Invocación del cardenal Baltazar Porras, en el rito de exhumación de los restos del Dr. José Gregorio Hernández - Runrun
Invocación del cardenal Baltazar Porras, en el rito de exhumación de los restos del Dr. José Gregorio Hernández

La invocación del cardenal Baltazar Porras durante el rito de exhumación de los restos del Dr. José Gregorio Hernández. Foto El Nacional

Cardenal Porras: “En su tiempo como ahora, vivimos en un país deshilachado, signado por las plagas de la pobreza, de la falta de libertades, de la superación por las imposiciones ideológicas, por el creciente desánimo y desesperanza”.

 

@bepocar

Muy queridos hermanos presentes y los que participan de esta celebración en espíritu y en verdad, a través de los medios de comunicación y redes sociales en el mundo entero: la pandemia de la covid-19 exige cumplir medidas estrictas de bioseguridad, por lo que el número de personas presentes en este templo es muy reducido, cumpliendo, además, con el guion protocolar según las directrices de la Congregación para la Causa de los Santos. Siéntanse, todos ustedes, queridos hermanos y amigos que nos siguen a través de la televisión, la radio y las diversas redes sociales, protagonistas y no meros espectadores. Es una celebración compartida, desde sus hogares, lugares de culto, o cualquier otro sitio, como testigos y partícipes activos de esta primera parte de la exhumación que culminará con el cierre del mismo el próximo sábado 31 de octubre.

El Evangelio que se acaba de proclamar nos dice: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.

Nuestra primera mirada va dirigida con profundo agradecimiento a todos los que a lo largo de un siglo quisieron ver este momento y ya no están. Sus oraciones, su empeño, su devoción hacia nuestro médico es parte integrante de esta celebración. Desde el cielo únanse al coro de los ángeles para cantar el aleluya que anima la fe de los que permanecemos en este valle de lágrimas. La causa de José Gregorio tuvo en la fe de esos venezolanos pioneros y ha ido creciendo cada vez más como la sombra del sol al caer la tarde. Lo que sembraron entre lágrimas y sudores lo estamos cosechando entre risas y cantares.

La exhumación más que un simple rito sanitario o el cumplimiento de un protocolo es un acto de fe en la resurrección.

Estamos ante los despojos mortales de alguien de quien tenemos la certeza de estar en el cielo, a la vera de la Santísima Trinidad y en compañía de muchos a los que sirvió y atendió con cariño y competencia, privilegiando a los más débiles y desvalidos. Su devoción a la Virgen del Carmen lo identifica más y mejor a esas bellas imágenes del Carmelo rodeada de los que acudieron a ella con la convicción de ser socorridos en sus necesidades.

La tumba que va a ser abierta dentro de pocos minutos es una invitación a que cada uno de nosotros y todos como comunidad, nos abramos a las exigencias del verdadero y auténtico mandamiento, que no es otro que el del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.

Siguiendo a San Agustín “los preceptos son dos; tres, en cambio, los objetos del amor. Se han dado dos preceptos: ama a Dios y ama al prójimo; sin embargo, veo que se han de amar tres cosas”… “¿Quieres amarte a ti mismo? Ama a Dios con todo tu ser, pues allí te encontrarás a ti, para que no te pierdas en ti mismo. Si te amas a ti en ti, has de caer también de ti y larga ha de ser tu búsqueda fuera de ti… Llama, fuerza a amar a Dios a cuantos puedas persuadir, a cuantos puedas invitar; Él es todo para todos y todo para cada uno”. Ese fue el testimonio permanente de nuestro beato, por lo que pedimos que su beatificación sea, para nosotros, camino de reconciliación que nos una bajo el signo del venezolano posible y del cristiano ejemplar que fue el médico de Isnotú.

Camino a la beatificación, caminemos con José Gregorio en la senda de lo que él hizo. Ese es, debe ser, nuestro compromiso en esta mañana. Es la oportunidad para promover las virtudes cívicas.

En su tiempo como ahora, vivimos en un país deshilachado, signado por las plagas de la pobreza, de la falta de libertades, de la superación por las imposiciones ideológicas, por el creciente desánimo y desesperanza. Por su ciencia fue sabio y por su virtud justo. Es lo que necesitamos recuperar la alegría del bien, la fuerza transformadora de la igualdad, y la alegría de dar sin esperar recompensa, pues la sola sonrisa de quien se siente tomado en cuenta vale más que cualquier prebenda.

Dentro de unos minutos, la urna, el moisés que contiene los restos de nuestro beato recorrerá triunfal la nave central de este santuario. No estamos ante un cadáver sino ante un resucitado. Es la ocasión de redescubrir las periferias que están cerca de nosotros, en la ciudad o en el campo, en la familia o en el barrio. La apertura del amor debe ser universal, no selectiva ni excluyente. “Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca de mí” (Fratelli tutti, 97).

José Gregorio no hizo distinción de personas, trabajó con y para todos. Por eso, los primeros que exaltaron sus virtudes, por encima de todos, fueron los de a pie, los del pueblo, seguido de hombres como Luis Razetti o Rómulo Gallegos, quienes más allá de las diferencias coincidían en buscar juntos la salud de la gente.

Soñemos en pensar y gestar un mundo abierto, un corazón abierto al mundo entero, al prójimo sin fronteras. “La propuesta, -como nos dice el Papa Francisco-, es la de hacerse presente ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia”… “entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros” (Fratelli tutti, 81), como lo hizo José Gregorio, haciéndose siempre prójimo de los demás.

Elevemos nuestra plegaria y afecto a los enfermos, a los que sufren por la soledad, a los encarcelados injustamente, a los emigrantes que están pasando por tantas penurias en el mundo entero. Sean ellos el centro de nuestra oración en esta mañana.

No nos alegremos de hacer el bien y de vencer al enemigo o someter a los demonios. Alegrémonos porque nuestros nombres estén inscritos en el cielo, y revelen lo escondido a los sabios y entendidos con la sabiduría y mística de la gente sencilla.

Continuemos con recogimiento en espíritu contemplativo, esta singular celebración. Que el Nazareno de San Pablo, la Virgen de Candelaria y los santos patronos de esta ciudad, bendigan esta luminosa mañana con la abundancia de la gracia divina porque los cristianos no podemos esconder la música del Evangelio que hace vibrar en nuestras entrañas la alegría que brota de la compasión, la ternura y la confianza de sabernos perdonados y enviados (cfr. Fratelli tutti, 277). Que así sea.

En el Santuario de Nuestra Señora de la Candelaria, Caracas. 26 de octubre de 2020.

Nota: este es el texto íntegro de la invocación del cardenal Baltazar Porras durante la ceremonia de exhumación de los restos del Dr. José Gregorio Hernández.