumento que realmente me emocionara. Estuve barajeando varias opciones mientras recorría las calles de Madrid buscando rentar un apartamento para mis hijos. Quería diseñar un conflicto que arrojara a cada uno de los personajes a una situación límite. Algo que se pareciera a la vida y sus emboscadas más jodidas. Quería buscar una arena dramática no muy socorrida. Al mes y medio les mandé la sinopsis de Pálpito. Para mi sorpresa, a los 15 días recibí una llamada donde me proponían firmar un contrato por la serie. Según sus palabras, lo que más les atrajo de la trama era que no se parecía a ninguna de las otras historias que poblaban su plataforma.

La serie consta de 14 capítulos, ¿qué reto supuso para ti ajustar toda una trama en un espacio tan corto si lo comparamos con el formato de la telenovela?

–Ciertamente, mi historial como escritor de televisión remite a tramas de largo aliento: entre 120 y 150 capítulos, pero recuerda que también he escrito guiones de cine y unitarios para la televisión que duran dos horas. Incluso, un par de años atrás hice para Televisa una adaptación de Rubí, un clásico del melodrama latinoamericano, y me tocó contarla en 27 episodios. Pero, sin duda, las series exigen una estructura dramática signada por el vértigo. Es el lenguaje que marca la narrativa audiovisual del siglo XXI. Un desafío fascinante para cualquier escritor. Implica cruzar una frontera estilística, deslastrarse de viejos códigos, aprender nuevos trucos y torcerle el cuello a tu ritmo y tu sintaxis como storyteller [contador de historias]. En mi beneficio tengo que soy un feroz consumidor de series, y obviamente no solo las veo con ojos de audiencia, sino también desde la mirada del hombre que se gana la vida contando historias y observa atentamente cómo los demás ejercen el oficio.

–Uno tiene la impresión de que el poeta es un hombre que va a su aire y que no responde a otro ritmo que el suyo propio. Todo lo contrario al guionista de televisión, que parece obligado a ser bueno y eficiente con rapidez y en función de un proyecto comercial. Más allá de que esto que te digo son convenciones o lugares comunes, ¿cómo conviven en ti ambas figuras: el hombre lento, por llamarlo de alguna manera, y el que debe actuar de inmediato y sin pausa en la escritura?

–Ese ha sido el péndulo en el que se ha desarrollado mi oficio como escritor desde hace casi 40 años. Por una parte, está el hombre lento, como bien lo defines, que busca hasta la exasperación el mejor adjetivo o la frase exacta para terminar un poema, y por la otra está el hombre vertiginoso, que debe entregar 38-40 páginas diarias a la gran maquinaria industrial del entretenimiento. Tengo dos cajas de velocidad distintas en mi interior. Soy Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Soy la calma y el nervio. La morosidad y la enajenación. En todo caso, las series, en promedio, han adquirido los niveles de calidad que tienen porque no están sujetas al tráfago diario de la televisión lineal. Es imposible escribir una serie digna, de 10 o 14 capítulos, sin tener al tiempo como aliado. Esa es una de las mejores noticias que entraña escribir para una plataforma como Netflix. La prisa se queda fuera de la ecuación.

Alguna vez te oí mencionar el desprecio que el mundo literario “más culto” o autoproclamado como tal siente y expresa hacia quienes escriben para la televisión. ¿A qué crees que se deba eso?

–Es una vieja y rancia tradición de la alta cultura. Todo lo que se acerque a la cultura de masas siempre es tratado con recelo, desdén y prurito intelectual. Es una ecuación de un simplismo hilarante: solo lo exquisito, lo elitesco, es digno de entrar dentro del canon cultural. Es un razonamiento que arrastra inmensos lastres de raíces aristocráticas. El desprecio a todo lo que implique masa, multitud. La cultura entendida como un privilegio de clases. Nada encerrado bajo la premisa de un dogma es sano. Ya ha pasado mucho tiempo desde que Umberto Eco, a finales de los 60, en su libro Apocalípticos e integrados, nos recordaba que el error de los defensores de la cultura de masas es creer que la multiplicación de los productos industriales es per se buena, y el error de los apocalípticos aristocráticos es sentenciar que la cultura de masas es negativa por su naturaleza industrial. También es justo agregar que la telenovela se llenó de pésima reputación porque hay mucho acto fallido en su expediente, muchas historias de burda factura y pobre imaginación, atestadas de lugares comunes y peligrosos estereotipos. 

¿Ese prurito sigue existiendo a pesar de todo lo que la televisión ha dado? Pensemos, qué sé yo, en Downton Abbey. A nadie se le ocurriría decir que Julian Fellowes, su creador, no es un gran escritor. Lo mismo que Cabrujas, por dar un ejemplo nuestro ya canónico.

–Recuerdo mucho que Cabrujas un día se hartó de seguir justificando la “herejía” de escribir para televisión. En cierta medida, el prejuicio continúa, aunque siento que hay un cambio de percepción interesante a raíz del boom de las series, que son, desde mi criterio, el proyecto estético narrativo más interesante de este siglo. Son pocos los que no han sucumbido al hechizo de productos estupendamente producidos y con notables resonancias estéticas. Series como Succession, creada por Jesse Armstrong; The Crown, creada por Peter Morgan, el mismo de Frost/Nixon; esa maravilla que es Chernóbil, que es una adaptación del libro Voces de Chernóbil de la sensacional Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura; Breaking Bad; Peaky Blinders, una joya de culto; Fleabag; Euphoria o The Handmaid’s Tale, una perturbadora y fantástica serie basada en otra gran escritora como Margaret Atwood…, todas estas series te dan a entender que estamos asistiendo a una era de grandes cambios en la televisión. Es un momento revolucionario, con el perdón del descrédito en el que ha caído el adjetivo.

¿En algún momento te llegaste a sentir contrariado por esa suerte de oposición y malevolencia? Me refiero a la “herejía” de escribir para la tele.

–Sí, por supuesto. La maledicencia y la ojeriza no son sensaciones gratas. Al principio, cuando me permití salir de la sacrosanta burbuja de la poesía y hundir mis manos en las pantanosas aguas de la televisión, para convivir en ambos territorios, percibí el rechazo de algunos de mis compañeros de generación del sistema literario. Sentían que le había vendido el alma al diablo. Por cierto, esa crítica siempre era esgrimida de soslayo, a mis espaldas, pero el eco llegaba nítidamente a mis oídos. En ocasiones, incluso, mi membresía en el club de los “plebeyos” escritores de televisión, para usar un término que solía invocar Cabrujas, ha servido como criterio para juzgar mi obra literaria. Pero a estas alturas, te confieso, ya estoy curado de espantos.

–¿Sigues escribiendo poesía? Desde que, en 2017, Seix Barral reunió la que escribiste entre 1979 y 2011, no hemos tenido más noticias al respecto.

–La poesía está allí, cocinándose a fuego lento, en algún rincón secreto del exilio. Justo desde el 2017, el año en el que me descubrí fuera de mi país sin posibilidades de volver, hasta ahora, me he dedicado con fruición a la recomposición de mi vida ordinaria, a generar algún sentido de pertenencia con este lado del mundo, a lograr nuevos horizontes laborales. Por supuesto, tengo algunos textos, poemas garrapateados en el desasosiego y la incertidumbre. Si en algún momento llegan a adquirir la dignidad de convertirse en libro, tendrán noticias al respecto.

–Esa compilación de Seix Barral trae un prólogo de Armando Rojas Guardia, quien falleció en 2020. No estabas en Venezuela entonces y, según entiendo, aunque hubieras querido no habrías podido venir o hubiera sido una temeridad hacerlo. Me gustaría que contaras las circunstancias por las cuales no vives en el país.

–Ese libro, Poesía reunida, lo iba a presentar el propio Rojas Guardia en los espacios del Teatro Chacao, en mayo del 2017. Ya teníamos la fecha reservada. Pero ocurrió la zancadilla del exilio involuntario. Lo he contado en algún otro lugar. Viajé por 10 días a Miami junto con mi esposa, Mariaca Semprún, para conversar sobre los pasos a seguir para presentar el musical Piaf, voz y delirio en el Colony Theater. En la víspera del regreso a Caracas, justo un día antes, recibí una llamada de un ejecutivo de la línea aérea en la que me alertaba del riesgo de regresar: “El Sebin tiene tres días llamando para saber qué día vuelves y a qué hora. ¡Quédate!”. Ciertamente, hubiera sido una temeridad volver, una torpeza absoluta. Esa llamada me cambió la vida. Ya han pasado cinco años desde entonces. Y todavía me resulta inconcebible que no estemos teniendo esta conversación con el Ávila al fondo. 

–“Una historia de amor en clave de thriller”, precisamente. Así parece a veces la relación de los venezolanos con Venezuela y, como en tu serie, en esta trama también hay un corazón arrebatado. 

–Sí, sin duda, pero lo de Venezuela ya cambió de género narrativo. Esto no es un thriller sino una película de horror, sórdida, intraficable. Nos saquearon el corazón, la vida, la normalidad, sin un átomo de piedad. Se nos ha hecho esquivo el final feliz que necesitamos. Pero sí están claramente definidos los personajes y sus roles. En el régimen hay algunos que opacarían a cualquier estrambótico villano de una serie de Marvel. Por cierto, ya llegará el momento cuando podamos codificar en el lenguaje de la ficción esta travesía por el desierto del chavismo y su inventario de horrores. Creo que resulta imperativo escrutar estos largos y penosos años con los ojos de la creación artística. Ya en la literatura han ido aflorando varias obras importantes. Pero la ficción televisiva y cinematográfica aún esperan las circunstancias adecuadas.

–Son cinco años ya de exilio. ¿Te atreverías a sacar en claro las etapas emocionales que has atravesado desde entonces hasta hoy con respecto a esa situación? ¿Son las mismas que las del duelo, según la teoría de Elisabeth Kübler-Ross: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación?

–Las mismas, aunque no sé si exactamente en ese orden. Al principio, sencillamente no lo aceptaba. Me resistía categóricamente a la posibilidad de no volver. Allá estaba mi historia, mis hijos, mi mamá, mi casa, los amigos, mi biblioteca entera, Caracas, el país todo. Y yo venía los últimos años en un plan muy activo de resistir, de combatir, de enfrentar a la pesadilla, pero sin salirme de ella. Eso, por supuesto, luego desembocó en una rabia tremenda y caí, sin mucho preámbulo, en las arenas movedizas de la depresión. Quizás después fue que empecé a entrar en negociaciones con mi propia realidad, a zanjar estratégicamente algunos problemas neurálgicos y acercarme al clima de aceptación, que ocurre por puro instinto de supervivencia emocional. Si te quedas clavado en la ira o la depresión, pierdes. Avanzar es el único verbo posible.

–Ahora bien, formalmente no tienes prohibición de entrada al país. ¿Es que prefieres no arriesgarte?

–Hace poco averigüé y estoy en la misma situación que hace cinco años. La dictadura tiene excelente memoria y se afana más en cobrar sus facturas –por más viejas que sean– que en hacer algo provechoso para los ciudadanos del país. Recuerda que el principal activo de ellos es el resentimiento.

–Infiero cuál es la respuesta, pero igual pregunto: ¿te imaginas de nuevo aquí o, a pesar de todo, crees que podrías quedarte residenciado para siempre en el extranjero? A voluntad, me refiero.

–Si a mí me garantizan que mañana puedo entrar a mi país sin problema alguno, me compro el pasaje en el acto. En este momento no me devolvería del todo a vivir porque ya tengo una cantidad de nexos laborales por este lado del mundo. Pero, sin duda, me visualizó viviendo en mi país en un futuro que espero no sea muy remoto. A estas alturas, todos sabemos muy bien la fuerza, la carga emocional que tiene ese pronombre posesivo: mi país.

–Pálpito es un proyecto consumado. ¿En qué trabajas ahora?

–No está del todo consumado. Si tiene éxito, Netflix podría solicitarme la escritura de una segunda temporada. Pero eso es especulativo. En todo caso, actualmente estoy escribiendo otra serie, llamada La mujer del diablo, que incluso ya se está grabando y que se estrenará este año, en el lanzamiento oficial de VIX, el nuevo streaming surgido de la alianza entre Televisa, Univisión y Google, y diseñado exclusivamente para la audiencia hispanoparlante. De ese proyecto aún no puedo dar mayores detalles. 

–Si te parece, vamos a terminar esta entrevista como suelen terminar las telenovelas: con un final feliz. A juzgar por lo que se expresan mutuamente a través de las redes sociales, eres un hombre que ama y es amado. Uno los ve, a Mariaca y a ti, y piensa: “Bueno, esta gente encontró el amor”. ¿Cuál es el secreto para mantenerlo vivo, en caso de que haya tal secreto?

–Bueno, tampoco es algo excepcional encontrar el amor, ja, ja, ja. 

–Hombre, pero mantenerlo…

–Sí, el desafío es que no se vuelva trizas ante la propia complejidad de la vida en pareja. Y, en rigor, nadie publica en las redes sus desencuentros o desavenencias. 

–Claro.

–Toda pareja tiene sus mareas internas, sus borrascas. Es lo natural. Los seres humanos somos muy complicados. Pero sí, creo que Mariaca y yo hemos logrado surfear con éxito varios escollos importantes, incluyendo el del exilio, que genera siempre desajustes emocionales. No creo en secretos que se conviertan en dogma o en manual de instrucciones. Cada pareja tiene su dinámica. Nosotros nos acompañamos mucho, hemos aprendido a hacer equipo, nos admiramos mutuamente y respetamos la independencia de cada cual, las zonas creativas del otro. Ya aprendimos que la cotidianidad necesita su dosis de ternura, deseo, humor y ligereza. Pero no hay vacunas contra los pasillos oscuros del amor. Por eso hay que celebrar todo lo que tiene de luminoso y encantatorio.

–Una última pregunta, ahora sí. Imagínate que todo cambia, y que vuelves, y que vuelve también RCTV o que Venevisión resucita. Y que te convocan para escribir una novela que de alguna manera nos narre después de tanta oscuridad. ¿Cómo la llamaría?

–Esa pregunta me la han hecho varias veces. Y nunca tengo la respuesta a mano. Porque para mí ponerle el título a algo –un libro de poesía, una crónica, una telenovela– me resulta siempre muy arduo. Tardo días, semanas enteras pensando el título. Es tan importante saber titular. Pero así, al rompe, le pondría El regreso. Y no para hablar de las millones de personas que volveríamos al país, sino del regreso del propio país a la normalidad, a la vida, a la dignidad.

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