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Cuatro tipos de venezolanos despolitizados
Venezuela es una sociedad que se siente huérfana de liderazgo. En la medida en que la tendencia se consolida, aumenta la despolitización de las masas

 

@AAAD25

Llegó agosto. A estas alturas podemos afirmar que lo más probable es que unas elecciones, de las que cabe esperar poco o nada en pro del país, serán para bien o para mal lo que domine el acontecer político venezolano en lo que queda de año. Todo hay que decirlo: es injustificable que a estas alturas la dirigencia opositora que encabeza Juan Guaidó no tenga una posición inequívoca ante la disyuntiva de participar o abstenerse. Si se inclinaran finalmente por tomar parte, cuesta creer que en menos de cuatro meses desarrollarán una estrategia que vaya más allá del voto y que haga de los comicios un catalizador de una transición negociada. Así que si mañana mismo anunciaran que inscribirán candidatos, cabría preguntarse si vale la pena.

A nadie le puede extrañar que con semejante sensación de deriva, aquello que por falta de un mejor vocablo he llamado la “despolitización de las masas” se profundice más y más. Entiendo por este fenómeno la pérdida de interés en la política nacional por el grueso de los ciudadanos venezolanos, habida cuenta de una elite gobernante que usa el poder del Estado para favorecer sus intereses privados sin ninguna consideración hacia el bienestar colectivo, por un lado, y un liderazgo opositor incapaz de disputarle el poder a dicha elite, por el otro. No es apatía ni conformismo. Como he dicho varias veces, la inmensa mayoría de la población está muy insatisfecha con la situación de su país y quiere que mejore. Pero como no ve indicio alguno de que ello vaya a ocurrir pronto, pues se retrotrae a su esfera privada para seguir con su vida.

Vean nada más algunos datos: en una encuesta realizada el mes pasado por la UCAB y la firma Delphos, 78,6 % de los consultados afirmó creer que Nicolás Maduro seguirá gobernando, muy a pesar de que el próximo año en teoría se podría solicitar un referéndum revocatorio en su contra y de que 78,9 % tiene poca o ninguna confianza en Maduro. Guaidó está apenas un poco mejor, con 72,1 % de los encuestados depositándole poca o ninguna confianza. Y… esos son los mejores resultados. Todos los demás dirigentes chavistas u opositores presentan niveles de desconfianza más altos.

Queda claro que Venezuela es una sociedad que se siente huérfana de liderazgo, y dado que la política necesita de líderes individuales (los movimientos acéfalos rara vez tienen éxito y, de tenerlo, por lo general es breve), la consecuencia es la referida despolitización masiva. En la medida en que la tendencia se consolida, podemos observar varios tipos de venezolanos despolitizados, al menos en términos nacionales. Apartando que desde niño he tenido una especie de predisposición mental a la taxonomía peripatética, creo que esta clasificación es interesante para fines de visualizar las actitudes políticas, a menudo latientes, del venezolano contemporáneo. Dentro de esta fauna (advierto, para que nadie ofenda, que es una metáfora no peyorativa y sin intención de equiparar a estos humanos con otros animales), he podido distinguir hasta ahora cuatro especies de venezolano despolitizado, que procederé a describir. Está de más decir que no es un estudio exhaustivo.

 La especie más común, por mucho, es el despolitizado absoluto.

Una persona que nunca estuvo muy interesada en la política, ni como actor ni como espectador, tal como ocurre con el grueso de los individuos en cualquier lugar del mundo. Mientras ello sirvió de algo, puede que hubiera cumplido con el ritual cívico de acudir a las urnas. Además, cuando el gobierno transformó su entorno para hacerlo hostil a sus actividades privadas, tal vez se haya politizado considerablemente y manifestado en marchas, “plantones” y otras protestas. O, de haber sido seguidor de Hugo Chávez y estar hoy desencantando con sus herederos, tal vez fue una gota ocasional en los ríos de rojo convocados por el líder.

Pero ahora, ante la doble frustración de una oligarquía impenitente y sin fin en el horizonte, ve en los asuntos públicos una pérdida de tiempo que pudiera ser invertido en actividades económicas privadas, las cuales ya de por sí son muy difíciles en Venezuela. Dependiendo de su nivel de ingresos, este ciudadano se enfoca en sobrevivir, como sucede con casi toda la población asalariada; o en prosperar, si es de los muy pocos que vienen de familias acomodadas o pudieron emprender con éxito a pesar de los incontables obstáculos que ello supone en este país.

 Nuestra segunda especie es muchísimo menos numerosa.

Es un empresario, pero no un empresario cualquiera. Una parte sustancial de sus negocios es con el régimen. Es el tipo de hombre, o mujer, de negocios que desfila a menudo en las investigaciones de portales como Armando Info o este que están leyendo ahora. Movimientos de fondos millonarios, cuentas bancarias en Panamá o las Islas Vírgenes Británicas, redes de empresas de maletín dizque controladas por familiares. En fin, el combo completo.

Pero a diferencia del “empresario patriota” que figura en patronales “bolivarianas” y combina los negocios con la militancia chavista altisonante, este sujeto prefiere la discreción. Le rehúye a cámaras y micrófonos, como no sea para las campañas de relaciones públicas de sus empresas que sí son visibles (de tenerlas). Si se le pregunta por sus inclinaciones políticas, responde que se limitan a “invertir por el desarrollo de Venezuela”, razón por la cual dice estar dispuesto a asociarse con quienquiera que gobierne. Puede hacerlo con el chavismo hoy, tanto como lo haría mañana con la oposición en caso de que llegue al poder. Consideraciones éticas aparte, creo que es honesto en esta neutralidad, razón por la cual lo cuento entre los despolitizados.

 Luego tenemos al venezolano de extrema derecha

Su despolitización se limita a su propio país, donde de todas formas no tiene ningún referente importante perteneciente a esta era (algunos adoran a Gómez y a Pérez Jiménez). Pero como sí tiene inquietudes políticas fuertes, las vuelca hacia otras latitudes. Como la inmensa mayoría de sus compatriotas, está traumatizado por la experiencia de ser gobernado por una izquierda particularmente desastrosa, pero asumió que la alternativa correcta es un conservadurismo reaccionario, autoritario y populista.

Es adicto a teorías conspirativas sobre el “globalismo”, George Soros, las vacunas contra la covid-19 y un largo etcétera. Se opone con toda furia al feminismo, al movimiento Lgbtiq y al multiculturalismo, por “comunistas y degenerados”. En fin, una copia gris (como toda copia, diría Platón) de la alt-right norteamericana. De hecho, Estados Unidos concentra su atención y, desde luego, es un devoto incondicional de Donald Trump y está convencido de que su derrota electoral fue ilegítima. Otros de sus tótems son Jair Bolsonaro, el partido español Vox y los gobiernos de Polonia y Hungría. Debido a sus políticas homofóbicas e islamofóbicas, siente una devoción especial por el gobierno cuasi autoritario de Viktor Orbán, el cual trata de disfrazar de “admiración por la cultura húngara”, aunque dudo que alguna vez haya leído sobre János Hunyadi, escuchado una rapsodia de Franz Liszt o visto una película de Béla Tarr.

 Por último, está la contraparte del venezolano alt-right

El militante de la izquierda poschavista. Muy probablemente apoyó a Chávez hasta su muerte y votó por Maduro en 2013, pero después de eso no tardó en desilusionarse debido a la magnitud de la calamidad. Sin embargo, se niega rotundamente a apoyar a dirigentes opositores como Guaidó por razones más de antagonismo identitario que pragmáticas, al tildarlos de “derechistas llenos de odio y siervos de Washington” (muy a pesar de que el grueso de esa oposición es de tendencia socialdemócrata). Esta persona reúne varios de los rasgos descritos por Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa en su “manual” y, consciente o inconscientemente, es un ferviente admirador de las tesis de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe sobre el populismo de izquierda.

En tal sentido, al igual que el tipo anterior, busca referentes en el exterior y los encuentra en personajes como Bernie Sanders, Andrés Manuel López Obrador, Evo Morales, Lula da Silva o Cristina Fernández de Kirchner. Si alguno de estos se vuelve visiblemente autoritario, como en el caso boliviano, le cuesta mucho emitir crítica. Es más, hasta se le nota la incomodidad cuando cuestiona al castrismo, lo cual no puede hacer sin señalar que la mayoría de los problemas de Cuba se debe al “bloqueo” estadounidense.

Como se imaginarán, estos son tipos ideales y, para encajar en ellos, ninguna persona individual tiene que acumular todas las características correspondientes. De darse un cambio de régimen en Venezuela, cabe esperar una rápida repolitización de las masas así sea solo por el entusiasmo de ver algo distinto.

Idealmente, los que hoy están totalmente despolitizados brindarían su apoyo a un gobierno transitorio por el bien del país, y luego, en un entorno más democrático, empezarían desarrollar inclinaciones propias en el nuevo ecosistema de partidos que surja. Pero es bueno entender desde ya que en ese entorno habrá también un manicomio ultraconservador, así como sujetos que reconocen las consecuencias del chavismo pero siguen adheridos a visiones políticas que permitieron el ascenso del chavismo en primer lugar, o que hicieron negocios pingües sobre la base de un statu quo horribilis. Todos estos factores pudieran incidir en el futuro proyecto de república venezolana.

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