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#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | Fidel Castro y Rómulo Betancourt, el paisaje de una enemistad
Si en enero de 1959 las muchedumbres de Caracas vitoreaban a Castro y chiflaban a Betancourt, el tiempo haría otra obra
Aquí dos liderazgos controversiales, dos formas de entender la política y la historia de América Latina. Dos países al final rendidos ante un mismo modelo fracasado, enquistado en lo peor de nosotros

 

@YsaacLpez

Para mayo de 1968, el venezolano Moisés Moleiro, de los jóvenes universitarios envueltos en la pasión de su época, de los fundadores de la primera escisión de Acción Democrática en 1960 y líder guerrillero en la incursión de Machurucuto de 1967, expresaba en entrevista a la publicación mexicana ¿Por qué?: «El ejemplo de la Revolución cubana no solo influyó en el nacimiento del MIR, sino que además cambió toda la estructura política de América Latina, por lo menos en lo que respecta a conceptos generales. Vimos que en tanto nuestros dirigentes habían estado hablando de revolución durante treinta años, en Cuba la revolución había triunfado después de dos años de lucha; en tanto Rómulo Betancourt había estado hablando de reforma agraria durante treinta años, y había gobernado durante dos períodos sin hacer nada al respecto, en Cuba tenía lugar una reforma agraria de vastos alcances; en tanto nuestros dirigentes habían estado hablando de nacionalismo y de la lucha contra el imperialismo durante treinta años, y cada vez que llegaban al poder evitaban cobardemente el tema, en Cuba se hacía frente resueltamente a la presión yanqui, a la presión imperialista.» (¿Por qué?, México, 8 de mayo 1968).

Allí el retrato de dos liderazgos del entonces llamado «Continente de la Esperanza». Venezuela y Cuba en dos procesos políticos nacientes. El escenario no puede ser perdido de vista: la década del sesenta. Mítica y mitificada en aperturas y cambios. Luego de que sus antecesoras fueran del aferramiento de dictaduras militares sojuzgadoras de sus pueblos. Para aquellos años Rómulo Betancourt y Fidel Castro significaban dos opciones a seguir para las masas juveniles. Conservadora, progresiva, moderada, establecida en gradualidad y concesiones la primera. La segunda: radical, efervescente, contestataria, vanguardista, apoyada en una palabra mágica y transformadora, de gran brillo: revolución.

Jugamos con el título del trabajo de Ángel Esteban y Stéphanie Panichelli, Gabo y Fidel, el paisaje de una amistad (Madrid, Espasa Libros, 2003), que narra las cercanías entre el premio nobel colombiano y el líder máximo de la política cubana por seis décadas. En el libro, sus autores presentan las labores de Gabriel García Márquez ante Castro para lograr diversos favores. Casos como la salida del escritor Norberto Fuentes, amigo de los hermanos de La Guardia y partícipe de los privilegios de su grupo de poder, temeroso de ser salpicado por la acusación de tráfico de drogas hacia «la isla de la dignidad» en 1989, o el de Elián González, «el niño balsero», jalonado entre Miami y La Habana en 1999, contaron con el invencionero de Aracataca para su resolución.

Fue distinta la relación entre Rómulo Betancourt y Fidel Castro. Su evocación me viene a propósito de revisar el libro del periodista e investigador británico Richard Gott: Las guerrillas en América Latina (Santiago, Universidad de Chile, 1971). Allí se puede leer: «Como lo señalara Regis Debray en uno de sus primeros ensayos, la visita de Castro produjo un efecto perdurable en Betancourt. Le hizo ver claramente lo impopular que era en su propia capital: En la década del cincuenta, Betancourt todavía podía creer que dirigía la resistencia popular contra el imperialismo: después de la visita relámpago de Fidel a Venezuela en 1959, Betancourt se dio cuenta de cuál habría de ser su papel. En los violentos denuestos lanzados al poco tiempo por Betancourt contra el “castro-comunismo” —expresión que recorrió el continente entero— y en su desequilibrio paranoico en realidad se expresa un político insignificante y gastado, condenado a un automóvil blindado y a la soledad, que un día de 1959, en la Plaza del Silencio de Caracas, permitió que le arrebataran su papel y sus parlamentos ante la presencia de 500.000 personas» (p. 129).

Si en enero de 1959 las muchedumbres de Caracas vitoreaban a Castro y chiflaban a Betancourt, el tiempo haría otra obra.

Todavía para 1960 el Che Guevara en su manual Guerra de guerrillas escribía: «Quizás el primer paso de la agresión no sea contra nosotros sino contra el Gobierno Constitucional de Venezuela para liquidar el último punto de apoyo en el Continente» (Santiago de Chile, CEME, 2004, p. 64). Es decir, el guerrillero argentino mostraba los dos procesos –el nacido en Venezuela en enero de 1958 y el nacido en Cuba en enero de 1959– como dos revoluciones hermanas. Dos gestas que se apoyaban. Para noviembre de 1961 Betancourt anunciaba el rompimiento de relaciones diplomáticas con «un régimen para el cual el desmán y el irrespeto a la persona humana parecen no tener límites.» (Venezuela y Cuba. Rompimiento de relaciones. Respaldo nacional. Caracas, Imprenta Nacional, 1961, p. 11).

El investigador Gustavo Salcedo Ávila en su trabajo Venezuela, campo de batalla de la Guerra Fría. Los Estados Unidos y la era Rómulo Betancourt (1958-1964) (Caracas, Bancaribe, 2017, pp. 104-118) muestra la cercanía política de la relación entre los dos hombres, así como los pormenores de la separación en medio del afianzamiento de la democracia en América Latina. A ambos líderes pareció unirlos la necesidad de desarrollar políticas autónomas frente a las grandes potencias del momento, al mismo tiempo que repudiar a las dictaduras militares del continente.

Sesenta y cuatro años después, la figura de Betancourt luce remozada al presentarse como un líder de una democracia basada en la alternabilidad, el juego de partidos y la apertura política, un ideal al cual los hombres de este lado del mundo aún aspiramos. Mientras, Castro pareciera el fantasma tutelar de un régimen siniestro, fundado en represión, intolerancia y totalitarismo que no termina de morir. Compañero de Trujillo, Somoza, Duvalier, Stroessner, Pinochet. El pensamiento libre de los tiempos actuales hace más atractivo al entonces llamado Napoleón de Guatire.

La historia no absuelve a ninguno, abusos contra la ciudadanía parecieron sucederse en ambos gobiernos, excesos que el fanatismo de los bandos no logra calibrar. Eso desde la perspectiva del control del Estado, otra cosa son los esquemas de desarrollo, índices de producción, ascenso de la clase media, erradicación de enfermedades endémicas, las libertades públicas, la alfabetización y las campañas de lectura de la población, vialidad, hospitales y liceos, el bienestar general y modernización de los países. Punto central en la comparación: el gobierno de Betancourt duró cinco años y el de Castro cincuenta y siete. Y eso no es cualquier cosa. Pareciera que Betancourt gana la partida. Pero la democracia que ayudó a instaurar envejeció muy rápido. Una revisión de revistas como Momento y Elite –en nada voceras de la izquierda venezolana– entre 1962 y 1972, así lo evidencia.

Publicaciones de Fidel Castro y Rómulo Betancourt, este último en las míticas revistas venezolanas Elite y Momento.

Ambos modelos no supieron renovarse, cambiar, adecuarse a los tiempos y las necesidades. Se encerraron sobre sí mismos. Entonces pareciera que el juego quedara tablas. ¿Se apartó realmente Betancourt de la política venezolana y de los movimientos internos de su partido luego de 1964? La respuesta queda para las alegaciones. Pero sin dudas, el ideal político que contribuyó a instaurar entre 1958 y 1999, visto a la luz de estos días, ofrece mayor atractivo que aquel impuesto a la patria de Céspedes y Martí.

Rechacemos cualquier manipulación del presentismo. Aquí dos liderazgos controversiales, dos formas de entender la política y la historia de América Latina. Dos países al final rendidos ante un mismo modelo fracasado, enquistado en lo peor de nosotros.

isaacabraham75@gmail.com | 20 de enero de 2023.

* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida |

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