El miedo en Venezuela: “enconcharse” como forma de resistir
Una testigo de mesa de la oposición, que dejó su hogar en medio de la persecución que se desató en contra de quienes participaron en las elecciones presidenciales, cuenta su experiencia al esconderse para evitar la prisión. Esta es la segunda historia para hablar del miedo en el país
Valentina sintió el miedo en tres momentos distintos antes de dejar su casa. El primero fue el miércoles 24 de julio de 2024, cuando las máquinas de votación habían llegado al centro electoral donde ella participaría como testigo de mesa de la oposición venezolana. Ese día, la miembro designada por el Consejo Nacional Electoral (CNE) les hizo una advertencia: “la orden que tengo es que no les voy a entregar las actas”.
Las actas son los comprobantes emitidos por las máquinas de sufragio que muestran la cantidad de votos que cada candidato gana en las mesas electorales. De acuerdo con las leyes electorales venezolanas, a cada testigo le toca una copia. Pero el órgano electoral lo estaba negando de antemano.
“Se los digo para que ustedes se preparen. Yo les voy a pedir que no creen conflicto, porque aquí lo que quieren (los del gobierno) es que creen conflicto para cerrar el centro y llevárselos presos a ustedes”, continuó la funcionaria del CNE.
Aquella amenaza era inédita. En ninguna otra elección, Valentina había presenciado algo similar. “Yo le dije: ‘mira, tranquila. Nosotros (los opositores) estamos ganando. El que gana la partida no va a cerrarla. No vamos a crear ningún conflicto. Nosotros sabemos que somos ganadores y más en este colegio donde siempre gana la oposición’”, pronunció.
El miedo llegó por segunda vez dos días antes de la elección: cuando instalaron las mesas de votación. Al llegar, Valentina descubrió que en el grupo de ciudadanos que coordinaba la votación había una intrusa: la jefa de la Unidad de Batalla Hugo Chávez (UBCh) –organización de carácter comunitario que articula las acciones políticas y sociales del chavismo– de la zona. Con una credencial falsificada que le dio su partido, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), quería involucrarse en el proceso.
“La coordinadora del CNE me dijo: ‘no te metas con ella porque ella tiene su gente’. Y ahí empezó el amedrentamiento (…) Yo le contesté: ‘yo también tengo mi gente. Pero mentira, yo lo que tengo es gente como yo, que no se va a dar golpes con nadie, ni va a atacar a nadie ¿sabes? Pero yo, tú sabes, de guapa, yo dije que no me iba a dejar a intimidar por esa mujer”, recordó Valentina. Luego de horas, lograron sacarla del centro de votación.
Pese a las amenazas, el 28 de julio los funcionarios del CNE cedieron las actas a los testigos. Al día siguiente, luego de que el CNE anunciara los resultados que daban como presunto ganador de las presidenciales a Nicolás Maduro, Valentina discutió en un chat vecinal con un vecino que es almirante y amigo de la jefa de las UBCh. Mientras él defendía el triunfo del chavismo, ella le aseguraba que la oposición había vencido. Ella jamás había tenido miedo a expresarse en contra del chavismo en su barrio. Pero esta vez, todo era diferente.
Días después, el almirante escribió al número privado de Valentina para preguntarle sus datos personales para actualizarlos ante el Comité Local de Alimentación y Producción (CLAP), la instancia oficialista que desde 2017 entrega bolsas de comida en los sectores populares. Además de eso, le exigía que fuese a su casa a llenar una planilla.
A Valentina, aquella petición no le pareció normal. Y menos cuando se había desatado una persecución en contra de los testigos de la oposición desde el gobierno. Los arrestaban en las calles o los buscaban en sus casas. Los imputaron por terrorismo. Todos esos reportes le llegaban vía Whatsapp, al tiempo que en X o Instagram aparecían videos y relatos de cómo los apresaban. Se difundió que a muchos de ellos se los habían llevado por conseguirles comentarios en redes sociales contra el gobierno o fotos de las protestas.
El miedo llegó por tercera vez e hizo que Valentina saliera de su casa. “Yo entré en pánico (…) Vivo sola con mi hija. Yo aquí no tengo ni una reja fuerte, o sea, cualquiera viene y me saca de aquí y además se la van a llevar a ella”, pensó.
Se fue de su hogar, junto a su hija veinteañera, para resguardarse en un pueblo lejano de su propio estado. “Yo casi que lloraba todas las noches. Yo decía: ¿por qué no puedo estar en mi casa?. Yo no le estoy quitando nada a nadie, yo no he hecho nada malo, yo no soy una delincuente, porque yo lo que he hecho es aportar. Y decidí volver a mi casa”, contó.
Pero el regreso duró poco. Una semana más tarde, sus conocidos le advirtieron que habría una razzia de detenciones en todo el estado. Fue así como Valentina salió de su estado a la casa de un pariente y allí permaneció varias semanas.
Aunque ha participado en otras manifestaciones de la oposición, el miedo no se ha ido de Valentina. “Es verdad que nos han ganado con el terror”, reflexionó. Después del 28 de julio ha sentido taquicardia como nunca antes en su vida. Llora todos los días y reza, reza mucho, porque sabe que hay demasiados que la están pasando peor que ella. “Esta situación que estamos viviendo nos necesita vivos, sanos, emocional y físicamente”, afirmó.
Aunque su entorno le aconseja abandonar el país, para Valentina esa no es una opción. “Yo no tengo cómo comprar un boleto (…) Imagínate, irte del país… Estamos tan cerca de conseguirlo”, dijo Valentina. Tres semanas después de las elecciones, seguía fuera de su casa.
Esconderse como respuesta al miedo
No hay un registro de cuántos casos son, pero tal como sucedió con Valentina, muchos testigos de mesa de la oposición así como dirigentes de partidos políticos, periodistas y activistas, debieron dejar sus casas y “enconcharse” por las múltiples detenciones arbitrarias que ocurrieron después de las elecciones presidenciales. Solo un mes después de los comicios, casi 60 personas ligadas a fracciones políticas o a comandos de campaña estaban tras las rejas, y lo mismo sucedió con 17 periodistas y cinco activistas de derechos humanos.
Cualquiera que tiene miedo y quiere protegerse se debe esconder, señaló la politóloga Consuelo Amat. Y más aquellos que, como Valentina, han visto que alguien muy cerca de su círculo o que hace el mismo tipo de actividades, está bajo arresto. Ese detenido, bajo tortura, podría señalar a quienes hacen lo mismo que él. Su encarcelamiento también puede significar que están reprimiendo a personas como él. Por eso, la experta concluye que esconderse para salvar su vida es una forma de resistir.
Las redes sociales comunicaron esas detenciones lo que, por una lado, sirvió para denunciar la situación y para que las posibles víctimas de arresto se pusieran a resguardo, pero también así se infundió el miedo. No en balde, Maduro ordenó el bloqueo de X desde el 8 de agosto “por incitar al odio, al fascismo, a la guerra civil, a la muerte, al enfrentamiento de los venezolanos”’. Dos días antes, desinstaló Whatsapp en una alocución televisada y exigió a sus seguidores que dejaran de usar la aplicación y se cambiaran a Telegram.
Para Amat, quien es profesora asistente de Ciencias Políticas en el SNF Agora Institute de la Universidad Johns Hopkins, de Estados Unidos, y durante años ha estudiado la represión, la resistencia no-violenta y armada, y el desarrollo de la sociedad civil en regímenes autoritarios, las redes sociales son “una de las maneras más efectivas de generar activación civil inmediata”. Por eso, no le extrañó ninguna de las medidas de Maduro contra las aplicaciones para comunicar.
“En la historia de los movimientos no violentos y sociales, antes de la revolución tecnológica con los medios de comunicación, se tomaba muchísimo tiempo poder organizarse para desplegar a miles de personas en las calles. Hoy en día, con un tuit, con una llamada, es casi inmediata la reacción que tú puedes generar en millones de personas. Entonces, las llamadas a acción directa y de no violencia, de protesta y de subvención civil, se pueden generar extremadamente rápido por medio de las redes sociales”, enfatizó.
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