#CrónicasDeMilitares | De un baile fracasado a una nueva guerra civil - Runrun
#CrónicasDeMilitares | De un baile fracasado a una nueva guerra civil
El ostentoso baile que organizó Guzmán Blanco en 1869 y que terminó en una anunciada guerra civil

 

@eliaspino

El “Gobierno Azul”, que encabeza el general José Ruperto Monagas debido a la muerte de su padre, el octogenario José Tadeo Monagas, fue el resultado de la anarquía predominante durante la gestión presidencial del mariscal Juan Crisóstomo Falcón. La incompetencia del mandatario, quien no pudo controlar a los caudillos federales ni esbozar siquiera una rutina de administración, condujo a una pasajera unión de liberales y godos que tomó el poder después de una serie de escaramuzas.

Primero el viejo líder de la parentela y después su descendiente trataron entonces de neutralizar a las figuras del gobierno derrotado, entre las cuales destacaba Antonio Guzmán Blanco, pero fracasan en el propósito. Pese a los ataques que ordenan en periódicos y libelos, y a intentos de juicios y prisiones que se extravían en el camino, Guzmán no solo trata de sobrevivir, sino también de asumir el liderazgo de los federales derrotados por los “azules”. De ese empeño sale la idea de un baile en su residencia, que desemboca en una nueva guerra civil.

Con grandes recursos en su bolsillo –procedentes del escamoteo de la tajada de un empréstito que gestionó en Europa, según los rumores que circulan– y entusiasmado por las filigranas de la sociabilidad que observó en París durante el reinado de Luis Napoleón, Guzmán quiere llamar la atención con un baile de postín en su casa.

Los allegados sugieren que desista del sarao porque reina la anarquía en la capital debido a la ausencia de José Ruperto y de sus “ruperteños”, quienes se encuentran en campaña para combatir la proclamación de la independencia del Zulia; y porque son cada vez más alarmantes las algaradas que provocan en la vía pública unos alborotadores llamados lyncheros, promovidos y financiados por el régimen. Sin embargo, persiste en su plan e invita a “lo mejor de la sociedad”, tanto goda como liberal, a un jolgorio que se celebrará en su residencia la noche del 14 de agosto de 1869. Allí recibirá con doña Ana Teresa Ibarra, su hermosa y atildada esposa.

La celebración no pasa inadvertida en su víspera por la ostentación de los preparativos. En un ambiente de agitación como el que conmueve a la ciudad debido a las campañas de prensa, a las tropelías de los lyncheros y a las hostilidades que se dirigen para contener a los zulianos, Guzmán imprime invitaciones en el afamado taller de Fausto Aldrey, contrata a una célebre orquesta, trae del puerto un piano de cola, instala kioscos e iluminaciones en los jardines de la casona, adquiere las flores más llamativas, ordena colgaduras para el salón principal, encarga una cena según receta parisina y anuncia que ha traído vinos y licores de Francia para el deleite de los convidados.

Las modisterías aumentan sus ganancias antes de que el festín se lleve a cabo, y lo mismo sucede con los almacenes que venden atuendos y gajes masculinos. En la tarde del día 13 los íntimos aconsejan a Guzmán que deje el evento para una ocasión más propicia, debido a que se sospecha que el general José Ruperto ha ordenado desde Valencia que un populacho impida su realización, pero el convidante no cambia de idea.

Los invitados comienzan a llegar a partir de las nueve de la noche, pero los lyncheros tratan de impedirles el paso mientras gritan frente a la residencia y arrojan piedras hacia su interior. Logran su cometido. Impotentes y temerosos, invitados de relevancia como el encargado del poder Ejecutivo y el gobernador del estado Bolívar, que se acercaban al sitio de la recepción con sus familiares, no tienen más remedio que refugiarse en domicilios privados del vecindario. Lo mismo sucede con los representantes diplomáticos de Inglaterra, Francia, España, Bélgica y los Estados Unidos, quienes ponen pies en polvorosa. Mientras arrecian los improperios de la poblada y las amenazas de disparar a matar contra el anfitrión y contra su padre, el celebérrimo Antonio Leocadio Guzmán, el Comandante de Armas de Caracas encuentra una pasajera solución: monta su cabalgadura y la atraviesa ante el portón principal de la residencia para que las turbas no la invadan. Los airados protestantes de pronto se retiran hacia la plaza de armas, según algunos cronistas debido a que se los ha mandado José Ruperto Monagas por vía telegráfica.

Los rumores terribles que circulan en la mañana del día siguiente, sobre nuevos ataques y tumultos, hacen que Guzmán y su padre se refugien en la legación de los Estados Unidos.

Su titular logra, no sin inconvenientes y mientras suenan disparos en las guarniciones cercanas, que los perseguidos partan de urgencia a Curazao con lo que llevan puesto. Pero las murmuraciones y los pronósticos de violencia cada vez más crecientes, seguramente fomentados por los “azules” para multiplicar la incertidumbre de sus adversarios, son superados por la noticia de levantamientos armados contra el gobierno.

José Ignacio Pulido inicia una revolución en Barinas. Matías Salazar lanza el grito de rebelión en Cojedes. Diego Colina recluta tropas en Coro, después de enarbolar la bandera amarilla del Partido Liberal. En Yaracuy hace lo mismo Hermenegildo Zavarse, mientras un joven que dará mucho de qué hablar en el futuro por sus dotes de caudillo, el joven Joaquín Crespo, se adueña de los corredores de Parapara. Parece que no se han puesto de acuerdo para dar el grito de guerra en una fecha determinada, parece que parten sin planes concertados, pero todos proclaman la jefatura del general Antonio Guzmán Blanco.

Empieza así la Revolución de Abril, una extensa cadena de combates gracias a los que comienza El Septenio, primera etapa del gobierno personal que en adelante impone a la sociedad el desafortunado promotor del baile de los bailes caraqueños. Su hegemonía se prolongará hasta las postrimerías del siglo, como sabemos. De lo cual se puede deducir que, en la parcela de la política y en los campos de batalla, de donde menos se espera salta la liebre. O que hay liebres que no dan puntada sin dedal.