La mala apuesta - Runrun
Alejandro Armas May 27, 2022 | Actualizado hace 2 meses
La mala apuesta
En este juego, las probabilidades de que la ciudadanía venezolana gane la fortuna de una vida digna son mínimas. No estaríamos jugando ruleta convencional, sino ruleta… rusa

 

@AAAD25

Siempre he padecido de lo opuesto a la acrofobia: acrofilia, o gusto por las alturas. Me encantan las montañas y los rascacielos, y siempre he querido vivir en un edificio muy alto. Miren nomás. Se me hizo realidad ese sueño. Me mudé hace poco a un piso 23, con vista a toda la ciudad. A este apartamento lo he bautizado El Panóptico, como tributo a Foucault y a su interesantísima teoría del poder. En verdad puedo ver Caracas de punta a punta. Por las noches, con las luces apagadas, si no cierro la cortina, aun así queda una visibilidad no despreciable, debido a las miles de luces que alcanzan la ventana. Entre ellas, las de colores en varios edificios de Las Mercedes y publicidades de neón en la fachada del CCCT y sus alrededores.

Ese rincón del valle capitalino es la meca de la recreación y el entretenimiento nocturnos en el contexto de opulencia exclusiva de la perestroika bananera. Restaurantes lujosos, discotecas y conciertos, para quien pueda pagarlos. Es como una versión a escala y tropical de Las Vegas. Las luces que puedo ver desde mi cuarto ciertamente transmiten esa aura, lo cual casualmente coincide con el regreso de los casinos a Venezuela, varios de los cuales están en esa área.

Pero suficiente preámbulo. Como todos sus avatares anteriores, la columna de hoy tiene tono crítico. Pero esta no será una diatriba contra los juegos de azar (en todo caso me da risa recordar los argumentos del chavismo para proscribir los casinos). Sí lo será contra una apuesta en específico. La apuesta conformista de un desarrollo económico estratosférico bajo la égida del chavismo, sin importar que se mantenga la falta de democracia y Estado de derecho.

Bastante se ha hablado ya de la putrefacción moral que supondría semejante quid pro quo. No hace falta hoy repetirlo. Existe otro diminuto, ínfimo y microscópico problema. Y es que, por razones técnicas, la apuesta en cuestión es pésima.

Venezuela perdió cuatro quintos de su producto interno bruto entre 2014 y 2021. En otras palabras, la destrucción de la economía fue casi total. Es por eso que las muy restringidas mejoras que vemos recientemente nos parecen deslumbrantes. No es que sean algo espectacular, sino que cualquier comparación con los horrores de la hiperinflación, el desabastecimiento y las colas hace que el presente luzca bien. Es como cuando a alguien lo pasan del confinamiento solitario, en una mazmorra insalubre, a una celda relativamente limpia y que permite el contacto con otras personas.

Llegan en ese contexto los mercachifles de la mediocridad a exagerar el impacto de los pasos, ciertamente positivos, que el régimen ha tomado hacia una liberalización parcial de la economía. A sugerir que son el principio de un camino que nos llevará hacia la recuperación plena y que, apelando a un nacionalismo falaz, no importa que las medidas vengan de los mismos responsables de la ruina, así como del desmontaje de la democracia y el Estado de derecho en Venezuela, por no hablar del sinfín de violaciones de DD. HH. “Venezuela es lo primero. ¿Por qué reparar en diatribas partidistas si lo que importa es la gente?”, dicen.

Pudiera darles el beneficio de la duda sobre su buena fe si no fuera por su prédica de que los adversarios del chavismo no pueden hacer otra cosa que votar y rogar porque Miraflores reconozca y respete el resultado. Postura que defienden con soberbia y agresividad ante los cuestionamientos. Como obviamente el resultado es la perpetuación ad infinitum de la hegemonía chavista, pues repiten que no importa porque en Miraflores ahora dizque le prenden velas a Hayek y a Friedman. Solo hay que esperar a que la perestroika bananera termine de surtir efecto. En cuestión de unos años, seremos como Singapur.

Pero resulta que, según cálculos especializados, la economía venezolana tendría que promediar un crecimiento anual de 10 % por dos décadas para alcanzar las dimensiones que tenía en 2012 (las cuales no eran precisamente estupendas, dicho sea de paso). Es decir, Venezuela necesita un verdadero milagro. Pero la magnitud del prodigio no impide que algunos pretendan que la esperemos tranquilamente de los mismos que ejecutaron una especie de “antimilagro”.

Nos piden que tengamos fe no solo en su inexistente preocupación por el bienestar público, sino además en sus destrezas prácticas para alcanzarlo.

¿Que vamos a ser como China o Vietnam, con economías de alto crecimiento pese a estar bajo un régimen autoritario? Risible. En el mejor de los casos, podemos aspirar a ser como Rusia antes de la invasión a Ucrania: una economía mediocre pero estable. Es por eso que prefiero hablar de perestroika bananera y no de nuestro Gato Negro, el de Catia, aprendiendo a cazar ratones, en guiño a Deng Xiaoping.

Esa es la apuesta, de expectativas menos que subóptimas, que los croupiers en el casino rojo rojito nos invitan a hacer. Yo no frecuento casinos y por ello no puedo confirmar eso de que “la casa siempre gana”. Lo que sí sé es que en este juego las probabilidades de que la ciudadanía venezolana gane la fortuna de una vida digna son mínimas. No estaríamos jugando ruleta convencional, sino ruleta… rusa, por supuesto. Los países no mueren y por lo tanto no pueden suicidarse. Pero estoy cansado de que como nación nos sigamos haciendo daño con pasos en falso.

Tras la perestroika bananera

Tras la perestroika bananera

Trotsky y la CANTV

Trotsky y la CANTV

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es