Cuentos de cuarentena | Relatos de cuando el mundo se paró IV - Runrun
Cuentos de cuarentena | Relatos de cuando el mundo se paró IV

Una pareja que sabe que la cuarentena los unió y los separó para siempre, unos marcianos que visitan La Tierra en pleno confinamiento; mudarse, cambiar la tierra y volver a dar frutos en medio de una paranoia generalizada: estos son algunos de los Cuentos de Cuarentena que leerás en Runrunes, El Pitazo, Tal Cual y las rrss de El Bus TV. Todos ilustrados por Crack Estudio y Meollo Criollo.

Este es el cuarto lote de relatos verídicos sobre el momento en el que el mundo se detuvo.

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Saludos from Caracas, señores marcianos

Señores marcianos:

No sé si vieron un letrero en la atmósfera de la Tierra que dice: “Cerrada por pandemia”.

Si pueden dar vuelta en U, buenísimo. Es que no estamos preparados para recibir visitas.  En caso de que quieran llegar ustedes antes que los marines, pasen adelante. Si vienen para la fiesta democrática, llegaron a freír tequeños.

Sálvense, que están a tiempo de estrellarse en Caracas, porque aquí no viene mucha gente desde que Olga Tañón se fue. 

La cosa está fea en este planeta, señores marcianos. Ayer leí un título en prensa, muy mal redactado: «Italia deja pasear a niños acompañados con más de 800 muertos diarios». Interpreté que los zombies ahora se rebuscan de niñeros. Pero no. Todavía no somos muertos vivientes. 

Señores marcianos, hubieran avisado que venían y al menos pasábamos un coleto. 

¿No se pueden devolver? ¿Hay protestas en la Autopista Interestelar del Centro? Bueno, nada. Cualquier cosa terminen de llegar por la Cota Mil.  

Si su nave nodriza no tiene DirecTV, mejor siéntense a abanicarse con esta Estampas, la revista que mejor echa aire con este calor de pandemia. 

Me imagino que no han encontrado señales de vida inteligente. Nos hemos embrutecido en el encierro. Nos prometieron un meteorito antes de su llegada. Fue un consuelo para los fatalistas, pero aquí seguimos, vivos, por desgracia. 

Por ahí ruedan las fake news. Hay quienes afirman que ustedes vienen a buscar a Shirley Varnagy, la primera periodista alienígena que infiltraron en la radio, aunque yo soy de los que cree que Shirley es un robot que modifica su algoritmo entrevistando gente. Me parece mucha mejor trama que la última película de Terminator.

Pónganse cómodos. No tenemos valet parking para naves nodrizas, pero les damos la bienvenida en español latino o en su idioma original. Están a punto de entrar a la ciudad de Caracas, la más peligrosa de todo el planeta, así que no saquen la mano por la ventana. Guarden bien sus joyas del infinito y sus anillos de Saturno.

No hay agua, así que van a ver mucha melena en las calles. En este momento deberíamos usar esos sombreros de papel aluminio de Mel Gibson en “Signs”: evita que los aliens te lean la mente y mantiene la cabellera controlada [Publicidad].

Disculpen si no encuentran dónde cargar sus celulares, es que la luz va y viene a casa, como padre irresponsable. Para 2020 pensábamos viajar de La California a Chacao en un Twingo con alas, pero nos agarró la cuarentena y ahora este año es una mezcla entre Los Supersónicos con Los Picapiedra: hay pedazos de todos los tiempos regados por acá.  La nostalgia se mezcla con la ansiedad y se va el internet. 

Actualización: Los extraterrestres se asomaron por el balcón, pero yo estaba dormido. Me habían venido a buscar para darle una vuelta a la Luna. Se antojaron de una torta de piña que tenía en la nevera y, sin hacer esfuerzo por despertarme, se fueron sin mí. Se llevaron mi torta y me dejaron en la Tierra. Doblemente crueles.

Iván Zambrano

Venezuela.

 

“¿Me vas a dejar, verdad?”

 

Lo miró a los ojos y notó más arrugas. La sequedad de su piel delataba años de descuido y de trabajo duro, pero las manos seguían suaves y perfectas como en su adolescencia. Meses antes ella estaba dispuesta a dejarlo: ya sus hijos estaban grandes y lejos para entender y sospechaba que, al menos la mayor, estaría de acuerdo porque en una ocasión se atrevió a juzgar su dinámica de pareja. Pero como siempre la vida le volteó los planes, la encerró en cuatro paredes con quien debía ser ya su pasado y tocó guardar su proyecto bajo llave. 

En los primeros 30 días hubo paz. El estrés se fugaba por momentos de la casa y tuvieron tiempo de mirarse nuevamente. Él se sorprendió de lo poco que hacía falta y ella de la tranquilidad que ahora lo acompañaba a todas partes, como si estuviese en constante revisión de sí mismo por primera vez en tantos años, en los que lo único que no sobraba era tiempo. Una noche la invitó a sentarse en el patio, le sirvió una copa y admiraron el silencio. 

-¿Me vas a dejar, verdad?, le preguntó él después de una pausa larga. Un mes fue suficiente para entenderlo todo, para verlo todo, para hacer cuentas, revisar ausencias, evaluar daños. 

-Sí, respondió ella suavemente, con la cabeza alta y mirando al infinito. Y allí permanecieron por largo rato, en silencio, desperdiciando el tiempo por primera vez en años y diluyendo el pasado en vino tinto.

Adriana Pérez Manzano

Venezuela.

 

Mudarse en tiempos de coronavirus

 

Pronto cumpliremos tres años en México, que ya siento mi país. He construido amigos y hogares, rutinas y nuevos paisajes. En particular, en las playas de Tecolutla, Oaxaca y Zihuatanejo, me siento en casa y en esos momentos de alegría, con el olor del mar que trae el viento, puedo olvidar que hubo una escisión, un país que dejé, unas playas que no veré más. Al tiempo, he construido nuevos afectos, y en particular siento por Ciudad de México la contradicción que vive todo migrante: la de pertenecer y a la vez sentir que puedes vivir otra dolorosa pérdida al marchar, por lo que será siempre parte de la añoranza. 

Y así, cuando me pensé estable, con los pies en la tierra y tranquila, vino un nuevo e imprevisible movimiento telúrico: la pandemia por el coronavirus, la cuarentena y sus consecuencias sociales y económicas. Un estado de cosas que nos obligó a definir nuevas metas, prioridades y a tomar decisiones en un terreno que creía superado: el de la sobrevivencia. 

Mudarnos en momentos en que la curva de muertes alcanzaba su máximo fue la loca decisión que tuvimos que tomar, con un listado de requisitos casi imposibles de cumplir: vivienda para seis personas, con mascotas, sin subir más de un piso por mis padres mayores o con ascensor, en un lugar que no sea peligroso y que, preferiblemente, sea iluminado y cálido en invierno. Y el requisito más importante, el motivo de la mudanza: que fuera económico y redujera considerablemente los gastos fijos.

Fue así como recorrimos lugares que nunca pensamos visitar en Ciudad de México y que me vi luego investigando en Google para saber sobre seguridad, distancias, cotidianidades. Tratando de, con conocimiento, ganarle una partida al miedo, a lo desconocido.

Ha sido como migrar de nuevo. Ahora lo veo. Sobre todo porque no fue una decisión tomada por el placer de cambiar, sino obligada por factores externos, como nos pasó con la salida de Venezuela. Más allá de tomar las previsiones para cuidarnos del virus, reviví el trauma de dejar, por obligación, aquello que sentí había construido y era parte de mí: el conocer a mis vecinos, las calles por las que paseaba a mis perros, el balcón en el que tomaba el café, los lugares para comer rico a tres cuadras de mi casa, el cine al que podía ir caminando y una planta de calabaza que sembré y que se trepó frondosa en los barrotes de mi balcón.

Ya tenemos 15 días en la nueva casa, un departamento que desde la altura del piso 14 me permite ver toda la ciudad. Ahora tengo una nueva perspectiva que espero disfrutar y aprovechar porque no solo puedo ver la totalidad del paisaje, y tener una vista macro, global, sino que aprendí que la sensación de seguridad es una quimera. 

La incertidumbre es nuestra compañera eterna, aunque haya momentos en los que creas que todo está bajo control. Hay que ser flexible, en lo posible, sacarle el jugo a la vida, disfrutarlo todo, vivir lo que llaman «el aquí y el ahora» y saber que participas en una aventura en la que no sabemos qué más puede pasar, incluso a la vuelta de la esquina.

La planta del balcón me la traje y, contra todo pronóstico, ella supo adaptarse y sobrevivir. Ahora crece una hermosa calabaza en sus ramas.

Aliana González

Venezolana en México.

 

El asesino puedes ser tú

 

¿Qué sientes al pensar que tu peor enemigo sigue vigilándote, esperando tus sucias manos para abrazarte tan fuerte que solo dejaría un hilo de respiración en tu ser, someterte en la cama y hacerte sentir como nunca nadie lo había hecho jamás? 

Huyes y te escondes entre cuatro paredes para protegerte de aquel que quiere poseer tu cuerpo. ¿Alguna vez imaginaste que serías prisionero de tu propio esfuerzo? ¿cuántas horas trabajaste para encarcelarte? Solo tú puedes salvarte.

Él es capaz de multiplicarse y perturbar la paz efímera de tu hogar; ya no hay brazos que puedan consolar tu dolor. No creo que estés listo para esto. ¿Lo estás?

Hizo de las expresiones de amor el arma más letal y se esconde en quienes amas… ¿o quizá no?. Tal vez se oculta debajo de la suela de tus zapatos, ¿puede ser? Solo sabes que está ahí, aunque no lo veas, aunque no lo escuches. 

Lamentas cada beso inofensivo, los largos abrazos y unos cuantos apretones de mano. ¿Acaso eres tú el promotor de la muerte?, ¿tu peor enemigo podría ocultarse en ti sin que lo supieras? Tal vez sí.

Hoy te pesa la caricia deseada, la visita pendiente, las palabras al oído. Hoy podrías ser tú el verdadero asesino. Hace más de 40 días que no distingues el lunes del domingo y cada mañana tomas un café en compañía de la agonía.

Si regresas al mundo, ¿volverás a ser lo que fuiste?

Danny Pastori R.

 

Planeta sur

 

Nahomi no estaba desesperada por el encierro y menos angustiada por el coronavirus. Ella está desbordada por las 22 tareas que le mandaron del colegio y debía entregar el lunes.

A sus 9 años me dijo, en silencio cómplice, que ya entendía por qué el cole se llamaba Planeta Sur:  las “mae” vivían en otro planeta.

Mientras me preguntaba sobre el coronavirus puso la borra en su boca y sus ojos celestes miraron al cielo. ¿Cómo estará haciendo Sebastián? No tiene internet; o Camila, sus padres la dejaron con la abuela y se fueron. La abuela ni WhatsApp tiene. Saldrán raspaos.

Nahomi se llenó de ansiedad no por incumplir la tarea, sino por la culpa de no tener la nota.

Y si lo logra, ¿a costa de qué será ese éxito académico? 

Su mami termina el desayuno y empieza el almuerzo, el agua llegó; su papá descifra la mejor gasolinera. Ninguno recuerda el diptongo, menos el hiato.

La presión de la cuarentena y la escuela hacen que Nahomi esté distraída, es su forma de defenderse en estas horas que, según muchos, serán de aprendizaje.

Su deseo de aprender lo deja para después de las 4:00pm. Debe enviar el capture de la tarea. Su concentración no le permite darle rienda suelta a su creatividad, debe responder preguntas que jamás se haría.

En el fondo Nahomi desea ir a la escuela, estar dentro de la escuela, pero más desea que la escuela estuviera dentro de ella.

Fritz Manuel Márquez Álvarez

 

Aprendiendo a convivir con ojitos

 

Mi primera salida fue después de cuatro semanas en cuarentena. Acompañé a mi esposo al mercado para comprar más rápido y poder regresar lo antes posible a casa. Tuve un agotamiento increíble ese día, me sentí golpeada visualmente al ver la ciudad tan sucia (o bueno, debería decir más sucia), la calima, el ambiente triste de una población que se escondió por miedo a la crisis de salud y de una ciudad desolada que siempre había sido enérgica y disparatada. 

Cuando solo pude ver los ojos de los que estaban en la calle, sin poder observar sus gestos por el tapabocas, sentí un nudo en la garganta. Mi primer pensamiento fue “¿pero por qué otra vez los ojos? ¡Estoy harta de las miraditas estampadas que se asoman por toda la ciudad! Ya ni siquiera podemos cantar ‘se ven las caras, pero nunca el corazón’”. Pero como siempre existe un alma pura que transforma tu visión, una amiga me dijo: “Los ojos son el espejo del alma”. Y tal como los memes, se me pasó.

Dayana Díaz