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Mano segura no se tranca

María Corina sabe perfectamente lo que tienen que hacer. No busca su felicidad eterna, sino el camino de la esperanza infinita para lograr, hasta el final, el derecho de todos a ser felices. Ese gesto la habilitará para siempre

 

@ovierablanco

La náusea es la primera novela del filósofo francés Jean Paul Sartre. Los temas más importantes que destaca son la muerte, la historia, el progreso, el autoritarismo y la rebelión, entre otros. El autor nos induce a poner en duda la existencia del ser humano y, especialmente, su propósito vital.

Compartiendo algunos puntos con el escritor existencialista Albert Camus, Sartre llega a la conclusión de que la vida del hombre es vacía. Frente a esta constatación, el hombre que se da cuenta de esta evidencia, siente profundamente una sensación de repugnancia, de náusea. “El tiempo es un relámpago. Después de ello, el desfile vuelve a comenzar, nos acomodamos a hacer la adición de las horas y de los días. Lunes, martes, miércoles, abril, mayo, junio de 1924, 1925, 1926: esto es vivir». Los venezolanos –particularmente– llevamos 25 años acumulando náuseas.

Camus, en su novela El extranjero, dice «va a lo absurdo de las cosas”. No asume la vida del hombre “como vacía”. Apuesta a que el reto de la humanidad es ser feliz. Esa es la misión del hombre. El extranjero [L’Étranger] es su primera novela [1942].  El protagonista –Meursault– es un francés- argelino indiferente a la realidad que le rodea por resultar absurda e inabordable. Se constituye en un «extranjero» de su propio entorno. Meursault jamás mostrará sentimiento alguno de injusticia, arrepentimiento o lástima. La pasividad y el escepticismo frente a todo, y todos, recorre el comportamiento del protagonista: un sentido apático de la existencia y de la propia muerte.

L’état de la question. El estado del arte en la política

La política es poder, y poder es querer ser Dios: infinitamente feliz, glorioso, al punto de tener el poder de decidir entre la nobleza y la impiedad [Bertrand Russel]. Entonces las ambiciones infinitas del hombre han sido limitadas por la razón de los mortales. La humanidad ha ido de la voluntad absolutista a la consciencia como imperativo moral, que limita la vocación de poder absoluto y superior. El Estado, la religión, las armas, la riqueza o la opinión –los componentes del poder según Russel– se compensan en procura de la paz y el orden [Contrato Social].

En todo caso, la modernidad ha dado cuenta de los economistas ortodoxos y de Marx, quienes colocan la variable económica como la variante fundamental del interés de las ciencias sociales. Tampoco la riqueza, las armas o la fe, legitiman la política. Es la obediencia ciudadana fundamentada en los derechos fundamentales del hombre: la libertad, la vida, la pluralidad, la igualdad, la diversidad. Quien se gana ‘el poder’ de tutelar la vida republicana moderna, no representa a Dios en la tierra. No personifica la eternidad ni la impiedad. Dan náuseas, a decir de Sartre, aquellos cuyo propósito vital es permutar la vida, la felicidad o la muerte de los demás, por poder. Absurdo…

Thomas Jefferson sentencia: “Nunca he podido concebir cómo un ser racional podría perseguir la felicidad ejerciendo el poder sobre otros”. Es lo que Isaías Berlín definió como libertad negativa, que consiste en que nadie interfiera en mis acciones. «En este sentido, la libertad política es, simplemente, el ámbito en que un ser humano puede actuar sin ser obstaculizado por otro”. Un espacio donde no exista la coacción. Donde mano segura no se tranca… El poder hoy civiliza al hombre medieval, feudal, monarca, dictador, gendarme o totalitario, prohibiéndole truncar y sustituirse en los derechos ciudadanos. Vivir en democracia y libertad también tiene sus fronteras. Los ciudadanos disponen de su libertad política en la medida que no se convierten en obstáculo los unos respecto a los otros. Mano segura no se tranca…

Sartre describe en su novela como reprochable dejar correr el tiempo, las horas, los días, los años, sin darle un sentido vital a la existencia. ¿Cuál es ese sentido vital? La defensa de la libertad de participar de las decisiones de la polis. El poder también comporta no interferir en la libertad de los otros o que los otros no interfieran en la propia. Ganar tiempo es poder. No perderlo, es poder. Tanto gana tiempo el hombre generoso como lo pierde el apático. Y da náuseas.

Un falso dilema

La obra de Camus denuncia a una sociedad que olvida al individuo. Cuando la izquierda habla del hombre nuevo, no habla de un hombre libre. Un hombre ideologizado no es un ser libre. Es un ser vigilado y chantajeado. El hombre es libre en la medida que su aquiescencia no está sometida a la autoridad del estado. El hombre nuevo-socialista, crucifica la prosperidad [económica] como factor de felicidad. Una lógica que esquilma y desconoce la propiedad privada, los medios de producción y la libre empresa. Que concibe “el ser-social», cuyo coraje no es el conocimiento, el emprendimiento, la vida creativa, sino la extirpación y muerte de la voluntad, violentada por un colectivismo igualitario utópico. Ofrecer lo contrario, es mano segura.

La sociedad olvida al individuo en la medida que reconoce como primordial y superior al Estado todo poderoso bajo el mando del tirano o del ególatra. El deber de formar ciudadanía lo delegamos en el caudillo. La sociedad se envilece y envejece cuando se polariza y desconfía de sus vecinos y conciudadanos.

El reto es salir de esta dinámica de odio y anomia […] El reto no es –por ahora– ser presidente. Mano segura… Meursault, en El extranjero de Camus, es el personaje que encarna ese sentimiento de profunda apatía por todo lo que le rodea. Apatía por la injusticia, por la vida, por la muerte, por la guerra o por la paz. Esa actitud extranjera frente al deber existencial de luchar por la felicidad –la propia y la colectiva– extirpa los sentimientos. Meursault, siguiendo el discurso de Sartre, se abstiene de acabar con las ataduras nauseabundas que interfieren.

María Corina ha logrado la aceptación mayoritaria de una sociedad convertida en desecho. Una población cansada, envejecida, apática.

Cuánto mérito tiene una mujer que, en medio de la resaca y la infamia de los nauseabundos, es capaz de recuperar la confianza de los olvidados. María Corina no pretende la felicidad perpetua ni la impiedad. Ella no es Dios, por lo que no es ella quien nos hará libres, sino su inspiración. Mano segura… No es ella expresión de apatía ni absolutez, porque no se presenta como depositaria intransferible de la verdad, sino como propósito vital, incansable y existencial de una transición política compleja e histórica. Su misión es derrotar el ocio y no ver pasar lunes, martes, miércoles; marzos, abriles, mayos; años y décadas, lidiando con la tristeza, la miseria, la mentira y la muerte.

El dilema de María Corina no es “ser o no ser”.  Otelo “sabe que, en los momentos de felicidad perfecta, no le importa la muerte porque sabe que esa felicidad no puede durar eternamente”. Solo Dios puede lograr la bienaventuranza eterna. Esta es la mejor definición de humildad que Shakespeare le ha dado a la humanidad. La tragedia de Otelo, Hamlet o Macbeth es ser o no ser, un vengador, un ruin, un egoísta. El poder que personifica María Corina es poder derrotar la maldad y rescatar la paz, la justicia y la tranquilidad. Ser o no ser no es el estado de la cuestión. Es el ser siendo –consciente y heroico– que nos saca de nuestra degradación, de nuestra extranjería y pérdida. 

Ser o no ser no es la disyuntiva política. Mano segura. Es verdad “que ella tiene el derecho de ir hasta el final”. Pero también es verdad que no sería solo “el final” de María Corina Machado, sino de todos los ciudadanos que, siguiendo su liderazgo, tenemos la ilusión de salir de esta tragedia.

El poder de María Corina –apelando al concepto moderno de poder– no es propio ni único. Es compartido. Su poder es el poder de todos. Sus derechos y sus deberes llegan hasta donde comienzan los deberes y derechos de sus liderados a hacer lo que a ella le impiden hacer. Tanto tiene derecho María Corina a ser candidata como tiene el deber de anteponer el valor superior de la vida que es el respeto humano.

Comprenderlo es mano segura. Un modo de evitar la apatía o la tristeza de «los extranjeros», es darle luz, oportunidad, ruta y coraje a una transición impostergable. Los venezolanos queremos ser felices, convivir y volver a casa. No queremos ser forasteros. Deseamos salir de un modelo de poder que al decir de Roquentin (el personaje principal de la novela La Náusea, de Sartre), “nos ha obligado a llevarla cabeza baja, solos ante una masa negra y nudosa, enteramente bruta, que me [nos] causa miedo”.

María Corina nos hace subir la cabeza. Revelarnos a esa masa negra y nudosa de un Estado totalitario. Nos hace ganar tiempo y perder el miedo. Ahí reposa la mano segura. La propia coalición dominante debería contagiarse de esa luz, de esa oportunidad.

María Corina será presidenta de la nueva Venezuela. Quizás algunas cosas deben suceder antes. No por mucho tiempo, porque, a fin de cuentas, María Corina no es un personaje de Shakespeare, no lidia con venganzas ni traiciones, sino con la generosidad de un pueblo que cree en su nobleza. Tampoco es Dios. María Corina sabe perfectamente lo que tienen que hacer. No busca su felicidad eterna sino el camino de la esperanza infinita para lograr hasta el final, el derecho de todos a ser felices. Ese gesto –estadista e hidalgo– la habilitará para siempre. ¡Mano segura no se tranca!

vierablanco@gmail.com

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