El miedo en Venezuela: “¿por qué estoy asustada, si yo no hice nada?”
El aumento de los puntos de control para requisar, extorsionar y detener a los venezolanos, a través de las fotos que guardan en sus galerías o las conversaciones y comentarios que ponen en sus aplicaciones, han contribuido a esparcir el miedo
“Cuando iba en la camionetica (transporte público) nos paró la Guardia Nacional. Yo escondí el celular rapidito. No quería ni respirar. Uno de los guardias se montó en la camioneta y bajó a varios muchachos. La señora que estaba al lado mío se puso muy nerviosa, yo también tenía mucho miedo. Le dije que se calmara, le agarré la mano y nos pusimos a rezar. A los que bajaron les revisaron todo: los bolsos, las carteras y el celular para ver si tenían mensajes contra el Gobierno. A mí no me hicieron nada, pero nos tuvieron ahí parados más de una ahora. El susto no fue normal”, contó Andrea, una ama de casa que vive en el centro de Caracas y en su tiempo libre se rebusca trabajando como manicurista a domicilio.
Ella tiene un hijo especial y cuida a su madre de casi 90 años de edad. Tres semanas después de las elecciones, cuando creyó que la situación se había normalizado en el país, decidió retomar sus actividades. Para entonces ya sumaban más de 1.500 detenciones arbitrarias por parte de las fuerzas de seguridad de Nicolás Maduro, y entre los aprehendidos figuraban personas que habían participado en las protestas contra el fraude electoral, otros que habían publicado en sus redes sociales comentarios o videos contra el Gobierno, testigos de mesa de la oposición, activistas políticos de la coalición opositora, periodistas y más de un centenar de niños y niñas.
Salió a las 9:00 am para tomar una buseta que la llevara hasta Chacao –al este de Caracas– donde atendería a una clienta. El trayecto en un día cualquiera con tráfico regular le tomaría entre 20 y 30 minutos. Pero ese día demoró casi dos horas. El recorrido fue interrumpido por un grupo de funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) que tenían un punto de control.
Cuando Andrea llegó a la casa de su clienta estalló en llanto y entre lágrimas fue relatando lo ocurrido. En un momento se detuvo, se quedó en silencio por un minuto y luego siguió: “Lo más arrecho es que yo pensaba: ‘¿Por qué tengo miedo, si yo no hice nada?’”.
Ese mismo día en la tarde, la clienta llevó a la manicurista hasta la estación de metro más cercana para evitarle otro mal rato como el que había vivido. En el camino, no más de seis calles, había al menos tres puntos de control de la policía municipal de tránsito, uno estaba justo frente de la estación Chacao. Cuando María Teresa se bajó del vehículo, uno de los funcionarios con lentes oscuros abordó a la conductora.
–¡Sus documentos, ciudadana!, dijo en tono imperativo el policía.
Aunque sorprendida por la exigencia, la mujer se apresuró a sacar de su bolso la cédula de identidad, la licencia de conducir y el carnet de circulación del vehículo. El funcionario revisó los documentos minuciosamente y al constatar que todo estaba en orden, hizo una nueva solicitud.
–¿Tiene seguro de responsabilidad civil? ¡Muéstremelo!, repitió con el mismo tono de orden.
–Sí, tengo. Ya lo busco, respondió la mujer un poco asustada, mientras hurgaba en la guantera del carro.
Los nervios le impidieron encontrar el papel del seguro, tampoco lo ubicaba en los archivos de su celular. Finalmente cayó en cuenta de que ella no había cometido ninguna infracción, no había chocado, ni atropellado a nadie, y el funcionario no tenía porqué pedirle ese documento.
–¡Señor sí tengo seguro, claro que tengo!. Pero no lo consigo. Vivo muy cerca, solo salí a dejar a la chica…
El policía le devolvió los documentos, sin hacer ningún comentario, pero con la misma actitud hostil y amenazante que tenía cuando la abordó. La mujer asumió que podía irse y arrancó el vehículo, aún con miedo.
En su trayecto de regreso recordó que apenas tres días antes, cuando salía de ejercitarse en el Parque del Este, la habían hecho parar y bajar el vidrio de la ventana en un punto de control de la Policía de Sucre, un poco más al este de Caracas. También sintió miedo.
Información e inspiración contra el miedo
Para la investigadora académica y politóloga venezolana residenciada en Estados Unidos, Consuelo Amat, el silencio generado por la censura a los medios de comunicación y a las redes sociales abona el miedo. Es la forma en la que, desde el gobierno, se evita que la población esté informada y crezca así la incertidumbre. Mientras haya menos periodistas haciendo su trabajo, ya sea porque estén escondidos o porque se autocensuren, más bajo será el conocimiento de los hechos y el entendimiento de lo que sucede por parte de la gente.
Pero esa falta de difusión de la información, también frena que los líderes políticos de oposición den mensajes de aliento.
“María Corina Machado, al tener el rosario, al hablar de Dios, al decir que vamos a resistir no violentamente, que no usen la violencia, da inspiración (…) Esa la inspiración de un liderazgo que está basado en algo más allá y más grande que tú, y eso es tu comunidad, es tu país, es tu religión, es lo que aspiras, son tus hijos, etcétera”, afirmó.
Para Andrea, saber que en el camino se encontraría con puntos de control donde la podrían someter a una revisión, hubiera sido mejor a creer que todo se había normalizado.
La académica opina que mantener espacios en donde la gente acceda a estos mensajes de inspiración y pueda estar informada, contribuye a que la acción se imponga ante la parálisis que produce el temor. “Nosotros entendemos, por los estudios hechos, que las personas, a pesar de tener el miedo, actúan, toman acciones colectivas a pesar del miedo. Y no es porque no tengan miedo o porque lo perdieron, es porque lo hacen pesar del miedo que sienten”, aseguró.
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