El “progresismo” es reformismo - Runrun
Alejandro Armas Sep 02, 2022 | Actualizado hace 2 meses
El “progresismo” es reformismo
¿Qué es lo que en realidad caracteriza al “progresismo”? El cambio. La reforma. Un término más apropiado para lo que se ha convenido en llamar “progresismo” es “reformismo”

 

@AAAD25

Se le atribuye a Freud haber sentenciado que “el primer ser humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización”. No hay que ser muy brillante para entender que, efectivamente, una ofensa verbal es mucho menos grave que una lesión física. El insulto puede ser hasta un arte que requiere astucia y sofisticación (Schopenhauer escribió todo un tratado en la materia). Empero, no debemos olvidar que sigue siendo algo que preferiblemente se evita, y que solo vale la pena pronunciar en situaciones de severa falla moral. Freud bien habrá detectado una mejora en los albores de la humanidad, pero a partir de entonces hemos seguido mejorando y en consecuencia no deberíamos volver a un tiempo en el que solo por abstenerse de lapidar al prójimo uno era virtuoso.

Eso es así en la política, un ámbito de la vida humana que inevitablemente provoca fricciones. Por ello, me alarma la tendencia de muchos políticos del siglo XXI hacia el gatillo alegre en la pistola verbal. Me inquieta que el debate de ideas en buena fe sea reemplazado por un intercambio de etiquetas peyorativas, por ese intento sistemático de descalificar y deslegitimar al adversario. Los venezolanos lo vimos con Hugo Chávez, pero no es para nada un problema endémico de Venezuela. Donald Trump, AMLO, Santiago Abascal, Cristina Fernández de Kirchner y un largo etcétera son otros ejemplos. Me choca además la pretensión de algunas personas de normalizar semejante degradación, bajo el alegato de que la política es conflictiva por naturaleza. Sí, la política es controversia, pero también es convivencia y negociación.

Uno de los tantos términos peyorativos que empobrecen el discurso político contemporáneo en castellano es “progre”.

Su empleo, casi siempre por personas con inclinaciones hacia la derecha conservadora, me ha llamado particularmente la atención por su vaguedad. Es obvio que se trata de una apócope de “progresista”, adjetivo o sustantivo que tiene unos dos siglos circulando. Pero en su acepción española contemporánea, se trata de un anglicismo. El referente es el estadounidense de izquierda posmoderna, con sus ideas socialistas en asuntos económicos, su abrazo a la diversidad sexual y ética y su hábito de hacer denuncias sobre justicia social. Basta con que alguien tenga alguno de estos rasgos para ser tildado de “progre”. Así, por ejemplo, es un “progre” quien simpatice con el feminismo y abogue por los derechos de las personas trans, aunque discrepe de la distribución equitativa de riqueza por el Estado. O viceversa.

Quienes usan el vocablo sostienen que en realidad no es un descalificativo, porque a fin de cuentas viene de gente que orgullosamente se identifica como “progresista” (como si no fuera obvio que la palabra fue tomada para darle un nuevo sentido, totalmente burlón y despectivo). Pero es cierto que en sus orígenes el término tenía solo connotaciones positivas y aún se usa de esa manera. Al caer en cuenta de ello, me hice las siguientes preguntas: ¿Tiene sentido que una ideología política se haga llamar “progresismo”? ¿Puede una ideología atribuirse el concepto de progreso con exclusividad?

Me parece que no. Ningún partido o movimiento político se declararía enemigo del progreso. Al contrario, todos dirán que lo buscan con tesón. En tanto concepto inequívocamente positivo, es natural que todas las ideologías políticas se crean a sí mismas como detentoras de las mejores directrices para el progreso. Creer, por lo tanto, que solo una tiene la clave, al punto de identificarse con el mismísimo concepto de progreso, es en el mejor de los casos pedantería inocua y, en el peor, clara muestra de talante autoritario.

No quiero equívocos. Suelo ser afín a los colores enarbolados en la bandera del “progresismo”. Sin aspirar a la etiqueta de “aliado”, simpatizo con el feminismo, al menos como lo entienden pensadoras como Martha Nussbaum. Creo plenamente que es indispensable lograr la igualdad de derechos entre heterosexuales y personas Lgbtiq. Pienso que la multiculturalidad es un plus para las sociedades. En otras palabras, para el típico conservador califico como “progre”, y en efecto me han llamado así a menudo. Lo que no creo es que toda postura asociada con el “progresismo” sea apodíctica y de concreción deontológica. Es decir, no creo que el “progresismo” siempre tenga la razón.

Parece que asumir lo contrario se debe en parte a la mencionada identificación del movimiento “progresista” con el concepto mismo de “progreso”. Veamos cómo llegamos ahí. Al igual que otros conceptos en política, como “poder”, el de “progreso” es una alegoría proveniente de la física. En esta ciencia natural, el progreso es el movimiento hacia adelante. Ergo, en un plano unidimensional, el progreso tiene dos negaciones posibles: el retroceso y la estasis. Metafóricamente, la estasis se asocia con el conservadurismo político. Con no alterar las cosas. El retroceso, por su parte, vendría siendo una reacción conservadora para volver a una estasis de la que no se debió salir.

Es en este punto en el que la idea de “progresismo” se vuelve falaz, pues describe el movimiento, o cambio de posición hacia adelante, como necesariamente positivo. Esto es absurdo. Estamos en constante evolución, pero no en todos los aspectos de la humanidad. A veces, la conservación sí es deseable. Hay aspectos del conservadurismo que sí valen la pena. Después de todo, la moral judeocristiana es uno de los pilares de la civilización en Occidente (así como la moral de otras religiones lo es en el resto del mundo). Se me ocurre, verbigracia, la preocupación por el bienestar del prójimo. O la cohesión familiar. Mientras esa moral no sea asumida como dogma que imparta la legislación pública, no solo se le debe tolerar, sino recoger de ella lo bueno que nos ha legado.

Cambiarlo todo, sin parar y en nombre de un supuesto progreso permanente, suena a nihilismo y a anomia. Tal vez la miopía que le impide ver esto a la izquierda posmoderna se deba a las raíces hegelianas del marxismo que hasta el sol de hoy moldea el radicalismo izquierdista. La noción de la historia como una larga sucesión de idearios, cada uno de los cuales desplaza al otro. Así hasta llegar al “fin de la historia” y la cúspide de una razón divina, cuyo correlato materialista es la utopía terrenal augurada por el marxismo primero y por el postmarxismo después. Pero resulta que incluso desde tal perspectiva filosófica hay un argumento para la conservación. Porque el concepto rector de la dialéctica de Hegel es el intraducible aufhebung, que supone al mismo tiempo alteración y preservación de las ideas. O sea, el choque es sintético. ¿No pudiera traducirse ello como el cambio necesario, que corrige fallas del statu quo anterior, pero conservando lo justo? Así, Hegel dixit, se progresa.

Entonces, si es falso que el afán de mutación plena implica progreso, ¿qué es lo que en realidad caracteriza al “progresismo”. El cambio. La reforma. Para bien o para mal. En conclusión, creo que un término más apropiado para lo que se ha convenido en llamar “progresismo” es “reformismo”. Más sincero y humilde, pues a diferencia del progreso, la reforma es un concepto moralmente neutro. Al asumirse como tal, los reformistas admiten que, aunque actúan de buena fe, no tienen un monopolio sobre la virtud. Me parece que dicho reconocimiento atenuaría la reputación de petulancia e intolerancia al disenso (no siempre merecida, es verdad) que tienen los “progresistas”, lo cual a su vez facilitaría el diálogo con los conservadores, que siempre los habrá, y la búsqueda de consensos para el cambio deseado. Y quizá así, también, baje un poco la animosidad y el intercambio de insultos del que hablé previamente.

No me hago ilusiones. Sé muy bien que una voz irrelevante como la mía no puede alterar el lenguaje masivo. Pero aun así me he decidido a trocar “progresimo” por “reformismo” y a invitar a todos a hacer otro tanto. Quizá sea solo un granito de arena, pero nada cuesta y vale la pena.

La izquierda new age

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