#CrónicasDeMilitares | Cipriano Castro y el ejército nacional - Runrun
#CrónicasDeMilitares | Cipriano Castro y el ejército nacional
En Venezuela no ha existido ejército, afirma don Cipriano en 1901, sino un cuartel de mala muerte’. No es una afirmación exagerada

 

@eliaspino

La primera idea que se pretende rescatar ahora es la de la inexistencia del ejército nacional hasta los comienzos del siglo XX. Parece obvio, después de la serie de artículos que hemos presentado en Runrunes sobre el tema en los últimos meses, pero conviene remacharlo debido a que los políticos de la actualidad, especialmente los “revolucionarios” y los uniformados que los encabezan, dan como un hecho la existencia de un cuerpo armado al servicio de la nación que se inicia durante las guerras de Independencia para llegar hasta la actualidad.

El ejército que derrota al imperio español desaparece después de su hazaña, deja de existir cuando el cometido de la separación política se cumple, y lo que nace como substituto en nuestros días es una institución sin nexos con el glorioso pasado del que nos ufanamos.

La segunda idea es la de señalar cómo lo que sucede de seguidas, a partir de 1830, es la negación del proceso anterior en materia militar. No solo porque las metas dejan de ser panorámicas para volverse particulares, sino también porque no se crean instituciones dedicadas a fundar una carrera de las armas en sentido nacional y al servicio de proyectos constitucionales.

De allí la proliferación de mesnadas desorganizadas y la carencia de pensamientos susceptibles de conducir a una creación estable y coherente de veras en materia de defensa y seguridad de la nación. La posibilidad de un cambio de planes capaz de una fábrica realmente seria en materia militar depende de la debilidad de los elementos que fomentaron la precariedad anterior, o que se aprovecharon de ella, y eso es justo lo que aprovecha Cipriano Castro cuando concluye el siglo XIX.

El ascenso de Castro y de un conjunto de seguidores que se pueden considerar como advenedizos porque jamás nadie los tomó en cuenta en el pasado, porque en realidad carecieron de importancia desde el punto de vista político, se debe al declive de los caudillos.

La campaña triunfal que lleva a cabo se debe a sus cualidades de conductor de tropas, sin duda; pero especialmente a la decadencia del caudillaje que lo enfrenta sin éxito.

Esos caudillos cuyo encumbramiento dependió de la ausencia de estudios castrenses, del salto de mata, del coraje físico, de los secretos de la topografía y de los caprichos del azar, apenas son un remedo de lo que fueron. Basta un soplo vigoroso de brisa andina para echarlos de la escena, como sucede. Si ya no están, o son un estorbo que no produce preocupaciones, pueden ser reemplazados por los alumnos de una escuela militar para cuya fundación llegan, por fin, tiempos auspiciosos.

En Venezuela no ha existido ejército, afirma don Cipriano en 1901, sino un cuartel de mala muerte entendido por la sociedad como correccional, como refugio de indeseables o como depósito de aventureros. No es una afirmación exagerada, sino una traducción fiel de lo que había sido la rutina de los cuarteles y la conducta de sus habitantes, desde la alta oficialidad hasta los miembros de la soldadesca, por lo menos a partir la segunda mitad del siglo XIX.

No solo piensa el nuevo mandatario que hace un diagnóstico correcto de la situación, sino que tiene una oportunidad de oro para cambiarla aprovechándose de que los gamonales están de salida porque se están muriendo físicamente o porque cada vez importan menos en una sociedad harta de sostenerlos y sufrirlos.

Castro anuncia una tarea que no puede concluir, pero la encamina. Ordena la creación de la carrera de las armas, en cuya estación elemental aumenta el pie de la fuerza controlada por el mismo, adquiere nuevo parque para oficiales y tropa, mejora el rancho y el vestuario, funda una maestranza general e importa trenes y artillería de montaña. Después anuncia la creación de una Escuela de Marina de Guerra, con arsenal y almirantazgo; y la futura construcción del edificio para la Academia Militar. En la cabeza del Restaurador las guerras no son incumbencia de los chopos de piedra, sino de una estructura capaz de mudanzas trascendentales.

Estamos ante el primer capítulo de una historia realmente diversa en un aspecto esencial para el control de la sociedad, que no había existido desde el nacimiento de la autonomía republicana. Será profundizado y complementado durante el régimen de Juan Vicente Gómez, quien más bien crea un soporte eficaz de su tiranía que un apéndice esencial de la república moderna. Pero es otro proceso

El miedo a Gómez

El miedo a Gómez