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#HistoriasDeMédicos | Una república sin médicos

Cristóbal Rojas retrató las muchas limitaciones del país del siglo XIX. Fragmento de su obra Primera y última comunión (1888), resguardada por la Fundación Museos Nacionales / GAN. Wikimedia Commons.

@eliaspino

La nación que se separa de Colombia carece de los elementos necesarios para atender la salud de los flamantes ciudadanos. Es un asunto que los historiadores no han estudiado a cabalidad, pese a que nos traslada a un entorno de privaciones sin cuyo conocimiento no se entienden las penurias de la sociedad fundadora.

De allí la necesidad de ofrecer testimonios como los que se muestran a continuación, capaces de acercarnos a las limitaciones de la vida cuando apenas la iniciábamos como república. 

El desfile de esos testimonios comienza cuando apenas contamos dos años de haber dejado a Colombia. Un informe de la Diputación Provincial de Apure, enviado a la capital el 7 de diciembre de 1832, llama la atención sobre el crecimiento de las fiebres debido a “la falta de Medicina y de Profesores que la apliquen”. Los diputados de Maracaibo refieren una situación semejante en octubre del año siguiente, debido a que insisten ante el gobernador sobre “la necesidad de buscar curiosos en las artes medicinales, para cumplir la obligación nacida de la dificultad de encontrar un solo facultativo que ayude a la población más miserable y necesitada”.

En los casos de contagio la situación se vuelve calamitosa. Así, por ejemplo, según noticias trasmitidas a Caracas desde Calabozo en 1833, una epidemia de fiebres causa estragos

(…) por la falta de médicos, de medicinas y de subsistencias, de modo que el común de los habitantes que viven de la caza y de la pesca mueren en la inclemencia, menos por el carácter maligno del contagio, que por la carencia de recursos y auxilios, y sin los últimos consuelos que da la humanidad.

Como consecuencia de la cadena de muertes producida por la peste en San Fernando, causante de un incremento de cadáveres que hacen insuficiente el cementerio, se acude al gobierno central para solicitar el envío de “aunque sea un par de doctores”. La respuesta del presidente de la república es poco alentadora, debido a que depende de un trámite que puede demorar. En correspondencia de 28 de febrero de 1839, dice:

Se pedirá el voto del Congreso, para destinar en auxilio de la Provincia de Apure seis mil pesos de la cantidad señalada para gastos imprevistos, señalar sueldos a uno o dos médicos más del que está destinado a San Fernando, y comprar y remitir un botiquín.

Como no existe servicio de salud en El Pao y ante una epidemia de calenturas, se hacen gestiones en Valencia para encontrar un médico. Después de buscar durante quince días, el gobierno de Valencia convence al licenciado Juan Francisco Machado para que atienda la emergencia. Pero el licenciado impone un meticuloso convenio. Vamos a leerlo.

De acuerdo con lo que tratamos ayer, me comprometo a marchar al Pao dentro de tres días, y a prestar mi asistencia, como profesor de medicina, a todos los enfermos pobres que hay allí ahora, o hubiese en el término de dos meses a contar desde el día que llegue a aquella villa; pagándome por este servicio la cantidad de doscientos pesos, de la cual se me anticipará la mitad para emprender mi viaje. Mas si antes de los dos meses hubiese cesado, a juicio del Concejo Municipal, la fiebre de que está atacada aquella población, podré retirarme, ganando siempre la expresada suma. El botiquín que he juzgado necesario importa cien pesos y por seis me obligo a ponerlo en el Pao.

Es elocuente la firma del convenio entre el señor Machado y el gobierno de Valencia frente a una crisis que reclama atención inmediata. El profesional pone condiciones que llegan al extremo de detallar el dinero que cobrará por llevar un botiquín, mientras la autoridad acepta la minucia en documento público.

Es evidente cómo escasean los facultativos entonces y cómo puede uno de ellos, debido a tal circunstancia y en medio de una crisis que no puede esperar por tratativas, establecer las reglas del juego.

Son abrumadoras las fuentes que refieren el tema, y que esperan a los historiadores de nuestros días. Los lectores pueden encontrar mayor  información en mi País archipiélago (Caracas, Alfa, 2014), que se aproxima a las carencias sin llegar a un análisis cabal, pero lo visto permite sentir la magnitud de la orfandad. El desconocimiento de tales situaciones, como se dijo al principio, deja en un lamentable limbo los problemas que debieron padecer y superar nuestros antepasados para hacer una república. Como los ignoran, los ciudadanos del porvenir no pueden hacer con paso firme el camino que su tiempo les reclama.