Paradójicamente, en China aquellos jóvenes que tienen poca educación sufren menos el desempleo que los altamente calificados
Contrario a la imagen general que el mundo tiene de la China, que es alabada por su gran crecimiento económico, también reconocido como el “milagro económico” de los últimos 10 años, hay un dato preocupante a tomar en cuenta.
Tal como los más calificados expertos y centros de estudio de los fenómenos comerciales advierten, hay un serio problema que afecta a Pekín y sus mandamases. Y utilizan el famoso dicho “no todo es oro lo que brilla”.
Basándose en estadísticas oficiales, hay un impresionante 18 % de desempleo en la población de entre los 16 a 24 años de edad. Los datos empiezan a preocupar seriamente a los mandarines de Pekín, especialmente si se toma en cuenta que el próximo verano del 2023 el sistema universitario producirá 12 millones de nuevos graduados.
Las asociaciones de industriales y comerciantes ya prevén que muy pocos de ellos encontrarán trabajo, o tendrán que esperar años antes de poder contar con una colocación debidamente compensada.
El drama del desempleo juvenil en China
Por el momento se proyectan niveles salariales inferiores a los esperados no comparables a los de sus padres, que han costeado sus estudios a razón de muchos sacrificios.
El drama del desempleo juvenil se ve acentuado por la ralentización del crecimiento económico, la desastrosa política de «COVID Cero” y la guerra en Ucrania, que ha causado una serie de tensiones geopolíticas Este-Oeste.
Sin embargo, la alta tasa de jóvenes sin trabajo es un fenómeno mucho más antiguo, anterior a la pandemia y a la guerra. Se debe a la severidad de la selección meritocrática china en las escuelas que tiene sus raíces en la estricta cultura confuciana.
Esta también se debe al hecho de que al mercado laboral actual lo afecta el drástico mejoramiento del bienestar de la población, seguida luego por la ralentización del crecimiento en el 2008 como consecuencia de la crisis americana que frenó las exportaciones.
El fenómeno del desempleo o subempleo juvenil chino empezó en el 2012, cuando el porcentaje de jóvenes titulados menores de 26 años sin trabajo alcanzó el 16 %, es decir el doble que en Estados Unidos.
Paradójicamente, en China aquellos jóvenes que tienen poca educación sufren menos el desempleo, registrando una tasa de desempleo solamente del 8 % para los que solo tienen el bachillerato y del 4 % para los que solo han terminado la escuela primaria.
Esto ayuda a entender la insistencia con la que el presidente Xi Jinping pretende transformar a China en una economía de alta tecnología, aumentando los sectores avanzados, y reduciendo paulatinamente la característica del país que es considerado “la fábrica del planeta”, basado sobre la explotación de mano de obra barata.
Parálisis intelectual
Es obvio que la actual situación china se puede definir como un problema de parálisis intelectual, más que de parálisis obrera o campesina. El sistema está produciendo una sobreabundancia de jóvenes graduados entre los millenials (nacidos en 1980 – 1990) que, entre otras actividades, son los autores de las actuales protestas juveniles.
Ya no basta con aprobar el dificilísimo examen Gaokao, que abre las puertas a las universidades. Hay que superarlo con resultados sensacionales o fenomenales para aspirar a la aceptación por parte de una de las universidades de renombre.
Las tres cuartas partes de los promovidos terminan siendo aceptados en universidades de nivel medio-bajo, obtienen títulos que no garantizan un puesto de trabajo y mucho menos una plaza cualificada y bien remunerada.
Más de una cuarta parte de los graduados universitarios chinos están sin empleo un año después de completar sus estudios. Comienza para ellos el calvario de las Job Fairs (ferias de puestos de trabajo) al estilo americano. En esas ferias las empresas alquilan espacios de exposición para publicitarse y entrevistar a posibles candidatos a ser empleados.
Como resultado, un ejército de jóvenes licenciados está aceptando todo tipo de trabajos precarios y sin futuro, abarrotando los llamados «hormigueros,» o viviendas construidas a toda prisa en los sórdidos suburbios de megalópolis como Pekín y Shanghái.
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