La agresión sin fin
Capriles debería darse cuenta de que su fe en un triunfo solo por gran superioridad numérica es infundada. El ecosistema de reglas e instituciones diseñado por el chavismo no se ha alterado
Normalmente trato de comenzar las emisiones de esta columna de forma sosegada y con alusiones tangencialmente relacionadas con el tema de cada oportunidad. Esta vez no. Iré directo al grano, porque la gravedad de la situación lo amerita. La dirigencia opositora nos está conduciendo a otro barranco, al no prepararse para las elecciones, en un contexto antidemocrático, en las que va a participar y en las que está depositando nuestras esperanzas para un cambio político lo más pronto posible. Los aspirantes a la candidatura unitaria de la oposición, así como los montoncitos de pundits afines a cada uno de ellos, están pecando por acción u omisión (y para esto no hay ego te absolvo que valga) al pretender que lo único que hace falta para llegar al poder es derrotar al chavismo en las urnas por un margen tan grande que la elite gobernante no se atreva a desconocerlo. Ello contra toda la evidencia, como lo ocurrido en los comicios parlamentarios de 2015.
Sus partidarios me dirán que le tengo alguna ojeriza personal, pero no importa. Igual toca señalarlo. Quien más ha expuesto esta visión de nuestro panorama político es Henrique Capriles. Lo dijo expresamente: que el chavismo no aceptará un resultado desfavorable si la diferencia de votos es poca (con lo cual estoy de acuerdo), pero que cantará otro gallo si la oposición le propina un knock-out (Eeeeehhhh. Mira, no).
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Capriles debería darse cuenta de que su fe en un triunfo solo por gran superioridad…
Esto último es absurdo. Si ni siquiera se discute lo que sucedió en 2015, o las otras veces que el chavismo anuló parcial o totalmente las consecuencias del voto opositor ganador (como los “protectores” impuestos a estados y municipios donde las fuerzas disidentes triunfan), pues el argumento de Capriles solo tiene sentido si se asume que los vicios del sistema se han reducido, cosa que no ha pasado.
Seguimos teniendo los mismos problemas de siempre, como el uso de medios del Estado para favorecer a candidatos oficialistas, las presiones sobre la población más pobre para que sufraguen por tales candidatos con el chantaje del acceso ayudas sociales y, lo peor, la falta total de garantía de que la elite gobernante y las instituciones adictas a ella permitan que un opositor asuma el poder para el que fue electo. Así fue con Freddy Superlano en Barinas en 2020. En vez de protestar contra la anulación del resultado electoral, la oposición no hizo nada ante las maniobras del chavismo para reducir las alternativas en la contienda repetida a una que hallara tolerable. La eventual victoria de Sergio Garrido, por mucho mérito que tenga en cuanto a movilización de votantes, no niega que al final el chavismo torció la voluntad ciudadana.
Pero volviendo a Capriles, él mismo debería darse cuenta de que su fe en un triunfo solo por gran superioridad numérica es infundada, pues, insisto, el ecosistema de reglas e instituciones diseñado por el chavismo no se ha alterado. El propio exgobernador de Miranda tuvo una dosis de esa realidad funesta, en forma de las múltiples instancias de hostigamiento y agresiones de las que él y su equipo de campaña han sido víctimas en las últimas semanas. Como era de esperarse, no hubo ninguna represalia para los responsables. Por el contrario, desde la elite gobernante se les dio un espaldarazo indirecto bajo la consigna de que “las calles son del pueblo” (i.e. son propiedad privada de esa misma elite, de la cual los agresores son solo agentes). No hay ley más allá de lo que el chavismo quiera.
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Nihil novum sub sole. Y así como algunas cosas permanecían estáticas bajo el sol de esos desiertos cananitas habitados por los redactores del Eclesiastés, lo mismo puede decirse de lo que alumbra el rey de los astros en las costas caribeñas. La violencia contra candidatos opositores es otro de esos vicios a los que aludí previamente. Recuerdo cuando a Capriles le sucedía en la década pasada, en visitas a localidades donde los agentes del PSUV están a sus anchas haciendo lo que les da la gana. Él no era, por supuesto, su único blanco.
Tan pronto como se viralizó el video de los golpes al precandidato en redes sociales, expresé mi disgusto. No está de más hacerlo de nuevo ahora, así como solidaridad con todas las víctimas de aquella violencia. Pero, de todas formas, he de decir que me gustaría que fuera una lección, aunque no parece que vaya a ser así. Capriles es apenas un contendiente por la nominación presidencial de la oposición, y ya le están haciendo esto. ¿Cómo creen que reaccionará el poder arbitrario ante un hipotético opositor que le gane los comicios? La posibilidad de que lo acepte luce remotísima.
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Por eso se necesita un plan de movilización ciudadana en defensa del voto. Nadie en la dirigencia opositora lo está planteando. Si hemos de ser justos con Capriles, hay que decir que esa omisión no es cosa suya solamente.
Ah, por cierto, Capriles es también uno de los competidores más moderados y prosistema, si se le compara con María Corina Machado, Andrés Velásquez o Delsa Solórzano. Es uno de los que más cree en una forma de oposición que se limita a seguir las reglas del juego político dominado por el chavismo, esperando de alguna forma derrotarlo sin salirse de ese carril. Aun así, lo atacan físicamente. Prueba de que no ser “radical”, ni “antipolítico” ni “maximalista” no es garantía de que la integridad propia será respetada. No, señores. Acá nada es sagrado. Todo se puede profanar. El poder arbitrario no acepta límites morales de ningún tipo. Todos somos vulnerables y nos pueden pisotear tan pronto como les venga en gana. Así será mientras no reaccionemos y dejemos de edulcorar nuestra durísima situación.
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