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#CrónicasDeMilitares | Amenazas y demandas del ejército en 1828
En el Memorial de 1828 ante la Convención de Ocaña, donde se explayan las demandas del ejército, estamos ante lo que se puede considerar como una intimidación digna de tratamiento especial

 

@eliaspino

La Convención de Ocaña está reunida en medio de graves tensiones de la dirigencia. La división de los políticos entre partidarios de Bolívar y del general Santander hace temer una explosión de grandes consecuencias. Es de tal magnitud el enfrentamiento de las banderías que el Libertador no se presenta ante los diputados. Envía su mensaje de rigor desde Bucaramanga y prefiere que la reunión se disuelva en su ausencia sin resultados concretos, porque teme que no vote los planes que propone para la reforma de las instituciones.

En medio de la crisis, los convencionales se conmueven con la lectura de un extenso Memorial enviado por la División del Magdalena del Ejército de Colombia, cuyos fragmentos de mayor interés se verán de seguidas.

El Memorial fue suscrito el 25 de febrero de 1828, debido a las noticias que han circulado sobre la revisión de las normas militares vigentes a la cual se dedicarán los miembros de la Convención, que contempla la modificación de los salarios de oficiales y tropa para llegar a economías necesarias para un erario exhausto. También la supresión de algunos contingentes, debido a que no persiste la amenaza de los relistas. El documento de la División del Magdalena es extenso y necesita tratamiento sin prisas, pero ahora solo se verán los fragmentos a través de los cuales se advierte la amenaza que trasmiten a los políticos sobre las reacciones de los hombres de armas.

A través de esos fragmentos se observarán las maneras que tienen los voceros del ejército de mostrar los colmillos para mantener su influencia en la sociedad, o para hacerla mayor.

Maneras que pueden chocar como un severo llamado de atención en la cara de los diputados, al referir la magnitud de las hazañas que señalan en el comienzo del texto. Por ejemplo:

Fijad bien vuestra atención en aquel paseo militar que honró al funeral del dominio español en Boyacá: recordad a Carabobo, a Puerto Cabello, al lago de Maracaibo en Venezuela, a Bomboná y a Pichincha en el Sur; y, si queréis sobrecogeros más de admiración, recordad la rendición de esta plaza (Cartagena) y la ocupación de su bahía el año de 21, sin elementos, sin dinero, sin los medios siquiera de que podía disponer el enemigo, y veréis el último rasgo del brillante cuadro que os presenta la marina y el ejército, ese ejército menos afortunado en la paz que en la guerra.

No para aquí, señores, la relación de nuestros triunfos; más generosos que los Americanos del Norte, no nos contentamos con nuestra propia emancipación; también la llevamos a nuestros hermanos más allá del Ecuador; en trece años de guerra aprendimos a ser bastante libres para dar una lección brillante de generosidad, y de odio a la tiranía; era necesario que en el continente americano no hubiese un solo pabellón español enarbolado, y el último se abatió en Ayacucho.

La modestia no es el rasgo del Memorial, como se ha visto. El alegato militar parte de una ostentación de excelencias, pero también de un anuncio de poderío que no puede pasar inadvertido en las sesiones de los convencionales. Los remitentes del documento son hombres de poder porque hicieron las hazañas que dieron vida a la república y proveyeron de trabajo a los representantes del pueblo, puede entender ahora el más tonto de sus destinatarios.

Pero la exhibición de proezas se vuelve más desafiante cuando los militares hacen un contraste con los padecimientos que han experimentado después de su epopeya. Veamos:

No hay lugar, no hay sitio por pequeño que sea en que haya existido parte del ejército, que no esté atestiguando nuestra miseria y nuestro sufrimiento; nuestra miseria, porque hemos carecido siempre de paga, casi siempre de vestuario, e infinitas veces hasta de la simple ración; y nuestro sufrimiento, porque jamás ha habido un oficial que haya desanimado la tropa, ni tropa que haya opuesto resistencia a las órdenes de sus jefes a pretexto de necesidades comunes entre todos.

El documento se detiene en otros testimonios sobre los sacrificios de los soldados y en la legislación sobre el ámbito castrense, que merecen estudio detenido, pero los vistos parecen suficientes para que nos enteremos del conflicto que plantea a los políticos. Mas también de la peliaguda advertencia que puede significar, porque también afirma:

No, señores, no permita el cielo que llegue a agotarse el cáliz de nuestra paciencia; para evitar las consecuencias de un momento de desesperación es que nos dirigimos a vosotros, como a los padres de la patria, como a los árbitros de sus destinos; tened presente que somos colombianos, y que como tales, pertenecemos a la masa de la sociedad, cuyos goces son el objeto de nuestra asociación. Somos miembros de la gran familia colombiana, y tenemos por esto derechos imprescriptibles que no podemos enajenar sin exponer la garantía más preciosa, que es nuestra propia conservación; atended bien a este argumento para fallar sobre nuestra suerte; y prestad la atención debida a la relación de nuestros agravios.

Como los redactores se han ocupado de señalar antes que no se trata de una queja de ciudadanos comunes, sino de  la representación de una fuerza de la que dependió el nacimiento de la república y su posterior conservación. Estamos ante lo que se puede considerar como una intimidación digna de tratamiento especial

Los interesados en el análisis de la influencia del militarismo mientras se funda y cambia el estado nacional, toparán con material precioso en este Memorial de 1828 dirigido a la agónica Convención de Ocaña por la División del Magdalena del Ejército de Colombia.