La crisis del gomecismo - Runrun
Elias Pino Iturrieta Ago 12, 2020 | Actualizado hace 1 mes
La crisis del gomecismo

«Los pavores públicos y notorios del gomecismo no solo se limitan a los confines de su época…». Levitando (1988), obra de Pedro León Zapata. Mixta sobre tela 180 x 161 cm. MBA. (*) 

@eliaspino

“Todo está por hacerse”, afirma el general Eleazar López Contreras en enero de 1936. Hombre de confianza de la dictadura que termina con la muerte de su detentador y sustituto escogido por la cúpula para el ejercicio de la primera magistratura, no va a decir tonterías en un momento tan comprometido.

Después de veintisiete años de régimen férreo, en cuyo lapso recibe la sociedad los beneficios de la renta petrolera y siente el nacimiento de un proceso de modernización que la aleja de las modestias del siglo XIX, parece exagerado que el flamante mandatario se estrene con una frase lapidaria a través de la cual sugiere el inicio de una fábrica que arranque desde las bases.

Sus palabras permiten el acercamiento a una cadena de padecimientos gracias a los cuales se puede asegurar cómo, bajo la coyunda de Juan Vicente Gómez, Venezuela experimenta una de las crisis más profundas de su historia.

La situación no se advierte si nos detenemos en la calma chicha que entonces predomina y en la desaparición de las guerras del pasado reciente, o en el engañoso barniz de la realidad. Pero de las estadísticas brotan evidencias que golpean la cara.

Si nos detenemos en los dígitos sobre actividades que pueden considerarse superfluas, pareciera que todo marchase viento en popa. En 1919 se gastan 185.000 bolívares en whisky, pero la cifra asciende hasta 965.000 en 1929. También en 1919, las llamadas bebidas alcohólicas finas atraen la atención de los consumidores hasta por la cifra de 4.117.000 bolívares, para que en 1928 la cantidad llegue hasta los 11.269.000. En el mismo lapso aumenta en términos desmesurados el gasto en artículos metálicos con baños de oro y plata, guantes de seda o piel, paraguas de algodón y medias de seda.

En 1927 se incrementa la compra de fonógrafos, pianolas e instrumentos musicales para escuchar o interpretar el jazz y el charleston. Más amenidad, pues, a vuelo de pájaro. El interés en gustos suntuarios aumenta por la atracción que provocan los automóviles procedentes de Estados Unidos, los discos de 78 revoluciones y el aroma de los cigarrillos rubios, cuya afición se multiplica debido a campañas de publicidad nunca vistas antes. Pero entonces las papas y la manteca de cerdo se traen de Alemania, de Siam el arroz y de España y Portugal el aceite de oliva, las sardinas y el atún. Ya observamos un contraste de la frivolidad con la esterilidad, que se vuelve más lacerante al detenerse en datos sobre las carencias que abruman a  las mayorías que no participan del festín.

Son entonces habituales las quejas de los hacendados por falta de mano de obra en las haciendas. Las compañías petroleras ofrecen a los campesinos 30 bolívares semanales por sus labores, incluyendo trabajos sabatinos, pero prefieren obreros procedentes del Caribe inglés y holandés familiarizados con la lengua de los gerentes. La explotación de los nacionales se refleja en las estadísticas vitales de 1928, que son conmovedoras.

Casi el 60 % de la población sufre enfermedades venéreas en los hacinamientos de la industria, sufridos en la mayoría de los casos por individuos procedentes de migraciones internas.

El consumo per cápita de carne es inferior a 35 gramos diarios. Más del 50 % del campesinado no consume carne, y el 90 % de sus integrantes no conoce el huevo en su dieta habitual. Venezuela se incorpora al cenáculo de los países ricos, se ha dicho, pero en medio de aberraciones extremas sobre cuyas distorsiones habla con elocuencia nuestro vistazo. Ya cuando López Contreras llega a Miraflores, una misión de la Unión Panamericana sugiere medidas de urgencia para evitar una  calamidad en el área de la alimentación y la salud de los pobres.

El panorama de la educación es de alarmantes carencias. Del ingreso petrolero, que ha llevado a un abultamiento sin precedentes del erario, apenas se dedica el 6.4 % del presupuesto para instrucción pública. Un país que en 1935 tiene 3.360.00 habitantes, solo cuenta con 60 maestros titulares. Apenas funcionan 3 liceos y 15 colegios en la vastedad del mapa, con un poco más de 1000 alumnos. Hay dos universidades casi despobladas, debido a que la matrícula general, en el mejor de los casos, solamente llega a los 1532 estudiantes regulares. Si se agrega el hecho de que no existen escuelas rurales, advertimos la extensión sin confines de una parcela a la cual nadie abona durante casi tres décadas.

La oscurana se oculta en la falaz cortina de las celebridades que ocupan el Ministerio de Educación, o las tribunas de la cultura, intelectuales cuyo prestigio llega a nuestros días pese a su complicidad con tantos abandonos. Son los predicadores del “cesarismo democrático, los plumarios del “hombre fuerte y bueno” que manda desde Maracay, los doctrinarios de las excelencias de una muchedumbre que ha adquirido la admirable conducta de obedecer, quienes también se hacen de la vista gorda ante las manifestaciones de crueldad que predominan en términos aplastantes.

Un comité de exiliados que funciona en México trata de llevar la cuenta de los asesinados y los torturados de la tiranía, pero son abrumados por su cantidad y por la monstruosidad de sus pormenores.

No es posible, por su ubicuidad y ostentación, meter en un solo archivo la atmósfera de horrores que envuelve a la sociedad. Se requieren bibliotecas enteras para la reunión de sus testimonios, y bibliografías sin tasa para dar cuenta de una de las épocas de mayor ferocidad que sufre la sociedad venezolana. Los he referido en artículo anterior de esta columna para insistir sobre el hábito del miedo que imponen en todos los rincones del mapa, capaces de prolongarse en la posteridad y de causar parálisis o indecisiones colectivas frente a las arbitrariedades de los gobiernos hasta nuestros días. Producen pavores públicos y notorios, que no solo se limitan a los confines de su época. De allí el sitio principal que debe ocupar el gomecismo, ese tiempo vergonzante y despiadado, en el estudio de las crisis venezolanas.

El miedo a Gómez

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La cadena de las crisis

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(*) Nota del editor: la imagen que preside este artículo fue intervenida para adaptarla a la página. En la esquina inferior derecha se muestra en sus dimensiones originales. 

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